La guerra de Cécile Kyenge

La guerra de Cécile Kyenge

Es una noche de finales de julio de 2013 en Cervia, pueblo marítimo de la región italiana de Emilia Romagna. El evento es la fiesta del Partido Democrático (PD); el tema, la importancia de las personas extranjeras en la economía del país. El ambiente está tenso y se han incrementado las medidas de seguridad. El […]

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"Los niños no tienen que padecer nuestras diferencias ideológicas, sino crecer teniendo la posibilidad de tener igualdad de oportunidades"

"Los niños no tienen que padecer nuestras diferencias ideológicas, sino crecer teniendo la posibilidad de tener igualdad de oportunidades"

«Los niños no tienen que padecer nuestras diferencias ideológicas, sino crecer teniendo la posibilidad de tener igualdad de oportunidades»

Es una noche de finales de julio de 2013 en Cervia, pueblo marítimo de la región italiana de Emilia Romagna. El evento es la fiesta del Partido Democrático (PD); el tema, la importancia de las personas extranjeras en la economía del país. El ambiente está tenso y se han incrementado las medidas de seguridad. El día anterior, en la plaza central del pueblo, aparecieron maniquíes vestidos con chaquetas negras y el pecho manchado de pintura color sangre. A su lado, unos folletos rezaban: «La inmigración mata». El mensaje era para ella, Cécile Kyenge Kashetu, médico oculista, cuarenta y nueve años, originaria de la República Democrática del Congo, afiliada al Partido Democrático (PD) y, desde abril de 2013, ministra de Integración y Políticas Juveniles del gobierno italiano. Han pasado sólo pocos días desde que el vicepresidente del senado italiano, Roberto Calderoli, del partido Lega Nord (Liga Norte), comparara, durante un mitin, a la primera ministra negra de la historia de Italia con un orangután. Pero allí, en la fiesta del PD de Cervia, la mujer, afincada en la cercana ciudad de Modena, en principio está entre los suyos. Sin embargo, está respondiendo a las preguntas de un periodista cuando, desde el público, alguien lanza dos plátanos y huye. El mensaje no deja lugar a dudas. Los plátanos caen entre la primera y la segunda fila, sin alcanzarla.

El primer comentario racista institucional hacia la ministra llegó el mismo día de su nombramiento, el pasado 28 de abril de 2013. En uno de los programas de radio con más audiencia nacional, el europarlamentario de la Liga Norte, Mario Borghezio, dijo: «Es un elogio a la incapacidad y nombrarla ha sido una ‘gilipollez’, tiene la típica cara de la ama de casa», y añadió: «Nos quiere imponer sus tradiciones tribales […] además, los africanos son africanos, pertenecen a una etnia muy diferente a la nuestra y no han producido grandes genios». Enseguida llegaron más insultos y amenazas, a los que se sumaron no sólo otros exponentes del partido de la Lega Nord sino también del partido de Berlusconi (Popolo della Libertà, PDL). Todos insistían en lo mismo: no reconocerla como italiana e invitarla a volver al Congo. Hasta llegar a la consejera municipal de la Lega Nord, Dolores Velandro, que en Facebook invitó a violarla para que sufriera en carne propia los crímenes cometidos, supuestamente, por los inmigrantes. Simultáneamente, aparecieron pintas en las paredes de diversas ciudades, como la que rezaba: «Disparar a la Kyenge».

Desde la izquierda hasta la derecha, la clase política manifestó indignación por los ataques, y solidaridad con la ministra. Tras los insultos de Calderoli, el Partido Democrático, al que la ministra pertenece, presentó en el senado una «moción de solidaridad» hacia ella, gesto simbólico que se aprobó a pocos días de los ataques y por grandísima mayoría (sólo se abstuvo la Lega Nord). El tono de las respuestas de la ministra ante los insultos se puede resumir con lo que comentó, con la voz calma, como si midiera cada palabra, el día en que le arrojaron los plátanos: «Es una bofetada a la pobreza; con la crisis y la gente que muere de hambre, es triste malgastar comida de esa forma». O con la similitud médica que a menudo usa para responder a quienes le preguntan cómo vive los insultos racistas. Siempre insistiendo en que «Italia no es un país racista», Kyenge explica: «Me parece estar ante mis pacientes. Gente que manifiesta un malestar, una incapacidad de convivir con los que son distintos. Es una enfermedad social y yo, igual que en mi profesión, tengo que escuchar el desasosiego sin dejarme contagiar. Al contrario, quiero combatir la batalla cultural sin miedo». Desde los primeros insultos y amenazas vive bajo una fuerte escolta policial. «Aunque estoy muy agradecida a mi escolta, y que respeten mucho mi privacidad, echo mucho de menos sentirme libre para hacer lo que quiera», dice.

Con respecto a las respuestas institucionales a los insultos, Ferruccio Pastore, director del Foro Internacional y Europeo de Investigaciones sobre Inmigración (FIERI), de Turín, opina:
—La ministra ha recibido una solidaridad ritual, pero no un gran apoyo político, en particular por parte de su propio partido, el Partido Democrático. Es que el tema de la inmigración es un tema que divide, incluso dentro de su partido.

E
n la pomposa sala del edificio que fue residencia veraniega de papas y palacio real, rodeados por el oro del decorado y el rojo oscuro de los tapices, están sentados catorce hombres y siete mujeres. Es 28 de abril de 2013. Giorgio Napolitano, el presidente de la república, acaba de nombrar a Enrico Letta primer ministro de un gobierno de «amplios entendimientos» (una coalición donde lideran el centro izquierda, capitaneado por el Partido Democrático, y el centro derecha, PDL), tras el fracaso de unas elecciones en las que, con la actual ley electoral, ningún partido obtuvo la mayoría necesaria para gobernar. Enrico Letta mira, de pie, hacia las sillas donde esperan prestar juramento los miembros de su futuro equipo. Las cámaras de televisión hacen zoom cada vez que los nombrados, después de la fórmula ritual de juramento, ponen su firma con una estilográfica dorada. En uno de esos momentos, justo antes del juramento de Cécile Kyenge, una voz, susurrante y a la vez clarísima, rompe por primera vez el silencio, hasta entonces solemne. «Ésta se leerá Kienje (pronunciando el final como el «yo»en francés) ¿verdad?», pregunta el secretario general de la presidencia, Donato Marra, a quien está a su lado. «Kienje, Kianje«, sigue repitiendo para memorizarlo. Y entonces, decidido pero pronunciando mal su nombre, la llama: «La congresista y doctora Cécile Kianje, ministra sin cartera». La mujer, inconsciente de lo sucedido (porque la cámara que toma a los ministros tiene micrófonos, y por tanto el público que ve el video lo escucha perfectamente, pero los ministros permanecen un poco lejos de la mesa), y sin mostrar reacción ante la pronunciación equivocada de su nombre, se levanta, decidida pero sin prisa, se arregla la chaqueta de su traje color morado y se acerca a la mesa, donde le esperan las autoridades.

—Verla jurar ha sido un poco como ver a Forrest Gump cuando se mete en cualquier evento —dice entre risas su hija Giulia, ante un café espresso en una fría y lluviosa tarde de Modena, a principios de octubre.

La prensa nacional enseguida tituló: «Un hecho histórico: el primer ministro italiano de color» y el secretario de la ONU, Ban Ki-moon, lo calificó de «mensaje positivo e importante». Todo eso quizás en otro país podría ser un hecho anecdótico. Pero no en Italia.

La «era Berlusconi» (veinte años, de los cuales nueve estuvo a la cabeza del país) ha significado la presencia institucional —y en ministerios claves como los de interior y justicia— del partido de la LegaNord, derechista y xenófobo.

—La Lega no fue el único partido que lo hizo, pero desde el gobierno ha llevado a cabo un discurso político con un nivel de racismo y prejuicios que tiene pocos equivalentes en Europa-, explica Ferruccio Pastore, del FIERI—. También el nivel de improvisación que ha habido en materia legislativa sobre inmigración tiene pocos precedentes en Europa.

Para tomar un ejemplo con el cual comparar la situación en Italia, en España, en el año 2000, se aprobó una Ley Orgánica sobre derechos y libertades de extranjeros que, al menos en teoría, deja claro que los inmigrantes ejercitan los derechos que les reconoce la Constitución en condiciones de igualdad con los españoles. (Sin embargo, el gobierno de Rajoy ha prometido que en — revisará todo el paquete de medidas migratorias). Respecto a la nacionalidad, la ley española contempla la posibilidad de adquirir la ciudadanía a quienes hayan nacido en el país de padres extranjeros, de los que al menos uno haya nacido en España.
Pero el marco normativo italiano sobre inmigración es tan improvisado como punitivo. Incluye el «delito de inmigración clandestina» (sancionado con multas de hasta diez mil euros), y la cárcel para quienes ayuden a personas sin papeles. Para quienes hayan entrado o permanezcan ilegalmente se prevén expulsiones a su país de origen, tras un tiempo de detención en los Centros de Identificación y Expulsión (CIES), que puede durar hasta ciento ochenta días (en el país hay trece centros, pero sólo funcionan seis). Estos centros tienen el objetivo de repatriar a las «personas irregulares» y, sin embargo, en 2012 sólo la mitad de las personas allí retenidas han sido efectivamente expulsadas. En Italia tampoco existe una ley de asilo. La magistratura italiana se ha pronunciado en varias ocasiones sobre la exclusión del empleo público de ciudadanos extranjeros y refugiados. La aprobación el verano pasado, gracias a presiones de la ministra Kyenge, de la Ley Europea 2013, pretende poner remedio en parte a dicha exclusión. La ley consiste en resoluciones para el cumplimiento de las obligaciones de Italia hacia la Unión Europea. Entre ellas, figura el derecho a acceder al empleo público (menos en el caso de puestos que impliquen ejercicio de poderes públicos), en igualdad de condiciones con los ciudadanos italianos, para quienes tengan permisos de residencia de larga estancia y estatus de refugiado.

Según el Instituto Nacional de Estadística (ISTAT), las personas extranjeras residentes en Italia corresponden al 7.4% de la población total, y son las únicas responsables del crecimiento de la población en los últimos doce años (los hijos de extranjeros representan el 15% de todos los nacimientos en un país cada vez más viejo), lapso de tiempo durante el cual el numero de extranjeros se ha triplicado. En su mayoría son mujeres (53,3%), 50% son comunitarios, y la mayor parte se dedica a trabajos relacionados con el cuidados de niños, enfermos o ancianos.

Según la ley actual, los jóvenes nacidos de padres extranjeros en Italia pueden pedir la ciudadanía sólo entre los dieciocho y los diecinueve años de edad, y sólo si demuestran haber vivido ininterrumpidamente en territorio italiano, contrariamente a lo que ocurre con los hijos de italianos nacidos en el extranjero, que pueden tener nacionalidad sin haber pisado nunca este territorio. En estos momentos, en el congreso hay una veintena de propuestas de reforma de la ley de ciudadanía para las segundas generaciones. Todas pretenden conseguir el llamado ius soli restringido, o sea que el criterio para la adquisición de la ciudadanía sea el lugar (soli) de nacimiento y la permanencia, y no, como es ahora, la pertenencia genealógica (sanguinis). Una de las propuestas estancadas, a pesar de que un informe del ISTAT de 2012 concluyó que 72% de la población italiana sería favorable a una reforma, lleva, entre otras, la firma de la parlamentaria Cécile Kyenge. Esta propuesta prevé la posibilidad de adquirir la ciudadanía, antes de los dieciocho años, para quienes hayan nacido en Italia de padres extranjeros de los que al menos uno haya nacido en Italia y lleve un año residiendo, o bien tengan al menos uno de los padres (extranjeros) que lleve un mínimo de cinco años residiendo legalmente en el país. Lo mismo para quienes hayan entrado antes de los diez años de edad y hayan completado un ciclo escolar o de formación profesional. Kyenge asegura que en — se conseguirá aprobar una nueva ley de ciudadanía para las segundas generaciones.

«Empecé haciendo esa propuesta porque los niños no tienen que padecer nuestras diferencias ideológicas, sino crecer teniendo la posibilidad de tener igualdad de oportunidades», explicó ante un auditorio abarrotado de gente —que la aplaudió entusiasmada a cada frase— en una de sus numerosas visitas oficiales por el territorio italiano. Cuando, como en ese caso, quiere dar las gracias por el cariño recibido, Kyenge juntas las dos manos y baja ligeramente la cabeza, o bien se pone la mano abierta en el corazón.

A pesar de incontables intentos, ha sido imposible entrevistar a Cécile Kyenge para este artículo. Su oficina de prensa cerró la puerta a cualquier posibilidad desde el primer día y, a pesar de la disponibilidad de varios miembros de su familia, todo el mundo aseguró que quien tenía la última palabra era el ministerio. Cuando se preguntó acerca del porqué de dicha negativa, la oficina de prensa contestó, primero, que no tenía por qué dar explicaciones y, después, que no estaba entre las prioridades de la ministra.

En sus apariciones publicas, Kyenge, que según la revista estadounidense Foreign Policy es una de los cien intelectuales más influyentes de 2013, repite a menudo la frase «I have a dream«, de Marthin Luther King, una de las personas en la que se inspira, y que reza: «Sueño con que mis cuatro hijos vivan un día en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel sino por su personalidad». Kyenge añade: «Los hijos de King son, para mí, el millón de niños nacidos o crecidos en Italia que esperan la reforma de la ley de ciudadanía». La centralidad de la infancia, de la escuela y del lenguaje, son los leitmotiv de su discurso. «La escuela es el gimnasio de la vida y de la democracia, y es allí donde hay que empezar a pasar la idea de la diversidad como riqueza para la sociedad, y la importancia de la memoria, de las historias de quienes migraron en el pasado, para que los niños crezcan con una conciencia diferente». Kyenge sostiene que la palabra integración debería ser sustituida por interacción. Por eso insiste también en la importancia de los centros de agregación, donde a través del deporte, por ejemplo, los jóvenes puedan encontrarse. Y es cuando está con los niños, como cuando en una escuela de periferia de Cerdeña se sienta en el suelo, confundiéndose con ellos, para cantar We are the world, cuando aparece en su cara esa sonrisa plena y relajada, de dientes blancos y perfectos. Sonrisa que, por lo demás, está prácticamente ausente en sus apariciones públicas, donde tiende a aparecer tensa, casi congelada. El otro caballo de batalla de la ministra es la reforma de las leyes sobre inmigración desde una óptica  de acogida y no de represión. «El dinero que gastamos para reprimir es mucho más que el que empleamos para la acogida y la integración», repite una y otra vez.

Cómo ha podido llegar a ser ministra en Italia una mujer negra con una vivencia de inmigrante, y qué significado específico puede tener esto, es un tema que, igual que los insultos, no ha tardado en aparecer en el debate público. Hay quienes la llaman «la ministra de los clandestinos» y quienes, como el alcalde de Verona, Fabio Tosi, (de la Lega Nord), afirman públicamente que «si no fuera negra no habría llegado a ser ministro». Por su parte, Kyenge afirma que «tener a alguien negro en el gobierno no quiere decir nada, sólo que hay italianos con la piel negra. Yo no soy la ministra africana sino una ministra de la república italiana».

—Es evidente que la parte menos culta e informada de la opinión publica, representada por un cierto tipo de política (la Lega Nord pero también el Movimento 5 stelle, de Grillo, reacio al ius soli) no acepta que se hable de derecho de ciudadanía, de refugiados, y menos que lo haga una mujer, peor aun si tiene la piel negra. Lo viven como una provocación —opina Anna Rita Calabrò, socióloga experta en políticas de inmigración y directora del máster, único en Italia, en Inmigración y Género de la Universidad de Pavia.

Maurizio Belpietro es director del diario Libero, de derechas, que desde el primer día ha dado gran atención a la ministra en sus coberturas.
—Kyenge ha aparecido de repente en el panorama político nacional y ha reclamado con insistencia la necesidad de cambiar las leyes sobre inmigración, lo cual, en un país donde la inmigración no se ha sabido manejar, suscita debate e interés —dice—. Creo que hacerla ministro de un gobierno de amplios entendimientos, pensado para relanzar el pais, y donde la mayoría la tienen dos partidos con opiniones muy diferentes sobre la inmigración, ha sido una elección de pura imagen, porque en lo concreto no puede hacer nada, y de hecho no está haciendo nada. Creo que el presidente Letta la ha usado de manera instrumental, como la novedad del gobierno que finalmente contaba con una mujer de color, y luego la ha dejado sola.

Respecto a los insultos hacia la ministra, Belpietro insiste en que «puede haber polémica excesiva y mediocre, como a menudo ocurre en Italia, pero yo no considero que el nuestro sea un país racista. La oposición a Berlusconi siempre se ha centrado en su persona, y le llamaban de cualquier manera: el enano, el caimán. ¿Cómo es que la izquierda se indigna sólo ahora que estamos ante una mujer inmigrante?».

Nathalie Kyenge, enfermera, hermana menor de la ministra y también afincada en Emilia Romagna, cuenta:
—Yo ya ni miro su página de Facebook, por todos los insultos que escriben y que me hacen sufrir. Si la insultan es porque en Italia falta una cultura de la inmigración y se sigue viendo al inmigrante como alguien que roba el trabajo a la gente de aquí. Yo nunca habría pensado que pudiera convertirse en ministro. Hoy ella representa la novedad que llega en un momento de crisis, donde hay guerra entre pobres. Pero al menos ahora el problema ha salido a la luz.

El interés mediático suscitado por la ministra Kyenge, en gran parte debido a los insultos que ha recibido, sigue teniendo alcance internacional. El último suceso coincidió con la discusión en el senado del decreto, fuertemente anhelado por Kyenge, que prevé la abolición del delito de inmigración clandestina (aprobado en el senado, el decreto espera ahora volver a la cámara de diputados). Este suceso fue la decisión del diario La Padania, perteneciente al partido de la Lega Nord, de inaugurar una sección titulada «Aquí, Kyenge» avisando a sus partidarios de los actos oficiales de la ministra. Dados los antecedentes —las agresiones e insultos públicos— la intención del diario parece ser la de alertar a sus militantes sobre la presencia de la ministra en determinados lugares, y esto podría ser casi una invitación para quienes quieran descargar su ira contra ella.  Mientras que el Partido Democrático al que pertenece la ministra ha calificado la iniciativa de La Padania como «linchamiento y al límite de la intimidación», otros quitan importancia al hecho.

—La inmigración siempre ha sido el caballo de batalla de la Lega, con lo cual me parece normal que se oponga a la ministra. Que lo haga también señalando su agenda no me parece algo malo, siempre que la oposición a la ministra no sea violenta —dice Belpietro, de Libero.

Distintos representantes de la Lega Nord han aplaudido la iniciativa leghista. Massimo Bitonci, portavoz en el Senado, ha dicho que su partido, la Lega Nord, terminará «forzando su dimisión» porque, según él, «el único interés de la ministra es favorecer a la negritud».

Algunos insultos y amenazas —la invitación a violarla, el haberla llamado orangután— han originado expedientes judiciales, y el euro parlamentario Borghezio, poco después de sus frases en el programa de radio donde dijo que Kyenge era un «elogio a la incapacidad», se autosuspendió del parlamento europeo. Pero la mayoría de las ofensas quedan impunes.
—Italia tiene varias normativas de carácter penal contra la instigación al odio racial que consentirían perseguir declaraciones racistas, el problema es que no se aplican —dice Ferrucio Pastore, del FIERI.

Según otros, el hecho de que la ministra sea de origen africano ha tenido una influencia positiva con respecto a la atención mediática que recibe.
—El grueso de la prensa italiana es izquierdista, entonces para todos los diarios, menos unos pocos, lo que hace Kyenge siempre es bueno. Es un tema exclusivamente político —opina Igor Traboni, redactor jefe del derechista Il Giornale d’Italia.

Por su parte, el pasado mes julio, la ministra, que entre otras áreas de su competencia se ocupa de la discriminación racial, presentó el Plan Nacional 2013-2015 contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, que tiene entre sus prioridades brindar ocupación, instrucción, vivienda, mass media, deporte y seguridad a todo el que sea discriminado por raza, color, ascendencia, origen o etnia y convicciones religiosas. En septiembre, en señal de solidaridad a Kyenge, representantes de diecisiete países europeos firmaron la «Declaración de Roma», con la cual pidieron a los Estados miembros y a la Comisión Europea que elaboraran y aprobaran una propuesta de Pacto —-2020 para «una Europa de la diversidad y de la lucha el racismo».

«El perro ladra, la caravana sigue». Domenico Grispino repite el refrán africano que Clement Kyenge, el padre de la ministra, citó en una entrevista para explicar su actitud ante los insultos a su hija.
—No me esperaba que recibiera insultos y amenazas pero creo que si se dan es porque lo está haciendo bien, también a la hora de no responder —opina Grispino, ingeniero de Modena y marido de la ministra.
Quienes la conocen, la describen como una persona taciturna, determinada, luchadora, solidaria y rigurosa.

—Llegar donde ha llegado ha supuesto un largo recorrido en el que ha puesto alma y cuerpo. Si no se ha estancado antes, no serán sin duda los insultos los que van a pararla. Es lo mucho que quiere a este país lo que la impulsa a seguir adelante —dice su hija Giulia, que tiene dieciocho años, es estudiante del último curso de secundaria, y aspira a ser cantante. Es la menor de las dos hijas de la ministra y Domenico Grispino—. Quisiera tener la fuerza de voluntad de mi madre. Siempre consigue hacer todo lo que se propone y ese, para mí, es un modelo a seguir en cualquier ambición que yo pueda tener.

El largo recorrido que la ha llevado a convertirse en ministra del gobierno italiano empezó en 1983 cuando, con diecinueve años, y «sin saber ni siquiera el significado de ciao«, aterrizó por primera vez en Roma con un sueño y la promesa de una beca para realizarlo: ser médico. «Probablemente fue por los problemas de salud que tuve durante la infancia, y que me llevaban a entrar y salir de los hospitales, que me entraron ganas de aliviar el dolor que veía a mi alrededor», dijo, ante el auditorio abarrotado de una escuela primaria el pasado noviembre. Nunca improvisa Cécile Kyenge. Cada palabra que dice parece medida con un compás. Mientras habla, sólo sus manos, con uñas pintadas de rosa perlado y donde la única joya es la alianza con la que juega a menudo, se mueven copiosa y libremente.

—Siempre ha tenido la manía de ayudar a los demás —explica con su voz alegre su hermana Nathalie Kyenge—. Cuando de niñas íbamos a la aldea, siempre acababa regalando sus cosas a los chiquillos de allá y, más tarde, en sus primeras etapas como médico, aunque no tuviera mucho dinero, involucraba a otros doctores e iban a Congo a hacer intervenciones a quienes no podían permitírselas.

La aldea a la que Nathalie Kyenge hace referencia lleva el mismo nombre que ellas, Kyenge. Su padre, Clement, al que todo el mundo conoce como Kikoko, gerente jubilado de una empresa de exportación de cobre y cobalto, es, igual que sus antepasados, el jefe de la aldea, situada en un altiplano de la provincia congoleña del Katanga. Kikoko tuvo cuatro mujeres, de las cuales tuvo treinta y ocho hijas e hijos, y un total de ochenta y cinco nietas y nietos. Cécile y Nathalie son hijas de Mathilde, ama de casa que soñaba con ser maestra, madre también de otras cuatro hijas y tres hijos, quien murió hace algunos años. El hecho de que la ministra provenga de una familia polígama y cristiana tampoco ha pasado desapercibido en Italia. Poco después de su nombramiento, el entonces eurodiputado de la Liga Norte Matteo Salvini —hoy secretario del partido— ironizaba: «Si para ella la clandestinidad no es un delito, problema suyo, pero espero que no tenga intención de traer a todos sus hermanos aquí, porque tendríamos algún problema de espacio». Sobre este punto Kyenge no se cansa de repetir, con su leve acento francés: «Crecer en una familia polígama no significa que compartas esa visión de la vida, pero no reniego de mis orígenes».

Cécile Kyenge Kashetu (éste último es su nombre en un dialecto de la lengua bantú bemba) creció en una gran casa con jardín de una zona céntrica de Lubumbashi, la segunda mayor ciudad de la República Democrática del Congo. Vivió allí con su madre Mathilde, sus cinco hermanas, tres hermanos y un número variable de tíos y primos mientras su padre iba y venía de las casas de sus cuatro mujeres. Hablaba swahili en casa y francés en la escuela privada belga, donde el padre quiso que cursara la primaria, «por ser siempre la primera de la clase», asegura su hermana Nathalie. La gran mayoría de sus compañeros eran hijos de belgas que trabajan en Congo.

—Yo creo que el racismo lo ha vivido desde entonces —dice Nathalie, que tiene ocho años menos que su hermana ministra—. De niña era la que siempre nos preguntaba: «¿Has estudiado? ¿Has hecho eso? ¿Has hecho lo otro?» Era muy rigurosa y las demás le temíamos mucho.

—Siempre ha sido a la Thatcher —coincide su hermana Dora, también hija de Mathilde, afincada desde finales de los ochenta en la cercana región italiana de Marche.
—Cuando la veo en la tele, de ella reconozco ese faceta inflexible, el hecho de que no te permite entrar en su mundo si no te conoce— dice Nathalie—. Su otra faceta, la de la hermana con la cual Dora y yo todavía nos sentamos en la cama, reímos, comemos palomitas y jugamos a lanzarnos cojines, no la enseña para protegerse.

Apenas después de llegar por primera vez a Roma, un día de 1983, con su visado turístico, Kyenge descubrió que la beca que el obispo de su ciudad le había ayudado a conseguir para estudiar medicina en la Università Cattolica de Roma, se había desvanecido: no estaba, no existía. Y ella, de ese modo, quedó a la deriva, sin dinero, sin casa, sin saber adónde ir. «Crecí de un día para otro. No sabía adónde ir a dormir ni qué comer», recordó en un momento de su visita oficial a Cerdeña el pasado noviembre. En la sala el silencio era absoluto mientras, con la voz pausada y mirando al vacío, Kyenge recordaba: «Fui a pedir ayuda a un cura y juntos buscamos maneras de que yo pudiera quedarme». El hombre, el padre Bekes, que Kyenge encontró por casualidad mientras buscaba a otro cura con un nombre parecido, era un refugiado político de Hungría. Él movió sus contactos entre las comunidades religiosas hasta llegar a Adele Pignatelli, de la parroquia de Santa Barbara, médica y directora de un grupo de misioneras laicas, quien la ayudó a conseguir los papeles y, más adelante, a establecerse en Modena. Mientras, en Roma, donde consiguió matricularse en la facultad de medicina, el padre Bekes seguía a su lado. «Los primeros tiempos fueron muy duros. En algunos momentos de desesperación, él me llegó a aconsejar volver a Congo e incluso se ofreció pagarme el viaje», recuerda la ministra cada vez que se le pregunta. «Yo quería ser médico: no vuelvo atrás sin obtener antes lo que estoy buscando, le dije».

Mientras estudiaba la universidad, vivió en un colegio de monjas, en el campus de La Cattolica. Para pagarse los estudios, trabajó como cuidadora de personas ancianas y de niños. Paralelamente, estudiaba italiano. «Aunque a veces pensaba renunciar a mi sueño, en realidad las dificultades me han fortalecido. Me he salvado gracias a los libros, que siempre traía conmigo y leía de la mañana a la noche».

Lo primero que se ve al entrar en lo que fue granero de una casa colonial, propiedad del ayuntamiento de Modena y que hoy acoge la Casa de las Culturas de la ciudad, es un gran cartel con la cara de Cécile Kyenge Kashetu. Justo debajo, la misma cara aparece en la portada de varios folletos informativos. Y es que Kyenge fue, en 1999, una de las impulsoras de la asociación de asociaciones italianas y extranjeras que constituyen la Casa delle Culture. Estamos en el Silicon Valley de los motores (la tierra de Ferrari y Lamborghini), la patria de Pavarotti, la cuna del voleibol italiano. Fue aquí donde a principios de los años noventa, y con una licenciatura en medicina obtenida con las más altas notas, la futura ministra se estableció para especializarse en oftalmología.

—Cuando, tras llegar entre las primeras en el examen de acceso al curso, vino a hablarme, me dijo que quería ser oculista porque en su país hacían mucha falta— recuerda Roberto Guerra, que fue director de la especialización en oftalmología de la Universidad de Modena desde 1986 hasta 2002, cuando se jubiló—. Me explicó que quería volver a su país tras los estudios; yo le dije que ya lo veríamos cuando acabara, ya que en mi experiencia, menos los griegos, nunca volvía nadie. ¡Y hecho! —dice, entre risas.

Efectivamente, la ministra explicó, en una entrevista, que «mi idea original era volver a Congo, pero me enamoré de Italia». También se enamoró de un joven de Modena, Dominico Grispino, al que todo el mundo conoce como Mimmo.

—Me habían operado de la córnea en el hospital de Modena, y me había hecho amigo de los médicos, así que cuando ella entró a formar parte del equipo, durante la especialización, nos conocimos— recuerda, sentado en una sala de reuniones del Consorcio Actividades Productivas de Modena, del que es director. Grispino, de cincuenta y nueve años, es corpulento y de baja estatura. A diferencia de la ministra, que en sus actos públicos siempre viste de forma impecable, Grispino lleva una sudadera, tejanos y gorra. Tiene un pasado de músico rockero, y se le nota. Y si no se notara, lo cuenta con placer. Si se le pide, deja también escuchar, con evidente orgullo, «Cécile», la última canción que escribió, en 1992, y que reza: «…con tus ojos podría dar luz a este mundo, contigo borraría los días en los que he tocado el fondo…».

—Me impresionó su recorrido, que denotaba determinación y valor: hay que tener mucho carácter para irse de África tan joven y sin seguridades. Yo, la primera vez que viajé al extranjero, tenía treinta y nueve años. Fui de vacaciones, y lo hice con mi mujer y mis hijas.

Grispino ha aparecido recientemente en una entrevista concedida a Libero, durante la cual cargó contra el Partido Democrático, que defino como una «máquina de hacer dinero», y contra el responsable de la oficina de prensa de su mujer, por ser «un mal consejero impuesto por el partido» y «excesivamente controlador». También dijo que su mujer no habría podido liderar un ministerio con cartera «porque no tiene capacidades de gestión (de dinero)». La reacción de la ministra no se hizo esperar: el día después, en una nota a las agencias de noticias, Kyenge se diferenció de las declaraciones de Grispino, afirmando que «todas mis decisiones políticas y personales son totalmente autónomas». Y justo después, en una repentina entrevista a Vanity Fair, anunció una «necesaria pausa de reflexión» añadiendo una amarga frase: «Si es el hombre quien tiene el control económico, todo bien, pero cuando de repente éste pasa a la mujer, algo en la pareja cambia».

Pero no era la primera vez que Grispino se exponía en terreno enemigo. Meses antes, en el programa de radio La Zanzara, el mismo en el que el euro parlamentario Borghezio había lanzado insultos a la ministra, Grispino había admitido haber votado, en las últimas elecciones locales, a un político de la Lega Nord.

Dos años después de que ambos se conocieran, en 1993, nació su primera hija, Maisha, hoy estudiante de moda en la universidad La Sapienza de Roma. Por ese entonces, Kyenge estaba acabando la especialización en oftalmología. A pesar de haberse graduado con notas muy altas, no pudo acceder a los concursos públicos, porque no tenía la ciudadanía. «A causa de dificultades como esta, me comprometí a nivel de sociedad civil y luego entré en política», explicó en una entrevista.

—Cécile es una persona convencida de que hay que darlo todo para mejorar la sociedad en la que se vive, y no sólo lo piensa, sino que lo pone en práctica —dice Valter Reggiani, presidente de la Casa de las Culturas de Modena y presidente de la consulta provincial de Modena para la inmigración.

Tras trabajar una época como sustituta de médicos de cabecera, Cecile se casó con Mimmo en 1994, y ella postuló a la nacionalidad italiana. En los últimos veinte años, y hasta dejarlo todo para dedicarse a su trabajo en el ministerio, para el que se ha traslado a Roma, Kyenge ha estado muy activa en la sociedad civil y en la política. En 2002 fundó la asociación intercultural Dawa, que en swahili significa magia, medicina. (El diario Libero ha llevado recientemente a cabo una investigación que demostraría irregularidades administrativas en el funcionamiento de la asociación, como la falta de cobertura de seguro a sus voluntarios). Y desde su primera experiencia política como concejal, en 2004, fue ocupando puestos que implicaban cada vez responsabilidad mayor dentro del partido: del ayuntamiento a la provincia (responsable del Foro Cooperación Internacional e Inmigración, concejala provincial comisión Bienestar y Políticas Sociales), y de allí a la región (responsable políticas de Inmigración para Emilia Romagna).

—Aunque en la última década haya estado ocupadísima entre política y asociaciones, ha sido una madre muy presente y nunca nos ha hecho faltar nada. Aún hoy, siempre consigue encontrar el tiempo para mí y para mi hermana —cuenta Giulia.

Hasta abril de 2013, Kyenge fue también presidenta del comité científico del instituto Fernando Santi, que se ocupa de asistencia y protección a personas italianas en el extranjero e inmigrantes en Italia, y portavoz nacional de la red Primo Marzo, que en 2012 organizó la primera manifestación nacional de personas inmigrantes. En 2011 participó, en Goreé, Senegal, en la elaboración de la Carta Mundial de las Personas Migrantes («para la libre circulación y contra las segregaciones»).

—El primer día en Goreé no había manera de arrancar con los trabajos y entonces pidieron a Cécile que gestionara la asamblea —recuerda Dante Farricella, fotógrafo y agente de comunicación, ex vecino, amigo y colaborador, quien fue con ella a Senegal—. Aplicando una metodología casi hospitalaria, donde cada uno tenía cinco minutos para hablar y ni un segundo más, en dos días consiguió cerrar el trabajo e incluso antes de los tiempos previstos. Esto es un buen ejemplo de cómo es ella.

Ella misma contó que, en vísperas de conseguir su primer cargo político (concejal por el partido DS, el actual Partido Democrático, en 2004), padeció «la peor de las discriminaciones», cuando durante la campaña electoral entró con su hermana Dora a dejar unos folletos en una fábrica de ropa.

—Abrimos la puerta, y sin siquiera darnos el tiempo de explicar a qué veníamos, el jefe nos llenó de insultos, nos llamó «negritas», amenazó con llamar a los carabineros y nos echó —recuerda Dora.
—Cécile vino muy decidida diciendo que quería denunciar y fuimos juntos —recuerda Fausto Cigni, concejal provincial del partido democrático y sindicalista—. Sin embargo, nunca tuvimos justicia, ya que el tipo murió antes de llegar a juicio.

Cigni fue también el fundador del Centro Trabajadores extranjeros de Modena. El centro, pionero en Italia, nació en 1987 como portal informativo, y posteriormente se hizo promotor de una plataforma reivindicativa para asegurar, entre otros, alojamiento y cursos de italiano a personas inmigrantes de la ciudad, justo en los años en los que Italia conocía su primera gran ola inmigratoria extra comunitaria. En 1995, en Modena, en vísperas de la designación oficial de la ciudad como «laboratorio nacional para las políticas inmigratorias», Makangu N’Siala Massamba, ingeniero originario de Zaire, fue nombrado primer concejal del ayuntamiento «de color» de Italia.

—Yo creo que Cécile se ha convertido en ministra tanto porque es una profunda conocedora de los temas de inmigración como porque viene de la experiencia modenesa— opina Cigni.
No concuerda con asignarle ningún rol de experta en la materia el politólogo Giovanni Sartori, quien en una serie de editoriales en Il Corriere della Sera se preguntaba: «¿Qué tiene que ver la inmigración y la eventual integración, con las experiencias de una oculista? Evidentemente nada».

Hay quienes la llaman ministra de la des-integración, Como el periodista Traboni de Il Giornale d’Italia, quien explica:
—El mío no quiere ser en absoluto un discurso racista, pero la integración no es abrir la puerta a todos los clandestinos y sobre todo a los que delinquen; una ministra, que además ha llegado como clandestina y luego ha jurado en nuestra constitución, que dice que la migración clandestina no es delito, no sólo no respeta ni hace respetar las leyes, sino que fomenta la llegada de inmigrantes, que ven desde el extranjero que en Italia puede entrar cualquiera. No piensa en los italianos, quienes a estas alturas son los que corren el riesgo de estar siendo discriminados.

Las críticas a Kyenge han llegado recientemente desde su propio bando político. En una entrevista, el diputado del PD Khalid Chaouki, co-firmante de la propuesta de reforma de la ley de ciudadanía que la ministra apoya y que propuso como parlamentaria, antes de ser ministra, afirmaba: «Hoy un ministerio como el de integración tiene que dar respuestas concretas. Ya no bastan los llantos y las condenas. Es tarea del gobierno darle mayor espacio, pero también suya dar respuestas claras no sólo a los inmigrantes sino a todos los italianos, incluso a quienes la han criticado, sobre cómo debe y puede funcionar su ministerio en una fase tan difícil».

—Hoy, integración significa mantener integrada ya no una minoría de inmigrantes sino a una sociedad con un nivel de movilidad y diversidad cultural mucho mayor con respecto al pasado, y ese es un esfuerzo conjunto de ministerios como el de educación, salud, trabajo. Sin duda, un ministro de integración, y además sin cartera, no puede conseguirlo solo. Lo que sí puede hacer Kyenge es lo que ya está haciendo, o sea una acción cultural, de sensibilización, que también es muy importante —dice  Ferruccio Pastore, del FIERI.

Basta con ver la agenda pública de la ministra para darse cuenta de que gran parte de su actividad en estos meses se ha centrado en viajar por el territorio italiano y hablar con las administraciones locales, las asociaciones, las escuelas, para, como ella misma explica «monitorear las buenas prácticas (de integración) y luego difundirlas».

En agosto de 2013 se consiguió aprobar el decreto ley conocido como «del fare» (del hacer), que incluye numerosas medidas de simplificación para intentar paliar uno de los mayores problemas que pesan sobre Italia, el de una burocracia pesada, lenta, muy poco informatizada, y en gran medida ineficiente. Las simplificaciones relativas a la ciudadanía las propuso la ministra, y siempre las cita como un logro suyo. Básicamente, esas simplificaciones establecen la obligación de la administración pública de comunicar a las personas interesadas, antes del cumplimiento de los 18 años, la posibilidad de pedir la ciudadanía. Si la administración no cumple, el término de un año se aplaza automáticamente. Por otro lado, tras el naufragio que tuvo lugar el pasado tres de octubre cerca del puerto de la isla de Lampedusa, en el que murieron trescientas sesenta y seis personas provenientes en su mayoría de Siria, Eritrea y Somalia, el congreso aprobó un decreto que instituye un fondo de inmigración y aumenta el de acogida para menores extranjeros no acompañados (por un total de doscientos diez millones de euros para el 2013). Reforzar la red de acogida ha sido desde el principio una de las prioridades de Kyenge.

El nuevo secretario nacional del Partido Democrático, Matteo Renzi, incluyó a Kyenge en su equipo directivo y anunció que pedirá al presidente Letta introducir las reformas de las leyes de inmigración y ciudadanía como prioridades.

—Creo que la ministra tiene las manos atadas, ya que tiene delante suyo un parlamento poco favorable a cambios estructurales respecto a las políticas de inmigración e integración —opina la socióloga Calabrò.

La mayoría de las personas consultadas para este perfil coinciden en que, desde un punto de vista simbólico, que Kyenge sea ministra es una señal importante. Ella, por su parte, ha confirmado, en una entrevista al diario español El País, que, a pesar de estar viviendo momentos más duros de lo que se esperaba, «jamás los ataques me han afectado tanto como para pensar en abandonar mis objetivos». E insistió en que no tiene ninguna intención de hacerlo. Lo que queda por ver es qué margen de actuación tendrá. \\

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