El Che: Una odisea africana en el Museo de San Ildefonso

El Che: Una odisea africana en San Ildefonso

Con “El Che: Una odisea africana”, el Museo de San Ildefonso muestra un capítulo poco visitado en la historia de este líder revolucionario.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Ernesto “el Che” Guevara ha sido con los años relegado a la imagen de su rostro y a la de la Revolución cubana. Pero él, el personaje, el revolucionario, el argentino, fue mucho más que acompañar a Fidel Castro en la lucha por la recuperación de Cuba de las manos del dictador Fulgencio Batista. A 50 años del asesinato del líder de origen argentino a manos de la CIA y el ejército boliviano, el Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso nos trae la exhibición “El Che: Una odisea africana” y con ella, un capítulo de la historia de guerrillero del Che que nos lo muestra como persona y no como personaje.

Es muy difícil hablar del Che sin entrar en ideologías políticas ni demagogias. Él mismo se sirvió de ambas para llevar a cabo su cometido, algo tan utópico como esperanzador: liberar a los pueblos de las manos de su férreo enemigo el “imperialismo” occidental que saqueaba (y saquea) las tierras latinoamericanas. Cuando un hombre se delimita a sí mismo en una idea y una misión polarizada corre el riesgo de ser olvidado por la otra mitad de la historia. Y eso es lo que le ha pasado al Che, a quien en los últimos años se le ha preferido ver como el violento sanguinario de La Cabaña que como al revolucionario idealista que quería el bien del pueblo sin tiranos de por medio.

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Tal vez por un avance sin precedentes de los occidentalismos y una globalización de la que ya no se libra ni Cuba, se ha olvidado que el Che era médico de profesión, escribía, leía, fumaba, adoraba a sus padres, a sus hijos y a su esposa Aleida. Todos rasgos que lo vuelven tan humano como aquel que veíamos encarnado en Gael García Bernal y quien después experimentó que ante los ciudadanos indefensos los gobiernos sí emplean la violencia; una que creyó necesaria devolver. Hacer de la causa ajena una propia es lo que divide a los seres humanos en la sociedad en la que vivimos. Hay quienes nunca llegan a nada en concreto y hay quienes son más como el Che, que viajó al Congo para luchar contra los belgas y renunció a una vida tranquila y privilegiada como funcionario. Ni siquiera tuvo que ser congoleño para ir, ni para quedarse: una de las últimas fotos de la exhibición muestra a un “Che negro” pintado al lado de Lumumba en una valla en Brazzaville.

Este conflicto de identidad que le hace al hombre sentirse parte de nada y al mismo tiempo de un todo, fue uno de los factores que convirtió al Che en quien hoy es. El Che, el argentino, en realidad no lo era. Vivió siempre a la espera de liberar a Argentina de las tiranías hasta su muerte en 1967, pero nunca sintió que el momento de hacerlo fuese el adecuado. Y es que en Argentina ya se cocinaba una dictadura como la que azotó el país en 1976, conocida como “Proceso de Reorganización Nacional”. Mientras esperaba para ver cumplido su sueño, el Che luchó en África y en Bolivia, alejándose aún más de su che interior. Muchos aún a día de hoy no hemos escuchado la voz de él, del Che, del personaje, del argentino, pero si la escuchamos en el video que le muestra ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1964 al principio de esta exhibición, veremos que de Argentina no le quedaba nada: una voz con tintes cubanos y populistas, una voz castrista era lo que tenía.

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El Che, a lo largo de su vida y en varias ocasiones, cambió voluntariamente su identidad para camuflarse e involuntariamente para adherirse a las comunidades circunstantes. Cuando partió hacia el Congo, vigilado por la CIA, el Che cortó su barba y sus pintas de guerrillero para, tal vez, convertirse durante unos días en el médico que nunca llegó a ser. En la exhibición, al lado de Fidel y de su carta de despedida donde renuncia a sus cargos de ministro de industrias, ya no parece él. De él solo queda la voluntad de lucha y resistencia que dejó a un lado cuando cruzaba el charco con un pasaporte que por nombre tenía Ramón y que retomó al llegar al Congo, ahora bajo el nombre de Tatu. Su identidad una vez más puesta en duda, pero sus intenciones, nunca.

En el Congo el Che, tal y como cuenta esta exhibición, vivió uno de los episodios de su vida más humanos: sintió las diferencias culturales con los congoleses, la nostalgia y la distancia que le separaba de su familia (al caer su madre enferma, le dedicó una hermosa carta con su faceta de escritor), y la frustración de no poder liberar al pueblo de las garras de los ejércitos internacionales. Un episodio que él mismo definió como una “derrota” y del cual huyó melancólico en una barca con sus compañeros de esta revolución más pequeña.

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Si bien muchos no sabemos que el Che fue al Congo, que fue asesinado por la CIA, que no hablaba con acento argentino o que, en una de las últimas teorías, resulta una posibilidad que Castro y la cúpula cubana lo mandaran a morir a Bolivia, sabemos que es ese rostro que impregna objetos y que algún día venció con su revolución en Cuba. Quedan cosas sin descubrir a causa de las deformaciones históricas o la espalda que le han dado algunos países, como lo ha hecho su propia patria. Pero es por eso que el Che encarna el misticismo que toca a los hombres que se muestran a la sociedad sólo en parte. Son hombres con una fortaleza que demandamos y necesitamos ver, y cuyos sentimientos envían en cartas por debajo de la mesa. Ahora, en esta exhibición, podemos ver las cartas, las fotos, las identidades, la fortaleza y las debilidades de una persona y no un personaje, tirar abajo el misticismo de su figura e imaginarnos cuándo tuvo miedo, cuándo nostalgia, cuándo remordimientos y cuándo plenitud: sentado en la selva, fumando y leyendo un libro, quizás de Neruda o Hegel, esperando el próximo enfrentamiento con su desdeñado enemigo.

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El Che: Una odisea africana
Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso
18 de octubre de 2017 – 21 de enero de 2018
sanildefonso.org.mx

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