Parecerían fuera de este mundo si su música no estuviera atada a la tierra en la que prosperaron y a la comunidad que se refleja con fidelidad en sus canciones. ¿Por qué sin Los Tigres del Norte no hay Peso Pluma ni Natanael Cano? La respuesta no es obvia.
El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los juniors del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.
En menos de un año, Peso Pluma pasó de dar entrevistas en programas dedicados al género regional mexicano a protagonizar anuncios de Netflix. Es un fenómeno musical. Pero su ascenso meteórico se ha topado con pared. En Tijuana, el narco le prohibió presentarse al máximo exponente de los corridos tumbados. La fama del cantante tapatío no puede explicarse sin escudriñar las heridas de un país sometido por el crimen organizado y vecino de una potencia mundial con una guerra declarada contra las drogas.
El gozo de la generación Z, la cachondería latinoamericana, la estética de la calle. ¿Qué hay detrás de este movimiento sonoro, un combo de reguetón, hiphop, rap, merengue, bachata y demás ritmos antillanos que ha llevado a los ídolos de las nuevas generaciones a la cima mundo?