Los caminos paralelos de Picasso y Rivera

Los caminos paralelos de Picasso y Rivera

La exposición Picasso y Rivera: Conversaciones a través del tiempo estará abierta al público en Bellas Artes hasta el 10 de septiembre.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Pablo Picasso ha pasado a la historia como uno de los grandes pintores de la modernidad porque inició de manera temprana la descomposición de la pintura para generar nuevas formas de mirar. También, se podría decir, que fue por estar en el lugar adecuado en el momento justo. Ese lugar fue París, una ciudad en plena ebullición de creatividad y experimentación y que Diego Rivera visitó en varias ocasiones. Ahora el Museo del Palacio de Bellas Artes junto al Los Angeles County Museum of Art presentan Picasso y Rivera: Conversaciones a través del tiempo, una muestra que intenta vagamente generar paralelismos entre la obra de los dos pintores a raíz de la amistad (y posterior enemistad) que tuvieron entre 1914 y 1915.

Picasso y Rivera coincidieron en el París de los inicios de la Primera Guerra Mundial, cuando terminaba la Belle Époque pero sin abandonar las vanguardias artísticas que se fraguaron en sus calles y galerías. No por nada, vanguardias es un término bélico que se genera y mantiene a la sombra de las dos guerras mundiales. A pesar de la tensión bélica en el país, Rivera en sus viajes llegó a conocer a Pablo Picasso, un pintor que se encontraba a la vanguardia artística y que era el representante máximo del cubismo.

Resaltar el modernismo de Picasso no sería pertinente si no fuera porque la exhibición tiene en algún punto una intención reivindicativa, muestra en un video dos anécdotas en las que el artista español sale muy mal parado y en las que se da a entender que en algún momento copió a Rivera un cuadro cubista. Es sabido que Picasso era una persona difícil pero es también osado retomar esa anécdota si el resto de la muestra solamente va a dejar a Rivera en un escalón por debajo del pintor español, en cuanto a modernidad se refiere. Casi diez años antes de ese momento en París, y tal y como nos enseña la exhibición con dos autorretratos que dan la bienvenida al espectador, Rivera pintaba dentro de un clasicismo muy lejos del cubismo que Picasso ya introducía a través de su singular percepción. Ambos autorretratos de 1906 muestran a un Rivera cercano a la academia y a un Picasso muy lejos de ella.

mejores exposiciones para verano ciudad de méxico, int6

El primer núcleo de la exhibición intenta resaltar el academicismo de formación de ambos, pero este solamente vence la balanza de la modernidad hacia al pintor español una vez más. Vemos entonces a un casi costumbrista Diego Rivera con influencias paisajísticas en La parte de Pedro de 1907, mismo año en el que Picasso presentaba Las señoritas de Avignon en el Bateau-Lavoir del barrio de Montmartre, en París. Si bien esto no se menciona, el cuadro de Rivera se coloca al lado de un avanzado y oscuro Picasso con referencias a la tristeza del periodo azul y de los cafés de París llamado Retrato de Sebastia Juñer Vidal que data de cuatro años antes, 1903, y que nada tiene que ver con el Rivera de al lado.

Volviendo a los años parisinos, y en lo que se centra el siguiente eje temático de la exposición, puede ser que durante esos años las obras de ambos pintores sean comparables, siempre considerando que no es una novedad que Picasso hiciera cuadros cubistas entre 1914 y 1915 ya que los hacía desde años antes. El núcleo cubista, conformado en realidad por apenas 4 cuadros y un gouache sobre papel de Picasso es el que realmente puede plantear las “coincidencias” buscadas entre ambos pintores. Como no existe un cubismo ni mejor ni más avanzado que otro, la comparación reside en la capacidad de desintegración de una imagen y la inteligibilidad de la misma y es precisamente ahí donde se aprecian las grandes diferencias. Rivera está aún ligado a una imagen figurativa y pareciera que se limitaba a dividir los rostros de los personaje en tres y sobreponerlas cual abanico al estilo de una máscara de emociones teatrales. Se ve sobre todo en tres retratos de Rivera: El joven de la estilográfica. Retrato de Best Maugard (1914), Marinero almorzando (1914) y El arquitecto (retrato de Jesús T. Acevedo) (1915-1916). Picasso, sin embargo, disecciona completamente las imágenes, genera otras formas encima de los rostros y, en medio del caos, nos da pistas para que a pesar de la descomposición se pueda ver lo que realmente quería representar.

A las diferencias entre los cubismos se suma la del uso del color. Rivera ejecutó un cubismo más colorido pero Picasso no quedó ajeno a él. Como se ve por ejemplo en el cuadro Hombre con bombín sentado en un sillón (1915), Picasso usó un cubismo sintético donde eran más comunes los colores vivos, en comparación con el cubismo analítico de colores terrosos que había desarrollado con anterioridad.

En cualquiera de los casos el cubismo de Rivera es muy incomparable al de Picasso, y viceversa. Mientras que después de esos años cubistas ambos van a dedicarse a explorar y reinterpretar formas clásicas propias de sus culturas de origen, Picasso siempre volverá al movimiento deconstructivo. Muestra de ello es su considerada obra maestra Guernica, la cual hizo en 1937, y fue una de las primeras y tardías incursiones en la política de un artista que, alejado de su patria, reconocía el dolor provocado por los desastres de una guerra civil. Desde la época cubista, Rivera sin embargo será recordado por ser el vocero indigenista de los desdenes de su propia patria pero lo hará usando un estilo propio que ya nada tiene que ver con el cubismo que una vez vio y reprodujo en París, el cual quedará como algo meramente anecdótico para el pintor mexicano. Es precisamente por estos cuadros por los que hay que retomar y querer a Rivera.

Las conversaciones a través del tiempo entre Picasso y Rivera no tiene más en común que la que pudieron tener otros artistas que se hayan formado en la academia y hayan basado alguna parte de su obra en el periodo clásico. Hacia el final de la exhibición se les pone otra vez en comparación con el Popol Vuh de Rivera y la Suite Vollard de Picasso, las cuales están muy lejos estilísticamente y temáticamente la una de la otra. La idea de vanguardia pictórica se recupera en los últimos dos cuadros de la exhibición, los cuales vuelven a alejar la teoría primaria de la exhibición dejándonos ver que la “conversación” entre ambos pintores fue mínima: un retrato abstracto y sintético de Picasso contra un cuadro de temática indigenista y completamente figurativo de Rivera. Cada uno en su estilo y cada cual, a lo suyo.

Comparar la obra de Diego Rivera con la de Pablo Picasso es sin duda una apuesta arriesgada (y ni siquera sé si a ellos les haría mucha gracia). La curaduría de la muestra se resalta ella misma en los defectos dado que la única parte relacional entre los pintores es la cubista, la que además de ser limitada es incomparable y porque en el intento de relacionarles no resalta las auténticas virtudes de la pintura de Rivera sino que lo deja como un pintor atrasado ante la modernidad de un artista que cambió no solo la forma sino la concepción de la pintura. Un modernismo que Rivera experimentó y abandonó pronto y que para Picasso, sin embargo, fue un ideal y un modo de pintar la vida.

Picasso y Rivera: Conversaciones a través del tiempo
Museo del Palacio de Bellas Artes
Hasta el 10 de septiembre de 2017
museopalaciobellasartes.gob.mx

COMPARTE
Lo más leído en Gatopardo
  • Recomendaciones Gatopardo

    Más historias que podrían interesarte.