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Maryse Condé: Eterno regreso al origen

“Yo creo que la responsabilidad de una escritora mujer y negra es la de inculcar en el otro respeto y amor por la diferencia. Para mí esa es la belleza de mi trabajo y de mis orígenes”. Galardonada con el “nuevo” Nobel de literatura en 2018, la escritora antillana reta a través de la palabra las hegemonías. Esta es su historia.

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Guadalupe es un país pequeño, importante para los que han crecido ahí, pero solo mencionado por otros cuando hay huracanes y terremotos. En esta pequeña isla de las Antillas francófonas nació, durante 1937, la escritora Maryse Condé, quien en 2018, en la librería pública de Estocolmo, fue reconocida como la ganadora del primer premio literario otorgado por la Nueva Academia sueca.

Maryse Condé, autora de más de una decena de libros, empezó a escribir cuando era apenas una niña en Guadalupe. Escribía para su familia y sus hermanos, sin embargo, no sería hasta 1976, mientras vivía en Guinea con sus cuatro hijos, que publicaría su primera novela, Heremakhonon. Su protagonista, Veronica Mercier, es una sofisticada mujer caribeña que vive en París trabajando como maestra y viaja al oeste de África en búsqueda de su propia identidad. Condé, muy al estilo de Mercier, tras pasar una infancia privilegiada en Guadalupe, se mudó a Europa a los dieciséis años para estudiar en la École Normale Supérieure en París y más adelante pasó diez años, de forma itinerante, entre Guinea, Ghana y Senegal.

“En Guadalupe –dice la autora– no éramos libres de salir a las calles. Teníamos, en todo caso, que ir acompañados de nuestra sirvienta, una Da como se les decía, o por nuestros hermanos mayores. Debíamos comportarnos de forma correcta. En otras palabras, no podíamos correr, maldecir, ni hablar en Creole. No podíamos interactuar con otras personas; los negros eran demasiado iletrados; los mulatos eran medias castas y, por lo tanto, inaceptables. Así que no nos relacionábamos con nadie. Ninguno era suficiente para nuestra familia.” Para Condé, cuando era niña en Guadalupe, el color de su piel nunca fue un tema de importancia. Fue hasta su llegada como extranjera a París en 1953, un tiempo en el que el racismo estaba viviendo grandes transformaciones, que cobró conciencia de pertenecer al mundo negro. “En ese tiempo, en las aulas y a través de los textos de Aimé Cesaire, fue que me percaté que el color tenía un significado y que ser negro implicaba que tenías un pasado y una historia distinta.”

Los libros de Cesaire, entre ellos su poema Retorno al país natal (1939) y Discurso del colonialismo (1955), serían un parteaguas en la comprensión de la negritud antillana. Cesaire era para los negros antillanos el regreso espiritual a África, la búsqueda del origen y el cuestionamiento por la identidad. Sin embargo, fue Frantz Fanon, cuya obra fue de gran influencia en los movimientos y pensadores revolucionarios de los años 60 y 70, que cambió la percepción de Condé sobre la negritud. Fanon dice que el negro es una invención europea y si Europa no existiera todos seriamos solamente personas.

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Padres de Maryse en Pointe-A-Pitre, Guadalupe / Fotografía vía Maryse Condé: Une voix singulière.

Fue durante sus años en París, entre libros y lecturas universitarias, que Condé forjó una inquietud que la llevaría muy lejos de Francia, rumbo a África. Ahí, como profesora en un instituto en Guinea, forjó una familia, escribió su primera novela y descubrió un talento literario que la llevaría a escribir, en las siguientes décadas, libros aclamados como Los hijos de Ségou (1989), Yo, Tituba: Bruja Negra de Salem (1986) y Barlovento (2008), una obra inspirada en la novela Cumbres Borrascosas de Emily Brönte.

“Me fui a África, porque quería conocer mis origines”, dice Condé. “Sin embargo, más tarde, la palabra origen dejo de ser significativa para mí y me di cuenta que era más importante descubrir quién era. Ser uno mismo. Encontrar una propia voz, un propio camino”. Fue así que tras un divorcio, cuatro hijos, varias novelas y un nuevo matrimonio con Richard Philcox, que Maryse Condé cruzó el Atlántico y llegó por primera vez a Estados Unidos.

Maryse en Pointe-A-Pitre, Guadalupe / Fotografía vía Maryse Condé: Une voix singulière.

Entre UCLA, Columbia, Berkeley y la universidad de Virginia, Condé se convirtió en una académica y no solo en una escritora. En el aula, como en sus libros, dedicó sus clases a explorar y pensar las Antillas, las condiciones de la gente negra alrededor del mundo, ser mujer. En 2004, tras casi veinte años como docente, se retiró como profesora emérita de la Universidad de Columbia, en donde fundó en 1997 el Centro de Francés y Estudios Francófonos. 

En los veinte años que ha pasado en Estados Unidos, primero en Los Ángeles y luego en Nueva York, Maryse Condé ha logrado introducir la literatura francófona como disciplina, haciendo entender a la gente que es una literatura rica, bella, viva y plural, y que es necesario que sea comprendida, apreciada y amada. “Yo creo –afirma Condé– que la responsabilidad de una escritora mujer y negra es la de inculcar en el otro respeto y amor por la diferencia. Para mí esa es la belleza de mi trabajo y de mis orígenes.”

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Maryse Condé / Fotografía vía redes sociales.

Su última novela publicada, Victoria: la madre de mi madre (2010), es la quintaesencia de su literatura, una vuelta al pasado, un retorno al país natal, la búsqueda inagotable de la propia historia, del propio origen. La historia es el producto de la inquietud de Maryse cuando era niña; sentada a la orilla de un piano y ante una fotografía a blanco y negro: un retrato de Victoire Elodie Quidal, su abuela. 

Actualmente Condé, con 81 años de edad, una mujer con nariz robusta, pelo cano e icónicos aretes dorados, vive en Nueva York en un departamento de altos ventanales, ante una ciudad que reta, por la confluencia de nacionalidades, a pensar al otro y reflexionar sobre la diferencia. Originaria de Guadalupe, pero habitante del mundo, Maryse Condé es una exploradora que a través de la palabra ha tendido una literatura que tiene como solo propósito dinamitar las tradiciones, narrar la periferia e ir en búsqueda de la propia voz. “La lengua en la que escribo –dice la escritora antillana– no es ni francés ni creole, es una lengua propia. Yo escribo en Maryse Condé.”

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