Malestar Global: entrevistas a Noam Chomsky • Gatopardo

Malestar Global

“Si queremos cambiar las cosas, tendrá que ser mediante la cooperación, la solidaridad, la comunidad y el compromiso colectivo”. Noam Chomsky, en conversación con David Barsamian, habla sobre las problemáticas más acuciantes del mundo contemporáneo.

Tiempo de lectura: 17 minutos

A sus noventa años, Noam Chomsky sigue siendo una de las voces más pertinaces, activas y lúcidas entre los intelectuales de izquierda del mundo contemporáneo. Malestar global reúne doce entrevistas hechas por David Barsamian –escritor, periodista, director y fundador de Radio Alternativa, de Estados Unidos– a Chomsky, en las que reflexionan sobre las que considera las problemáticas más acuciantes e impostergables de la esfera internacional, trazando una radiografía puntual, erudita y sin concesiones sobre el mundo.

En las entrevistas incluidas en este nuevo libro, editado por Sexto Piso, Chomsky examina los últimos acontecimientos que tienen lugar alrededor del globo: el ascenso del Estado Islámico, el alcance del Estado policial que se ha instrumentado poco a poco en el ciberespacio, el malestar social ante políticas económicas –como las que emanan de la Troika en Europa– que incrementan la brecha de la desigualdad social, los conflictos en Oriente Medio y, por supuesto, el ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. En notas más personales, también aborda su propia infancia en Filadelfia –la relevancia para su formación de una librería de segunda mano en el Nueva York de los años treinta, antes de cumplir los diez años de edad– y su trayectoria hasta convertirse en el disidente número uno de Estados Unidos y del establishment.

Este extracto es una conversación entre Chomsky y Barsamian sobre la migración, la legalización de drogas; las alianzas políticos y sistemas que imponen control sobre la sociedad.

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La petición también menciona los beneficios de la inteligencia artificial. ¿Cuáles podrían ser esos beneficios?

Sería bonito que un robot nos limpiara la casa, nos preparase la comida y condujera nuestro coche. Los robots pueden ser útiles, y a veces hasta muy útiles: por ejemplo, reemplazando a los humanos en tareas muy peligrosas que entrañan exposición a radioactividad y otros riesgos, o sustituyéndolos en los trabajos aburridos y rutinarios. En mi opinión, los sistemas que mejoran nuestra capacidad de vivir una existencia plena, decente y productiva son bienvenidos.

Estamos presenciando la mayor migración humana europea desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué opina de esta creciente catástrofe humanitaria?

Lamentablemente se producen numerosas catástrofes, aunque no deberíamos exagerar su escala. Kenneth Roth, del Observatorio de Derechos Humanos, ha señalado recientemente que si consideramos el número total de refugiados que intentan llegar a Europa, se encuentra por debajo del 1 % de la población.

¿De la población mundial?

No, de la población europea. Para algunos países, como Alemania, esta afluencia es bienvenida tanto desde un punto de vista económico como social. Los refugiados, sobre todo los procedentes de Siria, son personas cultas, de clase media, con formación. Alemania tiene un problema demográfico. La sociedad no se reproduce, por lo que hay una carencia de jóvenes cualificados. Ésta es una de las razones de que Alemania muestre una actitud abierta, en comparación con otros países de Europa.

También otros países han acogido refugiados, ¿verdad?

Sí. Líbano, por ejemplo, un país pequeño y pobre: actualmente es posible que un 4 % de su población sean refugiados. Irán acoge refugiados y también Jordania, en un número elevado. Turquía ha recibido una gran cantidad de refugiados sirios. La propia Siria los aceptaba, hasta que empezó a desmoronarse.

También hay países que generan refugiados. La invasión estadounidense de Irak creó numerosas crisis, entre ellas el ascenso del Estado Islámico, pero también numerosos refugiados. Nadie sabe exactamente cuántos, aunque es muy probable que asciendan a uno o dos millones, además de un par de millones de desplazados dentro del país. Los refugiados huyen de Irak. Huyen de Afganistán. Huyen de Libia después de que la destrozáramos.

Por tanto, hay países que aceptan refugiados, hay países que los generan, y también hay países que los generan y luego se niegan a aceptarlos, como nosotros. Quizá acojamos a unos pocos miles, pero es una cantidad ínfima si se compara con el número de refugiados que crean nuestras acciones. Puede afirmarse lo mismo del Reino Unido o Francia, a menor escala.

Hay que recordar que los refugiados no vienen porque quieran. En realidad, las Naciones Unidas han solicitado ayuda humanitaria para que los refugiados puedan quedarse donde desean, cerca de sus países de origen. Pero sólo han conseguido la mitad de la ayuda solicitada. El modo más humano y constructivo de tratar a los refugiados es contribuir a que permanezcan en o cerca de sus propios países. Lo que implica proporcionar recursos, ayuda y, si fuéramos honrados, indemnizaciones, porque tenemos mucho que ver con las causas de la huida y la migración.

Durante lo que se conoció como la crisis de refugiados de Estados Unidos, que se inició en 2014, el mayor grupo de personas huía de Honduras. ¿Por qué Honduras? Bien, es un país pobre sumido en la violencia y la destrucción generalizadas, pero dicha violencia aumentó considerablemente después de 2009, cuando un golpe militar derrocó al gobierno parlamentario. EE.UU. fue prácticamente el único país que apoyó y legitimó el golpe, que tuvo como consecuencia un acusado incremento de los asesinatos y la represión, por lo que la población empezó a huir. Apoyar un golpe militar tiene sus consecuencias. Al igual que hay consecuencias cuando se bombardea y destruye Libia, o cuando se invade Irak y lo haces trizas.

África suele pasar desapercibida, sobre todo el África subsahariana. Sin embargo, es el epicentro de guerras y destrucción. ¿Por qué no nos llegan más noticias de allí?

Hay una considerable presencia militar estadounidense en África, como ha denunciado el periodista Nick Turse, pero sí que suele pasar desapercibida, como dices. Estados Unidos ejecuta operaciones militares a una relativa pequeña escala y no hay muchas tropas americanas involucradas, por lo que apenas se la menciona. La verdad es que no tenemos constancia de muchas de las atrocidades que suceden allí. ¿Cuántas noticias nos llegan, por ejemplo, del este del Congo, que es probablemente la zona más desastrosa del mundo? Allí han asesinado a millones de personas.

La elección de lo que se difunde o no guarda relación con los intereses de nuestro país, no con lo que es importante.

En este aspecto, uno de los temas de más envergadura es Arabia Saudita, a la que no se vigila como es debido, considerando sus políticas actuales.

Arabia Saudita es un Estado violento y agresivo. Su bombardeo de Yemen está provocando una grave crisis humanitaria. No sólo bombardea, sino que bombardea indiscriminadamente.

Hillary Clinton, que no es precisamente una radical, afirmó: «Los donantes de Arabia Saudita son la fuente de financiación más importante de los grupos terroristas suníes de todo el mundo». ¿Cómo es posible que este régimen feudal, homófobo y misógino haya acabado siendo uno de los principales aliados de Estados Unidos?

Hay una palabra que lo explica: petróleo. Arabia Saudita es el principal productor del mundo. Y también cuenta que son obedientes. Se trata de una tiranía gobernada por una familia. Desde que se descubrieron grandes depósitos de crudo en la década de 1930, se convirtió en un aliado de primera. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial se produjo un conflicto entre el Reino Unido y Estados Unidos sobre quién controlaría el petróleo saudí. Los británicos habían sido el principal actor de la región antes de la guerra, pero Washington los apartó y se hizo con el control de las inmensas concesiones petroleras saudíes. Estados Unidos sigue siendo la fuerza dominante en Arabia Saudita y les envían armas por valor de miles de millones de dólares.

Lo que Hillary Clinton afirmó es correcto. Una comisión parlamentaria europea llegó prácticamente a la misma conclusión: la financiación saudí es el principal recurso de los movimientos yihadistas radicales. Y también es el Estado fundamentalista más extremadamente radical. Cuando los británicos gobernaban la región prefirieron apoyar el islam radical en lugar del nacionalismo laico, y cuando los estadounidenses tomaron el relevo siguieron la misma pauta. Tiene su lógica, el islam radical es un aliado mucho más natural que el nacionalismo laico. Este último siempre planteará la amenaza de que el Gobierno pretenda usar los recursos del país para su propio pueblo. El islam radical tiene un fanatismo propio, pero no se opone intrínsecamente al dominio imperial. Con frecuencia se apoya en él.

La relación especial de Estados Unidos con Israel, que es singular en lo que respecta a asuntos exteriores, es de gran relevancia aquí. Las relaciones entre ambos países siempre habían sido razonablemente cercanas, pero alcanzaron cotas insospechadas en 1967, cuando Israel hizo un gran favor a Estados Unidos y a Arabia Saudita. A la sazón se desarrollaba un importante conflicto: la guerra entre Arabia Saudita y Egipto. Luchaban en Yemen, pero se trataba de un conflicto mucho más amplio: ¿quién iba a ser la fuerza dominante en el mundo árabe musulmán? Egipto era el centro del nacionalismo laico en el mundo árabe, mientras que Arabia Saudita representaba al islam radical fundamentalista.

Israel resolvió la cuestión. Aplastaron los Estados nacionalistas laicos, Egipto y Siria, y destruyeron el nacionalismo laico. No digo que fuesen Gobiernos particularmente atractivos, pero los dirigían nacionalistas laicos. Y fue precisamente entonces cuando cambiaron radicalmente las relaciones de Estados Unidos con Israel.

El Comité de Actividades Públicas estadounidense­-israelí (AIPAC), el principal grupo de presión pro israelí en Washington, ha definido como una «derrota contundente» el acuerdo nuclear con Irán. ¿Usted lo ve así?

Se trata de un caso poco habitual. No solo el AIPAC se opuso al acuerdo, sino también, sorprendentemente, el 100% de los republicanos. Se trata de un compromiso con la disciplina del partido que no suele verse en política, con una excepción: el antiguo Partido Comunista, donde todos tenían que seguir las mismas directrices. Y eso indica que los republicanos han dejado de ser un partido político en el sentido habitual.

¿Y por qué se oponían al acuerdo con Irán? Hasta cierto punto, ponían en práctica el principio fundamental del Partido Republicano desde que Obama salió elegido: destruir a Obama y todo lo que pudiera considerarse un logro de su administración. Si Obama no hubiese firmado el acuerdo, probablemente los republicanos habrían estado a favor.

Su oposición también guarda relación con la evolución de las bases republicanas. Como hemos mencionado, no pueden conseguir votos con sus políticas actuales, dedicadas a los intereses de los opulentos y del sector corporativo; de modo que han movilizado a los cristianos evangélicos y a los nativistas extremos, así como a los perjudicados por las políticas neoliberales de la última generación. A fin de cuentas, los salarios de los trabajadores han vuelto a los niveles de los años sesenta. La renta media de los hogares ha descendido y muchas personas se sienten frustradas y enojadas.

Se trata de unas bases que se movilizan con facilidad, sobre todo las que tienen un componente religioso. En la actualidad, los evangélicos son probablemente la mayoría, o están muy cerca de serlo, de la base del Partido Republicano. Para ellos, la defensa de Israel contra el ataque musulmán es una cuestión de doctrina religiosa. Es lo que dicta la Biblia, por lo que tienen toda una escatología al respecto.

Fue este grupo el que salió derrotado por el acuerdo con Irán, pero sólo temporalmente. Los republicanos tenían la mayoría en el Congreso, una mayoría sustancial. Obama sólo consiguió sacar adelante el acuerdo con Irán porque la mayoría republicana no podía vetarlo. Pero es incuestionable que los republicanos intentarán minar los términos del pacto. Y quizá consigan implementar medidas –aumento de las sanciones, quizá sanciones secundarias en otros países– que lleven a Irán a retirarse del acuerdo. Es posible.

Eso no implica, no necesariamente, el fin del acuerdo. Recordemos que no se trata de un pacto entre Irán y Estados Unidos, sino entre Irán y el denominado P5+1, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania. Francia, por ejemplo, ha establecido una misión comercial agrícola en Irán. Los franceses se unen así a China e India, que durante años han encontrado diferentes formas de esquivar las sanciones estadounidenses utilizando el trueque en lugar de las finanzas, por ejemplo.

Casi todos los países del mundo rechazan la oposición de Estados Unidos al programa de energía nuclear de Irán. Los países no alineados han apoyado vigorosamente, desde el principio, los programas nucleares iraníes. No se les tiene en cuenta en Occidente, pero en realidad representan a la mayoría de la población mundial. Es posible que Estados Unidos acabe totalmente aislado en este punto, lo que no sería extraño pues ya sucede en otros muchos asuntos.

Se invirtieron millones de dólares en una campaña de oposición al acuerdo que incluyó anuncios a página completa en los prin­cipales periódicos y en televisión. No lo consiguieron.

Sí consiguieron convencer a una mayoría sustancial del Congreso. También lograron modificar la opinión pública. Si examinamos las encuestas, vemos que al principio el público estaba a favor del acuerdo. A lo largo de los meses, con el avance de la campaña de propaganda, el apoyó menguó. La última encuesta que vi mostraba unos resultados de un 50% a favor y un 50% en contra, con una ligera ventaja de los que se oponían. De manera que los contrarios al acuerdo sí consiguieron ganarse el apoyo público, así como el del Congreso. No lograron vetarlo, pero sí han llegado a un punto en que podrían desvirtuar el tratado mediante medidas –como las sanciones– que ya están poniendo en práctica. Y no se esconden. Han anunciado lo que van a hacer.

Si soportamos la tortura de escuchar las primarias republicanas, el debate es el siguiente: ¿bombardeamos Irán en cuanto lleguemos al poder o –la posición moderada– esperamos a la primera reunión del gabinete antes de bombardearlo?16 Afirmar que el AIPAC y todo su entramado –no se trata únicamente del AIPAC– fracasaron es un poco engañoso.

Se afirma que después del acuerdo con Irán las relaciones Tel Aviv­-Washington están en su punto más bajo, que se ha abierto un cisma entre Israel y Estados Unidos. ¿Tiene algún fundamento?

Muy poco. En realidad, probablemente Obama es el presidente más pro israelí hasta la fecha, aunque no lo suficiente para los extremistas. Se trata de algo evidente que ya se observaba antes de su primera elección, como señalé en 2008 citando su página web. No tenía un historial muy abultado, pero una de las pocas cosas que hizo como senador, y que promocionó como uno de sus auténticos logros, guardaba relación con la invasión israelí de Líbano. Copatrocinó una resolución en que exigía que Estados Unidos no obstaculizase el ataque israelí a Líbano y que, además, castigaba a cualquiera que se opusiera. Eso es muy extremo. Fue una invasión brutal.

Y como presidente siguió por el mismo camino. En 2011, por ejemplo, vetó una resolución que exigía la aplicación de la política oficial de EE.UU., que es que Israel no debe extender los asentamientos. La expansión no es lo importante, por supuesto; lo que importa de verdad son los asentamientos. Esta resolución exigía que se detuviese la expansión y también señalaba que los asentamientos son ilegales, algo que todos reconocen. Y Obama la vetó.

En el verano de 2015 ocurrió algo más importante si cabe, que apenas se menciona. Cada cinco años se reúnen los participantes del Tratado de No Proliferación. La continuidad de dicho tratado está condicionada a que se avance en establecer una zona sin armas nucleares en Oriente Medio. Fue una iniciativa de los Estados árabes, que han presionado considerablemente para conseguir una región sin armas de destrucción masiva.

Israel, que tiene armas nucleares, no ha firmado el tratado.

Israel, Pakistán e India –todos ellos Estados con armas nucleares que reciben el apoyo de Estados Unidos– no han firmado el tratado. Cada cinco años se menciona el asunto en la reunión de miembros. En 2005, la administración Bush se limitó a no participar. En 2010, Obama bloqueó cualquier discusión sobre un Oriente Medio sin armas nucleares, y lo mismo hizo en 2015. Estados Unidos da un pretexto u otro, pero todos saben que el verdadero motivo es evitar que se inspeccione y supervise el armamento nuclear israelí. Es algo muy grave. No sólo crea una gran inestabilidad en la región, sino que también puede acabar con el Tratado de No Proliferación.

De modo que la postura de Obama supone un gran apoyo para el dominio militar israelí en la zona. Como Israel se ha escorado tanto a la derecha, algunas de las opiniones de Obama se consideran hostiles, pero eso se debe a lo que ocurre en Israel.

Cambiemos de tema. ¿Qué opina de la despenalización parcial de la marihuana en Colorado, Washington, Oregón y California?

Ya era hora. La criminalización de las drogas ha sido un desastre social. Es el principal factor del inmenso aumento de los encarcelamientos. Estados Unidos se encuentra a la cabeza del mundo en lo que respecta a encarcelar a la gente. Se trata de un sistema profundamente racista, como se evidencia en todo: desde las actividades policiales hasta las condenas. Y es profundamente nocivo, incluso después de la liberación de los presos. Los condenados por posesión de drogas, que es un delito no violento, no pueden acceder a viviendas públicas ni conseguir empleo. Lo más racional es la despenalización, al menos de las drogas blandas.

Pensemos en el tabaco, que es más letal que la marihuana, más letal incluso que las drogas duras. El consumo de tabaco ha descendido en función de la escala social, por lo que ahora es más un asunto de clase. Comparado con hace veinte o treinta años, en la actualidad es menos probable que las personas cultas, en cierto modo privilegiadas, fumen. El tabaco no estaba criminalizado. Han sido los procesos educativos los que han llevado a aspirar a una vida más sana, a mejores dietas, etcétera, y la reducción del tabaquismo ha formado parte de dicho proceso.

¿Pondría en la misma categoría al alcohol?

El alcohol también es, en gran parte, una cuestión de clase. Es mucho más letal que las drogas. Además, el alcohol y el tabaco no son sólo extremadamente nocivos para el consumidor, sino también para los no consumidores. Si consumes marihuana, no perjudicas a nadie más. Si bebes alcohol puedes volverte abusivo y violento. Hay numerosas muertes de no bebedores debidas al alcohol –accidentes de tráfico, homicidios y otros–. Sin embargo, el alcohol no está criminalizado; su uso se controla mediante procesos educativos.

La encíclica del papa Francisco sobre el medioambiente, Laudato Si’, generó cierto interés. En su carta, el papa escribió: «El cam­bio climático es un problema global de graves dimensiones», y nos advierte de «una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros». Existe un mo­vimiento que aboga por renunciar a los combustibles fósiles. ¿Estas acciones llegan a tiempo?

Estas acciones son importantes, pero no se acercan, ni de lejos, a lo que debería hacerse. La amenaza es mucho más grave de lo que se afirma. La literatura científica describe un ritmo de destrucción que ya es espantoso y que en cualquier momento podría volverse no lineal y aumentar bruscamente. Sin contar con eso, y ciñéndonos únicamente a los procesos regulares que se predicen, es muy probable que se produzca una subida del nivel del mar en un futuro no muy lejano. Sería sumamente destructiva para países como Bangladesh, con sus llanuras costeras, y ciudades como Boston, que en gran parte acabarían anegadas.

The Guardian afirma que «ExxonMobil, la mayor petrolera del mundo, tenía constancia del cambio climático en fecha tan tem­prana como 1981, siete años antes de que se hiciera público…». A pesar de ello, en las décadas siguientes la compañía invirtió «mi­llones en campañas que negaban el cambio climático».

Es lo que cabe esperar de una sociedad mercantil. Las corporaciones no son instituciones benévolas. No pueden serlo, pues en tal caso no sobrevivirían. Se dedican a obtener beneficios y a controlar el mercado. Ocurre lo mismo con el sistema sanitario: si se deja en manos de compañías privadas, el objetivo de éstas no será la salud, sino intentar hacer dinero con él.

Lo que me recuerda a una pancarta que vi en Seattle durante las protestas «kayactivistas». Los manifestantes intentaban inmovilizar una plataforma petrolífera de Shell que se dirigía a perforar el Ártico. Una de sus pancartas rezaba: «Encontrar otro planeta no es fácil». En términos de cambio climático, ¿qué pue­ den hacer los ciudadanos, además de reciclar?

Reciclar vale la pena, tanto por la acción en sí como por razones simbólicas. Se parece a la desobediencia civil: quizá el acto no consiga ningún fin, pero anima a que otros hagan más. Finalmente, sin embargo, tendremos que pasar de la acción individual a la colectiva. En nuestro mundo eso significa que actúen los Estados, y son las poblaciones las que deben obligar a los Estados a actuar.

¿Ve a las Naciones Unidas como una entidad capaz de imple­mentar tales cambios?

No, las Naciones Unidas sólo pueden actuar si las principales potencias se lo permiten. No es una agencia independiente. De modo que cuando nos preguntamos: «¿Pueden actuar las Naciones Unidas?», lo que en realidad estamos diciendo es: «¿Estados Unidos permitirá que se actúe?».

Volkswagen ha admitido que millones de sus automóviles usaron software para superar las pruebas de emisión. Se ha descubierto que algunos automóviles GM tenían sistemas de arranque defectuosos, un hecho que la compañía conocía y encubrió, lo que pro­vocó más de ciento veinte muertes. Laura Christian, la madre de una de las víctimas, una joven de dieciséis años, declaró: «Aunque nada puede devolverme a mi hija, necesitamos un sistema en que los ejecutivos de la automoción deban rendir cuentas ante los ciu­dadanos, y no sólo por los beneficios corporativos».

No se trata únicamente de los ejecutivos de la industria automovilística. Johnson & Johnson, la gran empresa farmacéutica, se enfrenta a multas de miles de millones de dólares por omitir información en el etiquetado de sus productos. Las instituciones financieras pagan miles de millones de dólares en multas por robar al ciudadano. Pero ésa es la naturaleza del capitalismo: intentar robar todo lo posible. Se persiguen grandes beneficios y una de las formas de conseguirlos es engañando. Y, si te descubren, pagas una multa; ése es el coste de hacer negocios.

Pagan multas, pero nunca van a la cárcel.

A medida que las actitudes y las políticas neoliberales se extienden, aumenta la impunidad. No siempre ha sido así. Si retrocedemos al escándalo de las cajas de ahorro del mandato de Reagan, vemos que muchos de los responsables acabaron en la cárcel. No ocurrió hace tanto tiempo.

Bernie Sanders ha hablado de desigualdad salarial y de la depre­dación del sistema económico en términos muy similares a los su­yos. ¿Cuáles son sus posibilidades?

Es interesante comprobar el gran apoyo ciudadano que está consiguiendo Sanders sin apenas financiación. Evidentemente, Sheldon Adelson no le ha donado mil millones de dólares.

Podemos cuestionarnos muchas de sus propuestas, pero creo que está logrando que la población preste atención a algunos asuntos de suma importancia. Probablemente está presionando a los demócratas para que adopten una dirección algo más progresista.

No obstante, sus posibilidades son muy limitadas en un sistema como el nuestro en que las elecciones se compran, lo que equivale a una plutocracia. Es poco probable que Sanders consiga abrirse camino en este sistema. Sin embargo, aunque lo lograra por una suerte de milagro, tampoco podría hacer demasiado. No dirige una organización política. No tendría congresistas. No tendría burocracia. No tendría gobernado- res, ni legislaturas estatales… Le faltaría todo aquello que puede contribuir al desarrollo de nuevas políticas.

La concentración del poder privado es tan inmensa que podría bloquear a alguien que contase con todos esos sistemas. Por tanto, las posibilidades de que Sanders consiguiese poner en práctica medidas políticas relevantes serían mínimas, a menos que le apoyase un gran movimiento político.

La auténtica esperanza de la campaña de Sanders es que después de las primarias –supongo que no saldrá nominado– el movimiento popular que lo apoya persista, crezca y se desarrolle. Eso sería significativo.

De camino a su despacho he hablado con otra docente del MIT. «Si pudiese hacerle una única pregunta a Noam Chomsky, ¿cuál se­ ría?», le he dicho. Me ha respondido: «Pregúntele cómo lo hace».

Los catedráticos, seamos del MIT o de otras instituciones, somos personas muy privilegiadas. Tenemos una vida bastante acomodada y un grado razonable de seguridad. Tenemos formación y recursos. Disfrutamos de una de las escasas profesiones en que en gran medida somos dueños de nuestro trabajo. Podemos decidir trabajar setenta horas a la semana, pero son nuestras setenta horas. Aunque debemos cumplir con algunos compromisos, gran parte de lo que hacemos es trabajo que elegimos. Se trata de algo muy poco habitual en el mundo. Sí, nos enfrentamos a problemas y obstáculos, y uno puede quejarse de esto o de aquello, pero las oportunidades son enormes, en comparación con las de la mayoría de la gente.

Recientemente regresó a Filadelfia, su ciudad natal. ¿Qué le pareció?

Mi esposa Valéria quería ver el entorno donde me había criado. No ha cambiado demasiado.

¿Sus padres eran muy estrictos con usted?

¿Estrictos? Únicamente en aquello que les importaba. Mi padre, por ejemplo, insistía en que tuviésemos buenos modales en la mesa. Sólo podíamos tomar dos helados a la semana. Asistíamos a la escuela hebrea, a la sinagoga y demás. No es que fueran particularmente estrictos, pero sí había reglas.

¿Cómo se llevaba con su hermano menor, David?

Mi escepticismo sobre el mundo adulto y el reconocimiento de su irracionalidad se formó cuando mi hermano tendría un par de meses. Mi madre me había contado lo divertida que sería la llegada de un hermanito, tener a alguien con quien jugar. Y luego apareció aquella cosa que no hacía más que llorar, interponerse en mi camino y monopolizar la atención de mi madre. Me sacaron de mi habitación y tuve que dormir en un sofá del estudio. No le veía la gracia.

Un día fuimos al paseo marítimo de Atlantic City y vimos a un organillero con un mono. El mono era fantástico, hacía unas cosas increíbles. Le pregunté a mi madre: «¿Por qué no cambiamos a mi hermano por el mono?». No me dio ninguna respuesta razonable, sólo se echó a reír. Y entonces comprendí cuán ridículo es el mundo de los adultos, porque aquel intercambio me parecía de una lógica aplastante.

Pero después nos llevamos bien como hermanos; jugamos juntos y demás.

Hace un tiempo me dijo que tenía malos genes y que no esperaba vivir mucho. Cumplirá ochenta y siete años en diciembre. ¿Cómo ha conseguido engañar a la naturaleza?

No hago nada especial. Ni ejercicio ni ninguna de esas cosas que se supone que debemos hacer.

A medida que envejecemos aparecen dolencias y limitaciones. ¿Cómo las gestiona mientras sigue trabajando al ritmo habitual?

Algunas dolencias menores son de esperar, pero han pasado a un segundo plano desde que conocí y me casé con Valéria, que ha renovado mi vida.

Se lo preguntan inevitablemente en muchas entrevistas: ¿qué le da esperanza?

Las personas que se entregan y luchan, con frecuencia teniéndolo todo en contra –no como nosotros–, con el fin de crear espacios decentes para la vida y un mundo mejor. Ellas son mi fuente de esperanza.

¿Qué importancia le da a la solidaridad y a la cooperación?

Sin ellas no hay nada. Individualmente, en una sociedad atomizada, apenas existe la posibilidad de actuar. Se puede ir en bicicleta en lugar de en coche, pero eso es como querer derribar una montaña de un soplo. Si queremos cambiar las cosas, tendrá que ser mediante la cooperación, la solidaridad, la comunidad y el compromiso colectivo. Así ha sido siempre en el pasado y no hay razones para pensar que vaya a ser distinto en el futuro.

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