Cada año se producen cerca de dos millones de toneladas de caña de azúcar en Quintana Roo, lo que convierte esta actividad en una de las más importantes en la península de Yucatán. Pero en esta industria, la del azúcar, no todo es prosperidad. Miles de familias se movilizan hasta acá para ser partícipes de la zafra, campesinos que se encuentran con largas jornadas y una carga de trabajo demencial. Sus hijos aprenden el oficio desde chicos. Laboran en los cañaverales, arriesgando la integridad, la salud y un futuro ahora incierto.
En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.
Entrar a una casa hogar y tener cuidadoras y un espacio donde dormir, comer, jugar y hacer tareas, es como nacer otra vez. En México esta segunda oportunidad también es una moneda al aire. Existen centros de asistencia que no están preparados ni tienen las condiciones para acoger a niñas y niños que viven en riesgo o en la orfandad. Quienes los dirigen se sienten abandonados por el organismo público encargado de proteger a la niñez. Tan solo en CDMX, el padrón padece irregularidades e inercias difíciles de romper.
Francis Alÿs lleva tiempo recogiendo fragmentos y escenas de niños jugando por el mundo, con pelotas, con cuerdas, jugando sin parar. Detrás de estas dinámicas hay un universo de reglas y roles específicos, una genialidad que conforma la más reciente exposición del artista en el Museo Universitario Arte Contemporáneo.
Mientras los líderes de todos los partidos políticos luchan por el poder, desacreditándose unos a otros, mientras las redes de apoyo presidencial se dedican a denigrar a periodistas por documentar la realidad, hoy desaparecerán siete niñas y niños sin que su país sea capaz de protegerles.