Resistir al destino: Un perfil de Ilse Salas - Gatopardo
ilse salas

Resistir al destino

Brenda Legorreta
Fotografía de Ana Hop


Ilse Salas es una actriz que a través del arte se ha dado espacio para ser escuchada en temas que van desde los carpetazos en el sistema judicial nacional, hasta la despenalización del aborto del movimiento Marea verde o el abuso de poder que se denunció con el #MeToo.

Tiempo de lectura: 18 minutos

Una tarde, hace diez años, me encontré a Ilse Salas en la cantina Covadonga de la Ciudad de México y me contó una historia mística que nunca olvidé. Esa mañana, ella había ido con un adivino, un apache de Estados Unidos que visitaba un par de veces México invitado por unas familias de Polanco. Llegó ahí por casualidad. En ese entonces, Ilse seguía trabajando como conductora en Once Niños, a punto de tomar la decisión de salirse para perseguir su carrera como actriz, y estaba muy intrigada por lo que el oráculo le había revelado. En breve, le dijo que su vocación le iba a rendir muchos frutos, que no podría hacer otra cosa y que debía resistir. También le habló de su involucramiento político en el país, le dijo que su participación sería relevante.

El futuro aquel entonces parecía lejano, pero ahora, como juego del destino, me reencuentro con ella en su ensayo de Medea, una adaptación de la obra original de Eurípides, famosa por la escena trágica en la que la protagonista mata a sus dos hijos en venganza al padre. La adaptación dramatúrgica es de Antonio Zúñiga, y la puesta en escena corre bajo la dirección de Mauricio García Lozano. Ilse ya no es la misma que visitó a ese oráculo. Vestida con una gabardina rosa hasta los tobillos, pelo cortísimo y un café en mano, entra apresurada al estudio de la San Rafael. Me mira a lo lejos, me saluda con la mano, pero se va directo a comentar algo con el director, como si no aguantara un segundo más para darle voz a sus pensamientos.

—Hay que cambiar esa línea —le dice tajante—. Medea debe pedirle matrimonio a Jasón con claridad, no de forma lírica.

Se despertó temprano a estudiar, y tuvo una epifanía: se acordó del divorcio de su mamá cuando ella tenía dos años. El sueño de su madre era casarse por la Iglesia, emigró de Campeche a la Ciudad de México siguiendo a su padre, tuvieron dos hijos juntos, pero luego él la dejó y se casó en gran fiesta con otra (como Jasón).

—Medea debe decir: “Quiero casarme contigo, hagamos una gran fiesta” —añade Ilse, mientras se talla la cara sin una gota de maquillaje, con sus ojos turquesa que llenan el espacio como dos planetas.

Mauricio la escucha, asiente y le da la razón.

“Ilse no es una actriz a la que le puedas decir: ‘Mira, hazlo así’, y así lo hace; imposible”, me comenta después el director. “Ella está sujeta a un proceso bastante más misterioso que tiene que ver con una corriente interior, donde se mezcla su inteligencia, su intuición y su temperamento. Su proceso de entrada es muy intelectual y luego es intuitivo”.

Ésta es la tercera vez que Ilse y Mauricio trabajan juntos, la primera fue en 2012 con Las relaciones sexuales de Shakespeare y Marlowe, cinco años después con Medida por medida, y ahora Medea. La idea fue de Ilse, y él se subió al barco. “Ella tiene un enorme compromiso no sólo con hacer el personaje, sino con lo que la obra tiene que decir en términos de discurso político. Hay una postura muy fuerte con la que hay que dialogar, discutir y empujar para que la obra tenga vida”, añade Mauricio.

El salón del ensayo es un cuarto casi vacío, hay unas cuantas sillas plegables, un catre y un espejo al frente que abarca toda una pared. Podría funcionar perfecto para una clase de ballet o aeróbicos. Los actores entran con familiaridad, se saludan, acomodan sus cosas. Las mujeres se descalzan; Raúl Villegas, quien interpreta a Jasón, no. La atmósfera es íntima y a la vez cotidiana, ellas visten camisones cortos o ropa interior, se sientan con las piernas abiertas. Sus cuerpos están despojados de pudor, como si se vaciaran para ser una herramienta de trabajo que dará espacio a lo otro. Ilse también se cambia ahí mismo. Se pone un vestido de algodón negro largo hasta los pies con tirantes delgados. Todos se estiran, truenan sus huesos, hacen sonidos guturales. El director pide que cierren las cortinas moradas a las orillas del espejo para taparlo, como si el reflejo pudiera ver. Quedamos tras bambalinas.

Ilse Salas Gatopardo

Falda — Maison Mohe

Ilse me presenta con el equipo, y se acerca para ponerme en contexto.

—Lo que vas a ver —me explica— es el esqueleto de una obra. No hemos parado de buscar cómo tratar este texto clásico en el México de hoy. Para mí esto es un Pussy Riot, Medea es la terrorista anarquista máxima del feminismo que dice: “Ya se acabó”. Pero diario le cambiamos el texto, la obra sigue adaptándose.

En la obra original, Medea sale volando en un carro de fuego, los dioses se la llevan al Olimpo, no la castigan. Esta adaptación ocurre en la Merced y ella es una proxeneta que lucha contra el patriarcado y su error trágico es convertirse en una patriarca más. Faltan tres semanas para el estreno. Ilse insiste en que se trata de un momento de montaje, en donde puede parecer que no hay nada. Algo que, en su opinión, siempre pasa en el teatro.

—Son los días de insomnio, los días de crisis, de cuestionarnos por qué estamos haciendo esto, a quién le va a interesar. Ya están vendidos los boletos, y la obra no existe aún… Vamos a explorar hoy.

No exagera, el ensayo es un performance de búsqueda, jamás pensarías que esto ocurre a semanas de un estreno en teatro. Los actores se sientan en el suelo alrededor del director, repasan lo que los convoca ahí. Hablan de la esclavitud no sólo como un orden económico, sino también como algo emocional. Discuten la orfandad del padre. Ilse es la que más participa, cuestiona, interrumpe y bromea. Es la protagonista indudable, 2019 se lo ha dedicado por completo a este proyecto.

La obra inicia con un dolor, el grito de Medea que es también un grito coral. Después viene el proceso de conciencia, las digresiones de lo ocurrido. Dos personas de producción abren un rollo grande de plástico y comienzan a envolver a Ilse de cuerpo completo.

—¿O sea, un capullo? —ironiza.

Dentro de ese material transparente, se acuesta en el piso, tratando de no quitarse el oxígeno.

—¿Sufres si lo estiro? —le pregunta Mauricio.

—Sí, sí sufro —responde Ilse y hace una especie de ventanita con el plástico para que entre el aire.

Afuera, la ciudad acontece entre sonidos de ambulancias y taladros de una construcción vecina. En el estudio guardan silencio, se concentran. Medea empieza a gemir. Una y otra vez. Una y otra vez. Son gemidos de dolor. Su monólogo habla sobre el cuerpo. Las otras cuatro actrices entran a escena, son las prostitutas y el coro, se aproximan y la atacan con violencia. Ella continúa su llanto hasta que poco a poco las demás se contagian del mismo dolor. Medea se arrastra. Entre aullidos, como lobas, la abrazan, la lamen, le arrancan el plástico. Lloran… y por unos segundos el ruido exterior desaparece, se suspende por instantes la realidad, como si algo verdadero ocurriera ahí adentro.

“El ensayo es el momento en que lanzas al río el barquito que construiste. Entonces, lo ves discurrir a veces entre aguas calmadas, y otras, agitadas y rápidas. Es muy impredecible, pero también emocionante”, afirma Mauricio. En la siguiente escena, participan Medea y Jasón, la trabajan una y otra vez por más de una hora. Ilse lo hace siempre de una forma diferente. Ajustan diálogos, definen momentos de contacto visual. Repiten la misma escena. Una y otra vez.

—No debe ser algo romántico, sino un código de negociación —dice Mauricio.

Ilse sale y vuelve a entrar a personaje sin esfuerzo. Es ágil para brincar de la broma a la concentración, del llanto a la pregunta de fondo. A veces se le olvidan los diálogos, se disculpa.

—Va otra vez, lo hice todo mal
—patalea divertida.

Cada que puede hace chistes, mantiene el humor, mientras avanza la mañana y el calor se vuelve insoportable. El director los mira fijo, intenta meterse en ellos. “Yo estoy aquí porque quiero, y me voy a ir cuando quiera”, dice un diálogo de Medea. Siguen los taladros, los claxons. Sudamos todos.

—Estamos fracasando —dice Ilse y suelta una carcajada.

—No, nos estamos dando cuenta —apunta Mauricio.

Y todo continúa, a pesar del calor, del ruido, no claudican. Hay otro encuentro entre Medea y Jasón, que es una coreografía entre los dos cuerpos. A Ilse le tiemblan las piernas del esfuerzo. No sale a la primera, va de nuevo.

Ilse se formó en el Foro del Teatro Mexicano de Ludwik Margules. La escuela era una casa antigua, en la colonia Roma, que solía ser una funeraria. Ahí se forjó algo que aún resuena en ella, una mística del teatro de esos viejos maestros y un rigor al oficio. Los obligaban a hacer de todo, desde barrer entre las butacas hasta construir escenografía. Son cuatro años de hacer, ver y hablar sólo de teatro: Brecht, Chéjov, Shakespeare. Enseñaban todos los métodos, Stanislavski, Mamet, Meisner, para después despotricar contra ellos. El mejor camino, según esta escuela, era encontrar la emoción verdadera como cada quien quisiera. No forzarla. Estudiar hizo que Ilse se enamorara de su oficio. Para ella, el teatro es lo más cercano al fracaso, es en donde se enfrenta al conflicto y a su vulnerabilidad, pero por eso le apasiona. La sensación la describe como cuando estás a punto de dar un salto al vacío. Hay que arrojarse.

El ensayo es exhaustivo. Termina a la hora de la comida, descansan por la tarde y al día siguiente, va de nuevo. “Ilse es indomable”, asegura Mauricio, “lo cual la coloca en el territorio del hallazgo genial al que siempre llega. Es a través de estos destellos con los que construye una estructura que le permite hacer la función 40 veces sin nunca bajar el nivel. Es una actriz muy segura, pero también respeta su viaje indomable, incluso para sí misma”.

Esa noche, Ilse me manda un mensaje: “Es muy íntimo lo que viste. ¡Shh!… Y no te asustes, te juro que va a quedar algo interesante”.

Ilse Salas Gatopardo

Vestido — Louis Vuitton

***

Hablo de política con Ilse mientras la maquillan en nuestro segundo encuentro. Ella está sentada frente al típico espejo de camerino con focos redondos en el marco. Estamos en un estudio de fotografía en la San Miguel Chapultepec para realizar la sesión de portada.

—¿Quién crees que mató a Colosio? —le pregunto directo, aunque no espero respuesta.

Este año estrenó Historia de un crimen: Colosio, la serie de Netflix, en donde interpreta a Diana Laura, la esposa del candidato priista, quien padece cáncer de páncreas y muere meses después del asesinato de su marido en 1994. Ilse me cuenta que hay una cantidad importante de abogados detrás de los escritores y los involucrados en la serie, así que no deben decir nada de estos temas porque podrían ser acusados de difamación.

—La trama te revela algo que ya todos sabemos, pero te lo pone en la cara: que la impunidad y la corrupción vienen desde los altos mandos. Que el sistema de justicia mexicano es un cochinero. Toda la veracidad de las investigaciones fue minada por las propias autoridades.

Ha escuchado las críticas negativas a la historia respecto al enaltecimiento a Colosio y la caricaturización del presidente Salinas. Su amigo, el Cuate Cárdenas (Cuauhtémoc Cárdenas Batel), le dijo que Colosio no era el santo que la serie presenta. Para Ilse, la historia no se trata de eso, reconoce que puede ser un error del capítulo uno, pero reitera que el resto de la serie se centra en Diana Laura y en el detective Benítez, que sí existió.

—Cuando terminé de leer el guion, sentí rabia. Hay carpetazos como el de Colosio, pero también el de los 43. Esto pasó y se acabó, verdad histórica, ya, lo que sigue. Es indignante.

El nivel de densidad de nuestra conversación entre cosméticos de todas las marcas de belleza es un símbolo de la personalidad de la actriz. Ilse Salas transita entre el mundo de la moda y el activismo político con fluidez. Es una actriz que usa a la artista radical serbia, Marina Abramović, como su inspiración para Medea, y a la vez disfruta vestirse de Chanel. Mientras la siguen maquillando, decide lo que le gusta y lo que no. En su opinión, fue muy brutal interpretar un caso con personajes reales que, además, todavía ocupan un lugar en la política mexicana. Menciona a Beltrones, a Córdoba Montoya. La hipótesis de la serie, a su juicio, es comunicar que hay algo más poderoso detrás de los políticos: el crimen organizado.

—La historia da indicios de que ellos son los que mandan, de forma violenta y sangrienta, y es algo contra lo que no hemos podido luchar hasta hoy.

En esos días se estrenó también el documental, 1994, de Diego Enrique Osorno. Ilse conoce al reconocido periodista, y afirma que gracias a él contactó a Agustín Basave, quien a su vez la acercó a los hijos de Diana Laura. Le parece genial que ambas series compartan espacio en la televisión, pues se hacen eco.

—Diego hizo una investigación impresionante. Platicamos mucho sobre el tema. Te voy a confesar algo…

Hace una pausa, se mira al espejo, respira y continúa.

—Al terminar de grabar la serie, luego de todas las conversaciones que tuve con tantas personas, mi sentir es que no fue Salinas.

Se refiere a Carlos Salinas. Del hermano, Raúl, descubrió cosas interesantes, como un sitio web (raulsalinas.mx) en el que se expone un amplio perfil de su biografía: quién es, sus libros, artículos periodísticos, sus procesos judiciales, su inocencia ante la acusación de ser el autor intelectual del homicidio de José Francisco Ruiz Massieu, y hasta una galería de fotos; también escuchó rumores de que Raúl tiene en su casa un cuarto dedicado a Colosio, como un altar.

Terminan el trabajo de maquillaje, quedó muy natural, con detalles finos que resaltan aún más sus propios atributos. A ella también le gusta lo que ve en el reflejo. Falta el peinado. Platica con la fotógrafa Ana Hop; no se conocían en persona, pero conversan con naturalidad y apertura. Se mencionan nombres de referencias como Tilda Swinton e Isabella Rossellini. Una vez definido el look, hablamos de la Cuarta Transformación, la política principal de estado del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Ilse está algo decepcionada. Entiende la austeridad republicana ideológicamente, pero los recortes a la cultura le parecen dañinos. Su voz se hizo escuchar en la política desde hace ocho años, cuando Javier Sicilia inició el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y ella junto con otros trabajadores de la cultura, como Daniel Giménez Cacho, crearon el colectivo El grito más fuerte, en donde ejercen presión con firmas o actos artísticos para causas que buscan generar paz.

A la fecha, Alejandra Frausto, la actual secretaria de cultura, no los ha recibido. Ahora Sergio Mayer (el presidente de la Comisión de Cultura en la Cámara) ha sido más accesible. Han platicado también con Jesusa Rodríguez, senadora de la República Mexicana por Morena, y con Susana Harp, senadora de la LXIV legislatura en representación del estado de Oaxaca.

—Hay algo muy violento para mí cuando nos dicen: “Todo va a estar bien, ya no cuestionen”.

A últimas fechas, su colectivo unió esfuerzos con Seguridad sin Guerra y el Día Después para el tema de la Guardia Nacional. Ilse asegura que tiene una vena política. Su interés ahora está en crear impacto para abolir la polarización que se intenta implantar en la sociedad entre los “amlovers” y “conservadores o fifís”.

Cuando por fin está lista para empezar con las fotografías, nos dice que le duele mucho el estómago, siente que tiene algo de colitis, está inflamada y no es algo que le pase seguido. Se toma una medicina que alguien le comparte, confiando en que le ayudará y se viste con el primer cambio sin volver a mencionar su malestar. Cada prenda que se pone le queda a la perfección. También hace bromas al decir cosas como: “Qué incómodas estas botas, nunca se las compren”, sabiendo que son unos zapatos de miles de dólares. La sesión fluye con rapidez. Los comentarios en general indican que nunca imaginaron que con tantos cambios terminaríamos tan temprano.

Antes de irnos, Ilse le da su celular a Ana Hop, y le pide que por favor le tome unas cuantas fotos. Entonces se suelta, juega mucho más, se arrastra por el piso de forma felina. “A Ilse le gusta explorar la danza, mover su cuerpo”, asegura Marina de Tavira, “fíjate cómo juega al hacer sus fotos. Es capaz de descomponer su cuerpo, de ponerse a sí misma todo el glamour y la belleza, pero también todo lo contrario. Hay algo en ella muy genuino y honesto, que no está tratando de ponerse siempre una máscara, sino que puede mostrar todos los matices de lo que puede ser una mujer. Hasta cuando se está desmaquillando”. Es cierto. Ana le sigue el ritmo y se entretienen por un rato.

Después nos pide tomarles una foto a las dos juntas sentadas, fotógrafa y actriz, viendo a la lente. Es material que usará en su Instagram, un espacio que califica como “egoteca”; ahí sólo publica fotos en donde sale bien, en una fiesta o festival, o una sesión como ésta. “Y al que no le guste, ni modo”.

—Disfruto hacerle a la moda —me dice al despedirse—. Pero ahora salgo como yo quiero, antes no. Antes me ponía, y hacía, lo que me decían. Ahora estoy más grande y fuerte. Yo decido.

Ilse Salas Gatopardo

Blusa y top — Maison Mohe / Falda — Chanel SS2019

***

La voz de Ilse suena desde el segundo piso cuando la espero en el comedor de su casa, es nuestro último encuentro. Le pide a Caro, la señora que trabaja con ella y le ayuda con sus hijos —Tomás, de seis años, y Martín, de dos—, que por favor suba porque si no, ella no puede bajar. Vive en el corazón de Coyoacán, al final de uno de esos callejones solitarios en donde es mejor llegar a pie porque apenas caben los coches. No fue fácil encontrar el número por afuera de la puerta. Una señora en sandalias me vio perdida, me preguntó a cuál iba y su referencia fue: “Es donde está echado el perro enfrente”.

Por dentro hay un patio alargado y dos casas apretadas. En esta pequeña vecindad, todos están nominados al Ariel, la 61a edición de este año: su vecino, Leonardo Ortizgris, por Coactuación masculina en Museo; su esposo, Alonso Ruizpalacios, por Mejor dirección también de Museo; y ella por Mejor actriz de Las niñas bien, de Alejandra Márquez, que recién estrenó. Ellos viven en la casa del fondo, la cual pertenecía antes a la escritora mexicana Guadalupe Nettel. De hecho, la Revista de la Universidad a su nombre les sigue llegando por correo; en lugar de cancelárselas, ella les regaló la suscripción.

Se nota que en esa casa les gusta el café. En la barra de la cocina abierta tienen una de las mejores máquinas para hacerlo, de esas de barista en restaurante. En cuanto Ilse baja, prepara dos tazas, mientras acomoda algunos trastes y cambia una bolsa de la basura orgánica. De la nada, se acuerda cuando leyó un artículo de Gatopardo, en donde la cineasta argentina, Lucrecia Martel, también le prepara un café a la periodista que la entrevista. No siempre ha vivido en Coyoacán, creció más al sur de la ciudad, en Tlalpan. Tuvo una infancia a su parecer muy “normal”: padres divorciados, problemas de dinero, crisis adolescentes (en su fiesta de quince años se puso un vestido negro), cantaba en una banda de música que se llamaba Libélula. Siempre ha sentido que tiene cosas que decir.

—¿Y qué le dijiste al sub Galeano cuando lo conociste?

—Le hice un chiste —me cuenta y se ríe.

En noviembre de 2018, dos días después de terminar de grabar Colosio, se cortó el pelo y viajó a las montañas del sureste mexicano con los zapatistas al primer festival de cine “Puy ta Cuxlejaltic” (Caracol de nuestra vida). Vivió una dosis de misticismo y dignidad, se reconcilió con lo que fue de joven, con los ideales que tuvo, se percató de que “otro mundo es posible”. El sub Galeano le entregó un reconocimiento por ser una voz importante en el cine mexicano. Es una manzana de madera tallada por los zapatistas, la cual conserva en un librero en la entrada. Me la enseña con orgullo.

—Es todo un misterio. Nunca sabes cuándo va a llegar el sub. De repente sale de la selva entre la niebla.

Al terminar la ceremonia, Ilse se atrevió a pedirle una foto juntos, lo cual ocasionó un desorden porque más personas quisieron lo mismo.

—No me acuerdo qué le conté pero nos reímos mucho, y me dijo: “Ve lo que ocasionas”.

Ilse mostró Las niñas bien en este festival. Al principio se cuestionó si era correcto presentarla en un contexto que contrastaba tanto con el de la película: una audiencia de personas que luchan por sus tierras versus la historia de Sofía de Garay, una mujer de clase alta que pierde su estatus durante la crisis económica en el México de 1982. Lo cierto es que la película no trata el tema con ligereza, más bien, reafirma que el patriarcado no distingue clase social y destaca cómo estas mujeres, si bien no van a ser asesinadas, son parte del sistema por la falta de autonomía.

—La película fue un éxito entre los zapatistas. En la escena cuando Sofía dice que no pasó su tarjeta en El Palacio, todos se morían de la risa. Y yo les decía: “Bueno, ése es un problema para ella, ¡muy grave!” —se ríe.

Ilse se quitó el prejuicio que tenía, se dio cuenta de que el cine es un canal que traspasa fronteras y que ella no está para juzgar quién debería o no ver Las niñas bien.

—El arte como un vínculo generador de paz, de empatía e identidad y encuentro es muy poderoso. La cultura no es fifí.

Mientras hablamos aparecen sus hijos como actores secundarios, entran y salen de escena a cada rato. Tomás nos dice que encontró una hormiga. “No la mates, namás ten cuidado que no te pique”, le responde Ilse. Cuando nos interrumpe por segunda vez, su mamá le explica: “Hemos hablado mucho del respeto a los adultos, sé paciente, si quieres estar aquí en la conversación quédate con nosotras, pero no interrumpas”. Después Martín llora a lo lejos. “Ahí oyes mi vida diaria”, me señala. Sin embargo, no pierde el hilo de la conversación.

Tomás, su primer hijo, acababa de nacer hizo Güeros en 2014, dirigida por su esposo y ganadora del Festival Internacional de Cine de Berlín. Y de Martín justo cuando la habían invitado a hacer Las niñas bien. Ella asumió que no la iban a esperar y renunció. “Por supuesto que esperamos a Ilse”, cuenta Alejandra Márquez, la directora. “Y ese tiempo nos dio chance de trabajar mejor el personaje. Para mí, no había nadie más que pudiera sostener este papel. Necesitaba a una actriz que no redundara al personaje. Ilse es alguien que entra en el canon físico de lo que es una niña bien; es decir, un grupo chico de mujeres blancas acomodadas, pero tiene un alma izquierdosa, radical, con mucha agenda social. Yo sabía que de esa incomodidad que le provocaba interpretar a Sofía iban a salir chispas”.

En esa producción las mujeres fueron mayoría. Se les facilitó hacer comunidad y se procuraron las condiciones que toda película debería tener: locaciones aptas para llevar hijos o darse el tiempo y espacio ya fuera para amamantar o sacarse leche. La película retrata el trasfondo de un grupo social de mujeres que, a pesar de ser inteligentes, son apéndice de su pareja, son invisibles y no tienen poder de decisión. Pero son una minoría que sí tienen influencia en las políticas públicas del país. Las niñas bien se sumó así al movimiento de la Marea verde, que busca despenalizar el aborto en todo México.

—Yo nunca había entendido la importancia política de llevar un pañuelo verde. ¿Cómo se atreve alguien a controlar, a decidir sobre el cuerpo de una mujer? Yo respeto si alguien está en contra del aborto o si su religión no se lo permite, pero que te lo diga un juez, que el Estado decida sobre mi útero… No encuentro un mayor control patriarcal que ése.

Martín llora de nuevo a lo lejos. Ilse escucha y me murmura: “Esto es mi realidad”. Y continúa con su razonamiento.

—¿Cómo dialoga el feminismo con Medea?

—Medea reta el papel de la madre ante la sociedad. ¿Por qué si eres madre tienes que decir que te fascina y que naciste para eso? ¿Por qué se nos castiga cada vez que no queremos hacernos cargo de los hijos? Es un símbolo para decir: “Yo no soy la mujer que ustedes quieren que sea”. Y dialoga con un asunto agudo y profundo: los niveles de violencia de un germen machista heteropatriarcal que debemos erradicar.

—¿Qué es machista? —pregunta Tomás que ronda por ahí.

Nos reímos.

—Ay, tenemos mucho de qué hablar, mijo.

Ilse Salas Gatopardo

Blusa y top — Maison Mohe / Bolsa — Chanel / Falda — Chanel SS2019

Ilse tenía una inquietud de abordar el feminismo desde el punto de vista de esta tragedia griega. En los últimos meses, hubo además una sacudida fuerte por el movimiento #MeToo en México. Empezó con denuncias anónimas en Twitter contra acosos de hombres hacia mujeres en sectores específicos como el de escritores, músicos, publicistas, y se fueron sumando más ámbitos. Para ella, el movimiento destapó una caja de pandora que llevaba años cerrada.

—Se ha cuestionado mucho cómo se llevó a cabo el #MeToo. Yo no tuve denuncias, pero me considero de ese bando, es mi género, me duele. Sin duda tiene errores, empezando por las acusaciones falsas o tendenciosas que desprestigian al mismo movimiento. Hay que tener paciencia. El patriarcado no admite errores, exige un método claro. En este movimiento se asumió que el método sería distinto. Queremos establecer un nuevo orden político, es algo que nunca hemos vivido: la igualdad entre hombres y mujeres.

—¿Tú te sumas al hashtag #YoLesCreoAEllas? ¿O al hacerlo se continúan los argumentos esencialistas contra los que lucha el feminismo?

Justo en este momento de la conversación, llega a la casa Alonso, su esposo, y nos bromea que mejor ya se va. Nos reímos. Saluda a Ilse con cariño, ella le dice que Martín ya está por irse a dormir. Él organiza a sus hijos.

—Yo no tengo Twitter —continúa—. Rita Segato habla de un feminismo de hashtag, y yo nunca he coincidido con el creerle a ellas. Es muy peligroso, nos emancipa. Pero sí hay una tendencia de creerle más a ellos, al menos, legalmente. Se les favorece a ellos porque están en el poder.   

Martín llora. Pide agua de Jamaica. “Pásamelo, quiere brazos”, sugiere Ilse. Carga a su hijo. “Ésta es mi libertad”, me murmura riendo. Y sigue su discurso sin distraerse.

—Rita Segato dice que lo peor que te puede pasar es tener un abogado en tus relaciones con el sexo opuesto. Yo siempre he puesto el ejemplo de que si Tenoch Huerta [el actor mexicano], que es muy amigo mío y es un coqueto, me quiere dar una nalgada, que me la dé —se carcajea.

Para Ilse, el asunto del cortejo para las mujeres blancas occidentales poderosas es una discusión mínima y fácil de resolver. La magnitud del problema es otra: un sistema de abuso de poder.

—Los códigos de respeto tienen que ser claros, y no lo han sido. Y para mí es tan simple como que entiendan que no es no.

—Tú me acosaste a mí —interrumpe Alonso a lo lejos que también ronda por ahí.

—Pues es que tu “no” fue muy dudoso —responde y se ríen.

Martín finalmente se sube a dormir con Caro. Alonso se lleva a Tomás a la sala para hacer su tarea, pone música de algo que parece Tom Waits.

—¿Por qué te consideras una feminista radical?

—Porque puedo decir abiertamente que quiero que se muera el patriarcado.

Ilse espera tener vida para ver un nuevo orden político en donde las mujeres tengan la voz que se merecen por partes iguales. Busca la igualdad económica, política y social con todas sus consecuencias.

La noche cae. Caminamos hacia la puerta de la calle. Imagino nuestro siguiente encuentro, si en verdad nos tocará ver un nuevo orden social. Me pregunto hasta dónde llegará su visibilidad como actriz y su discurso. A finales de año estrenará en cine Amores modernos, de Matías Meyer, el 29 de noviembre, y pronto filmará en Panamá otra película. “A Ilse no le da miedo ser imperfecta”, afirma Alejandra Márquez, “Ilse es una maestra en arriesgarse, se tira de grandes precipicios, lo cual es admirable y es lo que veremos en su trabajo”. Marina de Tavira opina que es muy versátil y tiene un impulso vital que no la detendrá. Mauricio García Lozano asegura: “Ilse cierra filas con lo que le da sentido a nivel de vocación y los discursos que quiere encarnar. Tenemos frente a una actriz muy singular e incomparable, muy osada y tremendamente respetuosa con lo que a ella le da sentido; esta mezcla no es común. No sólo gozará de reconocimiento, sino también de solidez”.

Al abrir la puerta, el callejón está vacío, el perro de enfrente se fue. Nos despedimos. La incertidumbre hacia el futuro vuelve a implantarse. Esta vez no hay predicciones, ningún oráculo que nos revele nada. Pero no hace falta, ahora hay un pasado que adivina algo: Ilse se ha procurado desde la resistencia, que se opone y perdura con fuerza a partes iguales, la vida que quiso tener. //

***

Coordinadores de moda — Alia González y Hernán Esquinca / Maquillaje — Araceli Cruz para Sisley / Peinado — Alan Tejeda para Hair Rituel by Sisley / Fotografías – Ana Hop

Grooming de portada:

Tratamiento — Floral Spray Mist / Baume efficace / Black Rose Infusion Cream / Double Tenseur
Maquillaje: Rostro — Instant eclat / Instant Correct – 1 Just Rosy / Phyto Teint expert – 1 Ivory / Phyto Cernes eclat 1 / Phyto Poudre Libre – 2 Mate / Phyto-Touche Illusion d’Été / L’orquidée Corail ojos — Phyto eye Twist 9 y Phyto eye Twist 11 / Phyto Sourcils Design – 1 Cappuccino / Phyto Khol Star Waterproof – 3 Sparkling Brown / So Curl – 1 Deep Black
Labios — Phyto Lèvres Perfect – Nude / Phyto Lip Twist – 12 Melon / Phyto Lip Delight – 1 Cool
Cabello — Volumizing Spray


Brenda Legorreta es editora y escritora. Nació en la Ciudad de México, y es maestra en Letras Modernas (Inglesas) por la UNAM. Inició su carrera como coordinadora editorial en la revista Cine Premiere. Ha publicado en diferentes medios hispanoamericanos, como Travesías, Esquire (latinoamérica), National Geographic Traveler (México) y la revista digital Con la A, entre otros. En 2016 publicó la trilogía de cuentos de literatura infantil titulada Ivo, de editorial Uranito. Actualmente trabaja como content strategist para Travesías Media.

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