Un homenaje a Paul Thomas Anderson, una de las más grandes voces del cine de nuestra era.
Trabajar en Hollywood no es sinónimo de hacer películas para vender. Trabajar en Hollywood más bien significa tener presupuestos holgados y posibilidades más grandes. Paul Thomas Anderson opera en este esquema, donde es adorado por los grandes estudios, reverenciado por los críticos y aplaudido por las audiencias. La filmografía de PTA está consolidada en una combinación de amplio gusto comercial y hazañas formales y narrativas que se renuevan con cada entrega.
El éxito de Paul Thomas Anderson va de la mano de una serie de cambios en la industria cinematográfica norteamericana. Los 90 fueron una época innovadora para la realización, promoción y distribución de largometrajes no sólo en Hollywood, sino en el mundo. Esto no se limita a la proliferación del cine digital (tema sobre el que Anderson tiene muy definidas preferencias) o alguna otra cuestión técnica, también se refiere a nuevos cineastas con arriesgados discursos que rompían tradiciones previas. Directores como Quentin Tarantino, David Fincher, Spike Jonze y PTA (entre varios otros) llevaron dosis necesarias de innovación y frescura a la industria, con una sana relación entre la calidad y la popularidad.
Anderson creció en una zona del condado de Los Ángeles llamada el Valle de San Fernando, que podría ser otro suburbio intrascendente de Estados Unidos excepto por una inmensa industria de gran derrama económica: la pornografía. Durante los años 70 (llamada la edad de oro de la pornografía), este valle fue refugio para directores, productores, actores y actrices de cine para adultos. Aunque esta fama ha descendido, así como los números de producciones, el valle de San Fernando aún tiene rastros de esta historia, y Paul Thomas Anderson —que nació el 26 de junio de 1970— estuvo envuelto en esta cultura desde muy joven.
Eso explica en parte su profundo interés por las imágenes en movimiento. Como sus contemporáneos noventeros, PTA se convirtió en una voz fresca a costa de copiar lecciones de los maestros precedentes. La diferencia es que, mientras Tarantino tomaba referencias de extranjeros como Kurosawa o Godard, Anderson se quedó en su país y le robó inspiración a alguien que hasta se convirtió su amigo: Robert Altman.
En más de una ocasión, Paul Thomas Anderson declaró que Jonathan Demme era su ídolo y su director favorito. A pesar de esto, la influencia primordial de PTA ha sido Altman y es algo que puede leerse en sus relatos kaleidoscópicos donde los personajes saltan de un lado a otro sin reglas claras, o en sus historias de cínicos anti-héroes norteamericanos sin arcos redentivos. El retrato de imperfección humana que estableció Altman está siempre presente en la obra de Anderson.
Pero quizá más aún que los temas o los personajes, Paul Thomas Anderson —al menos al inicio de su carrera— le copió a Altman mucho de su estilo. En su segunda película, Boogie Nights, una épica pornográfica en el Valle de San Fernando, la primera escena es una clara alusión a The Player, posiblemente la película más reconocida de Altman: un plano secuencia largo, con muchas conversaciones, personajes diferentes y —al mismo tiempo— un vistazo a todos aquellos que tendrán relevancia en la historia que está por verse. Ambas tomas tienen en común su cualidad introductoria, pero también la destreza visual, que no es otra cosa que impresionante.
Hard Eight y Boogie Nights, le deben mucho al cuidadoso cine de Altman. Por su parte, a Magnolia (la tercera película de PTA), casi casi la llaman un remake de otro largometraje de Altman: Short Cuts. Ambas son un compilado de personajes perdidos en Los Ángeles, cada uno lidiando con sus arrepentimientos, melancolías, vocaciones y hasta perversiones. El final también es casi idéntico.
En algún momento, hacia su cuarto largometraje, Paul Thomas Anderson dijo, “No tengo ningún problema si me llaman el pequeño Bobbie Altman”.
Sin embargo, Paul Thomas Anderson se tejió un estilo demasiado específico para llamarlo plagio: su uso de la música por ejemplo, no sólo fue notable desde Boogie Nights, sino que en Magnolia se convirtió en parte de la historia de los personajes, con una surreal y experimental escena donde todos cantan una canción de Aimee Mann. Su singular acercamiento a la espiritualidad y al romance también sería una búsqueda no muy repetida por sus coetáneos.
Para cuando terminó su cuarta película, Embriagado de Amor (Punch-Drunk Love), el estilo de PTA dio un vuelco. La influencia de Altman quedó fuera y Anderson se convirtió en el monstruo de sus propios instintos. Sus primeras tres películas ya lo habían colocado entre los favoritos de los grandes estudios, y éstos le entregaban libertad creativa para hacer y deshacer celuloide. Petróleo Sangriento (There Will Be Blood) eliminó todo resquicio de personajes excéntricos, pero simpáticos, para hacer exploraciones ambiguas sobre la naturaleza humana, la corrupción y la fe. A partir de ese largometraje, la ficción de Paul Thomas Anderson siempre sería de época, plagada de conflictos psicológicos y personas oprimidas por su contexto.
En Petróleo Sangriento, Daniel Plainview es un despiadado y paranoico petrolero podrido en dinero pero completamente solo. Para The Master, Joaquin Phoenix interpreta a un veterano de guerra (uno de los grupos más vulnerados en Estados Unidos) que se une a un culto religioso en busca de paz. Vicio Propio (Inherent Vice) cuenta la historia de un detective privado cuyos gloriosos años 60 terminaron, y desentona demasiado en la siguiente década. El Hilo Fantasma (Phantom Thread) es la historia de un artista obsesivo que no puede generar conexiones con la gente, hasta que conoce a alguien tan maniático como él.
Cada uno de estos trabajos es inclasificable, en medidas similares son películas épicas, melodramas, tragedias, comedias negras, etc. Ninguna descripción es realmente acertada, pero si hay algo que las une, más allá de las historias, es un estilo visual sublime. PTA siempre tuvo la preocupación de hacer películas visualmente perfectas, y no fue sino hasta este bloque de su carrera que lo consiguió, experimentando con varios tipos de película, cámaras y lentes. Hoy no sólo es uno de los mejores directores de su generación, sino un artista entregado a la constante renovación.
Dicha renovación no sólo se expresa en su trabajo de ficción. Junun, por ejemplo, es un documental que Anderson dirigió mientras el compositor israelí Shey Ben Tzur grababa un disco junto con Jonny Greenwood, hoy un colaborador casi obligado del realizador norteamericano. El resultado es uno de los pocos productos que Anderson ha hecho en formato digital. Paul Thomas Anderson ha dirigido también trabajos para la banda de Greenwood (Radiohead) y otros artistas que usualmente hacen canciones para sus películas, como Fiona Apple y Joanna Newsom, que también aparece en Vicio Propio).
PTA es un cineasta con la capacidad de tornar irreconocible cualquier convencionalismo. A pesar de su gusto por las películas de época, Anderson no tiene una producción exuberante, sino ambiental, donde la música y el sonido juegan un papel más importante que comunicar la época, para transmitir, por ejemplo, el estado mental de un personaje. Su portento formal suele opacar la propia calidad de una película. Para El Hilo Fantasma, las proyecciones de 70 mm en algunas salas renovaron una experiencia que ya parecía obsoleta, y el estilo visual de The Master, que nunca había mostrado el realizador, podría describirse como inmenso.
El director brilla en cada entrega, en parte por la siguiente razón: Anderson filma en película, jamás en digital. A diferencia de casi todos sus contemporáneos, mantiene viva una tradición por razones estéticas e ideológicas. Al igual que sus necios personajes, Paul Thomas Anderson se aferra al celuloide para transformar al cine en todo lo demás.
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