Tiempo de lectura: 5 minutosRoland Barthes reivindicó con su obra la autonomía del lector y su relación con la obra e inauguró, en la década de los setenta, una corriente de pensamiento novedosa: lo trascendente de la obra no está en su autoría, sino en sí misma y las interpretaciones y significados múltiples que esta puede detonar en sus interlocutores.
Barthes aplicó esta teoría dentro y fuera de la academia y la trasladó a la cultura popular, aplicando los lentes de la semiótica y la lingüística en el análisis de la vida cotidiana y las estructuras de poder. Para él, la teoría era una manera de observar el mundo que engloba una decisión activa.
Barthes nació el 12 de noviembre de 1915 en Cherburgo, Normandía, una pequeña ciudad al sur de Francia. Perdió a su padre antes de cumplir un año y se crió en el pueblo de Urt y la ciudad de Bayona, desarrollando una relación muy cercana a su madre. A los once años, la familia se mudó a París, de donde nunca se fueron y donde él desarrolló la mayor parte de su vida profesional y académica. A pesar de tener una profunda avidez por las letras y la lectura, este hábito era interrumpido usualmente por una condición médica, la tuberculosis, empeorada por la falta de recursos económicos de la familia. La tuberculosis fue la que lo mantuvo alejado de la guerra, pero también de la Escuela Normal Superior, donde soñaba estudiar. Fue en esta época que Barthes descubrió su homosexualidad.
Para 1945 Barthes concluyó sus estudios en literatura clásica con posgrados en filología. En sus tiempos libres estudiaba intensamente semiótica y teoría lingüística, acumulando centenares de fichas bibliográficas con notas. A pesar de su avidez y obvio conocimiento, Barthes no tenía exactamente un trabajo fijo, y estuvo dando clases y tomando algunos puestos académicos en varias facultades universitarias. No sería hasta 1952, cuando empezó a publicar ensayos breves en la revista francesa Les Lettres Nouvelles [Las nuevas letras], que Barthes alcanzó algo de reconocimiento.
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Los ensayos en Les Lettres Nouvelles, a pesar de breves, eran análisis profundos y entretenidos sobre elementos de la vida cotidiana y la cultura popular: el diseño del nuevo auto Citröen, la lucha libre, películas varias o hasta un viaje realizado por el escritor André Gide. Todos estos temas, aunque supuestamente superfluos, eran discutidos bajo el ojo crítico y semiótico de Barthes, caracterizado por su maestría de dilucidar símbolos y realizar interpretaciones. Sus ensayos fueron compilados y publicados en 1957 en un libro: Mitologías. Este compendio no sólo reunía estos ensayos, sino que agregaba uno más, de mayor extensión a los 54 que lo precedían: “El mito hoy”. Los ensayos giran alrededor cómo la humanidad construye figuras mitológicas en el mundo contemporáneo, desde los diseñadores invisibles de autos hasta los arquetipos en las películas. “El mito hoy” es un trabajo más formalmente semiótico y teórico, donde Barthes ocupa el marco lingüístico de Ferdinand de Saussure, significado y significante, y le agrega la dimensión mitológica, misma que está conectada con la idea de hegemonía y poder.
Para él, escritor cuyos textos pueden ser infinitamente complejos e intelectualmente desafiantes, la teoría era una manera de observar el mundo, y engloba una decisión activa.
Roland Barthes. Sophie Bassouls / Getty Images.
Mitologías hizo de Barthes una suerte de estrella fuera de los círculos exclusivamente intelectuales, y lo llevó a otro título seminal: El Sistema de la Moda (1967), un libro sobre el poco escrupuloso mundo de la moda, lleno de palabras vacías e intercambiables, cuya supuesta innovación en realidad demuestra no sólo un énfasis burgués sino una conexión intrínseca con los tabúes de la cultura. Barthes, no obstante, dejó de interesarse de forma cabal por la cultura de masas para hablar de otros temas de corte más teórico, específicamente aquellos que cruzaban las fronteras de la literatura y la semiótica. Uno de estos textos, y quizá el más leído del teórico, se trata de La muerte del autor (1967).
El párrafo de apertura del texto lee lo siguiente: “La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la identidad del cuerpo que escribe”. Inspirado en Bertolt Brecht, para Roland Barthes (al igual que para Michel Foucault o Umberto Eco), estudiar la biografía del autor para analizar su obra no es tan importante para dilucidar su significado. “Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido […], sino por un estudio de múltiples dimensiones en el que se concuerda y contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura”, dice Barthes en su publicación.
El concepto de “la muerte del autor” continúa generando amplia discusión y debate incluso fuera de los círculos académicos. Se puede observar en debates como el de la separación entre la obra y la vida moral de su artista (argumento citado para hablar de la polémica de Roman Polanski o Woody Allen), o en materias más simples como la percepción de una obra de arte de cualquier índole. Barthes, extendió esa idea a través de varios otros textos como S/Z (1970), un libro que anota la novela corta Sarrasine (1830), de Honoré de Balzac —un ejercicio que el propio Barthes admite podría ser infinito debido a la multiplicidad de interpretaciones posibles—.
Estos conceptos hicieron de Barthes una figura clave en la transición del estructuralismo a al postestructuralismo, donde se rechaza una comprensión convencional de fenómenos culturales, artísticos, sociales y más bien se buscan oposiciones complejas, que no necesariamente responden a un esquema binario u ordenado.
Con estas aportaciones, el trabajo de Barthes adoptó una última evolución, esta vez hacia caminos más personales. Fragmentos de un discurso amoroso (1977) es una obra que oscila entre el ensayo filosófico y la literatura para discutir diversos tipos de manifestaciones amorosas. La obra ha sido adaptada al cine varias veces, recientemente por la directora Claire Denis, protagonizada por Juliette Binoche.
El último libro de Barthes, Cámara lúcida (1980), es una reflexión alrededor de la fotografía, pero específicamente sobre su vida tras haber sido revelada. Barthes, gran admirador y analista de la fotografía, vio en este arte la posibilidad no tanto de congelar la realidad, sino de dar un testimonio de una realidad en constante cambio, sin detenerse ante nada.
Desahuciado por la muerte de su madre —con quien vivió toda su vida— Roland Barthes falleció el 26 de marzo de 1980, dos meses después de que Cámara lúcida llegara a estantes, debido a un accidente.
Hay incontables maneras de recordar a Barthes. Un observador de la cultura popular, un analista del lenguaje o un interesado en las estructuras del poder. Todas esas, a pesar de ser verdad, también tienen un elemento incompleto, y quizá por eso la siguiente reflexión de Eugenides, en su libro The Marriage Plot (2011) se ajusta mejor que cualquier otra descripción: “Se supone que este libro que escribo es autobiográfico. Pero yo sostengo, con Barthes, que el acto de escribir es en sí mismo una ficcionalización, por mucho que utilice hechos reales”.