Carta desde Texas: repatriar un cuerpo en tiempos de Covid-19

Carta desde Texas: repatriar un cuerpo en tiempos de Covid-19

En West Dallas, una procesadora de carne y alimentos puso en riesgo a sus empleados y no frenó su producción como muchas otras empresas consideradas como esenciales. En Estados Unidos suman más de 31 mil contagios en este rubro alimenticio, y las cifras siguen en aumento. Tener sueldo o no enfermarse es el dilema de cientos de latinos.

Tiempo de lectura: 19 minutos

I

Los restos de Hugo Domínguez Aguilar viajaron 1,787 kilómetros al sur. Salieron de la ciudad de Dallas, la más grande del norte de Texas, con destino a La Reforma, Veracruz, un poblado con apenas 2,000 habitantes donde lo esperaban sus padres. Cruzar de un punto a otro, en un mapa, sería como cruzar con un dedo de arriba abajo en línea recta, si no fuera porque se atraviesa el mar del Golfo.

Si los empleados de la funeraria hubieran ido por carretera, habrían manejado cerca de 20 horas, un buen tramo por la autopista 35 East llena de tráileres, algunas veces con vacas en los pastizales a las orillas y cada tanto una gasolinera y negocios de fast-food. Hubieran pasado por Waco, Austin, San Antonio, Rancho Alegre, La Gloria, Falfurrias y, casi al final, McAllen, antes de cruzar la frontera hacia el lado mexicano por Reynosa, en Tamaulipas. De allí habrían tomado las vías 101 y 180 para encontrarse con la playa. ¿Alguna vez Hugo imaginó esta ruta? Oler el mar, sentir la brisa, hacer una pausa sobre la arena y continuar por un camino de espaldas al Golfo. Seguir el aroma dulzón de los mangos por la carretera de Actopan hacia La Reforma. Meterse a las entrañas de la tierra donde había nacido hace 36 años, la tierra que no había vuelto a ver en media vida.

Hugo murió por Covid-19 y sus cenizas viajaron en avión a México metidas en una bolsa dentro de un cofrecito. No hubo alternativa para repatriar su cuerpo. Tamaulipas, el estado por el que se llega a Veracruz, prohibió el manejo de cadáveres embalsamados y ordenó la cremación después de las 12 horas del deceso. Las leyes mexicanas permiten la incineración si han transcurrido 24 horas, pero si existe un riesgo de salud pública puede ser en la mitad de tiempo. Especialistas dicen que una serie de secreciones de fluidos corporales, como las heces, la orina y otros líquidos del cuerpo de una víctima podrían propagar el coronavirus. Así que la funeraria Calvario, en el barrio hispano de Oak Cliff, cremó el cuerpo y entregó las cenizas a su viuda, Blanca Parra. Con ayuda de abogados, ella y el consulado de México en Dallas lograron la repatriación en 19 días.

Dos hombres vestidos de negro llegaron al atardecer de un 14 de mayo a la casa de los Domínguez, en La Reforma, una finca de dos pisos, cancel blanco y fachada color jacaranda. Guillermina Aguilar estaba sola cuando le entregaron las cenizas de su hijo. Al ver a los extraños, los vecinos se acercaron para acompañarla. Su esposo Pablo y su hija Patricia habían ido a la ciudad más cercana a buscar una florería.

Volvieron con crisantemos, otras flores esponjosas que en su pueblo llaman godornices y un arreglo que les dio la tienda. Con eso, velas y una foto de Hugo, pusieron un altar en la sala de su casa para despedirlo.

Su hijo había migrado en 2002, un año después del ataque a las Torres Gemelas. Quería ayudarle a su padre a pagar la deuda de una malograda cosecha de jitomates. Don Pablo era campesino de toda la vida pero no tenía tierras propias. Así que, a los 19 años, aquel chico güero de fajo piteado en las fotos, bigote pequeño y una estatura 1.87, subió esos 1,787 kilómetros al norte, cruzando las aguas del río Bravo.

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