Así se vive la pandemia en las prisiones de México - Gatopardo

El virus que no conoce muros. La pandemia en los centros penitenciarios de México

Marcela Méndez
Fotografía de Alex Reider


El virus no sabe de fronteras, ni de muros, ni de puertas. Pronto se coló en lugares donde la gente que los habita simplemente no puede hacer lo mismo que el resto de la población. Riñas y motines en prisiones alrededor del mundo han sido provocadas por el miedo a la Covid-19 y la impotencia de quienes están privados de la libertad. Así se vive la pandemia en las prisiones de México.

Tiempo de lectura: 20 minutos

“Está difícil mantenernos en una burbuja”, dice Laura, a quien he cambiado el nombre para su protección, una de las 24 mujeres que vive en reclusión junto a sus hijos en el Centro de Prevención y Readaptación Social Santiaguito, en el Estado de México. Ella sabe que es difícil mantener una cuarentena aquí como recomiendan las autoridades de salud. No pueden salir de esta burbuja que hasta hoy sigue intacta y sin sospechas del nuevo coronavirus.

Es una tarde de abril de 2020. Desde hace días las visitas familiares están prohibidas y sus madres, padres y hermanos vienen únicamente a dejarles comida, artículos de higiene y dinero. Para esto, se instalaron filtros de vigilancia en donde revisan la temperatura de quienes entran y proporcionan gel antibacterial. Quienes siguen entrando, como yo, debemos pasar por un filtro que se ha colocado en distintos penales como precaución. Para acceder al penal de Santiaguito, hay que rociar con desinfectante las suelas de los zapatos, usar gel antibacterial y cubre bocas. Además, me he puesto una careta de plástico que impide que entre o salga cualquier gota de saliva. Para llegar a estas mujeres hay que avanzar por un pasillo de alambre que está a un costado del patio, a la intemperie; atravesar cuartitos grises donde hay un registro, y varias puertas que se cierran en cuanto una las atraviesa. Todo eso mientras en la torre, situada a la derecha, un guardia nos vigila.

Me encuentro con ellas en el patio del penal. Hace mucho calor. Intento no tocarme la cara a pesar del sudor que me provoca la careta y que empieza a gotear; sobre todo, intento no tocar a nadie, mantenerme a la distancia de ellas en este patio, y de los niños de dos, tres y cinco años que juegan alrededor con una pelota, o que descansan en los brazos de sus madres. Es la primera vez que estoy en un penal y también la primera en mucho tiempo que veo a niños jugar. Nos colocamos en una esquinita, y la breve sensación de tranquilidad se esfuma en cuanto escucho a sus mamás.

A pesar de que están prohibidas las visitas, las custodias siguen con su cambio de turno diario y los doctores entran y salen, en ocasiones con “el tapabocas todo el tiempo abajo” o sin él. “¿Cuál es el sentido de que nos hayan prohibido que nuestras familias vengan, pero no pidan a las custodias que se queden aquí en la contingencia?”. En los primeros penales con casos positivos de Covid-19, el contagio se ha dado a través de personal penitenciario.

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