Emperatriz de una esquina: crónica sobre una mujer transgénero

Emperatriz de una esquina

Kenya es una mujer transgénero, activista y trabajadora sexual en la CDMX. Es cálida y amable, pero no conviene estar en su lista negra.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Nos conocemos por primera vez en Bellas Artes, cruzamos la calle para colarnos al baño de un Sanborns y platicamos con la intimidad de dos amigas de la infancia. Me saluda como a alguien de su familia, me apretuja contra su cuerpo con fuerza y me mantiene ahí unos segundos. “Lo puedo catalogar de muchas formas, pero en mis propias palabras me agrada amar… este amor solamente lo damos las mujeres y con este amor me identifico”, me responde cuando le pregunto qué significa para ella ser mujer. Su abrazo es más que suficiente para confirmarme el amor al que se refiere. Su pelo largo, teñido y sus pestañas de envidia son solamente pistas de quién realmente es. Kenya es una mujer transgénero, activista y trabajadora sexual en la Ciudad de México. Es cálida y amable, pero no recomiendo estar en su lista negra. Es una guerrera, después de todo.

Salió de su casa a los nueve años, y como muchos niños en nuestro país tuvo que arreglárselas en la calle desde entonces. Justo por donde estamos, en la Alameda, dormía en las coladeras. Abandonó su hogar después de que su abuela, la única que entendía su identidad, falleciera. En su segundo día fuera de casa conoció a una sexo servidora transgénero y Kenya recuerda haberse visto en un espejo en ese momento. “Yo quiero ser así”, se dijo a sí misma. Y no hubo vuelta atrás.

“Sí, estaba chica de edad pero siempre he sido muy alta. Me iba bien…ahí empecé a conocer lo que es la vida”, me dice con una sonrisa sutil. Tiene una cicatriz arriba de la ceja derecha, se ve aparatosa de origen. La menciona como parte de una de las muchas batallas que ha peleado. No se detiene a contarme los detalles porque eso “ya pasó”. Y yo no insisto. “La violencia empieza desde uno mismo”, menciona refiriéndose a su proceso de transformación. Me explica que su vida ha sido como ir contra el mar, no contra la corriente, sino contra todo el mar.

En esa lucha marítima, Kenya cumplió una sentencia de diez años en la penitenciaría de Santa Martha por supuesto robo después de un altercado. “En ese entonces no teníamos ni voz ni voto, así que era robo y hasta jonrón…”, explica sobre su proceso. Kenya se percató que dentro de la penitenciaría había muchas carencias para las mujeres trans y más aún para las personas VIH positivas.

“Las personas llegaban con VIH y se morían. Llegaban recién diagnosticadas, dos o tres meses después se iban al hospital y en una semana ya habían muerto”, relata. “Eso a mí me daba mucho pesar, así que levanté la voz sin importar que me castigaran y es ahí cuando entra la Clínica Especializada Condesa para saber qué estaba pasando con las personas con VIH”.

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