Migrantes mexicanas del siglo XXI: ¿Oprimidas o empoderadas?

Las migrantes

¿Oprimidas o empoderadas? ¿Dónde están las mujeres mexicanas del siglo XXI? Un fragmento del libro editado por Fundación Banorte y Gatopardo, que incluye reportajes, crónicas y ensayos sobre el papel y el lugar de las mujeres mexicanas con respecto a sus derechos económicos.

Tiempo de lectura: 17 minutos

Houston, Texas

Concepción Gaytán, Conchita, cierra con llave el cuarto de alquiler que renta en una casa modesta de un suburbio popular en Houston, Texas. Es un sábado soleado, pero para ella no es día de descanso. Faltan unos minutos para las dos de la tarde, por lo que acelera el paso y recorre las tres cuadras de distancia a su nuevo trabajo: la cocina de una fuente de sodas reluciente y colorida en una pequeña plaza comercial.

Es regiomontana, indocumentada, de 53 años. Tuvo suerte de encontrar un trabajo de cocinera por el que le pagan 8 dólares la hora, 75 centavos más que el sueldo promedio. Gana 320 dólares a la semana en una jornada laboral mucho menos agobiante que la que abandonó días antes. Apenas se pone el delantal cuando en su cocina desfilan las órdenes: 4 tortas de El Chavo y 2 chicharrones con cueritos, col, jitomate y aguacate. “Piden de a montón”, dice mientras prepara las tortas favoritas de los comensales que llevan tres rebanadas de jamón de pavo y una de jamón de puerco. “Éste es mi trabajo de todos los días”, y pone las tortas a calentar en la plancha.

Conchita realiza su labor con denuedo. Es jefa del hogar, de un hogar en el que no vive. Tiene como reto enviar a su familia en Monterrey alrededor de 240 dólares al mes, unos 4,000 pesos: 2,000 para la hija, 1,000 para los camiones de su hijo universitario, 1,100 para pagar el crédito de su casa de interés social.

La cocinera de manos pequeñas no es la única en esa plaza comercial que envía remesas. También lo hace su patrona, dueña de una estética en el local aledaño, de nombre Angélica Morales e inmigrante guerrerense. Está también en calidad de indocumentada, como sus otros seis empleados, tres de los cuales son mujeres que subsidian a sus familiares en Matamoros, Cuernavaca y Oaxaca.

La patrona trabaja al mismo ritmo que sus trabajadores. Ese sábado, mientras Conchita se aplica en hacer tortas y tostadas, en el local contiguo Angélica seca el cabello a una mujer que no deja de mirar su celular. La guerrerense manda entre 500 y 600 dólares al mes para apoyar a sus padres, suegros, una hermana y un hermano, porque “allá, ¿de dónde?”

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