Rimbaud y Verlaine: la pasión de los relámpagos
Una de las historias de amor más trágicas de la literatura francesa.
Uno de los académicos más admirados por Arthur Rimbaud durante su tiempo de bachiller fue George Izambard, quien hablaba de él como un soñador tímido, alumno de retórica alterna; de uñas limpias y cuaderno sin manchas; buenas notas en clase y deberes sorprendentemente correctos; encarnación de lo superlativo, intelectual vibrante de pasión lírica y curiosidad interminable.
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Verano de 1871. París. Paul Verlaine, la figura intelectual de mayor nombre en la época, espera la llegada del tren que trae a Arthur Rimbaud, un muchacho desconocido que envió algunos versos desde el pueblo de Charleville para pedir su crítica y apoyo para viajar hacia la ciudad.
Un joven de cabello desaliñado desciende del tren, con apenas dos mudas en la maleta y un poema, El barco ebrio. Sus aires pueblerinos casi pasan desapercibidos entre el sombrero, la pipa y el refinamiento que imita. Tiene 16 años y los ojos azules de su madre. Verlaine, de 37 años, «conmovido por su extrema originalidad y misticismo lírico», lo recibe en su casa.
Paul Verlaine vivía en el número 14 de la calle Nicolet, donde esa noche llevó a Rimbaud para presentarlo con su esposa Mathilde y otros amigos poetas, entre ellos Charles Cros.
«Físicamente era alto, bien conformado, casi atlético», confiesa Paul Verlaine en su obra Los Poetas Malditos. «Su rostro tenía el óvalo del de un ángel desterrado, los despeinados cabellos eran de un color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietante», describe.
Durante la cena de aquel primer encuentro, Rimbaud parece más concentrado en el recibimiento culinario del poeta antes que en la fama del gran Verlaine. Responde apenas a las preguntas de Cros sobre cómo llegó a tal idea, por qué empleó ese término y no otro, casi pidiéndole que contara el nacimiento de sus poemas. Pero para el muchacho, llegar al París de la Francia posrevolucionaria fue la entrada para descubrir el mundo y el amor; y escribir desde su personalidad rebelde y sus impulsos.
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Soñador
sentiré su fresco bajo mis pies, y dejaré que el viento
me bañe la cabeza desnuda. No hablaré,
no pensaré nada,
pero el amor infinito
me crecerá en el alma.
Me iré lejos
bien lejos
como un bohemio
por los campos dichoso. (Sensaciones)
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Durante aquella estancia de tres semanas, Verlaine salía con Arthur y lo paseaba por París. La postura analítica de Rimbaud, «su personalidad madura, rebelde y curiosa», pronto convirtió sus conversaciones en un placer indispensable para Verlaine, quien como en episodios, regresa a su antigua vida de juventud a través del muchacho, según revela en Los Poetas Malditos.
Pronto Verlaine ya no tendría los pies sobre la tierra: se rehusaba a creer que tiene una mujer, un hijo, un hogar. Rimbaud nunca aceptó quedarse con lo dicho, ni siquiera en la poesía. Todo lo que perseguía era descubrir el mundo a través de su cuerpo, la poesía, y el amor.
La relación entre los dos amantes se convirtió en un complemento: mientras el muchacho se llenaba de la experiencia que le llevó a París, Verlaine recuperaba el color en su vida, que describía aburrida hasta antes de embriagarse en la juventud de Rimbaud.
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Es difícil saber quién sedujo a quién. Arthur ocultaba sus ademanes pueriles y estaba acostumbrado a recibir halagos por sus destellos de escritor joven. No sería la primera vez que provocara gran impresión entre sus admirados.
Intelectuales de todo el mundo retomaron la obra de Rimbaud, entre ellos, el escritor mexicano José Emilio Pacheco quien afirmó en una publicación para la Revista de la Universidad de México: “el adolescente que de los quince a los diecinueve años perfecciona y agota los medios de expresión lírica, pasados, presentes y futuros (del soneto alejandrino al poema en prosa y la escritura automática); dice no a la familia, a la tradición, a la religión, a la sociedad toda de su época, puede ser visto como un heraldo de la Comuna y de las comunas, el profeta, el modelo de la rebelión juvenil”.
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Juventud ociosa
siempre sometida,
por fragilidad
perdí hasta mi vida.
¡Que el tiempo no se demore en que el alma se enamore! (Canción de la más alta torre)
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Contrario a su aspiración bohemia, Rimbaud nunca tuvo el aspecto descuidado de la época, no sufrió hambre ni carencias. Junto a Verlaine, vivió entre comodidades burguesas.
Un rincón de la mesa, pintura del artista francés Henri Fantin-Latour, retrata a Rimbaud como miembro de un grupo burgués de seis poetas que disfrutan de vino, cuadros de pintura al fondo y literatura. Entre ellos aparecen Paul Verlaine y Emile Blémont. Todos llevan traje sastre, sombreros, moños o corbatines. Algunos sostienen pipas para fumar o gargantillas.
La esposa de Verlaine pronto comenzó a manifestar sus celos contra Rimbaud y un profundo desagrado ante la sospecha de homosexualidad en su esposo. Entonces los poetas comenzaron una relación eléctrica. Verlaine, alcohólico, depresivo y violento, encontró compañero perfecto en Rimbaud, quien constantemente lo retaba entre arrebatos con sus ganas de explorar la vida.
Juntos decidieron salir de París y viajar hacia Inglaterra, donde vivieron dos años, pero la felicidad fue corta. En Londres frecuentaron los bares del puerto, las bibliotecas y también los cenáculos de los comuneros británicos, pero el ánimo se fue tornando más oscuro en la pareja. La relación que empezó tormentosa, pronto se volvió insoportable. Gritos, golpes, luego el sexo. Al paso de unos meses de amor entre discusiones, Verlaine dejó a Rimbaud para viajar hacia Bruselas, en Bélgica, pero la distancia no traería la calma.
En 1873, Rimbaud escribe a Verlaine:
“Vuelve, vuelve, querido amigo, único amigo, vuelve. Te juro que seré bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me cegué, y me arrepiento de ello más de lo que puedes imaginar. Vuelve, todo estará totalmente olvidado. ¡Qué desgracia que hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. (…) no me olvidarás ¿verdad? No, tú no puedes olvidarme. Yo te tengo aquí siempre. Di, contesta a tu amigo ¿acaso no volveremos a vivir juntos los dos? Sé valiente, contéstame pronto. No puedo quedarme aquí por más tiempo. Oye sólo lo que te dicte tu buen corazón. Dime pronto si tengo que reunirme contigo. A ti, para toda la vida. Rimbaud.”
El joven poeta de ahora 18 años regresó a la casa de su madre en Charleville. Verlaine viajó para reencontrarse con su esposa, quien le había pedido el divorcio entre celos desesperados.
Verlaine estaba convencido de que era absolutamente necesario dejar a Rimbaud y la vida violenta que vivieron juntos, y en una profunda depresión decidió que de no recuperar a su esposa en tres días, se entregaría al suicidio.
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A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales, yo contaré algún día vuestros nacimientos latentes. (Vocales)
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Durante los dos años que pasaron juntos en Londres, Rimbaud construyó el color de las vocales desde su inexperiencia en el vaivén insufrible del amor. Pero no le molestaban ni las peleas, ni los gritos. Quizá se tratara de su propia connotación del sentimiento. «Hay que reinventar el amor», dijo en Una temporada en el Infierno, un poema en prosa que dedicó a Verlaine y a los años que pasaron juntos, su única obra publicada personalmente.
Para Vitalie Rimbaud, su madre, el sufrimiento de Arthur era el castigo de Dios por su desobediencia. El liberalismo de la época, que hasta entonces prometía una ruptura de los esquemas tradicionales, no tocó los valores morales y devotos de la mujer, que desaprobaba la homosexualidad de su hijo. Razón suficiente para detestar incluso su literatura.
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Tras el rechazo de su mujer en Bruselas, Verlaine, veinte años mayor que el muchacho, escribió a Rimbaud para invitarle a un reencuentro en la habitación de siempre. El adolescente acudió contrariado.
Verlaine apeló a la reconciliación, pero Rimbaud se negó. Aquellos versos de súplicas y nostalgia parecían morir en la humillación. Nada del sufrimiento pasado importó para Rimbaud. El intercambio de cartas sólo pudo reparar el orgullo, no el abandono. De nuevo llegaron los gritos, los golpes y el sexo. Rimbaud dejó la habitación al tiempo en que la depresión de Verlaine descubría el revólver que llevaba en el bolsillo. Dos disparos y Rimbaud cae. La primera bala lo hirió en la mano izquierda, la segunda no lo alcanzó.
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Itiofálicos y soldadinescos
sus chistes sangrientos lo han depravado;
y de noche componen unos frescos
itiofálicos y soldadinescos.
¡Oleajes abracadabrantescos
llevadme el corazón, que sea lavado!
(Corazón robado)
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El arrebato y la homosexualidad de Verlaine lo llevaron a pasar dos años en prisión. Durante ese periodo él y Rimbaud no volverían a encontrarse sino en su poesía.
«Se ha dicho que Rimbaud fue una leyenda, lo que seguramente es cierto desde el punto de vista de la literatura, pero para mí Rimbaud es una realidad siempre viva», Paul Verlaine, Los Poetas Malditos.
¡No!, ¡no!, ¡ahora me sublevo contra la muerte! El trabajo parece demasiado fácil a mi orgullo; mi traición al mundo sería un suplicio demasiado breve. A último momento, yo atacaría a diestra y siniestra… Entonces —¡oh!—, pobre alma querida, ¡la eternidad estaría perdida para nosotros!
(Relámpago)
Imagen de portada «Arthur Rimbaud en Nueva York». David Wojnarowicz Red Bank, Nueva Jersey, EE.UU., 1954 – Nueva York, EE.UU., 1992, vía el Museo Reina Sofía
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