La tarde del 23 de julio de 2020, horas antes de que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas de México anunciara su película Asfixia nominada a siete premios Ariel (entre ellas Mejor Película y Mejor Dirección), Kenya Márquez se escucha al teléfono sumergida en un vaivén de dispersión. Habla de recuerdos de una adultez violentada a través de relaciones personales y una niñez marcada por la discriminación de compañeros del colegio, que coinciden con la tensión de su más reciente película. Una que reconoce como la más personal de su carrera, que navega por el amor de Alma, una mujer albina que sale de la cárcel tras ser acusada de traficar medicamentos, y Clemente, un hipocondríaco solitario que decide contratarla para que vele su sueño y de ese modo le apacigüe su principal temor de morir mientras duerme.
“De repente nos venden una serie de espejitos a partir de la educación, y los compramos, y los deseamos, y nos atormentan. Yo fui educada a partir del catolicismo pero ahora soy atea, y eso me salvó la vida, me salvó el pensamiento, me hizo libre. A los mexicanos nos hablan de la culpa, y la religión se vuelve una forma perversa de juzgar nuestros actos”, suelta con una voz serena.
Su caso no es la de la cineasta que desde la niñez pensó en contar historias con el impulso de las imágenes; si la noción del cine existía en su conciencia se debía a que las películas eran para su abuela el antídoto contra las travesuras de una nieta indomable, a la que cuidaba durante tardes enteras.
Asfixia de Kenya Márquez
Kenya Márquez nació y creció en Guadalajara. Tiempo después, de la carrera de comunicación que cursó desembocaron nueve años de ejercicio periodístico templados en la observación con la que detallaba los gestos de las personas en las calles. En esos mismos años quiso ser escritora, hasta que un día le presentaron El inquilino de Roman Polanski, y se supo dispuesta a entregar la vida al aprendizaje artesanal de tejer personajes para la pantalla grande. Así que entró al Centro de Capacitación Cinematográfica donde estudió guionismo.
Márquez ha buscado a través de sus cintas acercarse a su definición propia del cine: que la haga vibrar, llorar, enojarse, e indignarse, que solo saliendo de sus entrañas le compruebe que está viva. Con esa misma pulsión ha dirigido cine, poniendo atención en los instintos de sus personajes, que la ha caracterizado desde su ópera prima, Fecha de caducidad (2011), que le llevó 10 años de su vida.
«Márquez ha buscado a través de sus cintas acercarse a su definición propia del cine: que la haga vibrar, llorar, enojarse, e indignarse, que solo saliendo de sus entrañas le compruebe que está viva».
“Cuando se estrenó me quedé en el limbo, como si la película me hubiera comido en cachitos. Reconstruirme creativamente me costó mucho tiempo”. Se trata de una cinta en la que los personajes dan la impresión de emerger de un inframundo llenos de prejuicios. Fecha de caducidad presentaba a Ramona una madre a la que se le van las tardes esperando a su hijo Osvaldo, que tras desaparecer repentinamente lo va a buscar a la morgue.
Con la misma tensión se acercó tiempo después a Asfixia. “Me costó aproximadamente cinco años llegar a esta historia, encontrarme situada dentro de ella fue algo muy difícil”. Alguna vez Márquez leyó en el periódico que 70% de las mujeres en prisión estaban ahí por convertirse en carne de cañón de sus propias parejas. Tras esa lectura comenzó a imaginar a Alma, el personaje que tiempo después viviría atormentado por Bernie, el padre de su hija que vende medicamentos robados en un tianguis. “Nos dicen que la relación de pareja debe regir todas nuestras acciones para bien y para mal… A partir de ello la mujeres encaminan el amor hacia lugares perversos”.
Asfixia de Kenya Márquez
Encontrar a una mujer albina que protagonizara a Alma fue complicado, pero la actriz natural Johana Heide que ahora está nominada para el Ariel en la categoría de Revelación actoral, llegó al casting a un mes de comenzar el rodaje y convenció a la directora, así fueron desarrollando una relación estrecha que les permitió construir lentamente el personaje. Uno al que discriminan por su aspecto y sufre los malos tratos de Bernie, el esposo.
A Clemente lo interpreta Enrique Arreola, las fechorías de Bernie son cometidas por Raúl Briones, nominado a Coactuación natural, y la ayuda que Alma recibe de la encargada de la farmacia Conchita, vienen de la actriz Mónica del Carmen, nominada a Coactuación femenina. La música original también nominada, corrió a cargo de Yolihuani Curiel, Sofía Orozco y Fernando Arias. El guión lo realizaron Márquez y Alfonso Suárez Romero, y la fotografía en tonos azules la logró Javier Morón.
“Cuando se estrenó me quedé en el limbo, como si la película me hubiera comido en cachitos. Reconstruirme creativamente me costó mucho tiempo”.
“Fue para mí una película muy difícil de filmar. Yo soy todos los personajes en alguna medida. Es mi película más personal. Me costó mucho abordarla, el rodaje fue muy atormentador, disfrutable, pero me movió muchas vibras. Hay cosas que no me gustan, que recuerdo que fueron dolorosas para mí en el set. Hay momentos específicos en los que no pude tomar distancia para hacerlos desde otro lugar… Yo en algún momento fui una mujer violentada, cuesta identificar que mi madre también fue una mujer violentada. A pesar de lo que ocurre, Asfixia tiene un final feliz, porque es como una etapa de mi vida”.
Impregnar con tintes de humor negro las escenas de la desilución para hacerlas más amables, fue tan solo una tarea secundaria. Lograr este híbrido entre drama y melodrama a partir de la historia que ella misma define como la de dos soledades en busca del amor y la libertad, le llevó aproximadamente un año de filmación.
Asfixia de Kenya Márquez
Cuando habla de sus personajes, se escapa de su voz un tono airoso, casi triunfal: “Están vivos, tienen carnita, tienen huesitos, a ellos les corre la sangre”.
Si sus recuerdos fueran otros, su películas serían distintas. Sin la niña albina que Kenya miraba a través de la ventana de su casa mientras esperaba con su hermana la llegada de mamá, Alma sería un personaje distinto, tal vez no sería albina, ni su nombre Alma.
“Mi hermana y yo pasábamos muchas horas solas, y a veces yo sentía que mi mamá no iba a regresar, que ya no iba a estar con nosotras. Pero había una niña albina que cruzaba todas las tardes frente a mi casa y yo recuerdo que cuando la veía pensaba ‘mi angelito de la guarda ya llegó’… Su aparición me daba mucha luminosidad cuando yo más miedo y angustia tenía… Yo la veía y me ponía a rezar Mi último guardián. Creo que su recuerdo me llevó a este personaje de aura angelical”, concluye.