Tiempo de lectura: 3 minutosEl arte tiene un gran génesis común: la duda. Indagar en las preguntas, quizá intentar responderlas, revolcarse en ellas, pensar a dónde llevan, cuestionar cosas nuevas, oír voces del pasado, inventarse las del presente. Eso hizo Brenda Lozano en su más reciente novela, Brujas, que publica este año Alfaguara.
Primero indagó en la voz de una mujer lejana, de un pueblo en Michoacán que trabajaba la tierra cuando nació el volcán Paricutín, el único del cual se tiene registrado su nacimiento en 1943, en México. Buscaba una voz que contara la historia de un éxodo y se encontró con Feliciana, una curandera que no habla español, que no comparte las ambiciones del mundo contemporáneo y que entiende mucho más que la mayoría.
Después de unos años se dio por vencida con la historia del volcán y el pueblo que desapareció, pero a Feliciana no la soltó. “Me gustaba estar en la voz de esa mujer”, dice en una entrevista para Gatopardo, que accedió a hacer a través de correo electrónico durante esta cuarentena. Durante un viaje de fin de año compró, en un supermercado, unas papas fritas, unas cervezas y un cuaderno donde siguió haciéndose preguntas desde la voz de Feliciana, imaginándose su vida, desde que nació, hasta que conoce a la periodista Zoe, quien la acompaña en Brujas. Esta es la tercera novela de Lozano. Antes vinieron Todo o nada (2009) y Cuaderno ideal (2014), además de Cómo piensan las piedras (2017), libro de ficción corta. Una de las cosas que más le gusta de escribir es que “es el único espacio de libertad”, declara, “no se necesita nada más que tus ideas, tu imaginación y estar dispuesta a cometer uno y otro error con toda libertad”.
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Brujas empieza con el asesinato de Paloma, la mentora de Feliciana en la curandería, y muxe, trans. Zoe llega al pueblo de estas mujeres para contar la historia del desafortunado evento y se encuentra con la suya, al tiempo que Feliciana le narra todo lo que pasó antes: cuando su papá se murió, cuando empezó a trabajar, cuando violaron a su hermana, cuando tuvo a sus hijos, cuando descubrió El Lenguaje. Lozano devela la historia de la periodista a través de su entrevistada —cosa que pasa mucho en el tras bambalinas de quienes nos dedicamos al periodismo.
«Me surgían muchas preguntas desde el feminismo que se me antojaba responder con esta historia y desde dos contextos; cómo era un abuso en un caso y cómo es en otro”
Para sus personajes la independencia reside en el mismo lugar. El hilo que une a ambos personajes —en un juego de espejos con realidades casi opuestas— es el lenguaje. El Lenguaje es una suerte de magia chamánica, el medio que Feliciana utiliza para conocer las dolencias ajenas y poder sanarlas; mientras la periodista es a través de la escritura que se encuentra a ella misma, y se reconstruye. Una vive en un pequeño pueblo que no tiene ni una iglesia, y la otra en la Ciudad de México.
Lozano juega con las voces, plasmadas con mucho talento en las letras. Cada cambio de capítulo cuenta la historia de un lado diferente del espejo, que se distingue por la forma de hablar de las dos protagonistas. La curandera no habla español, pero tiene un traductor que la ayuda cuando habla con gente que no habla zapoteco.
Las hermanas de ambas también están presentes y fungen como balanzas. “Las hermanas son lo que no tenemos, ellas son lo que no somos y nosotras somos lo que ellas no son”, escribió Lozano en la novela. Siendo muy diferentes a los personajes principales y que le sirven a la escritora para explorar diferentes personalidades y la relación que éstas tienen con el mundo. “Estar en esa historia para mí era estar en cuatro situaciones distintas abordando preguntas que me hacía desde el feminismo”, dice Lozano.
México tiene ya una considerable relación con el feminismo, pero 2019 fue un año muy especial para el movimiento, que empapó a Lozano. “Me surgían muchas preguntas desde el feminismo que se me antojaba responder con esa historia y desde esos dos contextos, com por ejemplo, cómo era un abuso en un caso y cómo en otro. Quería experimentar responder algunas preguntas desde la narrativa”, cuenta la escritora. Explora también la rabia profunda que queda en una mujer después de saber que violaron a su hermana: “la furia que queda no serena las memorias”, escribe.
La escritora cuenta en entrevista de momentos icónicos del movimiento en su memoria. Recuerda el #MeToo, la marcha del 19 de agosto, la brillantina morada, pero sobre todo, el Ángel de la Independencia con pintas que decían “México Feminicida”. “Esa imagen es la brújula que marca la dirección de esta década”, declara Lozano.
En Brujas no se hace una disertación feminista, sino que se juega con la realidad, con ese México feminicida, machista, misógino, capitalista, patriarcal, en la que se cuentan las historias, tanto de la ciudad, como de los campos. Feliciana y Zoe son dos mexicanas, con su voces, con sus hermanas, con sus miles de preguntas de por qué pasan las cosas, con su búsqueda de libertad. Y Brenda Lozano, tan parecida a ellas, se sumerge en sus voces para hacerse preguntas sobre la magia, las brújulas que nos muestran el camino y la libertad.