"Diego y yo", de Frida Kahlo: la obra latinoamericana más cara en subasta

“Diego y yo”, de Frida Kahlo: el cuadro latinoamericano más caro vendido en subasta

Con «Diego y yo», Frida Kahlo rompió el récord anterior, que le pertenecía a Los rivales (1931), un óleo sobre lienzo de Diego Rivera, vendida en 2019 por 9.76 millones de dólares, también en Sotheby’s.

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El óleo Diego y yo, pintado por la mexicana Frida Kahlo en 1949, se vendió en 34.9 millones de dólares en una subasta celebrada este martes en Nueva York. Se trata del último autorretrato de busto que la artista hizo antes de morir. Su rasgo más característico es que el rostro de Diego Rivera, con tres ojos, aparece pintado sobre la frente de Frida. De acuerdo con la famosa casa de subastas Sotheby’s, esta pieza acaba de romper un récord: desde ahora es la obra latinoamericana vendida al precio más alto en una subasta.

Como gran parte del trabajo de Frida Kahlo, esta pintura representa la relación tempestuosa que la artista mantuvo con el muralista mexicano, Diego Rivera, quien por casi un cuarto de siglo fue su marido. De acuerdo con Sotheby’s, el rostro de Diego Rivera con un tercer ojo en medio de la frente de Kahlo simboliza la fuerte presencia que él tuvo en la conciencia de la autora. Sotheby’s también la definió como una de las obras más vulnerables y conmovedoras de Frida Kahlo.

Con Diego y yo Frida Kahlo rompió el récord anterior, que le pertenecía a Los rivales (1931), un óleo sobre lienzo de Diego Rivera, vendida en 2019 por 9.76 millones de dólares, también en Sotheby’s. Según reveló la casa de subastas, el empresario argentino y coleccionista de arte Eduardo F. Costantini compró Diego y yo. En 2001 Constantini fundó el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), donde se exhiben aproximadamente 400 pinturas de artistas latinoamericanos del siglo XX y XXI. Antes de la subasta, el cuadro de Frida Kahlo se exhibió, en el mes de octubre, en Hong Kong y Londres.

En apenas 30 x 22.4 centímetros, Diego y yo recoge la angustia interna de la pintora, representada en las tres lágrimas que derraman sus ojos y que, según la interpretación que ofrece Sotheby’s, evoca a Nuestra Señora de los Dolores, una virgen icónica en la historia del arte occidental.

Durante su vida, Frida Kahlo coleccionó alrededor de cuatrocientos exvotos, un género popular de pintura dedicado a los milagros, que comenzó en el Virreinato, continuó en el siglo XIX y sigue teniendo una multitud de aficionados en el siglo XX. Los exvotos se tratan de lo siguiente: una persona consigue salvarse de una enfermedad, un accidente –como le sucedió a Frida en el episodio del tranvía– o un asalto, y entonces contratan a un pintor para que represente la escena y a la divinidad que intercedió por él –la virgen María, Jesucristo, diversos santos–. Frecuentemente, el acontecimiento queda explicado por escrito en la parte inferior del cuadro. Frida Kahlo no sólo coleccionó exvotos, su obra misma es una adaptación laica de ellos. En este género la artista encontró una manera de representar el dolor físico, la enfermedad (la poliomelitis y las consecuencias de su accidente), los cuidados médicos y la pérdida. Así, Frida Kahlo no sólo pintó su vulnerabilidad, sino que modernizó uno de los géneros más importantes de las artes visuales de México.

El hecho de que una pintura de Frida Kahlo hoy sea venida en casi 35 millones de dólares es el poderoso eco de la Fridamanía, fenómeno que comenzó a construirse casi cuatro décadas después de la muerte de la pintora. En 1990 un grupo de intelectuales asociados al poeta Octavio Paz y en mancuerna con el empresario Emilio Azcárraga y el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortarí, organizaron una serie de eventos culturales alrededor de Estados Unidos para patrocinar la oferta cultural y artística de México que alcanzaría su culmen con el evento México: Esplendores de treinta siglos, inaugurado el 10 de octubre de ese mismo año en el Museo Metropolitano de Nueva York. Esta exposición publicitó el arte realizado por artistas mexicanos en espectaculares, periódicos y revistas con la intención de consolidar a México ante la mirada extrajera como un país desarrollado que podía figurar en el grupo de los países ricos del mundo.

La conversación sobre el arte mexicano continúo intensificándose a lo largo de la década de los noventa y alcanzó uno de sus puntos más álgidos cuando la estrella pop, Madonna, desembolso un millón de dólares para adquirir una obra de Frida Kahlo y declaró que era una gran admiradora de la pintora mexicana, dijo «identificarse con su dolor y su tristeza». El nombre de Kahlo se replicó en los titulares más importantes del momento seguido de una oleada de estrategias comerciales como la utilización de su imagen por parte de la marca de automóviles Volvo para vender autos a la comunidad hispana, la revista Time que puso a la pintora en su portada y la revista Cosmopolitan que llamaba a las mujeres a leer la biografía de Kahlo para celebrar el Mes Nacional de la Mujer.

A penas arrancaba un nuevo siglo y el fenómeno de la Fridamanía ya se reafirmaba en los terrenos de Hollywood, que en el año 2002 produjo una película en inglés sobre la vida de la artista: Frida protagonizada por Salma Hayek y estrenada en el Festival de Cannes se sumó a la larga lista de producciones generadas en la década de los noventa: obras de teatro, operas, documentales, novelas, ensayos e incluso libros de cocina inspirados en Kahlo. Levantar la puja a niveles estratosféricos como sucedió el pasado el 16 de noviembre en Nueva York confirma que hace tiempo que la Fridamanía dejó atrás la etiqueta de “moda” y se ha convertido en un culto que consagra a Frida Kahlo como referente artístico de México y éxito comercial internacional.

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