Doris Day era un carismático y poderoso símbolo de prosperidad en un siglo que la necesitaba.
Doris Day solía contar con una radiante sonrisa en el rostro. Rock Hudson —una de las amistades más profundas de su vida— le puso de apodo “Eunice”, simplemente porque se escuchaba chistoso y lo hacía reír. Day, siempre la mujer simpática, decidió contestar a ello con su propio apodo “Ernie”, pues la actriz no podía creer burlonamente que su co-protagonista de Pillow Talk (1959, distribuida en México como Problemas de Alcoba) se llamase “Rock”, su verdadero nombre era Roy Harold Scherer. Así se forjó no sólo una amistad memorable, sino una forma de ser tan afable que definiría a ambas estrellas por el resto de sus vidas.
El 13 de mayo de 2019, la Fundación Doris Day para los Animales, concentrada en la protección y ayuda para especies domesticadas, confirmó el fallecimiento de la actriz Doris Day (nombre real Doris Mary Ann Kappelhoff), dos meses después de su cumpleaños 97, a causa de una neumonía.
Doris Day, actriz y cantante, llevaba ya décadas fuera de los reflectores, su última película, With Six You Get Eggroll, se estrenó en 1968 y concluiría, tras veinte años de silencio, un solo disco, My heart (2011). El final de su vida, Day lo dedicó principalmente a su fundación y al cuidado de los animales.
Como gran parte del Hollywood exitoso de la época de oro, Doris Kappelhoff provenía de orígenes alemanes y su primer interés fue la danza. Cuando esta vocación fue interrumpida por un accidente automovilístico, Kappelhoff descubrió un gusto particular por la música y actuación. Cambió su nombre a Doris Day cuando su rendición de “Day After Day” fue muy bien recibida por su público, y tras una exitosa carrera en el mundo musical hizo el salto hacia las películas.
El brinco no fue sencillo, durante su audición ante Michael Curtiz (director de Casablanca), Day se derrumbó por los problemas en su matrimonio, y admitió nula experiencia en actuación, así como dudas sobre su capacidad de ser actriz. Curtiz, enamorado de su honestidad, decidió aceptarla inmediatamente y Day hizo su debut en Romance in the High Seas (Romance en Alta Mar, como llego a México) en 1948.
En su autobiografía, Day escribió que llegó al set de Romance en Alta Mar (filmada en su mayoría en un estudio de sonido) preguntando cuándo filmarían en “el barco”, evento que nunca iba a suceder. Day no sabía nada de hacer películas o el negocio hollywoodense, pero esta ingenuidad fue su encanto. La actriz inclusive se acercó a Michael Curtiz para pedirle algún tipo de asesoría de actuación, a lo que éste respondió: “¡No! Eres una natural así como eres, si aprendes a actuar vas a arruinarlo todo”.
La película hizo de Doris Day una figura de la comedia musical, con roles subsecuentes en películas como Calamity Jane o I’ll See you in my Dreams. Buscando ampliar su rango actoral, la ahora muy popular actriz buscó papeles en largometrajes de corte melodramático o thriller, lo cual la llevó a trabajar con Alfred Hitchcock en El Hombre que Sabía Demasiado o —la que llamó su mejor actuación— en Love me or Leave me (distribuida en México como Ámame o Déjame).
No obstante, la actriz jamás se alejó del cine romántico y musical que la hizo tan popular. A principios de los años 60 estelarizó junto con Rock Hudson una triada inolvidable de comedias: Pillow Talk, Lover Come Back y Send me no Flowers. Esta etapa sería la más fructífera y exitosa de su carrera, donde su popularidad alcanzó niveles estratosféricos y un éxito comercial impresionante.
Hasta este punto, el triunfo de Doris Day no fue meramente una cuestión de suerte. Estados Unidos atravesaba un despunte económico en un contexto de posguerra. Doris Day era el emblema optimista de prosperidad norteamericana: una rubia positiva, de sonrisa jubilosa y actitud siempre medida; ella siempre fue irremediablemente sana. Incluso en sus comedias de tintes pícaros y sexuales, Day cuidaba más el carisma que la sensualidad.
Si algo destaca de Doris Day, más aún que su legado cinematográfico o su trabajo de actuación, es su actitud, su amable porte y sonrisa luminosa. De su extensa carrera, Day fue nominada sólo una vez al Óscar por Mejor Actriz (en Ámame o Déjame), y en realidad no se recuerda tanto su capacidad actoral, sino su disposición y conducta tan agradable.
Durante 10 años, Day fue de las personalidades más taquilleras en pantalla grande. Ella es, en parte, la prueba que al cine la gente va a ver personalidades.
Es quizá por esto que, a mediados de los años 60, su carrera como actriz no prosperó. Conforme los tiempos cambiaban y la contracultura tomaba tracción, la liberación sexual no le hizo ningún favor a los personajes mesurados de Day y su popularidad comenzó a decrecer.
Un par de malas decisiones financieras no hicieron más fácil su vida. Para 1968 estrenó su última película y, sin su conocimiento, su difunto esposo firmó un contrato para que hiciera un programa de televisión. La cantidad de deudas que su ex-pareja dejó le hicieron imposible dejar el programa, que continuó hasta 1973. Su carrera audiovisual terminó con un par de especiales televisivos, pero jamás volvería a hacer cine.
Doris Day pasó los últimos días de su vida como activista por los animales y se dedicó a esta labor durante cuatro décadas. Su última aparición pública fue en 1989, cuando aceptó el premio Cecil B. De Mille (que reconoce una trayectoria cinematográfica notable).
Recibió a Rock Hudson con los brazos abiertos cuando éste reveló que moriría de SIDA (una acción osada en 1984) y jamás dejó de trabajar por construir un mundo más amable para los animales. En la que entrevista que sostuvo Day con The Hollywood Reporter, días antes de que falleciera, dice: “Estoy encantada de que la gente siga viendo mis películas y se sientan inspirados por ellas”. Doris Day ha hecho muchas cosas, pero más que su talento, es su característica actitud la que la ha vuelto un ícono inolvidable.
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