El retrato más fiel. El libro autobiográfico de Daniel Saldaña París

El retrato más fiel. El libro autobiográfico de Daniel Saldaña París

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Tiempo de Lectura: 00 min

El género de la autobiografía es un ejercicio que ha sido popular a lo largo de la literatura. Es posible que muchos de los autores encuentren sosiego al narrarle su vida a alguien más. En Aviones sobrevolando un monstruo Daniel Saldaña París cuestiona la posibilidad de narrar a través de la escritura autobiográfica y entrega un libro honesto que reconoce los límites de la memoria y la narrativa.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

No debería sorprender que muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos hayan incursionado, en algún momento de su vida, en la escritura autobiográfica. Quizás muchos han encontrado sosiego en contarle a alguien más, de manera íntima e ininterrumpida, los detalles más sobresalientes de su vida. Después de todo narrar es una manera de ponerle orden a la realidad. El género de la autobiografía, conocido por exponentes como Rousseau, Hemingway y, más recientemente, Joan Didion y Patti Smith, entre muchos más, parte de la intención de narrar algo verdadero: los momentos más destacados de la vida de una persona que resulta ser el autor. A diferencia de la ficción, el género surge a partir de un acuerdo de confianza que se crea con el lector, a quien se le pide que consuma el texto asumiendo que lo que se le cuenta es verdad. De modo que la sinceridad juega un papel fundamental en el campo de la escritura autobiográfica.En Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021), Daniel Saldaña París reúne una serie de textos de carácter autobiográfico escritos en momentos distintos de su vida para ensamblar un libro ecléctico y difícil de encasillar. Algunos de los escritos, como explica el autor en la nota preliminar, fueron realizados por encargo y publicados en lugares distintos. A pesar de que los textos que componen este libro respondieron, en su momento, a una serie de necesidades particulares, todos transcurren en ciudades que, como lo dice en el prólogo, han marcado su vida. En este sentido, Ciudad de México, Madrid, Cuernavaca, Montreal y La Habana fungen como hilo narrativo de este libro. Por otro lado, existe un segundo motor que unifica los nueve ensayos y que parte de la siguiente pregunta: “¿Puede uno derretirse autobiográficamente?”.

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Al reflexionar sobre lo anterior, que además es un cuestionamiento que el autor toma del estadounidense Robert Creeley, Saldaña Paris pone en duda la naturaleza fidedigna del género. El escritor mexicano, de 36 años, autor de títulos como las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) o El nervio principal (Sexto Piso, 2018), publica por primera vez un libro autobiográfico. Esto lo incorpora a la lista de contemporáneos que entienden a la escritura como un ejercicio de selección, de organización; un pizarrón que se reescribe una y otra vez hasta lograr el acomodo más adecuado para lo que se quiere decir. Según esta premisa, todo acto de escritura, tenga intenciones de ser verdad o no, es una fabricación y, por ende, hay algo de ficción en todo texto. Los autores que entienden la escritura así suelen pedirle al lector, de manera tácita o implícita, que se aproxime al texto con sigilo, a sabiendas de que no todo lo que lee es verdadero por el hecho de pertenecer al plano del lenguaje y de la narrativa.En los nueve ensayos que conforman Aviones sobrevolando un monstruo, el autor nos recuerda, a cada instante, que lo que está leyendo es una reproducción de su vida, la cual ha pasado por una serie de filtros que van desde la reescritura hasta la pérdida de la memoria. Con esto parecería que el libro es un proyecto sin sentido y que el autor está condenado a fallar. No obstante, la magia del libro sucede en la porosidad de la memoria, en los límites de los recuerdos que se desdibujan, así como en la imposibilidad de narrar su vida de manera cabal.“A veces me pongo a contar anécdotas o etapas de mi pasado y alguien me hace notar que lo que digo es imposible: en mi relato hay más años de los que llevo vivo, o hay años que tienen dos veranos, o meses que se extienden más de la cuenta”, escribe Saldaña París en “Un invierno bajo tierra”, el texto que dedica a narrar su estancia en Montreal. Y en esta frase quedan expuestos los mecanismos falibles de la narrativa, pero su enunciación es lo que permite contar con mayor fidelidad una anécdota, que al mismo autor le resulta huidiza: la etapa en la que vivió una dependencia a la morfina. Entre el frío violento y los efectos de la droga, el escritor rescata lo que puede de aquellos inviernos canadienses que parecían un eterno loop.En “La orgía nefasta”, el sexto capítulo, el autor comparte una anécdota que resume sus cuatro años como estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid, entre 2002 y 2006. Ahí se descubre un mecanismo de edición del relato, una selección, un momento específico de su vida; esto habla nuevamente de una transparencia con la que fortalece la premisa de que todo texto autobiográfico opera bajo los mismos mecanismos que la narrativa ficticia. El capítulo se centra en el verano de 2007, cuando él regresa brevemente a Madrid para despedirse de sus amigos después de haberse graduado y mudado a la Ciudad de México. En el departamento de su abuelo organiza una fiesta junto con su novia de aquel entonces. Ambos, inspirados por el espíritu de El erotismo de Bataille, deciden rellenar una piñata con vísceras de animales sin que los invitados lo sepan. Después de romperla, una caída nefasta de vísceras ahuyenta a varios y la reunión culmina en un encuentro sexual entre su novia y alguien más. A pesar de que el autor narra esta anécdota de principio a fin, en un momento advierte que no se detendrá mucho en los detalles porque ya ha contado la historia demasiadas veces y ahora la observa con desánimo y tristeza. Además de puntualizar su consciencia narrativa, lo anterior revela otro rasgo muy interesante de la escritura de Saldaña París. Al aceptar abiertamente que este es un acontecimiento desagradable en su historia, permite que el lector lo reconozca humano.El yo que se construye en Aviones sobrevolando un monstruo es uno consciente de que su existencia se entrecruza con las de otros. A partir de esta idea, Saldaña París juega con la versión tradicional —solipsista y monológica— del género de la autobiografía. Para esto, el escritor incluye una serie de textos y relatos que han atravesado su vida y les otorga un lugar protagónico en su narrativa. Por ejemplo, en el capítulo de “Regresar a La Habana”, el autor viaja a la isla caribeña con el fin de escapar del invierno en Montreal: “La idea de que regreso a La Habana pertenece, sobre todo, al terreno de la ficción. De la ficción autobiográfica, si se quiere”. Aquí el autor juega con la idea de que está regresando a la capital cubana porque su padre le contó que fue engendrado ahí. En esta lógica, el recuerdo de su padre se convierte parte de su propia memoria y, por ende, de su propia autobiografía. De manera similar, en “Historia secreta de mi biblioteca” Saldaña París traza la genealogía de su familia a través del relato de su biblioteca personal: “la historia de mi biblioteca es la historia de una pérdida y de una colección imposible, desperdigada en varios países, reconstruida a cachos pero incompleta siempre”, escribe.No es de sorprender que otro de los hilos conductores sea el de las ciudades que han constituido momentos clave en su vida. Para Saldaña París, la ciudad, al igual que la escritura autobiográfica y el recuerdo, es un monstruo que sólo puede alcanzar a atisbarse desde la lejanía y que jamás podrá conocer en su totalidad. En ese sentido, la ciudad también es narración, o bien, una invención que está conformada por distintos estratos.Derretirse en la escritura autobiográfica, o bien, narrar en el género de manera sincera según los parámetros que propone Daniel Saldaña París, implica necesariamente, derretirse en los recuerdos de otras personas, olvidar el límite entre lo propio y lo ajeno, entre la memoria y el olvido, entre la vergüenza y la aceptación, entre la realidad y la ficción. Aviones sobrevolando un monstruo recuerda que lo verdaderamente importante está en lo que nunca podrá ser aprehendido y que eso, por más extraño que parezca, es el retrato más fiel de uno mismo que se le puede ofrecer a los demás.

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El género de la autobiografía es un ejercicio que ha sido popular a lo largo de la literatura. Es posible que muchos de los autores encuentren sosiego al narrarle su vida a alguien más. En Aviones sobrevolando un monstruo Daniel Saldaña París cuestiona la posibilidad de narrar a través de la escritura autobiográfica y entrega un libro honesto que reconoce los límites de la memoria y la narrativa.

No debería sorprender que muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos hayan incursionado, en algún momento de su vida, en la escritura autobiográfica. Quizás muchos han encontrado sosiego en contarle a alguien más, de manera íntima e ininterrumpida, los detalles más sobresalientes de su vida. Después de todo narrar es una manera de ponerle orden a la realidad. El género de la autobiografía, conocido por exponentes como Rousseau, Hemingway y, más recientemente, Joan Didion y Patti Smith, entre muchos más, parte de la intención de narrar algo verdadero: los momentos más destacados de la vida de una persona que resulta ser el autor. A diferencia de la ficción, el género surge a partir de un acuerdo de confianza que se crea con el lector, a quien se le pide que consuma el texto asumiendo que lo que se le cuenta es verdad. De modo que la sinceridad juega un papel fundamental en el campo de la escritura autobiográfica.En Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021), Daniel Saldaña París reúne una serie de textos de carácter autobiográfico escritos en momentos distintos de su vida para ensamblar un libro ecléctico y difícil de encasillar. Algunos de los escritos, como explica el autor en la nota preliminar, fueron realizados por encargo y publicados en lugares distintos. A pesar de que los textos que componen este libro respondieron, en su momento, a una serie de necesidades particulares, todos transcurren en ciudades que, como lo dice en el prólogo, han marcado su vida. En este sentido, Ciudad de México, Madrid, Cuernavaca, Montreal y La Habana fungen como hilo narrativo de este libro. Por otro lado, existe un segundo motor que unifica los nueve ensayos y que parte de la siguiente pregunta: “¿Puede uno derretirse autobiográficamente?”.

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Al reflexionar sobre lo anterior, que además es un cuestionamiento que el autor toma del estadounidense Robert Creeley, Saldaña Paris pone en duda la naturaleza fidedigna del género. El escritor mexicano, de 36 años, autor de títulos como las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) o El nervio principal (Sexto Piso, 2018), publica por primera vez un libro autobiográfico. Esto lo incorpora a la lista de contemporáneos que entienden a la escritura como un ejercicio de selección, de organización; un pizarrón que se reescribe una y otra vez hasta lograr el acomodo más adecuado para lo que se quiere decir. Según esta premisa, todo acto de escritura, tenga intenciones de ser verdad o no, es una fabricación y, por ende, hay algo de ficción en todo texto. Los autores que entienden la escritura así suelen pedirle al lector, de manera tácita o implícita, que se aproxime al texto con sigilo, a sabiendas de que no todo lo que lee es verdadero por el hecho de pertenecer al plano del lenguaje y de la narrativa.En los nueve ensayos que conforman Aviones sobrevolando un monstruo, el autor nos recuerda, a cada instante, que lo que está leyendo es una reproducción de su vida, la cual ha pasado por una serie de filtros que van desde la reescritura hasta la pérdida de la memoria. Con esto parecería que el libro es un proyecto sin sentido y que el autor está condenado a fallar. No obstante, la magia del libro sucede en la porosidad de la memoria, en los límites de los recuerdos que se desdibujan, así como en la imposibilidad de narrar su vida de manera cabal.“A veces me pongo a contar anécdotas o etapas de mi pasado y alguien me hace notar que lo que digo es imposible: en mi relato hay más años de los que llevo vivo, o hay años que tienen dos veranos, o meses que se extienden más de la cuenta”, escribe Saldaña París en “Un invierno bajo tierra”, el texto que dedica a narrar su estancia en Montreal. Y en esta frase quedan expuestos los mecanismos falibles de la narrativa, pero su enunciación es lo que permite contar con mayor fidelidad una anécdota, que al mismo autor le resulta huidiza: la etapa en la que vivió una dependencia a la morfina. Entre el frío violento y los efectos de la droga, el escritor rescata lo que puede de aquellos inviernos canadienses que parecían un eterno loop.En “La orgía nefasta”, el sexto capítulo, el autor comparte una anécdota que resume sus cuatro años como estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid, entre 2002 y 2006. Ahí se descubre un mecanismo de edición del relato, una selección, un momento específico de su vida; esto habla nuevamente de una transparencia con la que fortalece la premisa de que todo texto autobiográfico opera bajo los mismos mecanismos que la narrativa ficticia. El capítulo se centra en el verano de 2007, cuando él regresa brevemente a Madrid para despedirse de sus amigos después de haberse graduado y mudado a la Ciudad de México. En el departamento de su abuelo organiza una fiesta junto con su novia de aquel entonces. Ambos, inspirados por el espíritu de El erotismo de Bataille, deciden rellenar una piñata con vísceras de animales sin que los invitados lo sepan. Después de romperla, una caída nefasta de vísceras ahuyenta a varios y la reunión culmina en un encuentro sexual entre su novia y alguien más. A pesar de que el autor narra esta anécdota de principio a fin, en un momento advierte que no se detendrá mucho en los detalles porque ya ha contado la historia demasiadas veces y ahora la observa con desánimo y tristeza. Además de puntualizar su consciencia narrativa, lo anterior revela otro rasgo muy interesante de la escritura de Saldaña París. Al aceptar abiertamente que este es un acontecimiento desagradable en su historia, permite que el lector lo reconozca humano.El yo que se construye en Aviones sobrevolando un monstruo es uno consciente de que su existencia se entrecruza con las de otros. A partir de esta idea, Saldaña París juega con la versión tradicional —solipsista y monológica— del género de la autobiografía. Para esto, el escritor incluye una serie de textos y relatos que han atravesado su vida y les otorga un lugar protagónico en su narrativa. Por ejemplo, en el capítulo de “Regresar a La Habana”, el autor viaja a la isla caribeña con el fin de escapar del invierno en Montreal: “La idea de que regreso a La Habana pertenece, sobre todo, al terreno de la ficción. De la ficción autobiográfica, si se quiere”. Aquí el autor juega con la idea de que está regresando a la capital cubana porque su padre le contó que fue engendrado ahí. En esta lógica, el recuerdo de su padre se convierte parte de su propia memoria y, por ende, de su propia autobiografía. De manera similar, en “Historia secreta de mi biblioteca” Saldaña París traza la genealogía de su familia a través del relato de su biblioteca personal: “la historia de mi biblioteca es la historia de una pérdida y de una colección imposible, desperdigada en varios países, reconstruida a cachos pero incompleta siempre”, escribe.No es de sorprender que otro de los hilos conductores sea el de las ciudades que han constituido momentos clave en su vida. Para Saldaña París, la ciudad, al igual que la escritura autobiográfica y el recuerdo, es un monstruo que sólo puede alcanzar a atisbarse desde la lejanía y que jamás podrá conocer en su totalidad. En ese sentido, la ciudad también es narración, o bien, una invención que está conformada por distintos estratos.Derretirse en la escritura autobiográfica, o bien, narrar en el género de manera sincera según los parámetros que propone Daniel Saldaña París, implica necesariamente, derretirse en los recuerdos de otras personas, olvidar el límite entre lo propio y lo ajeno, entre la memoria y el olvido, entre la vergüenza y la aceptación, entre la realidad y la ficción. Aviones sobrevolando un monstruo recuerda que lo verdaderamente importante está en lo que nunca podrá ser aprehendido y que eso, por más extraño que parezca, es el retrato más fiel de uno mismo que se le puede ofrecer a los demás.

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El género de la autobiografía es un ejercicio que ha sido popular a lo largo de la literatura. Es posible que muchos de los autores encuentren sosiego al narrarle su vida a alguien más. En Aviones sobrevolando un monstruo Daniel Saldaña París cuestiona la posibilidad de narrar a través de la escritura autobiográfica y entrega un libro honesto que reconoce los límites de la memoria y la narrativa.

No debería sorprender que muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos hayan incursionado, en algún momento de su vida, en la escritura autobiográfica. Quizás muchos han encontrado sosiego en contarle a alguien más, de manera íntima e ininterrumpida, los detalles más sobresalientes de su vida. Después de todo narrar es una manera de ponerle orden a la realidad. El género de la autobiografía, conocido por exponentes como Rousseau, Hemingway y, más recientemente, Joan Didion y Patti Smith, entre muchos más, parte de la intención de narrar algo verdadero: los momentos más destacados de la vida de una persona que resulta ser el autor. A diferencia de la ficción, el género surge a partir de un acuerdo de confianza que se crea con el lector, a quien se le pide que consuma el texto asumiendo que lo que se le cuenta es verdad. De modo que la sinceridad juega un papel fundamental en el campo de la escritura autobiográfica.En Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021), Daniel Saldaña París reúne una serie de textos de carácter autobiográfico escritos en momentos distintos de su vida para ensamblar un libro ecléctico y difícil de encasillar. Algunos de los escritos, como explica el autor en la nota preliminar, fueron realizados por encargo y publicados en lugares distintos. A pesar de que los textos que componen este libro respondieron, en su momento, a una serie de necesidades particulares, todos transcurren en ciudades que, como lo dice en el prólogo, han marcado su vida. En este sentido, Ciudad de México, Madrid, Cuernavaca, Montreal y La Habana fungen como hilo narrativo de este libro. Por otro lado, existe un segundo motor que unifica los nueve ensayos y que parte de la siguiente pregunta: “¿Puede uno derretirse autobiográficamente?”.

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Al reflexionar sobre lo anterior, que además es un cuestionamiento que el autor toma del estadounidense Robert Creeley, Saldaña Paris pone en duda la naturaleza fidedigna del género. El escritor mexicano, de 36 años, autor de títulos como las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) o El nervio principal (Sexto Piso, 2018), publica por primera vez un libro autobiográfico. Esto lo incorpora a la lista de contemporáneos que entienden a la escritura como un ejercicio de selección, de organización; un pizarrón que se reescribe una y otra vez hasta lograr el acomodo más adecuado para lo que se quiere decir. Según esta premisa, todo acto de escritura, tenga intenciones de ser verdad o no, es una fabricación y, por ende, hay algo de ficción en todo texto. Los autores que entienden la escritura así suelen pedirle al lector, de manera tácita o implícita, que se aproxime al texto con sigilo, a sabiendas de que no todo lo que lee es verdadero por el hecho de pertenecer al plano del lenguaje y de la narrativa.En los nueve ensayos que conforman Aviones sobrevolando un monstruo, el autor nos recuerda, a cada instante, que lo que está leyendo es una reproducción de su vida, la cual ha pasado por una serie de filtros que van desde la reescritura hasta la pérdida de la memoria. Con esto parecería que el libro es un proyecto sin sentido y que el autor está condenado a fallar. No obstante, la magia del libro sucede en la porosidad de la memoria, en los límites de los recuerdos que se desdibujan, así como en la imposibilidad de narrar su vida de manera cabal.“A veces me pongo a contar anécdotas o etapas de mi pasado y alguien me hace notar que lo que digo es imposible: en mi relato hay más años de los que llevo vivo, o hay años que tienen dos veranos, o meses que se extienden más de la cuenta”, escribe Saldaña París en “Un invierno bajo tierra”, el texto que dedica a narrar su estancia en Montreal. Y en esta frase quedan expuestos los mecanismos falibles de la narrativa, pero su enunciación es lo que permite contar con mayor fidelidad una anécdota, que al mismo autor le resulta huidiza: la etapa en la que vivió una dependencia a la morfina. Entre el frío violento y los efectos de la droga, el escritor rescata lo que puede de aquellos inviernos canadienses que parecían un eterno loop.En “La orgía nefasta”, el sexto capítulo, el autor comparte una anécdota que resume sus cuatro años como estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid, entre 2002 y 2006. Ahí se descubre un mecanismo de edición del relato, una selección, un momento específico de su vida; esto habla nuevamente de una transparencia con la que fortalece la premisa de que todo texto autobiográfico opera bajo los mismos mecanismos que la narrativa ficticia. El capítulo se centra en el verano de 2007, cuando él regresa brevemente a Madrid para despedirse de sus amigos después de haberse graduado y mudado a la Ciudad de México. En el departamento de su abuelo organiza una fiesta junto con su novia de aquel entonces. Ambos, inspirados por el espíritu de El erotismo de Bataille, deciden rellenar una piñata con vísceras de animales sin que los invitados lo sepan. Después de romperla, una caída nefasta de vísceras ahuyenta a varios y la reunión culmina en un encuentro sexual entre su novia y alguien más. A pesar de que el autor narra esta anécdota de principio a fin, en un momento advierte que no se detendrá mucho en los detalles porque ya ha contado la historia demasiadas veces y ahora la observa con desánimo y tristeza. Además de puntualizar su consciencia narrativa, lo anterior revela otro rasgo muy interesante de la escritura de Saldaña París. Al aceptar abiertamente que este es un acontecimiento desagradable en su historia, permite que el lector lo reconozca humano.El yo que se construye en Aviones sobrevolando un monstruo es uno consciente de que su existencia se entrecruza con las de otros. A partir de esta idea, Saldaña París juega con la versión tradicional —solipsista y monológica— del género de la autobiografía. Para esto, el escritor incluye una serie de textos y relatos que han atravesado su vida y les otorga un lugar protagónico en su narrativa. Por ejemplo, en el capítulo de “Regresar a La Habana”, el autor viaja a la isla caribeña con el fin de escapar del invierno en Montreal: “La idea de que regreso a La Habana pertenece, sobre todo, al terreno de la ficción. De la ficción autobiográfica, si se quiere”. Aquí el autor juega con la idea de que está regresando a la capital cubana porque su padre le contó que fue engendrado ahí. En esta lógica, el recuerdo de su padre se convierte parte de su propia memoria y, por ende, de su propia autobiografía. De manera similar, en “Historia secreta de mi biblioteca” Saldaña París traza la genealogía de su familia a través del relato de su biblioteca personal: “la historia de mi biblioteca es la historia de una pérdida y de una colección imposible, desperdigada en varios países, reconstruida a cachos pero incompleta siempre”, escribe.No es de sorprender que otro de los hilos conductores sea el de las ciudades que han constituido momentos clave en su vida. Para Saldaña París, la ciudad, al igual que la escritura autobiográfica y el recuerdo, es un monstruo que sólo puede alcanzar a atisbarse desde la lejanía y que jamás podrá conocer en su totalidad. En ese sentido, la ciudad también es narración, o bien, una invención que está conformada por distintos estratos.Derretirse en la escritura autobiográfica, o bien, narrar en el género de manera sincera según los parámetros que propone Daniel Saldaña París, implica necesariamente, derretirse en los recuerdos de otras personas, olvidar el límite entre lo propio y lo ajeno, entre la memoria y el olvido, entre la vergüenza y la aceptación, entre la realidad y la ficción. Aviones sobrevolando un monstruo recuerda que lo verdaderamente importante está en lo que nunca podrá ser aprehendido y que eso, por más extraño que parezca, es el retrato más fiel de uno mismo que se le puede ofrecer a los demás.

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No debería sorprender que muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos hayan incursionado, en algún momento de su vida, en la escritura autobiográfica. Quizás muchos han encontrado sosiego en contarle a alguien más, de manera íntima e ininterrumpida, los detalles más sobresalientes de su vida. Después de todo narrar es una manera de ponerle orden a la realidad. El género de la autobiografía, conocido por exponentes como Rousseau, Hemingway y, más recientemente, Joan Didion y Patti Smith, entre muchos más, parte de la intención de narrar algo verdadero: los momentos más destacados de la vida de una persona que resulta ser el autor. A diferencia de la ficción, el género surge a partir de un acuerdo de confianza que se crea con el lector, a quien se le pide que consuma el texto asumiendo que lo que se le cuenta es verdad. De modo que la sinceridad juega un papel fundamental en el campo de la escritura autobiográfica.En Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021), Daniel Saldaña París reúne una serie de textos de carácter autobiográfico escritos en momentos distintos de su vida para ensamblar un libro ecléctico y difícil de encasillar. Algunos de los escritos, como explica el autor en la nota preliminar, fueron realizados por encargo y publicados en lugares distintos. A pesar de que los textos que componen este libro respondieron, en su momento, a una serie de necesidades particulares, todos transcurren en ciudades que, como lo dice en el prólogo, han marcado su vida. En este sentido, Ciudad de México, Madrid, Cuernavaca, Montreal y La Habana fungen como hilo narrativo de este libro. Por otro lado, existe un segundo motor que unifica los nueve ensayos y que parte de la siguiente pregunta: “¿Puede uno derretirse autobiográficamente?”.

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Al reflexionar sobre lo anterior, que además es un cuestionamiento que el autor toma del estadounidense Robert Creeley, Saldaña Paris pone en duda la naturaleza fidedigna del género. El escritor mexicano, de 36 años, autor de títulos como las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) o El nervio principal (Sexto Piso, 2018), publica por primera vez un libro autobiográfico. Esto lo incorpora a la lista de contemporáneos que entienden a la escritura como un ejercicio de selección, de organización; un pizarrón que se reescribe una y otra vez hasta lograr el acomodo más adecuado para lo que se quiere decir. Según esta premisa, todo acto de escritura, tenga intenciones de ser verdad o no, es una fabricación y, por ende, hay algo de ficción en todo texto. Los autores que entienden la escritura así suelen pedirle al lector, de manera tácita o implícita, que se aproxime al texto con sigilo, a sabiendas de que no todo lo que lee es verdadero por el hecho de pertenecer al plano del lenguaje y de la narrativa.En los nueve ensayos que conforman Aviones sobrevolando un monstruo, el autor nos recuerda, a cada instante, que lo que está leyendo es una reproducción de su vida, la cual ha pasado por una serie de filtros que van desde la reescritura hasta la pérdida de la memoria. Con esto parecería que el libro es un proyecto sin sentido y que el autor está condenado a fallar. No obstante, la magia del libro sucede en la porosidad de la memoria, en los límites de los recuerdos que se desdibujan, así como en la imposibilidad de narrar su vida de manera cabal.“A veces me pongo a contar anécdotas o etapas de mi pasado y alguien me hace notar que lo que digo es imposible: en mi relato hay más años de los que llevo vivo, o hay años que tienen dos veranos, o meses que se extienden más de la cuenta”, escribe Saldaña París en “Un invierno bajo tierra”, el texto que dedica a narrar su estancia en Montreal. Y en esta frase quedan expuestos los mecanismos falibles de la narrativa, pero su enunciación es lo que permite contar con mayor fidelidad una anécdota, que al mismo autor le resulta huidiza: la etapa en la que vivió una dependencia a la morfina. Entre el frío violento y los efectos de la droga, el escritor rescata lo que puede de aquellos inviernos canadienses que parecían un eterno loop.En “La orgía nefasta”, el sexto capítulo, el autor comparte una anécdota que resume sus cuatro años como estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid, entre 2002 y 2006. Ahí se descubre un mecanismo de edición del relato, una selección, un momento específico de su vida; esto habla nuevamente de una transparencia con la que fortalece la premisa de que todo texto autobiográfico opera bajo los mismos mecanismos que la narrativa ficticia. El capítulo se centra en el verano de 2007, cuando él regresa brevemente a Madrid para despedirse de sus amigos después de haberse graduado y mudado a la Ciudad de México. En el departamento de su abuelo organiza una fiesta junto con su novia de aquel entonces. Ambos, inspirados por el espíritu de El erotismo de Bataille, deciden rellenar una piñata con vísceras de animales sin que los invitados lo sepan. Después de romperla, una caída nefasta de vísceras ahuyenta a varios y la reunión culmina en un encuentro sexual entre su novia y alguien más. A pesar de que el autor narra esta anécdota de principio a fin, en un momento advierte que no se detendrá mucho en los detalles porque ya ha contado la historia demasiadas veces y ahora la observa con desánimo y tristeza. Además de puntualizar su consciencia narrativa, lo anterior revela otro rasgo muy interesante de la escritura de Saldaña París. Al aceptar abiertamente que este es un acontecimiento desagradable en su historia, permite que el lector lo reconozca humano.El yo que se construye en Aviones sobrevolando un monstruo es uno consciente de que su existencia se entrecruza con las de otros. A partir de esta idea, Saldaña París juega con la versión tradicional —solipsista y monológica— del género de la autobiografía. 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De manera similar, en “Historia secreta de mi biblioteca” Saldaña París traza la genealogía de su familia a través del relato de su biblioteca personal: “la historia de mi biblioteca es la historia de una pérdida y de una colección imposible, desperdigada en varios países, reconstruida a cachos pero incompleta siempre”, escribe.No es de sorprender que otro de los hilos conductores sea el de las ciudades que han constituido momentos clave en su vida. Para Saldaña París, la ciudad, al igual que la escritura autobiográfica y el recuerdo, es un monstruo que sólo puede alcanzar a atisbarse desde la lejanía y que jamás podrá conocer en su totalidad. En ese sentido, la ciudad también es narración, o bien, una invención que está conformada por distintos estratos.Derretirse en la escritura autobiográfica, o bien, narrar en el género de manera sincera según los parámetros que propone Daniel Saldaña París, implica necesariamente, derretirse en los recuerdos de otras personas, olvidar el límite entre lo propio y lo ajeno, entre la memoria y el olvido, entre la vergüenza y la aceptación, entre la realidad y la ficción. Aviones sobrevolando un monstruo recuerda que lo verdaderamente importante está en lo que nunca podrá ser aprehendido y que eso, por más extraño que parezca, es el retrato más fiel de uno mismo que se le puede ofrecer a los demás.

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El género de la autobiografía es un ejercicio que ha sido popular a lo largo de la literatura. Es posible que muchos de los autores encuentren sosiego al narrarle su vida a alguien más. En Aviones sobrevolando un monstruo Daniel Saldaña París cuestiona la posibilidad de narrar a través de la escritura autobiográfica y entrega un libro honesto que reconoce los límites de la memoria y la narrativa.

No debería sorprender que muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos hayan incursionado, en algún momento de su vida, en la escritura autobiográfica. Quizás muchos han encontrado sosiego en contarle a alguien más, de manera íntima e ininterrumpida, los detalles más sobresalientes de su vida. Después de todo narrar es una manera de ponerle orden a la realidad. El género de la autobiografía, conocido por exponentes como Rousseau, Hemingway y, más recientemente, Joan Didion y Patti Smith, entre muchos más, parte de la intención de narrar algo verdadero: los momentos más destacados de la vida de una persona que resulta ser el autor. A diferencia de la ficción, el género surge a partir de un acuerdo de confianza que se crea con el lector, a quien se le pide que consuma el texto asumiendo que lo que se le cuenta es verdad. De modo que la sinceridad juega un papel fundamental en el campo de la escritura autobiográfica.En Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021), Daniel Saldaña París reúne una serie de textos de carácter autobiográfico escritos en momentos distintos de su vida para ensamblar un libro ecléctico y difícil de encasillar. Algunos de los escritos, como explica el autor en la nota preliminar, fueron realizados por encargo y publicados en lugares distintos. A pesar de que los textos que componen este libro respondieron, en su momento, a una serie de necesidades particulares, todos transcurren en ciudades que, como lo dice en el prólogo, han marcado su vida. En este sentido, Ciudad de México, Madrid, Cuernavaca, Montreal y La Habana fungen como hilo narrativo de este libro. Por otro lado, existe un segundo motor que unifica los nueve ensayos y que parte de la siguiente pregunta: “¿Puede uno derretirse autobiográficamente?”.

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Al reflexionar sobre lo anterior, que además es un cuestionamiento que el autor toma del estadounidense Robert Creeley, Saldaña Paris pone en duda la naturaleza fidedigna del género. El escritor mexicano, de 36 años, autor de títulos como las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) o El nervio principal (Sexto Piso, 2018), publica por primera vez un libro autobiográfico. Esto lo incorpora a la lista de contemporáneos que entienden a la escritura como un ejercicio de selección, de organización; un pizarrón que se reescribe una y otra vez hasta lograr el acomodo más adecuado para lo que se quiere decir. Según esta premisa, todo acto de escritura, tenga intenciones de ser verdad o no, es una fabricación y, por ende, hay algo de ficción en todo texto. Los autores que entienden la escritura así suelen pedirle al lector, de manera tácita o implícita, que se aproxime al texto con sigilo, a sabiendas de que no todo lo que lee es verdadero por el hecho de pertenecer al plano del lenguaje y de la narrativa.En los nueve ensayos que conforman Aviones sobrevolando un monstruo, el autor nos recuerda, a cada instante, que lo que está leyendo es una reproducción de su vida, la cual ha pasado por una serie de filtros que van desde la reescritura hasta la pérdida de la memoria. Con esto parecería que el libro es un proyecto sin sentido y que el autor está condenado a fallar. No obstante, la magia del libro sucede en la porosidad de la memoria, en los límites de los recuerdos que se desdibujan, así como en la imposibilidad de narrar su vida de manera cabal.“A veces me pongo a contar anécdotas o etapas de mi pasado y alguien me hace notar que lo que digo es imposible: en mi relato hay más años de los que llevo vivo, o hay años que tienen dos veranos, o meses que se extienden más de la cuenta”, escribe Saldaña París en “Un invierno bajo tierra”, el texto que dedica a narrar su estancia en Montreal. Y en esta frase quedan expuestos los mecanismos falibles de la narrativa, pero su enunciación es lo que permite contar con mayor fidelidad una anécdota, que al mismo autor le resulta huidiza: la etapa en la que vivió una dependencia a la morfina. Entre el frío violento y los efectos de la droga, el escritor rescata lo que puede de aquellos inviernos canadienses que parecían un eterno loop.En “La orgía nefasta”, el sexto capítulo, el autor comparte una anécdota que resume sus cuatro años como estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid, entre 2002 y 2006. Ahí se descubre un mecanismo de edición del relato, una selección, un momento específico de su vida; esto habla nuevamente de una transparencia con la que fortalece la premisa de que todo texto autobiográfico opera bajo los mismos mecanismos que la narrativa ficticia. El capítulo se centra en el verano de 2007, cuando él regresa brevemente a Madrid para despedirse de sus amigos después de haberse graduado y mudado a la Ciudad de México. En el departamento de su abuelo organiza una fiesta junto con su novia de aquel entonces. Ambos, inspirados por el espíritu de El erotismo de Bataille, deciden rellenar una piñata con vísceras de animales sin que los invitados lo sepan. Después de romperla, una caída nefasta de vísceras ahuyenta a varios y la reunión culmina en un encuentro sexual entre su novia y alguien más. A pesar de que el autor narra esta anécdota de principio a fin, en un momento advierte que no se detendrá mucho en los detalles porque ya ha contado la historia demasiadas veces y ahora la observa con desánimo y tristeza. Además de puntualizar su consciencia narrativa, lo anterior revela otro rasgo muy interesante de la escritura de Saldaña París. Al aceptar abiertamente que este es un acontecimiento desagradable en su historia, permite que el lector lo reconozca humano.El yo que se construye en Aviones sobrevolando un monstruo es uno consciente de que su existencia se entrecruza con las de otros. A partir de esta idea, Saldaña París juega con la versión tradicional —solipsista y monológica— del género de la autobiografía. Para esto, el escritor incluye una serie de textos y relatos que han atravesado su vida y les otorga un lugar protagónico en su narrativa. Por ejemplo, en el capítulo de “Regresar a La Habana”, el autor viaja a la isla caribeña con el fin de escapar del invierno en Montreal: “La idea de que regreso a La Habana pertenece, sobre todo, al terreno de la ficción. De la ficción autobiográfica, si se quiere”. Aquí el autor juega con la idea de que está regresando a la capital cubana porque su padre le contó que fue engendrado ahí. En esta lógica, el recuerdo de su padre se convierte parte de su propia memoria y, por ende, de su propia autobiografía. De manera similar, en “Historia secreta de mi biblioteca” Saldaña París traza la genealogía de su familia a través del relato de su biblioteca personal: “la historia de mi biblioteca es la historia de una pérdida y de una colección imposible, desperdigada en varios países, reconstruida a cachos pero incompleta siempre”, escribe.No es de sorprender que otro de los hilos conductores sea el de las ciudades que han constituido momentos clave en su vida. Para Saldaña París, la ciudad, al igual que la escritura autobiográfica y el recuerdo, es un monstruo que sólo puede alcanzar a atisbarse desde la lejanía y que jamás podrá conocer en su totalidad. En ese sentido, la ciudad también es narración, o bien, una invención que está conformada por distintos estratos.Derretirse en la escritura autobiográfica, o bien, narrar en el género de manera sincera según los parámetros que propone Daniel Saldaña París, implica necesariamente, derretirse en los recuerdos de otras personas, olvidar el límite entre lo propio y lo ajeno, entre la memoria y el olvido, entre la vergüenza y la aceptación, entre la realidad y la ficción. Aviones sobrevolando un monstruo recuerda que lo verdaderamente importante está en lo que nunca podrá ser aprehendido y que eso, por más extraño que parezca, es el retrato más fiel de uno mismo que se le puede ofrecer a los demás.

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El retrato más fiel. El libro autobiográfico de Daniel Saldaña París

El retrato más fiel. El libro autobiográfico de Daniel Saldaña París

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El género de la autobiografía es un ejercicio que ha sido popular a lo largo de la literatura. Es posible que muchos de los autores encuentren sosiego al narrarle su vida a alguien más. En Aviones sobrevolando un monstruo Daniel Saldaña París cuestiona la posibilidad de narrar a través de la escritura autobiográfica y entrega un libro honesto que reconoce los límites de la memoria y la narrativa.

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No debería sorprender que muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos hayan incursionado, en algún momento de su vida, en la escritura autobiográfica. Quizás muchos han encontrado sosiego en contarle a alguien más, de manera íntima e ininterrumpida, los detalles más sobresalientes de su vida. Después de todo narrar es una manera de ponerle orden a la realidad. El género de la autobiografía, conocido por exponentes como Rousseau, Hemingway y, más recientemente, Joan Didion y Patti Smith, entre muchos más, parte de la intención de narrar algo verdadero: los momentos más destacados de la vida de una persona que resulta ser el autor. A diferencia de la ficción, el género surge a partir de un acuerdo de confianza que se crea con el lector, a quien se le pide que consuma el texto asumiendo que lo que se le cuenta es verdad. De modo que la sinceridad juega un papel fundamental en el campo de la escritura autobiográfica.En Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021), Daniel Saldaña París reúne una serie de textos de carácter autobiográfico escritos en momentos distintos de su vida para ensamblar un libro ecléctico y difícil de encasillar. Algunos de los escritos, como explica el autor en la nota preliminar, fueron realizados por encargo y publicados en lugares distintos. A pesar de que los textos que componen este libro respondieron, en su momento, a una serie de necesidades particulares, todos transcurren en ciudades que, como lo dice en el prólogo, han marcado su vida. En este sentido, Ciudad de México, Madrid, Cuernavaca, Montreal y La Habana fungen como hilo narrativo de este libro. Por otro lado, existe un segundo motor que unifica los nueve ensayos y que parte de la siguiente pregunta: “¿Puede uno derretirse autobiográficamente?”.

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Al reflexionar sobre lo anterior, que además es un cuestionamiento que el autor toma del estadounidense Robert Creeley, Saldaña Paris pone en duda la naturaleza fidedigna del género. El escritor mexicano, de 36 años, autor de títulos como las novelas En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) o El nervio principal (Sexto Piso, 2018), publica por primera vez un libro autobiográfico. Esto lo incorpora a la lista de contemporáneos que entienden a la escritura como un ejercicio de selección, de organización; un pizarrón que se reescribe una y otra vez hasta lograr el acomodo más adecuado para lo que se quiere decir. Según esta premisa, todo acto de escritura, tenga intenciones de ser verdad o no, es una fabricación y, por ende, hay algo de ficción en todo texto. Los autores que entienden la escritura así suelen pedirle al lector, de manera tácita o implícita, que se aproxime al texto con sigilo, a sabiendas de que no todo lo que lee es verdadero por el hecho de pertenecer al plano del lenguaje y de la narrativa.En los nueve ensayos que conforman Aviones sobrevolando un monstruo, el autor nos recuerda, a cada instante, que lo que está leyendo es una reproducción de su vida, la cual ha pasado por una serie de filtros que van desde la reescritura hasta la pérdida de la memoria. Con esto parecería que el libro es un proyecto sin sentido y que el autor está condenado a fallar. No obstante, la magia del libro sucede en la porosidad de la memoria, en los límites de los recuerdos que se desdibujan, así como en la imposibilidad de narrar su vida de manera cabal.“A veces me pongo a contar anécdotas o etapas de mi pasado y alguien me hace notar que lo que digo es imposible: en mi relato hay más años de los que llevo vivo, o hay años que tienen dos veranos, o meses que se extienden más de la cuenta”, escribe Saldaña París en “Un invierno bajo tierra”, el texto que dedica a narrar su estancia en Montreal. Y en esta frase quedan expuestos los mecanismos falibles de la narrativa, pero su enunciación es lo que permite contar con mayor fidelidad una anécdota, que al mismo autor le resulta huidiza: la etapa en la que vivió una dependencia a la morfina. Entre el frío violento y los efectos de la droga, el escritor rescata lo que puede de aquellos inviernos canadienses que parecían un eterno loop.En “La orgía nefasta”, el sexto capítulo, el autor comparte una anécdota que resume sus cuatro años como estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid, entre 2002 y 2006. Ahí se descubre un mecanismo de edición del relato, una selección, un momento específico de su vida; esto habla nuevamente de una transparencia con la que fortalece la premisa de que todo texto autobiográfico opera bajo los mismos mecanismos que la narrativa ficticia. El capítulo se centra en el verano de 2007, cuando él regresa brevemente a Madrid para despedirse de sus amigos después de haberse graduado y mudado a la Ciudad de México. En el departamento de su abuelo organiza una fiesta junto con su novia de aquel entonces. Ambos, inspirados por el espíritu de El erotismo de Bataille, deciden rellenar una piñata con vísceras de animales sin que los invitados lo sepan. Después de romperla, una caída nefasta de vísceras ahuyenta a varios y la reunión culmina en un encuentro sexual entre su novia y alguien más. A pesar de que el autor narra esta anécdota de principio a fin, en un momento advierte que no se detendrá mucho en los detalles porque ya ha contado la historia demasiadas veces y ahora la observa con desánimo y tristeza. Además de puntualizar su consciencia narrativa, lo anterior revela otro rasgo muy interesante de la escritura de Saldaña París. Al aceptar abiertamente que este es un acontecimiento desagradable en su historia, permite que el lector lo reconozca humano.El yo que se construye en Aviones sobrevolando un monstruo es uno consciente de que su existencia se entrecruza con las de otros. A partir de esta idea, Saldaña París juega con la versión tradicional —solipsista y monológica— del género de la autobiografía. Para esto, el escritor incluye una serie de textos y relatos que han atravesado su vida y les otorga un lugar protagónico en su narrativa. Por ejemplo, en el capítulo de “Regresar a La Habana”, el autor viaja a la isla caribeña con el fin de escapar del invierno en Montreal: “La idea de que regreso a La Habana pertenece, sobre todo, al terreno de la ficción. De la ficción autobiográfica, si se quiere”. Aquí el autor juega con la idea de que está regresando a la capital cubana porque su padre le contó que fue engendrado ahí. En esta lógica, el recuerdo de su padre se convierte parte de su propia memoria y, por ende, de su propia autobiografía. De manera similar, en “Historia secreta de mi biblioteca” Saldaña París traza la genealogía de su familia a través del relato de su biblioteca personal: “la historia de mi biblioteca es la historia de una pérdida y de una colección imposible, desperdigada en varios países, reconstruida a cachos pero incompleta siempre”, escribe.No es de sorprender que otro de los hilos conductores sea el de las ciudades que han constituido momentos clave en su vida. Para Saldaña París, la ciudad, al igual que la escritura autobiográfica y el recuerdo, es un monstruo que sólo puede alcanzar a atisbarse desde la lejanía y que jamás podrá conocer en su totalidad. En ese sentido, la ciudad también es narración, o bien, una invención que está conformada por distintos estratos.Derretirse en la escritura autobiográfica, o bien, narrar en el género de manera sincera según los parámetros que propone Daniel Saldaña París, implica necesariamente, derretirse en los recuerdos de otras personas, olvidar el límite entre lo propio y lo ajeno, entre la memoria y el olvido, entre la vergüenza y la aceptación, entre la realidad y la ficción. Aviones sobrevolando un monstruo recuerda que lo verdaderamente importante está en lo que nunca podrá ser aprehendido y que eso, por más extraño que parezca, es el retrato más fiel de uno mismo que se le puede ofrecer a los demás.

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