Tiempo de lectura: 4 minutosPareciera que en el cine industrial contemporáneo se ha incrustado un vicio inextricable: el del cineasta-diseñador. Así como en las tiendas Miniso encontramos artículos peculiares para el hogar que atraen más por sus formas que por su utilidad, el cine de directores como Tim Burton, Wes Anderson o Robert Eggers se compone de un estilo reconocible y, con cada película, más hueco. Pareciera que el atractivo de la personalidad estética no es sólo un centro gravitacional sino una distracción: No vamos a ver de qué trata el nuevo proyecto ni esperamos que se rebele contra las tendencias mismas de su autor; pareciera que con cada película nueva de Wes Anderson la expectativa es ya, de manera estereotipada, una película de Wes Anderson.
Quizá sea pronto para acusar a la estadounidense Miranda July de lo mismo, pero con tres largometrajes de ficción y algunos cortos más en su filmografía —además de una carrera en la literatura y el arte— puede decirse que hay en ella una madurez artística irreversible. Las decisiones de July continuarán probablemente en la excéntrica dirección que han tomado y, si bien no conforman una obra desechable, su más reciente largometraje resalta algunos de los aspectos más cuestionables de su filmografía, principalmente en cuanto a los peligros de la abstracción.
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Kajillionaire (2020)
Kajillionaire (2020), que inauguró recientemente el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, cuenta la historia de una muchacha llamada Old Dolio (Evan Rachel Wood), que vive con sus padres, y los tres se dedican a la estafa. Sus trabajos habituales incluyen pequeños robos a la oficina de correos que ella realiza mediante precisas —y exageradas— coreografías para evadir las cámaras de seguridad, y suplantaciones de identidad que le dejan a la familia algunos dólares. Si esto ya sugiere la extravagancia de la directora, las condiciones de vivienda de estos personajes expresan con desvergüenza una imaginación desvinculada de lo real: Old Dolio y su familia viven en una oficina abandonada donde periódicamente se filtra por las paredes la espuma rosa de una fábrica de jabón. Más que poesía o significado, este elemento guarda un fin práctico: Mostrar cuánto se necesitan Old Dolio y sus padres para recoger la espuma y evitar la degradación de su hogar y sus pocas posesiones.
En un principio, la película parece plantearse como un retrato encantador de la desigualdad, y es por eso mismo que resulta problemática. Hace unos años aparecieron los largometrajes más populares de Sean Baker, Tangerine (2015) y The Florida Project (2017), que llamaron la atención por su forma de envolver la pobreza con una imaginería a lo Disneylandia; sin embargo, no lo hicieron porque quisieran disfrazarle al público la marginalidad sino para representar las ilusiones perdidas de sus protagonistas y combatir la omnipresente cicatriz de la pornomiseria. En vez de representar a una niña pobre o a unas sexoservidoras trans desde la moralización y el pánico de Ken Loach o Héctor Babenco, Baker buscaba humanizarlas y mostrar que su vida es un extraño equilibrio entre la sordidez y las acciones más ordinarias. A pesar de lo que nuestros prejuicios indiquen, son idénticas a nosotros.
Kajillionaire (2020)
En cambio, Miranda July trabaja desde lo que parece una poética de la ocurrencia. Por la razón afectiva más simplona, la de enternecer, la miseria de los personajes no es ni la observación incluyente de Baker ni una alegoría de una sociedad obsesionada con el dinero, como lo sugiere el título: más bien se trata de una metáfora sobre el ahorro y la codependencia que olvida los significados más punzantes de la marginación. Old Dolio no sólo ahorra dólares sino su carácter completo. Wood la interpreta admirablemente como una caricatura cabizbaja y de hombros aventados al frente. Su voz grave como el sonido de una tuba y su personalidad reacia al contacto completan el cuadro de su timidez, síntoma indudable de la explotación a la que es sometida por sus padres. Afortunadamente, cuando la película empieza a concentrarse en la identidad y la liberación de Old Dolio, July parece enfrentarse a la etiqueta del cineasta-diseñador.
En una estafa diseñada por Old Dolio, la familia finge la desaparición de una maleta en el aeropuerto para obtener un cheque por algo más de mil 500 dólares. En el avión conocen a Melanie (Gina Rodriguez), una simpática trabajadora de una clínica oftalmológica que se involucra con ellos y comienza a mostrar interés por la tímida protagonista. Lo que sigue a partir de ahí es una historia sobre la separación de la familia nuclear y la invención de un yo suprimido por la autoridad paterna que, por sí misma, no aporta nada inédito, pero en la excentricidad de sus símbolos sugiere, al menos, una mirada que en su desinhibición y su aparente puerilidad contiene algo más original que otras historias similares.
Kajillionaire (2020)
Por ejemplo, Old Dolio suplanta por 20 dólares a una muchacha embarazada en un taller de maternidad obligatorio donde se entera acerca de la iniciación de la lactancia. Cuando uno pone a un recién nacido sobre el vientre materno, instintivamente el bebé se arrastrará hasta alcanzar el pecho y comenzar a mamar por primera vez. Old Dolio se obsesiona con ello y parece entusiasmada con hacerlo para sentir por primera vez que no tiene explotadores sino padres. Más adelante regresa al taller por su cuenta, donde interpreta a una hipotética hija suya que se llama igual, y explica que su extraordinario nombre es un homenaje a un vagabundo. Wood recibe una caricia con los ojos cerrados no en contraste con la película sino desde su verdadero centro emotivo. El gesto, para desgracia de Old Dolio, es interrumpido por un terremoto.
Los continuos temblores a lo largo de Kajillionaire se vinculan con una escena donde Old Dolio da a un anciano consejos para morir. La vida no es nada, le explica; hay que soltarla como si fuera un hilo. No pareciera que esté inventando algo para consolar al hombre, sino que al fin puede hablar de algo que lleva pensando mucho tiempo. Cobijada por una negrura infinita que interrumpen sólo las estrellas, Old Dolio podría encontrar en la muerte su anhelada libertad. Como cineasta, Miranda July encuentra en esa imagen un argumento contra sus detractores.