Tiempo de lectura: 4 minutosUn hombre lamenta frente a la cámara que los telones de los teatros del mundo estén abajo. El ritmo de su voz se hace lento mientras reconoce ante sí mismo que la pesadilla se hizo realidad, no sólo no habrá nuevos estrenos de obras con las cuales ganarse la vida, sino que hasta las calles están prohibidas para provocar con sus gestos a espectadores casuales. Es Humberto Busto buscándonos con la mirada mientras recita el texto de La última función.
Desde que el aislamiento tomó su papel de antagonista no convocado y se filtró por todos los teatros para romper con su esencia de reunión, Busto ha optado por encontrar en él una coyuntura artística. Pertenece al enorme grupo de directores, actores y guionistas que deambulan por rincones solitarios buscando nuevos lenguajes que alivien su necesidad de reencuentro.
“Vivimos un momento de luto en el teatro, un espacio que prácticamente parecía intocable. Uno podía no tener dinero y salir a la calle a hacer teatro, pero ahora ni eso es posible”, dice vía telefónica el actor, productor y director egresado del Centro Universitario de Teatro de la UNAM.
Hace años, mientras Humberto Busto investigaba sobre las artes escénicas post dramáticas en Berlín, conoció a un hombre que insistía en imprimir sus anhelos en el teatro, convencido de es una forma de arte con el poder de cambiar las coas. Era el gran dramaturgo Roland Schimmelpfennig, quien durante la estancia del joven mexicano en su país le regaló un libro que se convertiría en su cobijo durante las primeras semanas de confinamiento que pasó en Colombia tras la llegada de la pandemia.
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El tacto de Schimmelpfennig para los asuntos humanos tranquilizó sus incertidumbres. Busto está convencido de que actualmente la mayoría de las personas enfrentan conflictos existenciales. En el encierro hay tiempo de sobra para analizar la vida, la muerte, la finitud, el colectivo, o la discriminación. Así que durante la relectura de su texto se propuso llamar al dramaturgo y sugerirle colaborar en algún tipo de proyecto. Éste le comentó que acababa de publicar en diarios de Europa su texto-manifiesto La última función.
En él retrata la agonía temporal del teatro como consecuencia de la pandemia. En sus líneas evidencia la alarmante la precarización de los artistas independientes, quienes no cuentan con ahorros que les permitan sobrevivir sin trabajo permanente. Siguiendo la lógica de que la sombra es equiparable con la cantidad de luz irradiada, el manifiesto también hace referencia a la naturaleza del teatro como vínculo entre grupos que dialogan, reivindicando así su aportación en la construcción de los discursos sociales.
“Vivimos un momento de luto en el teatro, un espacio que prácticamente parecía intocable. Uno podía no tener dinero y salir a la calle a hacer teatro, pero ahora ni eso es posible”.
Tras su publicación, las ideas de Schimmelpfennig comenzaron a ser grabadas con las voces de actores y directores en teatros vacíos de Europa. Al conocer estos trabajos Humberto Busto no sólo quiso hacer su versión, sino que quiso llevar la idea a una nueva dimensión, por lo que prestó atención a las pequeñas teatralidades de lo cotidiano, momentos dramáticos que empiezan a suceder tras pasar días en el mismo lugar.
“Son cuestiones que tienen que ver con el cambio de luz que entra por la ventana, con la forma en la que utilizas los objetos, con las rutinas, con encuadrar a través de la cámara ciertos lugares específicos que adquieren una poesía, o una lectura distinta al estar en confinamiento”, señala el también egresado del Talent Campus Berlinale.
Luego de un mes de trabajo la propuesta de Busto resultó en un ensayo visual homónimo de 18 minutos de duración, que puede verse en Teatro Unam. En él transcurre la lectura del texto-manifiesto, ilustrada por tomas que reflejan el encierro experimentado por Schimmelpfennig, la actriz cubana Adriana Jácome, el dramaturgo José Sanchis Sinisterra, quien ha renovado la escena española, y el mismo Busto.
Las secuencias se intercalan con maquetas brillantes de escenarios realizadas por el director y escenógrafo Juan José Tagle. “Él estaba explorando cuestiones sobre espectros que habitan los espacios, así que pensamos en construir teatros en miniatura con restos de escenografía”, explica Humberto Busto.
“Busto está convencido de que actualmente la mayoría de las personas enfrentan conflictos existenciales. En el encierro hay tiempo de sobra para analizar la vida, la muerte, la finitud, el colectivo, o la discriminación”.
Durante ese mes el actor se metió al taller de vestuario del diseñador colombiano Sebastián Romero con quien filmó zapatos, camisas, aretes y otros accesorios a fin de ilustrar el texto. También invitó al músico mexicano Alberto Vázquez a componer una pieza en la que plasmara su propia idea del encierro usando los softwares de su estudio. Después vino la suma de fugas y voluntades.
“Estos elementos se integraron de manera orgánica. Cuando tuve el trabajo de todos empecé a hacer el montaje para tratar de darle un sentido al texto que no fuera solamente literal y que se pudiera vincular con nuestras ideas sobre el escenario y este coma teatral”, añade Busto.
Para el actor, el confinamiento que nos obliga a la incomodidad de lidiar con nuestras emociones, e incertidumbres económicas y laborales, es algo que puede ser al mismo al mismo tiempo una oportunidad creativa. Y así lo confirma: “El espíritu que quiero dejar detrás del texto de Roland es que un artista debe de ser capaz de soportar todo el dolor del mundo, porque su deber es convertirlo en belleza”.