La cointeligencia de los contrarios
Marcel Duchamp y Jeff Koons en el Museo Jumex
Tras la primera década del siglo XX, Marcel Duchamp empezó a frustrarse como pintor y a perder el interés por lo que llamaba “arte retiniano”. Los objetos cotidianos que presentó a partir de entonces como ready-mades eran hasta ese momento la antítesis del arte. Con aquel gesto revolucionario, el francés le planteó al mundo el reto de enfrentarse a un objeto, no por su valor estético, sino en busca de las reflexiones que trae sacarlo de contexto. Fountain, su ready-made más famoso y controversial, es un urinario invertido que firmó con el pseudónimo R. Mutt para la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York en 1917.
Duchamp defendió la pieza en un artículo sin firma para la revista The blind man, donde afirmó: “Que el señor Mutt hiciera o no la fuente con sus propias manos carece de importancia. La ELIGIÓ”. Seleccionar un elemento de uso cotidiano para despojarlo de su valor utilitario y presentarlo como arte es una provocación que hasta el día de hoy no se agota.
La sacudida intelectual y filosófica que significó para la ontología del arte y para lo que significaba ser o no artista, eliminó el peso que hasta entonces había tenido la pieza artística y el virtuosismo de su creador, para dejar claro que el arte también está en el reino de las ideas y es ahí donde recae su mayor poder. Es ahí, mejor dicho, donde todo es posible. El verdadero objetivo de los ready-mades, aclaró su autor tiempo después, “era impedir la posibilidad de definir el arte”, y lo lograron.
Todo artista de nuestra era le debe a Duchamp esa libertad y la infinidad de debates que la rodean. Su obra sigue y seguirá siendo capaz de sostener conversaciones aguerridas con la artistas de nuestro tiempo y los que vendrán. Este es el caso de Apariencia desnuda, en el Museo Jumex, una exhibición que pone frente a frente la obra de Marcel Duchamp con la de otro gran provocador, Jeff Koons. La muestra analiza a través de su trabajo conceptos clave relacionados con los objetos, las mercancías y la relación de un artista con la sociedad a través de lo que el francés llamaba la “cointeligencia de los contrarios”. A pesar de las décadas que los separan y el hecho de que sus universos creativos e intelectuales parecen precisamente contrarios, ambos han cuestionado y explotado la fascinación por los bienes de consumo y las nuevas nociones del arte en temas de autoría, originalidad y corrupción.
Los dos compartieron también la obsesión con lo que David Joselit llamó “la erótica de las cosas”, es decir, el poder que tienen los objetos para evocar deseo y proyectar o reflejar sexualidad. En el terreno personal las cosas que elegimos dicen mucho de quién somos, pero en el territorio del arte, Duchamp decidió responder al dilema de la elección recurriendo a la indiferencia o el azar, como una forma desechar el hasta entonces intocable supuesto en el que el gusto, la belleza y los juicios estéticos son estándares definitivos para el arte.
Como tantos otros herederos de Duchamp, en sus piezas más emblemáticas Koons eligió objetos cotidianos, no sólo para presentarlos como tal, sino para rehacerlos a mayor escala, con una precisión industrial y un profundo conocimiento de mercado y de lo infalible que es apelar al juego, a la infancia; a lo brillante, prolijo y juguetón, como estrategia para conquistarlo.
“Duchamp fue capaz de cambiar la forma en que vemos todo. Nos hizo saber que nuestra mente tiene la capacidad de abrirse cada vez más y que todos podemos participar en la cultura”, dice Jeff Koons en entrevista.
“Durante la infancia no somos tan críticos, estamos completamente abiertos a disfrutar el azul por ser azul, o la madera por ser madera. Cuando hice el Balloon Dog, estaba siguiendo mi conexión con los inflables, que claro, viene de la infancia, pero esta vez quería hacer algo mítico, como un caballo de Troya, con un interior un poco más oscuro. Quería que fuera una pieza que pudiera colocarse al centro de un ritual ”, cuenta el artista, vestido como un impecable hombre de negocios, quien apenas un día antes de esta entrevista había recuperado el récord como el artista vivo más caro del mundo.
El 15 de mayo la casa de subastas Christie’s vendió en más de 91 millones de dólares su pieza Rabbit, una escultura de acero inoxidable con forma de conejo inflable (una de sus tres ediciones puede verse en la exposición). Robert E. Mnuchin, comerciante de arte y padre del Secretario de Estado del gobierno de Donald Trump, hizo la apuesta ganadora.
De su relación con el mercado, a pesar de haberse colocado al centro a bordo de su caballo de Troya, prefiere no hablar demasiado. Reconoce que la cifra y el récord le sorprenden, pero no dice mucho más. Después de todo, es un récord que ya había tenido antes con su Balloon Dog color naranja.
La carrera de Jeff Koons ha estado constantemente enmarcada en la controversia, en algunos casos buscada por el mismo, como en su serie Made in Heaven, donde aparece recreando escenas explícitamente sexuales junto a su entonces pareja, la actriz porno Ilona Staller, mejor conocida como La Cicciolina. En otras, por especulación financiera o demandas de plagio, que una ocasión llevaron al Centro Pompidou de París a retirar una obra de su retrospectiva.
Jeff Koons fue broker de Wall Street y la serie que despuntó su carrera no sólo se tituló “Banalidad”, sino que se lanzó con publicidad en la que posó con cerdos y chicas en bikini. Es un artista que grita ambición y prefiere los anuncios a los catálogos.
“Ningún otro artista se presta como él a la caricatura de los indecentemente ricos en su apetito voraz por lo vulgarmente brilloso. Pero la burla se hace más difícil cuando acercándose a su trabajo con ojos y mente abiertos uno se encuentra con su formidable inteligencia estética”, escribió Peter Schjeldahl para The New Yorker. “A Koons no le falta talento (…) en realidad es la calidad de su trabajo, entrelazada con tendencias económicas y sociales lo que lo convierten en el artista insignia del mundo de hoy. Si no les gusta, desquítense con el mundo”.
Esta es una exposición que, bajo la curaduría de Massimiliano Gioni, director artístico Edlis Neeson del New Museum de Nueva York, ofrece al visitante la oportunidad de ver obras insignia de Marcel Duchamp como Fountain, L.H.O.O.Q, Air du Paris y una proyección de Le Grand Verre, (Cabe mencionar que es una pena que nada de esto esté recibiendo la atención que merece en la cobertura mediática) para después plantear paralelismos entre su obra y la del norteamericano. LePorte-bouteilles (El secador de botellas) de Duchamp y las New Hoover Convertibles (las aspiradoras) de Koons; Metallic Venus y Mariée; y el Travel Bar de Koons, junto a la pieza Why not sneeze, Rrose Sélavy? del francés.
Las decisiones curatoriales de esta exposición desnudan la historia del arte de nuestra era, partiendo del Duchamp de la ruptura intelectual y filosófica rumbo a un arte sin límites. Una mente tan adelantada a su tiempo que sin duda vio venir la era de Jeff Koons.
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