Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

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Tiempo de Lectura: 00 min

La artista mexicana viva más influyente a escala global que ha logrado, a través de un arte político y corrosivo, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta: la escalada interminable de violencia que vive nuestro país.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, 1963), luego de que la escritora estadounidense recorriera la obra “Vaporización”, que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA PS1 de Nueva York.La sensación de cruzar un nebuloso cuarto lleno de vapor, cuya materia prima era agua recolectada del lavado de cadáveres en una morgue, llevó a la autora de Notas sobre lo camp a una vivencia que excede en muchos sentidos el acto simple de acudir a un museo a ver una obra de arte. Sontag decidió dejarlo por escrito en el libro de visitas de la exposición porque estaba consciente de que su experiencia sintetizaba lo vivido por casi todos los que hemos estado expuestos a la obra de Margolles.Recuerdo que leí en el periódico la anécdota de Sontag una década después, en 2012, cuando Margolles me pidió sumarme a los voluntarios que diariamente intervinieron su pieza “La promesa”, que se inauguró ese año en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Y lo recuerdo porque podría también decir que el día en que participé en el performance “toqué la muerte”, pero en un sentido más literal y doloroso. “La promesa” es una instalación de más de 30 metros de largo que consiste en un compacto muro hecho con los escombros de uno de los centenares de casas abandonadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, a causa de la violencia del narcotráfico. La acción que se me encomendó fue desprender del muro, de rodillas y con mis manos, la mayor cantidad de tierra y escombros posible durante el transcurso de una hora.

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Acudo a este recuerdo personal como la forma más directa de mostrar el peso y gravedad que tiene la obra de Margolles, un trabajo que, por mucho, la ha vuelto la artista mexicana viva más influyente a nivel internacional. Su obra tiene la doble virtud de ser eficiente en términos formales y contundente en su aparato crítico.

Margolles recibió en 2019 una mención especial del jurado por su trabajo en la 58a Bienal de Venecia. Su obra se ha exhibido recientemente en Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido numerosos reconocimientos, incluido el premio Artes Mundi y el Premio Príncipe Claus de Cultura y Desarrollo en 2012. Representó a México en la 53a Bienal de Venecia en 2009 con la serie de piezas ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, curada por Cuauhtémoc Medina.Primero en colectivo, como parte del grupo Semefo (Servicio Médico Forense), y en solitario desde el año 2000, Teresa Margolles ha logrado construir un cuerpo de obra que “ha operado como una suerte de historiografía inconsciente de la brutalidad de la experiencia social en México”, como lo señala Medina.[caption id="attachment_260843" align="aligncenter" width="1940"]

Instalación performática de la artista mexicana Teresa Margolles expuesta en el MUAC.

“La promesa” fue una instalación performática de más de 30 metros de largo. El muro por intervenir durante el periodo en que se expuso en el MUAC, en 2012, está conformado de restos triturados de casas abandonadas en Ciudad Juárez.[/caption]Desde la fotografía, la instalación, el per­formance, la escultura y la pintura enrarecida, Margolles cuenta con un amplio espectro que va de lo inmaterial y etéreo a lo monumental y grotesco. Pienso en sus autorretratos en la morgue cargando el cadáver de un infante, en las sábanas del IMSS con las siluetas de personas asesinadas grabadas, en la lengua extraída del cuerpo de un joven asesinado, en el muro balaceado de una escuela, en los mensajes suicidas exhibidos en marquesinas de cines abandonados, en la colección de portadas de periódicos amarillistas con escenas explícitas de homicidios en yuxtaposición con fotografías de mujeres semidesnudas, en las vitrinas con carteles de búsqueda de jóvenes desaparecidas o secuestradas, en las tarjetas para picar cocaína, en el silencioso bloque de cemento con un feto muerto en su interior.

La obra de Margolles es heterogénea, pero el hilo conductor que la sostiene, más allá de su vínculo con una noción material e imaginaria de la muerte, es la capacidad de llevar el arte al límite de cualquier planteamiento ético. Si su arte es político lo es porque logra, de forma corrosiva, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta y que tensa hasta el extremo valores universales y normativas jurídicas o morales que se asumen como esenciales. Como ejemplos muy claros, tenemos la manipulación de cadáveres o la recolección de objetos o fragmentos de escenas de crímenes violentos.El trabajo de Margolles nos recuerda que, sin importar la alternancia política, México enfrenta una interminable escalada de violencia. Por encima de las escandalosas cifras de asesinatos en el país, lo más grave en este contexto de muerte y descomposición, lo que señala puntualmente la obra de Margolles, es que se normalicen los secuestros, las masacres, los colgados, los feminicidios, los asesinatos que quedan impunes, la degradación de ciudades enteras y, en general, la violencia que entraña la vida en sociedad.Cuando estaba solo en aquella sala del MUAC, intentando cumplir con mi tortuosa faena, pensaba cómo, desde ahí, desde una obra de arte, la impunidad y la violencia normalizada adquirían otra dimensión. Esas muertes y esas casas abandonadas que, con el paso del tiempo, se vuelven una simple estadística, lastimaban mi cuerpo literalmente. El dolor y la frustración eran los medios que la artista ponía sobre la mesa para que todos, espectadores y participantes, pensáramos en la violencia.Desde 2006 y con estos temas en mente, empezó a trabajar de forma sistemática en Ciudad Juárez. Tomando esta ciudad fronteriza como un termómetro del país, la artista se instaló allí, intercalando con su residencia en Madrid, para expandir su rango de acción. Si bien el trabajo dentro de la morgue definió la primera etapa de su carrera, la calle y el prolongado proceso de deterioro de una urbe vital y compleja como Ciudad Juárez, convertida en una especie de laboratorio social extendido, marcó una segunda.
En 2012 Margolles me invitó a Ciudad Juárez para visitar con ella los lugares donde producía su obra. En uno de nuestros recorridos fuimos al oriente de la ciudad, donde se extienden inmensas unidades habitacionales con diminutas casas que se replican ominosamente y albergan, mayoritariamente, a trabajadores de la maquila. Las minúsculas viviendas rodeadas de calles sin pavimento, sin servicios básicos, son el escenario de un fenómeno siniestro, mucho más grave que su cruda pobreza. Lo que llamó su atención era obscenamente claro: estas casas fueron abandonadas y, posteriormente, quemadas. La marca ennegrecida como testigo de una violencia sistematizada; como recuerdo indeleble de que el secuestro y la extorsión afectan directamente el refugio de cualquier familia. Lo que antes era un hogar se convertía en una marca del crimen organizado, una cicatriz expuesta de un país donde la violencia no encuentra límites.En aquellos años, la destrucción de todos los bares de la zona centro, el corazón de la vida nocturna de Ciudad Juárez, ya era una espiral sin retorno. Como si acudiéramos a un cementerio, recorrimos las principales avenidas donde los escombros apenas permitían adivinar que ahí antes hubo centros nocturnos. Volví a ver esos lugares años después, en una serie fotográfica de Margolles que consistía en retratos de mujeres transgénero dedicadas a la prostitución que posaban en las ruinas de los lugares donde solían trabajar. Una de ellas era Karla Reyes Gallegos, quien, como si fuera su Virgilio por el inframundo, contactó a la artista con un grupo de mujeres transgénero de la ciudad chihuahuense que desde entonces han colaborado en varias de sus obras. La más reciente, “Póker de damas”, se mostró virtualmente en el MUAC en medio del cierre por la pandemia. La pieza recuerda precisamente la muerte de Karla, a quien asesinaron con lujo de violencia el 22 de diciembre de 2015.La experiencia de aquel viaje a Ciudad Juárez me permitió ver el trabajo de Margolles con una amplia gama de matices que antes tal vez pasé por alto. Pienso, por ejemplo, en las piezas que presentó en 2009 como representante de México en la Bienal de Venecia; en esas telas ensangrentadas o con restos y escombros de escenas donde se cometieron crímenes violentos. La forma como se adquirieron dichos materiales y su procesamiento inicial debe ser visto con una perspectiva de género que muchas veces se obvia.[caption id="attachment_260844" align="aligncenter" width="700"]
El arte de Teresa Margolles se centra en representar la violencia que envuelve al país mexicano desde hace décadas.
Aunque anteriormente la obra de Margolles se enfocó en el trabajo directo con cadáveres de víctimas de violencia, ahora se ocupa de los vivos en condición marginal y de riesgo. Ciudad Juárez, Chihuahua, se convirtió en el centro de su producción.[/caption]
En aquel 2012, mientras caminaba con miedo por las calles de Ciudad Juárez donde sabía que días o semanas atrás se habían registrado confrontaciones armadas, secuestros y asesinatos, tomé conciencia de que Margolles acudía cotidianamente a dichos espacios para recabar la materia prima de sus obras: sangre, cristales, escombros, restos humanos; todo lo que perdura en una escena del crimen. Si bien ella cuenta con la ayuda de un grupo compacto de personas en esta ciudad, en realidad, se trata de una mujer que, como parte de su trabajo y desde la vulnerabilidad de su cuerpo, transita por lugares donde la violencia extrema es moneda corriente. En aquel mismo viaje le pregunté cómo le hacía para protegerse. Su respuesta fue simple y desconcertante. Me respondió que no tenía ninguna estrategia en concreto. En ocasiones, me dijo, solo tenía que hablar fuerte, “como señora”, porque los halcones o protosicarios son casi siempre hombres muy jóvenes, incapaces de replicar a la voz enérgica de una figura materna.Considero un falso debate el cuestionamiento de la venta de las obras de Margolles dentro del mercado internacional del arte.El dinero —que claramente existe— no es lo que define su producción ni su estilo de vida. Además, las obras que se exhiben en galerías comerciales, como “El asesinato cambia el mundo”, en la James Cohan de Nueva York, la última exposición de Margolles que vi hace justo un año, antes del confinamiento, mantienen el mismo duelo, crudeza y tensión que el resto de su trabajo, aun cuando su manufactura pueda considerarse delicada e impecable o que su instalación sea en inmaculados cubos blancos.

La pieza central en la galería neoyorquina era “El manto negro”, una instalación escultórica de gran formato conformada por decenas de mosaicos negros de cerámica bruñida, hechos a mano por artesanos de Mata Ortiz, Chihuahua. Cada pieza representa una víctima del crimen organizado y su manufactura está mediada por el hecho de que el poblado de artesanos donde trabajó Margolles, como casi toda la zona fronteriza con Estados Unidos, está controlada por cárteles de la droga.Pero la obra que muestra de forma más categórica esta tensión entre forma y contenido en esta exposición es la serie El brillo, una colección de prendas de diseñadores con sede en Nueva York que tienen bordados a mano fragmentos de vidrio que Margolles recolectó en sitios donde ocurrieron actos violentos y trasladó a prendas de alta costura. El fino terciopelo está adornado con el resultado tangible de la violencia que provocan en México las armas fabricadas en Estados Unidos.

Por más que estas obras estén creadas para exhibirse en una galería comercial en Nueva York, pueden sumarse sin problemas al heterodoxo cuerpo de obra de Margolles. No resultan disonantes si se comparan, por ejemplo, con su más reciente trabajo, El silencio, una exposición que se inauguró en Madrid, el 31 de diciembre de 2020, en el espacio Nadie Nunca Nada No del artista Ramón Mateos. La muestra conmemora el quinto aniversario luctuoso de Karla y para ello presenta un video de tres horas con un listado de nombres de personas de la comunidad LGBTTTIQ que murieron asesinadas entre 1990 y 2020. Se incluye, además, un letrero luminoso recuperado del semiabandonado centro de Charleroi, Bélgica (cuyo deterioro, comentó Margolles, le recordó a Ciudad Juárez) y un performance donde participaron tres mujeres transgénero que se dedican a la prostitución en Madrid.

Indistintamente del espacio de exhibición en el que opere, Margolles ha mantenido su discurso de denuncia y cuestionamiento a una realidad nacional que es insostenible desde un discurso oficial, como artista oficial. Su obra sigue adquiriendo una relevancia internacional trágicamente equiparable al crecimiento en los índices de violencia en el país. Que sea la obra de una mujer la que refleja con más solvencia la realidad nacional solo muestra que el arte mexicano, una vez más, ha logrado ser fiel a su tiempo.

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La artista mexicana viva más influyente a escala global que ha logrado, a través de un arte político y corrosivo, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta: la escalada interminable de violencia que vive nuestro país.

“Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, 1963), luego de que la escritora estadounidense recorriera la obra “Vaporización”, que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA PS1 de Nueva York.La sensación de cruzar un nebuloso cuarto lleno de vapor, cuya materia prima era agua recolectada del lavado de cadáveres en una morgue, llevó a la autora de Notas sobre lo camp a una vivencia que excede en muchos sentidos el acto simple de acudir a un museo a ver una obra de arte. Sontag decidió dejarlo por escrito en el libro de visitas de la exposición porque estaba consciente de que su experiencia sintetizaba lo vivido por casi todos los que hemos estado expuestos a la obra de Margolles.Recuerdo que leí en el periódico la anécdota de Sontag una década después, en 2012, cuando Margolles me pidió sumarme a los voluntarios que diariamente intervinieron su pieza “La promesa”, que se inauguró ese año en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Y lo recuerdo porque podría también decir que el día en que participé en el performance “toqué la muerte”, pero en un sentido más literal y doloroso. “La promesa” es una instalación de más de 30 metros de largo que consiste en un compacto muro hecho con los escombros de uno de los centenares de casas abandonadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, a causa de la violencia del narcotráfico. La acción que se me encomendó fue desprender del muro, de rodillas y con mis manos, la mayor cantidad de tierra y escombros posible durante el transcurso de una hora.

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Acudo a este recuerdo personal como la forma más directa de mostrar el peso y gravedad que tiene la obra de Margolles, un trabajo que, por mucho, la ha vuelto la artista mexicana viva más influyente a nivel internacional. Su obra tiene la doble virtud de ser eficiente en términos formales y contundente en su aparato crítico.

Margolles recibió en 2019 una mención especial del jurado por su trabajo en la 58a Bienal de Venecia. Su obra se ha exhibido recientemente en Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido numerosos reconocimientos, incluido el premio Artes Mundi y el Premio Príncipe Claus de Cultura y Desarrollo en 2012. Representó a México en la 53a Bienal de Venecia en 2009 con la serie de piezas ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, curada por Cuauhtémoc Medina.Primero en colectivo, como parte del grupo Semefo (Servicio Médico Forense), y en solitario desde el año 2000, Teresa Margolles ha logrado construir un cuerpo de obra que “ha operado como una suerte de historiografía inconsciente de la brutalidad de la experiencia social en México”, como lo señala Medina.[caption id="attachment_260843" align="aligncenter" width="1940"]

Instalación performática de la artista mexicana Teresa Margolles expuesta en el MUAC.

“La promesa” fue una instalación performática de más de 30 metros de largo. El muro por intervenir durante el periodo en que se expuso en el MUAC, en 2012, está conformado de restos triturados de casas abandonadas en Ciudad Juárez.[/caption]Desde la fotografía, la instalación, el per­formance, la escultura y la pintura enrarecida, Margolles cuenta con un amplio espectro que va de lo inmaterial y etéreo a lo monumental y grotesco. Pienso en sus autorretratos en la morgue cargando el cadáver de un infante, en las sábanas del IMSS con las siluetas de personas asesinadas grabadas, en la lengua extraída del cuerpo de un joven asesinado, en el muro balaceado de una escuela, en los mensajes suicidas exhibidos en marquesinas de cines abandonados, en la colección de portadas de periódicos amarillistas con escenas explícitas de homicidios en yuxtaposición con fotografías de mujeres semidesnudas, en las vitrinas con carteles de búsqueda de jóvenes desaparecidas o secuestradas, en las tarjetas para picar cocaína, en el silencioso bloque de cemento con un feto muerto en su interior.

La obra de Margolles es heterogénea, pero el hilo conductor que la sostiene, más allá de su vínculo con una noción material e imaginaria de la muerte, es la capacidad de llevar el arte al límite de cualquier planteamiento ético. Si su arte es político lo es porque logra, de forma corrosiva, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta y que tensa hasta el extremo valores universales y normativas jurídicas o morales que se asumen como esenciales. Como ejemplos muy claros, tenemos la manipulación de cadáveres o la recolección de objetos o fragmentos de escenas de crímenes violentos.El trabajo de Margolles nos recuerda que, sin importar la alternancia política, México enfrenta una interminable escalada de violencia. Por encima de las escandalosas cifras de asesinatos en el país, lo más grave en este contexto de muerte y descomposición, lo que señala puntualmente la obra de Margolles, es que se normalicen los secuestros, las masacres, los colgados, los feminicidios, los asesinatos que quedan impunes, la degradación de ciudades enteras y, en general, la violencia que entraña la vida en sociedad.Cuando estaba solo en aquella sala del MUAC, intentando cumplir con mi tortuosa faena, pensaba cómo, desde ahí, desde una obra de arte, la impunidad y la violencia normalizada adquirían otra dimensión. Esas muertes y esas casas abandonadas que, con el paso del tiempo, se vuelven una simple estadística, lastimaban mi cuerpo literalmente. El dolor y la frustración eran los medios que la artista ponía sobre la mesa para que todos, espectadores y participantes, pensáramos en la violencia.Desde 2006 y con estos temas en mente, empezó a trabajar de forma sistemática en Ciudad Juárez. Tomando esta ciudad fronteriza como un termómetro del país, la artista se instaló allí, intercalando con su residencia en Madrid, para expandir su rango de acción. Si bien el trabajo dentro de la morgue definió la primera etapa de su carrera, la calle y el prolongado proceso de deterioro de una urbe vital y compleja como Ciudad Juárez, convertida en una especie de laboratorio social extendido, marcó una segunda.
En 2012 Margolles me invitó a Ciudad Juárez para visitar con ella los lugares donde producía su obra. En uno de nuestros recorridos fuimos al oriente de la ciudad, donde se extienden inmensas unidades habitacionales con diminutas casas que se replican ominosamente y albergan, mayoritariamente, a trabajadores de la maquila. Las minúsculas viviendas rodeadas de calles sin pavimento, sin servicios básicos, son el escenario de un fenómeno siniestro, mucho más grave que su cruda pobreza. Lo que llamó su atención era obscenamente claro: estas casas fueron abandonadas y, posteriormente, quemadas. La marca ennegrecida como testigo de una violencia sistematizada; como recuerdo indeleble de que el secuestro y la extorsión afectan directamente el refugio de cualquier familia. Lo que antes era un hogar se convertía en una marca del crimen organizado, una cicatriz expuesta de un país donde la violencia no encuentra límites.En aquellos años, la destrucción de todos los bares de la zona centro, el corazón de la vida nocturna de Ciudad Juárez, ya era una espiral sin retorno. Como si acudiéramos a un cementerio, recorrimos las principales avenidas donde los escombros apenas permitían adivinar que ahí antes hubo centros nocturnos. Volví a ver esos lugares años después, en una serie fotográfica de Margolles que consistía en retratos de mujeres transgénero dedicadas a la prostitución que posaban en las ruinas de los lugares donde solían trabajar. Una de ellas era Karla Reyes Gallegos, quien, como si fuera su Virgilio por el inframundo, contactó a la artista con un grupo de mujeres transgénero de la ciudad chihuahuense que desde entonces han colaborado en varias de sus obras. La más reciente, “Póker de damas”, se mostró virtualmente en el MUAC en medio del cierre por la pandemia. La pieza recuerda precisamente la muerte de Karla, a quien asesinaron con lujo de violencia el 22 de diciembre de 2015.La experiencia de aquel viaje a Ciudad Juárez me permitió ver el trabajo de Margolles con una amplia gama de matices que antes tal vez pasé por alto. Pienso, por ejemplo, en las piezas que presentó en 2009 como representante de México en la Bienal de Venecia; en esas telas ensangrentadas o con restos y escombros de escenas donde se cometieron crímenes violentos. La forma como se adquirieron dichos materiales y su procesamiento inicial debe ser visto con una perspectiva de género que muchas veces se obvia.[caption id="attachment_260844" align="aligncenter" width="700"]
El arte de Teresa Margolles se centra en representar la violencia que envuelve al país mexicano desde hace décadas.
Aunque anteriormente la obra de Margolles se enfocó en el trabajo directo con cadáveres de víctimas de violencia, ahora se ocupa de los vivos en condición marginal y de riesgo. Ciudad Juárez, Chihuahua, se convirtió en el centro de su producción.[/caption]
En aquel 2012, mientras caminaba con miedo por las calles de Ciudad Juárez donde sabía que días o semanas atrás se habían registrado confrontaciones armadas, secuestros y asesinatos, tomé conciencia de que Margolles acudía cotidianamente a dichos espacios para recabar la materia prima de sus obras: sangre, cristales, escombros, restos humanos; todo lo que perdura en una escena del crimen. Si bien ella cuenta con la ayuda de un grupo compacto de personas en esta ciudad, en realidad, se trata de una mujer que, como parte de su trabajo y desde la vulnerabilidad de su cuerpo, transita por lugares donde la violencia extrema es moneda corriente. En aquel mismo viaje le pregunté cómo le hacía para protegerse. Su respuesta fue simple y desconcertante. Me respondió que no tenía ninguna estrategia en concreto. En ocasiones, me dijo, solo tenía que hablar fuerte, “como señora”, porque los halcones o protosicarios son casi siempre hombres muy jóvenes, incapaces de replicar a la voz enérgica de una figura materna.Considero un falso debate el cuestionamiento de la venta de las obras de Margolles dentro del mercado internacional del arte.El dinero —que claramente existe— no es lo que define su producción ni su estilo de vida. Además, las obras que se exhiben en galerías comerciales, como “El asesinato cambia el mundo”, en la James Cohan de Nueva York, la última exposición de Margolles que vi hace justo un año, antes del confinamiento, mantienen el mismo duelo, crudeza y tensión que el resto de su trabajo, aun cuando su manufactura pueda considerarse delicada e impecable o que su instalación sea en inmaculados cubos blancos.

La pieza central en la galería neoyorquina era “El manto negro”, una instalación escultórica de gran formato conformada por decenas de mosaicos negros de cerámica bruñida, hechos a mano por artesanos de Mata Ortiz, Chihuahua. Cada pieza representa una víctima del crimen organizado y su manufactura está mediada por el hecho de que el poblado de artesanos donde trabajó Margolles, como casi toda la zona fronteriza con Estados Unidos, está controlada por cárteles de la droga.Pero la obra que muestra de forma más categórica esta tensión entre forma y contenido en esta exposición es la serie El brillo, una colección de prendas de diseñadores con sede en Nueva York que tienen bordados a mano fragmentos de vidrio que Margolles recolectó en sitios donde ocurrieron actos violentos y trasladó a prendas de alta costura. El fino terciopelo está adornado con el resultado tangible de la violencia que provocan en México las armas fabricadas en Estados Unidos.

Por más que estas obras estén creadas para exhibirse en una galería comercial en Nueva York, pueden sumarse sin problemas al heterodoxo cuerpo de obra de Margolles. No resultan disonantes si se comparan, por ejemplo, con su más reciente trabajo, El silencio, una exposición que se inauguró en Madrid, el 31 de diciembre de 2020, en el espacio Nadie Nunca Nada No del artista Ramón Mateos. La muestra conmemora el quinto aniversario luctuoso de Karla y para ello presenta un video de tres horas con un listado de nombres de personas de la comunidad LGBTTTIQ que murieron asesinadas entre 1990 y 2020. Se incluye, además, un letrero luminoso recuperado del semiabandonado centro de Charleroi, Bélgica (cuyo deterioro, comentó Margolles, le recordó a Ciudad Juárez) y un performance donde participaron tres mujeres transgénero que se dedican a la prostitución en Madrid.

Indistintamente del espacio de exhibición en el que opere, Margolles ha mantenido su discurso de denuncia y cuestionamiento a una realidad nacional que es insostenible desde un discurso oficial, como artista oficial. Su obra sigue adquiriendo una relevancia internacional trágicamente equiparable al crecimiento en los índices de violencia en el país. Que sea la obra de una mujer la que refleja con más solvencia la realidad nacional solo muestra que el arte mexicano, una vez más, ha logrado ser fiel a su tiempo.

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La artista mexicana viva más influyente a escala global que ha logrado, a través de un arte político y corrosivo, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta: la escalada interminable de violencia que vive nuestro país.

“Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, 1963), luego de que la escritora estadounidense recorriera la obra “Vaporización”, que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA PS1 de Nueva York.La sensación de cruzar un nebuloso cuarto lleno de vapor, cuya materia prima era agua recolectada del lavado de cadáveres en una morgue, llevó a la autora de Notas sobre lo camp a una vivencia que excede en muchos sentidos el acto simple de acudir a un museo a ver una obra de arte. Sontag decidió dejarlo por escrito en el libro de visitas de la exposición porque estaba consciente de que su experiencia sintetizaba lo vivido por casi todos los que hemos estado expuestos a la obra de Margolles.Recuerdo que leí en el periódico la anécdota de Sontag una década después, en 2012, cuando Margolles me pidió sumarme a los voluntarios que diariamente intervinieron su pieza “La promesa”, que se inauguró ese año en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Y lo recuerdo porque podría también decir que el día en que participé en el performance “toqué la muerte”, pero en un sentido más literal y doloroso. “La promesa” es una instalación de más de 30 metros de largo que consiste en un compacto muro hecho con los escombros de uno de los centenares de casas abandonadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, a causa de la violencia del narcotráfico. La acción que se me encomendó fue desprender del muro, de rodillas y con mis manos, la mayor cantidad de tierra y escombros posible durante el transcurso de una hora.

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Margolles recibió en 2019 una mención especial del jurado por su trabajo en la 58a Bienal de Venecia. Su obra se ha exhibido recientemente en Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido numerosos reconocimientos, incluido el premio Artes Mundi y el Premio Príncipe Claus de Cultura y Desarrollo en 2012. Representó a México en la 53a Bienal de Venecia en 2009 con la serie de piezas ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, curada por Cuauhtémoc Medina.Primero en colectivo, como parte del grupo Semefo (Servicio Médico Forense), y en solitario desde el año 2000, Teresa Margolles ha logrado construir un cuerpo de obra que “ha operado como una suerte de historiografía inconsciente de la brutalidad de la experiencia social en México”, como lo señala Medina.[caption id="attachment_260843" align="aligncenter" width="1940"]

Instalación performática de la artista mexicana Teresa Margolles expuesta en el MUAC.

“La promesa” fue una instalación performática de más de 30 metros de largo. El muro por intervenir durante el periodo en que se expuso en el MUAC, en 2012, está conformado de restos triturados de casas abandonadas en Ciudad Juárez.[/caption]Desde la fotografía, la instalación, el per­formance, la escultura y la pintura enrarecida, Margolles cuenta con un amplio espectro que va de lo inmaterial y etéreo a lo monumental y grotesco. Pienso en sus autorretratos en la morgue cargando el cadáver de un infante, en las sábanas del IMSS con las siluetas de personas asesinadas grabadas, en la lengua extraída del cuerpo de un joven asesinado, en el muro balaceado de una escuela, en los mensajes suicidas exhibidos en marquesinas de cines abandonados, en la colección de portadas de periódicos amarillistas con escenas explícitas de homicidios en yuxtaposición con fotografías de mujeres semidesnudas, en las vitrinas con carteles de búsqueda de jóvenes desaparecidas o secuestradas, en las tarjetas para picar cocaína, en el silencioso bloque de cemento con un feto muerto en su interior.

La obra de Margolles es heterogénea, pero el hilo conductor que la sostiene, más allá de su vínculo con una noción material e imaginaria de la muerte, es la capacidad de llevar el arte al límite de cualquier planteamiento ético. Si su arte es político lo es porque logra, de forma corrosiva, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta y que tensa hasta el extremo valores universales y normativas jurídicas o morales que se asumen como esenciales. Como ejemplos muy claros, tenemos la manipulación de cadáveres o la recolección de objetos o fragmentos de escenas de crímenes violentos.El trabajo de Margolles nos recuerda que, sin importar la alternancia política, México enfrenta una interminable escalada de violencia. Por encima de las escandalosas cifras de asesinatos en el país, lo más grave en este contexto de muerte y descomposición, lo que señala puntualmente la obra de Margolles, es que se normalicen los secuestros, las masacres, los colgados, los feminicidios, los asesinatos que quedan impunes, la degradación de ciudades enteras y, en general, la violencia que entraña la vida en sociedad.Cuando estaba solo en aquella sala del MUAC, intentando cumplir con mi tortuosa faena, pensaba cómo, desde ahí, desde una obra de arte, la impunidad y la violencia normalizada adquirían otra dimensión. Esas muertes y esas casas abandonadas que, con el paso del tiempo, se vuelven una simple estadística, lastimaban mi cuerpo literalmente. El dolor y la frustración eran los medios que la artista ponía sobre la mesa para que todos, espectadores y participantes, pensáramos en la violencia.Desde 2006 y con estos temas en mente, empezó a trabajar de forma sistemática en Ciudad Juárez. Tomando esta ciudad fronteriza como un termómetro del país, la artista se instaló allí, intercalando con su residencia en Madrid, para expandir su rango de acción. Si bien el trabajo dentro de la morgue definió la primera etapa de su carrera, la calle y el prolongado proceso de deterioro de una urbe vital y compleja como Ciudad Juárez, convertida en una especie de laboratorio social extendido, marcó una segunda.
En 2012 Margolles me invitó a Ciudad Juárez para visitar con ella los lugares donde producía su obra. En uno de nuestros recorridos fuimos al oriente de la ciudad, donde se extienden inmensas unidades habitacionales con diminutas casas que se replican ominosamente y albergan, mayoritariamente, a trabajadores de la maquila. Las minúsculas viviendas rodeadas de calles sin pavimento, sin servicios básicos, son el escenario de un fenómeno siniestro, mucho más grave que su cruda pobreza. Lo que llamó su atención era obscenamente claro: estas casas fueron abandonadas y, posteriormente, quemadas. La marca ennegrecida como testigo de una violencia sistematizada; como recuerdo indeleble de que el secuestro y la extorsión afectan directamente el refugio de cualquier familia. Lo que antes era un hogar se convertía en una marca del crimen organizado, una cicatriz expuesta de un país donde la violencia no encuentra límites.En aquellos años, la destrucción de todos los bares de la zona centro, el corazón de la vida nocturna de Ciudad Juárez, ya era una espiral sin retorno. Como si acudiéramos a un cementerio, recorrimos las principales avenidas donde los escombros apenas permitían adivinar que ahí antes hubo centros nocturnos. Volví a ver esos lugares años después, en una serie fotográfica de Margolles que consistía en retratos de mujeres transgénero dedicadas a la prostitución que posaban en las ruinas de los lugares donde solían trabajar. Una de ellas era Karla Reyes Gallegos, quien, como si fuera su Virgilio por el inframundo, contactó a la artista con un grupo de mujeres transgénero de la ciudad chihuahuense que desde entonces han colaborado en varias de sus obras. La más reciente, “Póker de damas”, se mostró virtualmente en el MUAC en medio del cierre por la pandemia. La pieza recuerda precisamente la muerte de Karla, a quien asesinaron con lujo de violencia el 22 de diciembre de 2015.La experiencia de aquel viaje a Ciudad Juárez me permitió ver el trabajo de Margolles con una amplia gama de matices que antes tal vez pasé por alto. Pienso, por ejemplo, en las piezas que presentó en 2009 como representante de México en la Bienal de Venecia; en esas telas ensangrentadas o con restos y escombros de escenas donde se cometieron crímenes violentos. La forma como se adquirieron dichos materiales y su procesamiento inicial debe ser visto con una perspectiva de género que muchas veces se obvia.[caption id="attachment_260844" align="aligncenter" width="700"]
El arte de Teresa Margolles se centra en representar la violencia que envuelve al país mexicano desde hace décadas.
Aunque anteriormente la obra de Margolles se enfocó en el trabajo directo con cadáveres de víctimas de violencia, ahora se ocupa de los vivos en condición marginal y de riesgo. Ciudad Juárez, Chihuahua, se convirtió en el centro de su producción.[/caption]
En aquel 2012, mientras caminaba con miedo por las calles de Ciudad Juárez donde sabía que días o semanas atrás se habían registrado confrontaciones armadas, secuestros y asesinatos, tomé conciencia de que Margolles acudía cotidianamente a dichos espacios para recabar la materia prima de sus obras: sangre, cristales, escombros, restos humanos; todo lo que perdura en una escena del crimen. Si bien ella cuenta con la ayuda de un grupo compacto de personas en esta ciudad, en realidad, se trata de una mujer que, como parte de su trabajo y desde la vulnerabilidad de su cuerpo, transita por lugares donde la violencia extrema es moneda corriente. En aquel mismo viaje le pregunté cómo le hacía para protegerse. Su respuesta fue simple y desconcertante. Me respondió que no tenía ninguna estrategia en concreto. En ocasiones, me dijo, solo tenía que hablar fuerte, “como señora”, porque los halcones o protosicarios son casi siempre hombres muy jóvenes, incapaces de replicar a la voz enérgica de una figura materna.Considero un falso debate el cuestionamiento de la venta de las obras de Margolles dentro del mercado internacional del arte.El dinero —que claramente existe— no es lo que define su producción ni su estilo de vida. Además, las obras que se exhiben en galerías comerciales, como “El asesinato cambia el mundo”, en la James Cohan de Nueva York, la última exposición de Margolles que vi hace justo un año, antes del confinamiento, mantienen el mismo duelo, crudeza y tensión que el resto de su trabajo, aun cuando su manufactura pueda considerarse delicada e impecable o que su instalación sea en inmaculados cubos blancos.

La pieza central en la galería neoyorquina era “El manto negro”, una instalación escultórica de gran formato conformada por decenas de mosaicos negros de cerámica bruñida, hechos a mano por artesanos de Mata Ortiz, Chihuahua. Cada pieza representa una víctima del crimen organizado y su manufactura está mediada por el hecho de que el poblado de artesanos donde trabajó Margolles, como casi toda la zona fronteriza con Estados Unidos, está controlada por cárteles de la droga.Pero la obra que muestra de forma más categórica esta tensión entre forma y contenido en esta exposición es la serie El brillo, una colección de prendas de diseñadores con sede en Nueva York que tienen bordados a mano fragmentos de vidrio que Margolles recolectó en sitios donde ocurrieron actos violentos y trasladó a prendas de alta costura. El fino terciopelo está adornado con el resultado tangible de la violencia que provocan en México las armas fabricadas en Estados Unidos.

Por más que estas obras estén creadas para exhibirse en una galería comercial en Nueva York, pueden sumarse sin problemas al heterodoxo cuerpo de obra de Margolles. No resultan disonantes si se comparan, por ejemplo, con su más reciente trabajo, El silencio, una exposición que se inauguró en Madrid, el 31 de diciembre de 2020, en el espacio Nadie Nunca Nada No del artista Ramón Mateos. La muestra conmemora el quinto aniversario luctuoso de Karla y para ello presenta un video de tres horas con un listado de nombres de personas de la comunidad LGBTTTIQ que murieron asesinadas entre 1990 y 2020. Se incluye, además, un letrero luminoso recuperado del semiabandonado centro de Charleroi, Bélgica (cuyo deterioro, comentó Margolles, le recordó a Ciudad Juárez) y un performance donde participaron tres mujeres transgénero que se dedican a la prostitución en Madrid.

Indistintamente del espacio de exhibición en el que opere, Margolles ha mantenido su discurso de denuncia y cuestionamiento a una realidad nacional que es insostenible desde un discurso oficial, como artista oficial. Su obra sigue adquiriendo una relevancia internacional trágicamente equiparable al crecimiento en los índices de violencia en el país. Que sea la obra de una mujer la que refleja con más solvencia la realidad nacional solo muestra que el arte mexicano, una vez más, ha logrado ser fiel a su tiempo.

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Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

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La artista mexicana viva más influyente a escala global que ha logrado, a través de un arte político y corrosivo, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta: la escalada interminable de violencia que vive nuestro país.

“Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, 1963), luego de que la escritora estadounidense recorriera la obra “Vaporización”, que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA PS1 de Nueva York.La sensación de cruzar un nebuloso cuarto lleno de vapor, cuya materia prima era agua recolectada del lavado de cadáveres en una morgue, llevó a la autora de Notas sobre lo camp a una vivencia que excede en muchos sentidos el acto simple de acudir a un museo a ver una obra de arte. Sontag decidió dejarlo por escrito en el libro de visitas de la exposición porque estaba consciente de que su experiencia sintetizaba lo vivido por casi todos los que hemos estado expuestos a la obra de Margolles.Recuerdo que leí en el periódico la anécdota de Sontag una década después, en 2012, cuando Margolles me pidió sumarme a los voluntarios que diariamente intervinieron su pieza “La promesa”, que se inauguró ese año en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Y lo recuerdo porque podría también decir que el día en que participé en el performance “toqué la muerte”, pero en un sentido más literal y doloroso. “La promesa” es una instalación de más de 30 metros de largo que consiste en un compacto muro hecho con los escombros de uno de los centenares de casas abandonadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, a causa de la violencia del narcotráfico. La acción que se me encomendó fue desprender del muro, de rodillas y con mis manos, la mayor cantidad de tierra y escombros posible durante el transcurso de una hora.

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Acudo a este recuerdo personal como la forma más directa de mostrar el peso y gravedad que tiene la obra de Margolles, un trabajo que, por mucho, la ha vuelto la artista mexicana viva más influyente a nivel internacional. Su obra tiene la doble virtud de ser eficiente en términos formales y contundente en su aparato crítico.

Margolles recibió en 2019 una mención especial del jurado por su trabajo en la 58a Bienal de Venecia. Su obra se ha exhibido recientemente en Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido numerosos reconocimientos, incluido el premio Artes Mundi y el Premio Príncipe Claus de Cultura y Desarrollo en 2012. Representó a México en la 53a Bienal de Venecia en 2009 con la serie de piezas ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, curada por Cuauhtémoc Medina.Primero en colectivo, como parte del grupo Semefo (Servicio Médico Forense), y en solitario desde el año 2000, Teresa Margolles ha logrado construir un cuerpo de obra que “ha operado como una suerte de historiografía inconsciente de la brutalidad de la experiencia social en México”, como lo señala Medina.[caption id="attachment_260843" align="aligncenter" width="1940"]

Instalación performática de la artista mexicana Teresa Margolles expuesta en el MUAC.

“La promesa” fue una instalación performática de más de 30 metros de largo. El muro por intervenir durante el periodo en que se expuso en el MUAC, en 2012, está conformado de restos triturados de casas abandonadas en Ciudad Juárez.[/caption]Desde la fotografía, la instalación, el per­formance, la escultura y la pintura enrarecida, Margolles cuenta con un amplio espectro que va de lo inmaterial y etéreo a lo monumental y grotesco. Pienso en sus autorretratos en la morgue cargando el cadáver de un infante, en las sábanas del IMSS con las siluetas de personas asesinadas grabadas, en la lengua extraída del cuerpo de un joven asesinado, en el muro balaceado de una escuela, en los mensajes suicidas exhibidos en marquesinas de cines abandonados, en la colección de portadas de periódicos amarillistas con escenas explícitas de homicidios en yuxtaposición con fotografías de mujeres semidesnudas, en las vitrinas con carteles de búsqueda de jóvenes desaparecidas o secuestradas, en las tarjetas para picar cocaína, en el silencioso bloque de cemento con un feto muerto en su interior.

La obra de Margolles es heterogénea, pero el hilo conductor que la sostiene, más allá de su vínculo con una noción material e imaginaria de la muerte, es la capacidad de llevar el arte al límite de cualquier planteamiento ético. Si su arte es político lo es porque logra, de forma corrosiva, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta y que tensa hasta el extremo valores universales y normativas jurídicas o morales que se asumen como esenciales. Como ejemplos muy claros, tenemos la manipulación de cadáveres o la recolección de objetos o fragmentos de escenas de crímenes violentos.El trabajo de Margolles nos recuerda que, sin importar la alternancia política, México enfrenta una interminable escalada de violencia. Por encima de las escandalosas cifras de asesinatos en el país, lo más grave en este contexto de muerte y descomposición, lo que señala puntualmente la obra de Margolles, es que se normalicen los secuestros, las masacres, los colgados, los feminicidios, los asesinatos que quedan impunes, la degradación de ciudades enteras y, en general, la violencia que entraña la vida en sociedad.Cuando estaba solo en aquella sala del MUAC, intentando cumplir con mi tortuosa faena, pensaba cómo, desde ahí, desde una obra de arte, la impunidad y la violencia normalizada adquirían otra dimensión. Esas muertes y esas casas abandonadas que, con el paso del tiempo, se vuelven una simple estadística, lastimaban mi cuerpo literalmente. El dolor y la frustración eran los medios que la artista ponía sobre la mesa para que todos, espectadores y participantes, pensáramos en la violencia.Desde 2006 y con estos temas en mente, empezó a trabajar de forma sistemática en Ciudad Juárez. Tomando esta ciudad fronteriza como un termómetro del país, la artista se instaló allí, intercalando con su residencia en Madrid, para expandir su rango de acción. Si bien el trabajo dentro de la morgue definió la primera etapa de su carrera, la calle y el prolongado proceso de deterioro de una urbe vital y compleja como Ciudad Juárez, convertida en una especie de laboratorio social extendido, marcó una segunda.
En 2012 Margolles me invitó a Ciudad Juárez para visitar con ella los lugares donde producía su obra. En uno de nuestros recorridos fuimos al oriente de la ciudad, donde se extienden inmensas unidades habitacionales con diminutas casas que se replican ominosamente y albergan, mayoritariamente, a trabajadores de la maquila. Las minúsculas viviendas rodeadas de calles sin pavimento, sin servicios básicos, son el escenario de un fenómeno siniestro, mucho más grave que su cruda pobreza. Lo que llamó su atención era obscenamente claro: estas casas fueron abandonadas y, posteriormente, quemadas. La marca ennegrecida como testigo de una violencia sistematizada; como recuerdo indeleble de que el secuestro y la extorsión afectan directamente el refugio de cualquier familia. Lo que antes era un hogar se convertía en una marca del crimen organizado, una cicatriz expuesta de un país donde la violencia no encuentra límites.En aquellos años, la destrucción de todos los bares de la zona centro, el corazón de la vida nocturna de Ciudad Juárez, ya era una espiral sin retorno. Como si acudiéramos a un cementerio, recorrimos las principales avenidas donde los escombros apenas permitían adivinar que ahí antes hubo centros nocturnos. Volví a ver esos lugares años después, en una serie fotográfica de Margolles que consistía en retratos de mujeres transgénero dedicadas a la prostitución que posaban en las ruinas de los lugares donde solían trabajar. Una de ellas era Karla Reyes Gallegos, quien, como si fuera su Virgilio por el inframundo, contactó a la artista con un grupo de mujeres transgénero de la ciudad chihuahuense que desde entonces han colaborado en varias de sus obras. La más reciente, “Póker de damas”, se mostró virtualmente en el MUAC en medio del cierre por la pandemia. La pieza recuerda precisamente la muerte de Karla, a quien asesinaron con lujo de violencia el 22 de diciembre de 2015.La experiencia de aquel viaje a Ciudad Juárez me permitió ver el trabajo de Margolles con una amplia gama de matices que antes tal vez pasé por alto. Pienso, por ejemplo, en las piezas que presentó en 2009 como representante de México en la Bienal de Venecia; en esas telas ensangrentadas o con restos y escombros de escenas donde se cometieron crímenes violentos. La forma como se adquirieron dichos materiales y su procesamiento inicial debe ser visto con una perspectiva de género que muchas veces se obvia.[caption id="attachment_260844" align="aligncenter" width="700"]
El arte de Teresa Margolles se centra en representar la violencia que envuelve al país mexicano desde hace décadas.
Aunque anteriormente la obra de Margolles se enfocó en el trabajo directo con cadáveres de víctimas de violencia, ahora se ocupa de los vivos en condición marginal y de riesgo. Ciudad Juárez, Chihuahua, se convirtió en el centro de su producción.[/caption]
En aquel 2012, mientras caminaba con miedo por las calles de Ciudad Juárez donde sabía que días o semanas atrás se habían registrado confrontaciones armadas, secuestros y asesinatos, tomé conciencia de que Margolles acudía cotidianamente a dichos espacios para recabar la materia prima de sus obras: sangre, cristales, escombros, restos humanos; todo lo que perdura en una escena del crimen. Si bien ella cuenta con la ayuda de un grupo compacto de personas en esta ciudad, en realidad, se trata de una mujer que, como parte de su trabajo y desde la vulnerabilidad de su cuerpo, transita por lugares donde la violencia extrema es moneda corriente. En aquel mismo viaje le pregunté cómo le hacía para protegerse. Su respuesta fue simple y desconcertante. Me respondió que no tenía ninguna estrategia en concreto. En ocasiones, me dijo, solo tenía que hablar fuerte, “como señora”, porque los halcones o protosicarios son casi siempre hombres muy jóvenes, incapaces de replicar a la voz enérgica de una figura materna.Considero un falso debate el cuestionamiento de la venta de las obras de Margolles dentro del mercado internacional del arte.El dinero —que claramente existe— no es lo que define su producción ni su estilo de vida. Además, las obras que se exhiben en galerías comerciales, como “El asesinato cambia el mundo”, en la James Cohan de Nueva York, la última exposición de Margolles que vi hace justo un año, antes del confinamiento, mantienen el mismo duelo, crudeza y tensión que el resto de su trabajo, aun cuando su manufactura pueda considerarse delicada e impecable o que su instalación sea en inmaculados cubos blancos.

La pieza central en la galería neoyorquina era “El manto negro”, una instalación escultórica de gran formato conformada por decenas de mosaicos negros de cerámica bruñida, hechos a mano por artesanos de Mata Ortiz, Chihuahua. Cada pieza representa una víctima del crimen organizado y su manufactura está mediada por el hecho de que el poblado de artesanos donde trabajó Margolles, como casi toda la zona fronteriza con Estados Unidos, está controlada por cárteles de la droga.Pero la obra que muestra de forma más categórica esta tensión entre forma y contenido en esta exposición es la serie El brillo, una colección de prendas de diseñadores con sede en Nueva York que tienen bordados a mano fragmentos de vidrio que Margolles recolectó en sitios donde ocurrieron actos violentos y trasladó a prendas de alta costura. El fino terciopelo está adornado con el resultado tangible de la violencia que provocan en México las armas fabricadas en Estados Unidos.

Por más que estas obras estén creadas para exhibirse en una galería comercial en Nueva York, pueden sumarse sin problemas al heterodoxo cuerpo de obra de Margolles. No resultan disonantes si se comparan, por ejemplo, con su más reciente trabajo, El silencio, una exposición que se inauguró en Madrid, el 31 de diciembre de 2020, en el espacio Nadie Nunca Nada No del artista Ramón Mateos. La muestra conmemora el quinto aniversario luctuoso de Karla y para ello presenta un video de tres horas con un listado de nombres de personas de la comunidad LGBTTTIQ que murieron asesinadas entre 1990 y 2020. Se incluye, además, un letrero luminoso recuperado del semiabandonado centro de Charleroi, Bélgica (cuyo deterioro, comentó Margolles, le recordó a Ciudad Juárez) y un performance donde participaron tres mujeres transgénero que se dedican a la prostitución en Madrid.

Indistintamente del espacio de exhibición en el que opere, Margolles ha mantenido su discurso de denuncia y cuestionamiento a una realidad nacional que es insostenible desde un discurso oficial, como artista oficial. Su obra sigue adquiriendo una relevancia internacional trágicamente equiparable al crecimiento en los índices de violencia en el país. Que sea la obra de una mujer la que refleja con más solvencia la realidad nacional solo muestra que el arte mexicano, una vez más, ha logrado ser fiel a su tiempo.

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Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

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2021
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La artista mexicana viva más influyente a escala global que ha logrado, a través de un arte político y corrosivo, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta: la escalada interminable de violencia que vive nuestro país.

“Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, 1963), luego de que la escritora estadounidense recorriera la obra “Vaporización”, que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA PS1 de Nueva York.La sensación de cruzar un nebuloso cuarto lleno de vapor, cuya materia prima era agua recolectada del lavado de cadáveres en una morgue, llevó a la autora de Notas sobre lo camp a una vivencia que excede en muchos sentidos el acto simple de acudir a un museo a ver una obra de arte. Sontag decidió dejarlo por escrito en el libro de visitas de la exposición porque estaba consciente de que su experiencia sintetizaba lo vivido por casi todos los que hemos estado expuestos a la obra de Margolles.Recuerdo que leí en el periódico la anécdota de Sontag una década después, en 2012, cuando Margolles me pidió sumarme a los voluntarios que diariamente intervinieron su pieza “La promesa”, que se inauguró ese año en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Y lo recuerdo porque podría también decir que el día en que participé en el performance “toqué la muerte”, pero en un sentido más literal y doloroso. “La promesa” es una instalación de más de 30 metros de largo que consiste en un compacto muro hecho con los escombros de uno de los centenares de casas abandonadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, a causa de la violencia del narcotráfico. La acción que se me encomendó fue desprender del muro, de rodillas y con mis manos, la mayor cantidad de tierra y escombros posible durante el transcurso de una hora.

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Acudo a este recuerdo personal como la forma más directa de mostrar el peso y gravedad que tiene la obra de Margolles, un trabajo que, por mucho, la ha vuelto la artista mexicana viva más influyente a nivel internacional. Su obra tiene la doble virtud de ser eficiente en términos formales y contundente en su aparato crítico.

Margolles recibió en 2019 una mención especial del jurado por su trabajo en la 58a Bienal de Venecia. Su obra se ha exhibido recientemente en Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido numerosos reconocimientos, incluido el premio Artes Mundi y el Premio Príncipe Claus de Cultura y Desarrollo en 2012. Representó a México en la 53a Bienal de Venecia en 2009 con la serie de piezas ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, curada por Cuauhtémoc Medina.Primero en colectivo, como parte del grupo Semefo (Servicio Médico Forense), y en solitario desde el año 2000, Teresa Margolles ha logrado construir un cuerpo de obra que “ha operado como una suerte de historiografía inconsciente de la brutalidad de la experiencia social en México”, como lo señala Medina.[caption id="attachment_260843" align="aligncenter" width="1940"]

Instalación performática de la artista mexicana Teresa Margolles expuesta en el MUAC.

“La promesa” fue una instalación performática de más de 30 metros de largo. El muro por intervenir durante el periodo en que se expuso en el MUAC, en 2012, está conformado de restos triturados de casas abandonadas en Ciudad Juárez.[/caption]Desde la fotografía, la instalación, el per­formance, la escultura y la pintura enrarecida, Margolles cuenta con un amplio espectro que va de lo inmaterial y etéreo a lo monumental y grotesco. Pienso en sus autorretratos en la morgue cargando el cadáver de un infante, en las sábanas del IMSS con las siluetas de personas asesinadas grabadas, en la lengua extraída del cuerpo de un joven asesinado, en el muro balaceado de una escuela, en los mensajes suicidas exhibidos en marquesinas de cines abandonados, en la colección de portadas de periódicos amarillistas con escenas explícitas de homicidios en yuxtaposición con fotografías de mujeres semidesnudas, en las vitrinas con carteles de búsqueda de jóvenes desaparecidas o secuestradas, en las tarjetas para picar cocaína, en el silencioso bloque de cemento con un feto muerto en su interior.

La obra de Margolles es heterogénea, pero el hilo conductor que la sostiene, más allá de su vínculo con una noción material e imaginaria de la muerte, es la capacidad de llevar el arte al límite de cualquier planteamiento ético. Si su arte es político lo es porque logra, de forma corrosiva, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta y que tensa hasta el extremo valores universales y normativas jurídicas o morales que se asumen como esenciales. Como ejemplos muy claros, tenemos la manipulación de cadáveres o la recolección de objetos o fragmentos de escenas de crímenes violentos.El trabajo de Margolles nos recuerda que, sin importar la alternancia política, México enfrenta una interminable escalada de violencia. Por encima de las escandalosas cifras de asesinatos en el país, lo más grave en este contexto de muerte y descomposición, lo que señala puntualmente la obra de Margolles, es que se normalicen los secuestros, las masacres, los colgados, los feminicidios, los asesinatos que quedan impunes, la degradación de ciudades enteras y, en general, la violencia que entraña la vida en sociedad.Cuando estaba solo en aquella sala del MUAC, intentando cumplir con mi tortuosa faena, pensaba cómo, desde ahí, desde una obra de arte, la impunidad y la violencia normalizada adquirían otra dimensión. Esas muertes y esas casas abandonadas que, con el paso del tiempo, se vuelven una simple estadística, lastimaban mi cuerpo literalmente. El dolor y la frustración eran los medios que la artista ponía sobre la mesa para que todos, espectadores y participantes, pensáramos en la violencia.Desde 2006 y con estos temas en mente, empezó a trabajar de forma sistemática en Ciudad Juárez. Tomando esta ciudad fronteriza como un termómetro del país, la artista se instaló allí, intercalando con su residencia en Madrid, para expandir su rango de acción. Si bien el trabajo dentro de la morgue definió la primera etapa de su carrera, la calle y el prolongado proceso de deterioro de una urbe vital y compleja como Ciudad Juárez, convertida en una especie de laboratorio social extendido, marcó una segunda.
En 2012 Margolles me invitó a Ciudad Juárez para visitar con ella los lugares donde producía su obra. En uno de nuestros recorridos fuimos al oriente de la ciudad, donde se extienden inmensas unidades habitacionales con diminutas casas que se replican ominosamente y albergan, mayoritariamente, a trabajadores de la maquila. Las minúsculas viviendas rodeadas de calles sin pavimento, sin servicios básicos, son el escenario de un fenómeno siniestro, mucho más grave que su cruda pobreza. Lo que llamó su atención era obscenamente claro: estas casas fueron abandonadas y, posteriormente, quemadas. La marca ennegrecida como testigo de una violencia sistematizada; como recuerdo indeleble de que el secuestro y la extorsión afectan directamente el refugio de cualquier familia. Lo que antes era un hogar se convertía en una marca del crimen organizado, una cicatriz expuesta de un país donde la violencia no encuentra límites.En aquellos años, la destrucción de todos los bares de la zona centro, el corazón de la vida nocturna de Ciudad Juárez, ya era una espiral sin retorno. Como si acudiéramos a un cementerio, recorrimos las principales avenidas donde los escombros apenas permitían adivinar que ahí antes hubo centros nocturnos. Volví a ver esos lugares años después, en una serie fotográfica de Margolles que consistía en retratos de mujeres transgénero dedicadas a la prostitución que posaban en las ruinas de los lugares donde solían trabajar. Una de ellas era Karla Reyes Gallegos, quien, como si fuera su Virgilio por el inframundo, contactó a la artista con un grupo de mujeres transgénero de la ciudad chihuahuense que desde entonces han colaborado en varias de sus obras. La más reciente, “Póker de damas”, se mostró virtualmente en el MUAC en medio del cierre por la pandemia. La pieza recuerda precisamente la muerte de Karla, a quien asesinaron con lujo de violencia el 22 de diciembre de 2015.La experiencia de aquel viaje a Ciudad Juárez me permitió ver el trabajo de Margolles con una amplia gama de matices que antes tal vez pasé por alto. Pienso, por ejemplo, en las piezas que presentó en 2009 como representante de México en la Bienal de Venecia; en esas telas ensangrentadas o con restos y escombros de escenas donde se cometieron crímenes violentos. La forma como se adquirieron dichos materiales y su procesamiento inicial debe ser visto con una perspectiva de género que muchas veces se obvia.[caption id="attachment_260844" align="aligncenter" width="700"]
El arte de Teresa Margolles se centra en representar la violencia que envuelve al país mexicano desde hace décadas.
Aunque anteriormente la obra de Margolles se enfocó en el trabajo directo con cadáveres de víctimas de violencia, ahora se ocupa de los vivos en condición marginal y de riesgo. Ciudad Juárez, Chihuahua, se convirtió en el centro de su producción.[/caption]
En aquel 2012, mientras caminaba con miedo por las calles de Ciudad Juárez donde sabía que días o semanas atrás se habían registrado confrontaciones armadas, secuestros y asesinatos, tomé conciencia de que Margolles acudía cotidianamente a dichos espacios para recabar la materia prima de sus obras: sangre, cristales, escombros, restos humanos; todo lo que perdura en una escena del crimen. Si bien ella cuenta con la ayuda de un grupo compacto de personas en esta ciudad, en realidad, se trata de una mujer que, como parte de su trabajo y desde la vulnerabilidad de su cuerpo, transita por lugares donde la violencia extrema es moneda corriente. En aquel mismo viaje le pregunté cómo le hacía para protegerse. Su respuesta fue simple y desconcertante. Me respondió que no tenía ninguna estrategia en concreto. En ocasiones, me dijo, solo tenía que hablar fuerte, “como señora”, porque los halcones o protosicarios son casi siempre hombres muy jóvenes, incapaces de replicar a la voz enérgica de una figura materna.Considero un falso debate el cuestionamiento de la venta de las obras de Margolles dentro del mercado internacional del arte.El dinero —que claramente existe— no es lo que define su producción ni su estilo de vida. Además, las obras que se exhiben en galerías comerciales, como “El asesinato cambia el mundo”, en la James Cohan de Nueva York, la última exposición de Margolles que vi hace justo un año, antes del confinamiento, mantienen el mismo duelo, crudeza y tensión que el resto de su trabajo, aun cuando su manufactura pueda considerarse delicada e impecable o que su instalación sea en inmaculados cubos blancos.

La pieza central en la galería neoyorquina era “El manto negro”, una instalación escultórica de gran formato conformada por decenas de mosaicos negros de cerámica bruñida, hechos a mano por artesanos de Mata Ortiz, Chihuahua. Cada pieza representa una víctima del crimen organizado y su manufactura está mediada por el hecho de que el poblado de artesanos donde trabajó Margolles, como casi toda la zona fronteriza con Estados Unidos, está controlada por cárteles de la droga.Pero la obra que muestra de forma más categórica esta tensión entre forma y contenido en esta exposición es la serie El brillo, una colección de prendas de diseñadores con sede en Nueva York que tienen bordados a mano fragmentos de vidrio que Margolles recolectó en sitios donde ocurrieron actos violentos y trasladó a prendas de alta costura. El fino terciopelo está adornado con el resultado tangible de la violencia que provocan en México las armas fabricadas en Estados Unidos.

Por más que estas obras estén creadas para exhibirse en una galería comercial en Nueva York, pueden sumarse sin problemas al heterodoxo cuerpo de obra de Margolles. No resultan disonantes si se comparan, por ejemplo, con su más reciente trabajo, El silencio, una exposición que se inauguró en Madrid, el 31 de diciembre de 2020, en el espacio Nadie Nunca Nada No del artista Ramón Mateos. La muestra conmemora el quinto aniversario luctuoso de Karla y para ello presenta un video de tres horas con un listado de nombres de personas de la comunidad LGBTTTIQ que murieron asesinadas entre 1990 y 2020. Se incluye, además, un letrero luminoso recuperado del semiabandonado centro de Charleroi, Bélgica (cuyo deterioro, comentó Margolles, le recordó a Ciudad Juárez) y un performance donde participaron tres mujeres transgénero que se dedican a la prostitución en Madrid.

Indistintamente del espacio de exhibición en el que opere, Margolles ha mantenido su discurso de denuncia y cuestionamiento a una realidad nacional que es insostenible desde un discurso oficial, como artista oficial. Su obra sigue adquiriendo una relevancia internacional trágicamente equiparable al crecimiento en los índices de violencia en el país. Que sea la obra de una mujer la que refleja con más solvencia la realidad nacional solo muestra que el arte mexicano, una vez más, ha logrado ser fiel a su tiempo.

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Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

Muerte y materialidad. El arte de Teresa Margolles

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La artista mexicana viva más influyente a escala global que ha logrado, a través de un arte político y corrosivo, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta: la escalada interminable de violencia que vive nuestro país.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, 1963), luego de que la escritora estadounidense recorriera la obra “Vaporización”, que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA PS1 de Nueva York.La sensación de cruzar un nebuloso cuarto lleno de vapor, cuya materia prima era agua recolectada del lavado de cadáveres en una morgue, llevó a la autora de Notas sobre lo camp a una vivencia que excede en muchos sentidos el acto simple de acudir a un museo a ver una obra de arte. Sontag decidió dejarlo por escrito en el libro de visitas de la exposición porque estaba consciente de que su experiencia sintetizaba lo vivido por casi todos los que hemos estado expuestos a la obra de Margolles.Recuerdo que leí en el periódico la anécdota de Sontag una década después, en 2012, cuando Margolles me pidió sumarme a los voluntarios que diariamente intervinieron su pieza “La promesa”, que se inauguró ese año en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Y lo recuerdo porque podría también decir que el día en que participé en el performance “toqué la muerte”, pero en un sentido más literal y doloroso. “La promesa” es una instalación de más de 30 metros de largo que consiste en un compacto muro hecho con los escombros de uno de los centenares de casas abandonadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, a causa de la violencia del narcotráfico. La acción que se me encomendó fue desprender del muro, de rodillas y con mis manos, la mayor cantidad de tierra y escombros posible durante el transcurso de una hora.

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Acudo a este recuerdo personal como la forma más directa de mostrar el peso y gravedad que tiene la obra de Margolles, un trabajo que, por mucho, la ha vuelto la artista mexicana viva más influyente a nivel internacional. Su obra tiene la doble virtud de ser eficiente en términos formales y contundente en su aparato crítico.

Margolles recibió en 2019 una mención especial del jurado por su trabajo en la 58a Bienal de Venecia. Su obra se ha exhibido recientemente en Austria, Bélgica, Chile, Colombia, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido numerosos reconocimientos, incluido el premio Artes Mundi y el Premio Príncipe Claus de Cultura y Desarrollo en 2012. Representó a México en la 53a Bienal de Venecia en 2009 con la serie de piezas ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, curada por Cuauhtémoc Medina.Primero en colectivo, como parte del grupo Semefo (Servicio Médico Forense), y en solitario desde el año 2000, Teresa Margolles ha logrado construir un cuerpo de obra que “ha operado como una suerte de historiografía inconsciente de la brutalidad de la experiencia social en México”, como lo señala Medina.[caption id="attachment_260843" align="aligncenter" width="1940"]

Instalación performática de la artista mexicana Teresa Margolles expuesta en el MUAC.

“La promesa” fue una instalación performática de más de 30 metros de largo. El muro por intervenir durante el periodo en que se expuso en el MUAC, en 2012, está conformado de restos triturados de casas abandonadas en Ciudad Juárez.[/caption]Desde la fotografía, la instalación, el per­formance, la escultura y la pintura enrarecida, Margolles cuenta con un amplio espectro que va de lo inmaterial y etéreo a lo monumental y grotesco. Pienso en sus autorretratos en la morgue cargando el cadáver de un infante, en las sábanas del IMSS con las siluetas de personas asesinadas grabadas, en la lengua extraída del cuerpo de un joven asesinado, en el muro balaceado de una escuela, en los mensajes suicidas exhibidos en marquesinas de cines abandonados, en la colección de portadas de periódicos amarillistas con escenas explícitas de homicidios en yuxtaposición con fotografías de mujeres semidesnudas, en las vitrinas con carteles de búsqueda de jóvenes desaparecidas o secuestradas, en las tarjetas para picar cocaína, en el silencioso bloque de cemento con un feto muerto en su interior.

La obra de Margolles es heterogénea, pero el hilo conductor que la sostiene, más allá de su vínculo con una noción material e imaginaria de la muerte, es la capacidad de llevar el arte al límite de cualquier planteamiento ético. Si su arte es político lo es porque logra, de forma corrosiva, confrontar al espectador con una realidad que nunca será correcta y que tensa hasta el extremo valores universales y normativas jurídicas o morales que se asumen como esenciales. Como ejemplos muy claros, tenemos la manipulación de cadáveres o la recolección de objetos o fragmentos de escenas de crímenes violentos.El trabajo de Margolles nos recuerda que, sin importar la alternancia política, México enfrenta una interminable escalada de violencia. Por encima de las escandalosas cifras de asesinatos en el país, lo más grave en este contexto de muerte y descomposición, lo que señala puntualmente la obra de Margolles, es que se normalicen los secuestros, las masacres, los colgados, los feminicidios, los asesinatos que quedan impunes, la degradación de ciudades enteras y, en general, la violencia que entraña la vida en sociedad.Cuando estaba solo en aquella sala del MUAC, intentando cumplir con mi tortuosa faena, pensaba cómo, desde ahí, desde una obra de arte, la impunidad y la violencia normalizada adquirían otra dimensión. Esas muertes y esas casas abandonadas que, con el paso del tiempo, se vuelven una simple estadística, lastimaban mi cuerpo literalmente. El dolor y la frustración eran los medios que la artista ponía sobre la mesa para que todos, espectadores y participantes, pensáramos en la violencia.Desde 2006 y con estos temas en mente, empezó a trabajar de forma sistemática en Ciudad Juárez. Tomando esta ciudad fronteriza como un termómetro del país, la artista se instaló allí, intercalando con su residencia en Madrid, para expandir su rango de acción. Si bien el trabajo dentro de la morgue definió la primera etapa de su carrera, la calle y el prolongado proceso de deterioro de una urbe vital y compleja como Ciudad Juárez, convertida en una especie de laboratorio social extendido, marcó una segunda.
En 2012 Margolles me invitó a Ciudad Juárez para visitar con ella los lugares donde producía su obra. En uno de nuestros recorridos fuimos al oriente de la ciudad, donde se extienden inmensas unidades habitacionales con diminutas casas que se replican ominosamente y albergan, mayoritariamente, a trabajadores de la maquila. Las minúsculas viviendas rodeadas de calles sin pavimento, sin servicios básicos, son el escenario de un fenómeno siniestro, mucho más grave que su cruda pobreza. Lo que llamó su atención era obscenamente claro: estas casas fueron abandonadas y, posteriormente, quemadas. La marca ennegrecida como testigo de una violencia sistematizada; como recuerdo indeleble de que el secuestro y la extorsión afectan directamente el refugio de cualquier familia. Lo que antes era un hogar se convertía en una marca del crimen organizado, una cicatriz expuesta de un país donde la violencia no encuentra límites.En aquellos años, la destrucción de todos los bares de la zona centro, el corazón de la vida nocturna de Ciudad Juárez, ya era una espiral sin retorno. Como si acudiéramos a un cementerio, recorrimos las principales avenidas donde los escombros apenas permitían adivinar que ahí antes hubo centros nocturnos. Volví a ver esos lugares años después, en una serie fotográfica de Margolles que consistía en retratos de mujeres transgénero dedicadas a la prostitución que posaban en las ruinas de los lugares donde solían trabajar. Una de ellas era Karla Reyes Gallegos, quien, como si fuera su Virgilio por el inframundo, contactó a la artista con un grupo de mujeres transgénero de la ciudad chihuahuense que desde entonces han colaborado en varias de sus obras. La más reciente, “Póker de damas”, se mostró virtualmente en el MUAC en medio del cierre por la pandemia. La pieza recuerda precisamente la muerte de Karla, a quien asesinaron con lujo de violencia el 22 de diciembre de 2015.La experiencia de aquel viaje a Ciudad Juárez me permitió ver el trabajo de Margolles con una amplia gama de matices que antes tal vez pasé por alto. Pienso, por ejemplo, en las piezas que presentó en 2009 como representante de México en la Bienal de Venecia; en esas telas ensangrentadas o con restos y escombros de escenas donde se cometieron crímenes violentos. La forma como se adquirieron dichos materiales y su procesamiento inicial debe ser visto con una perspectiva de género que muchas veces se obvia.[caption id="attachment_260844" align="aligncenter" width="700"]
El arte de Teresa Margolles se centra en representar la violencia que envuelve al país mexicano desde hace décadas.
Aunque anteriormente la obra de Margolles se enfocó en el trabajo directo con cadáveres de víctimas de violencia, ahora se ocupa de los vivos en condición marginal y de riesgo. Ciudad Juárez, Chihuahua, se convirtió en el centro de su producción.[/caption]
En aquel 2012, mientras caminaba con miedo por las calles de Ciudad Juárez donde sabía que días o semanas atrás se habían registrado confrontaciones armadas, secuestros y asesinatos, tomé conciencia de que Margolles acudía cotidianamente a dichos espacios para recabar la materia prima de sus obras: sangre, cristales, escombros, restos humanos; todo lo que perdura en una escena del crimen. Si bien ella cuenta con la ayuda de un grupo compacto de personas en esta ciudad, en realidad, se trata de una mujer que, como parte de su trabajo y desde la vulnerabilidad de su cuerpo, transita por lugares donde la violencia extrema es moneda corriente. En aquel mismo viaje le pregunté cómo le hacía para protegerse. Su respuesta fue simple y desconcertante. Me respondió que no tenía ninguna estrategia en concreto. En ocasiones, me dijo, solo tenía que hablar fuerte, “como señora”, porque los halcones o protosicarios son casi siempre hombres muy jóvenes, incapaces de replicar a la voz enérgica de una figura materna.Considero un falso debate el cuestionamiento de la venta de las obras de Margolles dentro del mercado internacional del arte.El dinero —que claramente existe— no es lo que define su producción ni su estilo de vida. Además, las obras que se exhiben en galerías comerciales, como “El asesinato cambia el mundo”, en la James Cohan de Nueva York, la última exposición de Margolles que vi hace justo un año, antes del confinamiento, mantienen el mismo duelo, crudeza y tensión que el resto de su trabajo, aun cuando su manufactura pueda considerarse delicada e impecable o que su instalación sea en inmaculados cubos blancos.

La pieza central en la galería neoyorquina era “El manto negro”, una instalación escultórica de gran formato conformada por decenas de mosaicos negros de cerámica bruñida, hechos a mano por artesanos de Mata Ortiz, Chihuahua. Cada pieza representa una víctima del crimen organizado y su manufactura está mediada por el hecho de que el poblado de artesanos donde trabajó Margolles, como casi toda la zona fronteriza con Estados Unidos, está controlada por cárteles de la droga.Pero la obra que muestra de forma más categórica esta tensión entre forma y contenido en esta exposición es la serie El brillo, una colección de prendas de diseñadores con sede en Nueva York que tienen bordados a mano fragmentos de vidrio que Margolles recolectó en sitios donde ocurrieron actos violentos y trasladó a prendas de alta costura. El fino terciopelo está adornado con el resultado tangible de la violencia que provocan en México las armas fabricadas en Estados Unidos.

Por más que estas obras estén creadas para exhibirse en una galería comercial en Nueva York, pueden sumarse sin problemas al heterodoxo cuerpo de obra de Margolles. No resultan disonantes si se comparan, por ejemplo, con su más reciente trabajo, El silencio, una exposición que se inauguró en Madrid, el 31 de diciembre de 2020, en el espacio Nadie Nunca Nada No del artista Ramón Mateos. La muestra conmemora el quinto aniversario luctuoso de Karla y para ello presenta un video de tres horas con un listado de nombres de personas de la comunidad LGBTTTIQ que murieron asesinadas entre 1990 y 2020. Se incluye, además, un letrero luminoso recuperado del semiabandonado centro de Charleroi, Bélgica (cuyo deterioro, comentó Margolles, le recordó a Ciudad Juárez) y un performance donde participaron tres mujeres transgénero que se dedican a la prostitución en Madrid.

Indistintamente del espacio de exhibición en el que opere, Margolles ha mantenido su discurso de denuncia y cuestionamiento a una realidad nacional que es insostenible desde un discurso oficial, como artista oficial. Su obra sigue adquiriendo una relevancia internacional trágicamente equiparable al crecimiento en los índices de violencia en el país. Que sea la obra de una mujer la que refleja con más solvencia la realidad nacional solo muestra que el arte mexicano, una vez más, ha logrado ser fiel a su tiempo.

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