Tiempo de lectura: 5 minutosUna mujer escapa con el amante de su hija en Las hijas de Abril (2014). Ambos llegan a un departamento en lo que parece la colonia Condesa y, aunque están desempleados, se dan lujos que deberían ser inaccesibles, como ropa de boutique y una motocicleta. La verosimilitud no es una exigencia del melodrama, el género en el que se mueve el director y guionista Michel Franco. Sin embargo, su indiferencia inagotable por la realidad demuestra una imaginación tal que ya no expresa a un autor melodramático sino a uno decidido a hacer de la telenovela una tendencia del cine contemporáneo. Esto se acentúa en una filmografía que aspira a analizar situaciones de relevancia social —el secuestro en Daniel y Ana (2009); el acoso escolar en Después de Lucía (2012); la marginalidad en A los ojos (2014); la eutanasia en Chronic (2015)—, pero que más bien tiende a mostrarnos el efectismo de, por ejemplo, un atropellamiento que no expresa mucho más que la tragedia de no fijarse al cruzar la calle. No sorprende que Nuevo orden (2020), su más reciente película, ahora en cines, se enfoque no en las razones de una violenta manifestación en México —y la militarización que provoca—, sino en las consecuencias que tendría tal crisis para la clase dominante.
De hecho, se puede decir que Nuevo orden se comporta como una pesadilla. Los sueños representan sucesos desprovistos de causa y nos atormentan con materializaciones de lo que tememos. En Nuevo orden vemos a la burguesía paralizada frente a una horda morena que lleva la cara pintada como en las representaciones salvajes de indígenas en los westerns. Más que individuos, estos seres son la idea de lo “otro” que se nos viene encima en las pesadillas. Posteriormente, Franco les niega su humanidad a otros enemigos morenos de la burguesía, en planos donde la protagonista es torturada. Sus rostros aparecen fuera de foco, rodeando a una cara blanca y clarísima; en otras ocasiones su presencia se anuncia con nucas, piernas: cuerpos sin cara. Es natural compadecer a quien sufre, claro, pero al borrar los rostros de los victimarios se les percibe más como los trapos que persiguieron a Frodo Baggins que como personas con psiques y motivaciones.
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Nuevo orden (2020) de Michel Franco.
Nuevo orden comienza con un montaje: una pintura presumiblemente cara en una lujosa casa del Pedregal; en otro plano, Marian (Naian González Norvind), la protagonista que celebrará su boda en esa casa, desnuda en un espacio desolador; luego vemos cadáveres pintados de verde en un travel funesto ¿Una referencia a Marea verde? Franco nos predispone a lo que vendrá más tarde, pero no de manera tan manipuladora como lo que nos muestra a continuación: un grupo de manifestantes se mete a un hospital y reemplaza a ancianos enfermos con sus heridos. La protesta mata cuando no se hace vestido de blanco o en tiendas de campaña vacías en el Zócalo. En escenas posteriores veremos alusiones a eventos del México reciente que sugieren —no explican— las motivaciones de los manifestantes: en la pantalla de una televisión se ve la grabación de un policía en llamas durante las protestas por la muerte de Giovanni López, que fue asesinado por policías jaliscienses en mayo de este año; en otro plano se muestra el Ángel de la Independencia cubierto de grafiti, como pasó en una marcha feminista en agosto de 2019 —los cadáveres que riega Franco alrededor son nuevos, claro—. Algunas pintas en otros edificios terminarán de confirmar a los culpables de esta violencia inhumana: “Putos ricos”, dice una. “Ni una más”, dice otra. La izquierda y el feminismo masacrarán a los ricos pero, al menos, no se los comerán.
Resulta que una mujer afectada por la invasión al hospital que vimos antes está casada con Rolando (Eligio Meléndez), un antiguo trabajador de la familia de Marian. Desesperado por conseguir dinero para pagarle una clínica privada a su esposa, él se presenta en la casa del Pedregal para pedir un préstamo. La madre y el hermano de Marian acceden, pero le dan menos dinero del que necesita y lo tratan con prepotencia. Marian, más humana, decide escabullirse de su boda junto con Cristian (Fernando Cuautle), otro empleado de la familia y uno de pocos personajes morenos con derecho a un rostro y más de dos escenas, para buscar a Rolando y pagar los gastos hospitalarios de su esposa con su tarjeta de crédito.
Nuevo orden (2020) de Michel Franco.
Inmediatamente después, un grupo de manifestantes comienza a brincarse los muros de la casa. Franco muestra sus cuerpos quietos, mudos, observantes; las figuras sugieren monstruos que, aunque desean los bienes de los inocentes a quienes tienen rodeados —entre ellos, una mujer embarazada, por si no fuera suficientemente conmovedor el asalto a una boda—, su fin último es vengarse de ellos. Sus disparos los hacen fuera del cuadro y sin justificación; su lenguaje es humillante y soez; su cacería, implacable, y el dolor que dejan, irreparable. Lo peor que hicieron sus víctimas fue hablarles feo y, en este contraste entre las diminutas causas y los devastadores efectos de la protesta, se sugiere una perspectiva nada menos que reaccionaria. Nuevo orden, como la pesadilla burguesa que es, explora el miedo a la revolución menospreciando sus invisibles causas.
Después de la violencia que destroza la Ciudad de México, se impone un orden militar. A Marian, que se había quedado en casa de Rolando, la encuentran soldados que prometen llevarla a casa pero que, en cambio, la llevan a una base donde la desnudan, la marcan y bañan junto con otros prisioneros en imágenes que aluden a los campos de concentración nazis. También la violan. Los soldados exigirán rescates por los secuestrados, casi todos, pertenecientes a la clase alta y, a partir de este momento, la crítica de Franco se orienta a la militarización y a las violaciones de derechos humanos tan documentadas en la prensa mexicana. Criticar de esta forma los crímenes que se intensificaron a partir de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón subraya la cuestionable preocupación del director por lo que le pasaría a la élite, cuando es la clase trabajadora la que sobrevive el abuso militar y policiaco desde hace décadas.
Nuevo orden (2020) de Michel Franco.
En sus imágenes más intensas de tortura, Franco y el director de fotografía Yves Cape, son provocadores pero no explícitos. Si Amat Escalante utilizó imágenes brutales en Heli (2013) para denunciar la violencia y retar al público, Franco parece preocupado por atemorizar de más a los espectadores. En una escena, por ejemplo, vemos cómo un soldado está a punto de violar a un prisionero con una macana eléctrica, pero de inmediato se corta el plano. Podríamos suponer, por una parte, que hay una decisión moral de no hacer de la tortura un espectáculo pero, ante otras imágenes más explícitas de humillación y violencia, quizás haya simplemente una consideración convencional por el público: ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre.
Quizá la decisión más desconcertante de Nuevo orden sea el título. En la película lo sugiere un conductor de televisión mientras se ven las imágenes del policía en llamas en Jalisco. La lectura más favorable de la película dirá que el nuevo orden —Neuordnung, como lo anunció Adolf Hitler en 1941— es la militarización: un fascismo describe a otro; sin embargo, son los manifestantes de la izquierda y el feminismo quienes lo provocan. De haber marchado pacíficamente, no habría pasado nada y entonces se me viene a la mente el título original que Franco le había dado a su guion: Lo que algunos soñaron. Si el sueño de unos es la violencia que representa la película, quizá sea porque para el director la protesta es una patada en la puerta de la venganza. Su capacidad para especular queda expuesta como el temor a los manifestantes hartos de la opresión económica, racial y de género. Como dice un lugar común: ésas no son formas.