El poder de lo fantástico
Salman Rushdie expone la realidad política y el fanatismo religioso bajo la tradición más clásica de “Las mil y una noches”.
Fue en 1988 cuando cientos de ejemplares de Los versos satánicos llegaron a las librerías levantando polémica. El ayatolá y líder iraní Ruhollah Jomeini consideró a su autor, Salman Rushdie, un blasfemo y le declaró la pena de muerte o una recompensa por 3 millones de dólares para quien lo entregara vivo.
Rushdie nació en el seno de una familia musulmana de Bombay, en tiempos de una India gobernada por la Commonwealth of Nations del Imperio Británico. Es también el autor de Hijos de la media noche, libro que le valió una demanda por difamación por la entonces primer ministra de la India, Indira Gandhi. Es el hombre que, de visita en México, caminó por las calles de Cholula, Oaxaca, Tequila y el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, acompañado por Carlos Fuentes o Carmen Boullosa, admirándolo todo, deteniéndose en todo. Es el escritor que se expresa con respeto absoluto por Günter Grass y Gabriel García Márquez. Es el hombre de la mente lúcida y la imaginación desbocada, historiador de Oxford, estudioso profundo del islam —aunque en la práctica, un ateo feroz—, y defensor de la libertad de expresión. Fanático de los Yankees, ha vivido en Nueva York, Bombay, Londres y otros lugares más, escondido por mucho tiempo.
Se llamó Anis Khaliqi Dehlavi, que cambió por Anis Rushdie y, después, por como todos lo conocemos, Salman Rushdie. Su nombre viene de la admiración por el filósofo Ibn Rushd —mejor conocido en español como Averroes—. Y la relación no es menor, porque es también el nombre de uno de los personajes principales que desata la trama de su reciente novela Dos años, ocho meses, veintiocho noches, editada por Seix Barral. Se trata de una novela que entrelaza la tensión histórica entre lo posible y lo imposible, entre el razonamiento y el fanatismo. Por eso no es de extrañar encontrar palabras como “razón”, “lógica” y “ciencia” enfrentadas a otras como “fe”, “creencia” y “dogmas”, como una especie de leitmotiv a lo largo de sus páginas.
Uno se encuentra ante una novela compuesta por muchas historias, acaso porque el título de la misma hace referencia al tiempo en que transcurre Las mil y una noches, y porque Rushdie tiene una fascinación por crear nuevos mundos. Aquí conviven demonios y criaturas caprichosas; se mezclan los tiempos (el futuro, el presente y el pasado); los muertos mantienen debates aún bajo la tierra; por las grietas de la realidad se libra una guerra entre seres mitológicos y humanos apesadumbrados, entre luz y oscuridad; mujeres hermosas se enamoran de filósofos viejos sólo por su increíble capacidad para contar historias.
Y qué historias: hombres que ya no son capaces de tocar el suelo, que flotan sin dejar huella; dibujantes de cómics que se convierten en superhéroes; bebés que identifican a los corruptos y los marcan con erupciones en la piel; masacres perpetradas en nombre de falsos dioses, decapitaciones, terroristas suicidas que se hacen explotar; artistas contemporáneos que viven para reinventar el mundo; genios de la lámpara que se ven superados por la inteligencia de hombres pacientes que no ansían sexo, poder y dinero como todos. Todas estas historias están situadas en contextos contemporáneos y urbanos.
Lo que Rushdie plantea de fondo es esta interrogante: ¿Qué pasaría si el mundo como lo conocemos dejará de existir? Apela, como bien dice Álvaro Enrigue, a “lo místico o lo sobrenatural como estrategia para analizar la realidad política y las trampas que los fanatismos religiosos imponen a la razón y el sentido común”.
Rushdie apuesta a que los límites entre lo mágico y lo real dejen de existir en la literatura. Como ya lo dijo en la FIL de Guadalajara: “La tradición realista está destinada a una interminable repetición. Si buscamos innovación, debemos girar hacia el irrealismo y su manera de abordar la vida, revivir el poder de lo fantástico y crear una ficción que sea más interesante que la realidad”.
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