Casa Fagliano: Devoción por el detalle
Gatopardo visitó Casa Fagliano en Buenos Aires, el taller donde se fabrican las mejores botas de polo del mundo.
Nada haría pensar que detrás de la pequeña puerta del número 1449 de la calle Tambo Nuevo se encuentra uno de los talleres más sorprendentes del planeta. Quien atiende el timbre es Eduardo Fagliano, un artesano de pelo blanco, heredero de una larga tradición familiar. Pedro y Giacomina Fagliano llegaron en 1892 a Hurlingham, un barrio en las afueras de Buenos Aires, donde vivían sobre todo inmigrantes británicos. Provenientes de Sicilia, Italia, se dedicaron a su oficio: la zapatería. Empezaron a fabricar botas para amigos y vecinos. Alrededor de 1920, un jugador de polo inglés les pidió reparar sus botas. El hombre se encontraba a pocas cuadras, en el conocido Hurlingham Polo and Golf Club, y buscó a los zapateros más cercanos. Casi cien años después, Casa Fagliano es la manufactura de botas de polo más prestigiosa del mundo.
Eduardo es la cara pública de Casa Fagliano: sobre sus hombros carga el peso de la historia del atelier. En la antesala del taller está el testimonio de esa larga trayectoria: hay fotos, recuerdos y, desde luego, muchas botas. La primera impresión es que el tiempo jamás ha pasado ahí. Mientras en Argentina —y en el resto del mundo— se viven tiempos convulsos, en Casa Fagliano se respira un aire de tranquilidad. Huele a cuero, madera y pegamento. Afuera hace más de 30 grados, pero el calor decembrino no se filtra, ni siquiera por la puerta abierta que da al jardín. Se trabaja con un refinamiento sin pretensiones.
Allí sólo participan miembros de la familia. Rodolfo, el padre de Eduardo, es el encargado de cortar el cuero. Cada una de las pieles es seleccionada entre una variedad que les entrega el mismo proveedor con el que han trabajado desde hace un siglo. Rodolfo conoce el cuero como su propia piel y detecta cualquier imperfección en un segundo. Germán, hermano de Eduardo, es quien cose las piezas que su padre ha cortado. Y Héctor, el hermano menor, es quien diseña las suelas. Finalmente, Eduardo es quien le da el toque definitivo a cada uno de los pares. Lo hace a mano, con una antigua máquina de coser marca Dürkopp traída desde Europa, en barco, a principios del siglo xx. Su hijo y esposa lo asisten en diferentes tareas.
Cada año, los Fagliano producen 90 pares de botas. Podría parecer una cifra muy pequeña, pero el cuidado y grado de perfección con que se trabaja no permite una mayor producción. Cada par tiene una triple capa de cuero y una horma de madera hecha a la medida del pie de cada cliente. Eduardo dice que no quisiera cambiar el proceso de trabajo ni alterar el ritmo de la manufactura. Así ha funcionado muy bien durante más de cien años, dice, y no cree que sea prudente dar un giro. Obviamente, ha recibido ofertas de todo tipo para crecer, pero se niega a aceptarlo.
¿Quiénes son sus clientes? Por supuesto que cualquier jugador de polo puede encargar un par de botas. Pero entre su lista de clientes hay una larga lista de celebridades. El primero de ellos es el mejor jugador de polo del mundo: Adolfo Cambiaso. El jugador argentino es un visitante habitual de la casa y jamás sale al campo sin unas botas fabricadas por la familia Fagliano. Pero no es el único famoso. En un tablero que cuelga sobre el escritorio de Eduardo, se alcanzan a leer los nombres de Juan Carlos de Borbón, Carlos de Gales, o el sultán de Burnéi —quien, una vez, encargó 120 botas en un solo pedido—, Will Smith o Tommy Lee Jones. Todos ellos se han desplazado hasta el taller, donde se toman las medidas de sus pies. Los clientes, sin importar su posición ni fama, deben esperar entre seis y ocho meses para recibir su par.
Si queda alguna duda sobre la celebridad de quienes encargan sus botas en el taller, Rodolfo toma de una de las estanterías una horma de madera en la que solamente se lee: “Príncipe Harry”. Y, para rematar, Eduardo saca una colección de libretas en donde está consignada la lista en la que apunta los datos de todos los clientes, incluyendo un dibujo de la forma de sus pies. Es el registro de los miles de clientes que han pasado por el taller.
A ninguno de ellos les gusta hablar sobre el precio de las botas. Eduardo dice, simplemente, que valen su costo y que cuestan menos que un caballo. La realidad es que cada par llega a costar entre dos mil y cinco mil dólares, según las especificaciones. Pero si algo caracteriza a los Fagliano es su discreción. Nunca han jugado polo ni les interesa tener caballos. Lo suyo es mantenerse fieles a su oficio. En este caso se aplica perfectamente el dicho “zapatero a tus zapatos”.
Si bien no hay planes de expansión, Eduardo sí ha incursionado en otros proyectos. Fabrican otro tipo de zapatos y libretas forradas en una piel exquisita. También está la famosísima colaboración que han hecho con Jaeger-LeCoultre. En efecto, la relojera suiza es uno de los patrocinadores principales del Abierto Argentino de Polo, que se lleva a cabo todos los años en Palermo. Hace unos años los directivos de la casa suiza buscaron a Eduardo para que fabricara los pulsos de una edición limitada de unos de sus modelos emblemáticos: el Reverso. La colaboración ha sido un éxito y Eduardo se declara encantado de trabajar con Jaeger-LeCoultre.
Despedirse de Casa Fagliano es dejar atrás un oasis de paz, un taller a la vieja usanza donde se vive el amor por un oficio y la devoción por los detalles.
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