Luis Miguel, la serie, en números
Redacción Gatopardo
Fotografía de Yvonne Venegas
Te presentamos una infografía con datos que no imaginabas sobre el suceso televisivo del año.
Diego Boneta se convirtió en el actor del momento después de trabajar durante varios años en la competida industria del cine en Hollywood. Pero llegar hasta ahí no fue fácil: el mexicano tuvo que sufrir muchos rechazos y esforzarse al máximo. Cuando le ofrecieron el papel protagónico de Luis Miguel: la serie, de Netflix, Boneta se enfrentó al reto inmenso de interpretar a uno de los cantantes más famosos del planeta. Daniel Krauze, guionista del proyecto, cuenta cómo la serie se convirtió en el fenómeno televisivo del año y cómo cambió para siempre la vida de Boneta.
Veintidós años más tarde, otro niño de once años salta al escenario. Se llama Diego González Boneta. Efervescente, canta (¿qué más?) “La chica del bikini azul” de Luis Miguel, en una audición para el reality show Código F.A.M.A., sobre un escenario con el típico colorido cirquero de un programa musical de Televisa. Boneta es una chispa que rebota de un lado al otro del escenario, buscando a las cámaras y la audiencia. Claro que sabe cantar, pero su voz no alcanza los niveles supersónicos de Luis Miguel. Y él lo sabe. Ha escuchado al ídolo mexicano mil veces, lo ha visto en concierto. Diego sabe que no tiene la materia prima de El Sol. Pero lo que no lleva en las cuerdas vocales lo lleva en el corazón. Diego compensa con enjundia, piruetas, sonrisas. El público no para de aplaudir desde el primer hasta el último segundo. En las primeras filas está Astrid, su madre, feliz de ver la actuación de su hijo mayor.
A Luis Miguel lo acompaña la figura ambivalente y misteriosa de su padre. Por su parte, Astrid aplaude, pero Diego está solo, allá en el escenario, y el éxito o el fracaso será únicamente suyo.
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De esas similitudes y diferencias entre ambos empiezo a hablar con Diego Boneta, en una tarde hirviente en Los Ángeles, en la terraza del Soho House, a un costado de la avenida Sunset. El cielo del sur de California, de día perennemente azul, ya empieza a marchitarse en amarillos y naranjas.
“Yo tengo dos diferencias clave con Luis Miguel”, me dice, vestido de jeans y camiseta negra, mientras recuesta un brazo en el respaldo del sillón. “La primera es que venimos de familias totalmente distintas. Uno no escoge de dónde viene y yo fui muy afortunado de venir de una familia unida, a la que le debo ser quien soy. La segunda es que yo nunca fui un niño prodigio. Yo no cantaba muy bien. Yo no nací con todo el talento del mundo. Yo nací con toda el hambre del mundo”.
Diego es hijo de Astrid y Lauro, ingenieros ambos, pero su primer amor no fueron las matemáticas ni nada relacionado con el oficio de sus padres, sino la música. En la primaria les pidieron a él y a sus compañeros que imaginaran dónde se veían en veinte años. Algunos contestaron que con hijos, otros manejando un Ferrari, unos más jugando golf. Diego contestó que se veía saliendo a un escenario. De joven, Lauro había jugado tenis, soñaba con ser el siguiente Rod Laver. Su hijo quería ser el siguiente Bono, líder de la banda U2. El matrimonio González Boneta —padres también de Santiago y Natalia— no vio con buenos ojos las aspiraciones musicales de Diego. Astrid pensaba que su primer hijo sería ingeniero o científico, no un chico obsesionado con ser intérprete. Cuando Diego pidió que lo mandaran a clases de canto, sus padres le consiguieron un maestro a dos horas de su casa. La distancia que debía recorrer para practicar el canto tampoco lo disuadió. Era fanático de Frank Sinatra, Queen, U2, Los Beatles y Michael Jackson, y cantaba en clase, en los recreos, en reuniones familiares. Lo suyo no era un interés pasajero.
A los once años, Boneta habló con sus padres para pedirles que lo llevaran al Estadio Azteca, para las audiciones de Código F.A.M.A. Astrid y Lauro tenían un plan. Para ahorrarse el mal trago que implicaría confesarle a su hijo que no tenía la voz necesaria para dedicarse al canto, decidieron llevarlo a las audiciones para que el previsible fracaso lo desalentara de una vez por todas. Cuarenta mil niños se peleaban 12 plazas. Diego tomó su ficha y esperó su turno. Era su primera audición. Para sorpresa de sus padres, quedó seleccionado. Boneta, fanático confeso de la historia de conquistadores jóvenes como Alejandro Magno, aún recuerda la fecha exacta de su primer triunfo: 27 de noviembre de 2002.
“En el cuento de la liebre y la tortuga yo siempre fui la tortuga”, me dice. “Yo sabía que no cantaba como Freddie Mercury, ni como Luis Miguel, porque no podía llegar a sus tonos. Sabía las cosas que tenía que mejorar. No confiaba en mi talento”.
Diego Boneta no confiaba en su talento, pero Televisa ciertamente sí. Vieron en ese niño que cantaba “La chica del bikini azul” a uno de esos chicos que la empresa de San Ángel adopta, moldea y transforma en artistas de la casa. A Código F.A.M.A. le siguieron telenovelas infantiles, conciertos en el Zócalo frente a miles de personas y una nueva carrera como actor. Esta primera etapa culminó con su participación en Rebelde, una de las más exitosas telenovelas juveniles en la historia de Televisa. Tomar este nuevo rumbo, sin embargo, provocó la inevitable separación con sus pares. “Perdí a todos mis amigos”, me dice. “En México venir de la farándula no está bien visto”.
En una conversación que el propio Diego subió a Instagram, Lauro aceptó que le aterraba que su hijo se dedicara al canto y la actuación. “Mis padres nunca quisieron eso para sus hijos”, dice.
Al rechazo de sus amigos le siguió la desaprobación de las autoridades escolares, quienes le advirtieron a Astrid y a Lauro que su hijo prácticamente iría al infierno si seguía por ese rumbo. La directora de la escuela era irlandesa, pero de nada sirvió cuando Boneta, buscando defenderse, le explicó que su banda favorita era U2 y Bono el cantante al que quería emular.
En quinto de primaria, Boneta dejó la escuela. “Mis papás fueron muy honestos conmigo. Me dijeron que no creían que ésta fuera mi vocación y que era su responsabilidad como padres que yo tuviera una buena educación”. El apoyo de Astrid y Lauro dependería de las calificaciones que Diego sacara con Aurora Tejeda, una maestra particular de tiempo completo que lo acompañó hasta California, y a quien Diego quiere como si fuera parte de la familia. De ese momento en adelante estudiaría en el set, en el camerino, entre tomas. Si perdía un año o reprobaba, sus padres le impedirían seguir con su carrera. Nunca les falló.
Le pregunto si cree que sus padres están orgullosos de él y, por primera vez, Boneta guarda silencio, mientras piensa su respuesta. Después, con esa cadencia tan característica suya, enfatizando las palabras que más le importan, me responde. “Hoy por hoy sin duda. Pero
muchos creen que fue de la noche a la mañana. Y no: fueron 16 años”.
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Fueron 16 años, ¿entre qué y qué? El arco, imagino, empieza con esa primera audición y culmina con Luis Miguel: la serie, no el proyecto más grande en el que ha participado —estamos hablando de un actor que protagonizó Rock of Ages junto a Tom Cruise—, pero sí el más exitoso. Cuando la serie empezó a tomar vuelo a finales de 2016, Diego llevaba ya diez años en Los Ángeles, trabajando en cine y televisión, pero en muchos sentidos viviendo el reverso de esa vida de éxito instantáneo que disfrutó en su país natal. Temerosos de la inseguridad en México y aprovechando oportunidades laborales que se abrían en Estados Unidos, los González Boneta abandonaron el entonces Distrito Federal y en julio de 2007 se mudaron al sur de California. Diego, que había estado cerca de quedarse con el personaje del príncipe Caspian en la secuela de Las crónicas de Narnia, creía que hacerla en Los Ángeles sería mucho más fácil de lo que resultó ser. Humberto Hinojosa, quien dirigió a Boneta en la mayoría de los capítulos de Luis Miguel, describe bien esta apuesta cuando lo entrevistó por teléfono: “Irte a Los Ángeles queriendo ser actor es como pararte afuera del Bernabéu y decir que quieres ser futbolista”.
Sus hermanos entraron a otras escuelas, pero él se quedó en una especie de limbo, terminando su segundo disco, haciendo Skype con su maestra en México y volviendo cada dos meses a la Ciudad de México a presentar exámenes. En Los Ángeles, Diego González (Boneta no se volvería su apellido artístico hasta años más tarde) iba a casting, pero nadie creía que ese chico de tez clara y pelo castaño fuera mexicano. Boneta fue a cuatro o cinco pruebas por semana, cosechando rechazos por primera vez en su vida, viniendo de una carrera en México en la que una sola audición habría bastado para actuar en telenovelas, sacar discos y dar conciertos por toda Latinoamérica. No conocía a nadie y no tenía idea de cómo funcionaba Hollywood, ni de cómo navegar el universo de los agentes, los abogados, los managers. A pesar de ser hijo de una estadounidense, Diego era un stranger in a strange land. Dado que Astrid es estadounidense, sin embargo, y ya que la familia ha vivido en California por tantos años, Diego salpica su español con algunas palabras y frases en inglés, un idioma que después de infinidad de clases y mucho trabajo ahora habla sin acento.
Boneta platica del culture shock que acarreó llegar a California cuando sus padres, sus tíos y sus hermanos llegaron al Soho House para festejar el cumpleaños de su tío. Al ver a su familia, Boneta sonríe animado e inmediatamente se pone de pie a saludarlos y a pedirles que por favor lo esperen en el restaurante. Le confieso que me gustaría que su familia se sentara un rato con nosotros y Boneta acepta de inmediato.
Basta conocer a Astrid Boneta y a Lauro González para entender de dónde salió su hijo. Boneta dice deberle a Astrid sus social skills —la capacidad, digamos, para desenvolverse en distintos ámbitos sociales—, pero creo que es algo más profundo que eso. Su madre tiene la misma efusividad y la misma risa contagiosa que él: el entusiasmo vital de quienes cantan en la regadera y saludan con auténtica alegría a un conocido en un restaurante. En Lauro veo la elegancia de Diego en el trato, la cortesía mexicana de quienes se presentan y despiden diciendo encantado, qué gusto, un placer. Padre e hijo hablan con puntos y comas, en oraciones limpias y directas. Sus hermanos, a los que Diego se refiere con enorme orgullo, también son así.
Con todos sentados alrededor de una mesa en la terraza retomamos la conversación. Boneta me cuenta que, tras un tiempo de tocar puertas en Los Ángeles sin éxito, sus padres hablaron con él y le sugirieron que volviera a clases. La última vez que Diego había pisado un salón fue en primaria, de modo que aún levantaba la mano para pedir permiso para ir al baño. “Por empezar una carrera tan joven yo era muy maduro, pero también muy niño. Me había saltado muchas cosas”.
Pasaron cuatro años en los que salieron tan pocos trabajos que a la familia entera le toma un rato acordarse de los nombres de aquellos esporádicos proyectos. Natalia no recuerda cómo se llamaba una película en la que salió su hermano mayor. Astrid recuerda un episodio de algo relacionado con Disney. Sólo Diego logra dar con los títulos. Consiguió un papel en el reboot de 90210 tras usar el apellido Boneta en vez de González. Después, no quedar en la serie Glee le rompió el corazón: el papel le quedaba como anillo al dedo. Esa audición, sin embargo, llegó a ojos de Adam Shankman, quien decidió darle una oportunidad en Rock of Ages, para la que ya estaba confirmado el actor al que Boneta más admira frente y detrás de cámaras: Tom Cruise.
Fueron más de diez pruebas para que se quedara con el estelar, incluyendo visitas a entrenadores de dialecto, en las que lo metían a cabinas para que repitiera sus diálogos y revisaran su acento una y otra vez. Finalmente, ya con el rol en la bolsa, a Boneta le tocó atender a la lectura de guion de Rock of Ages en una bodega con 150 ejecutivos, elenco y crew en el que se usaron micrófonos, props y bocinas. El espectáculo habría intimidado a cualquiera, incluso a la mayor estrella de Estados Unidos.
“Me pidieron que cantara las canciones que me tocan en la película, que bailara y tocara la guitarra, enfrente de toda esa gente. No había manera de decir que no. Lo hice y la respuesta en el cuarto fue completamente fría. Nadie aplaudió. Pero Tom, que estaba a dos sillas de mí, se levantó y me dijo”, aquí Diego se inclina hacia mí, imitando perfectamente a Cruise: “That was good, Diego. That was… great”.
El actor más atrevido de Hollywood, famoso por hacer todos sus stunts, admiró que ese joven se rifara a tocar y cantar frente a tantas personas. A partir de ahí, Boneta fue su sombra en el set. Cruise le enseñó a analizar escenas, le ponía películas para que las platicaran después y le compartía todo lo que aprendió trabajando con Paul Newman y Dustin Hoffman.
“Me acuerdo de qué humilde era”, me dice. “Era el primero en poner el ejemplo y el que más ganas le echaba”.
“Hizo por mí lo que ningún mexicano había hecho”, me dice: guiarlo, acompañarlo, platicarle sus experiencias. Es también por eso —porque Diego recibió apoyo de una estrella estadounidense antes que de una mexicana— que ahora le interesa tanto hacer lo que nadie de su país hizo por él e impulsar al talento mexicano en Los Ángeles. “Mientras más ancha la puerta mejor para todos”.
Rock of Ages no tuvo el éxito que Diego esperaba. Una vez más vinieron años en los que trabajó en papeles que no lo satisfacían enteramente. Sin embargo, la megaproducción le dejó algo invaluable: la última supernova de Hollywood le había enseñado cómo se comporta un actor de cine. Y Diego no olvidaría esas lecciones, llevándolas consigo y aplicándolas en el gran proyecto de su vida: Luis Miguel: la serie.
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Carla González Vargas —showrunner de Luis Miguel: la serie— sabía que no sería fácil encontrar a un actor que pudiera interpretar al cantante más famoso de México. “Llevábamos un tiempo buscando candidatos y me quitaba el sueño porque no era fácil reunir todas las características que queríamos”, dice, en entrevista telefónica. “El actor debía tener una belleza física privilegiada y un rango actoral al calibre de lo que el papel exigiría. Debía, además, pasar el escrutinio del verdadero Luis Miguel, un artista exigente y perfeccionista, así como el enorme escrutinio de sus millones de fans. Y, claro, tenía que cantar, y en lo posible al mismo nivel de Luis Miguel. No había mucha gente que llenara ese perfil”.
Pablo Cruz, productor ejecutivo de la serie, le habló a Carla Hool, una reconocida directora de casting con base en Estados Unidos. “Apenas me comuniqué con ella me dijo ‘tienes que sentarte hoy mismo con Diego Boneta’”, cuenta Cruz. “Inmediatamente organizamos una cena con él. Yo no había visto sus películas, no había visto nada de lo que había hecho, pero nos sentamos y, bueno, no hay manera de no enamorarse de él en el instante en el que lo conoces. Está en un momento constante de ebullición”.
Ni González ni Cruz sabían que Boneta había gravitado en torno a posibles producciones para narrar la vida de El Sol. No sólo la cena había resultado un éxito, sino que descubrieron el interés que Boneta tenía en el personaje, al grado de llevar largo rato preparándose para una película sobre Luis Miguel que nunca se realizó.
“Éste era el proyecto de su vida”, dice Cruz. “Diego tenía una misión y era hacer este personaje. No había nadie mejor que él”.
“Yo siempre tuve muy claro lo que implicaba interpretar a alguien vivo, que está puesto en un pedestal como Luis Miguel”, dice Boneta. “Me preocupaba que las canciones no me salieran bien. Yo, como actor, era al que iban a culpar si esto no salía bien. Pero sabía lo que podía ser y por eso le dije a Carla que si me contrataba, yo le iba a entrar a todo. No iba a decir mis líneas y ya”.
Carla González de inmediato se dio cuenta de este compromiso. Apenas cerraron el trato, Boneta la empezó a buscar constantemente. “Tiene un entusiasmo enorme”, me dice ella, repitiendo tres veces la palabra enorme y alargándola con cada repetición. “Al principio había ciertos riesgos en que un actor estuviera metido tanto, pero creo que era importante para él tener voz y espacio para adueñarse del personaje. Y creo que fue muy valiente si pensamos en lo mal que pudo haber salido. Interpretar a uno de los artistas más celebrados de habla hispana invita a que te señalen tus limitaciones en comparación con la persona real. Por eso Diego se metió en cada área”.
Una de esas áreas fueron los guiones, lo que me permitió conocer a Boneta cuando apenas iniciaba el cuarto de escritores, conformado por Carolina Rivera, Fernando Sariñana, Susana Casares, Flavia Atencio, José Luis Gutiérrez Arias y un servidor. Nos visitó en casa de los Sariñana, al sur de la ciudad, para comer con nosotros. Pensé que sería una visita exprés: un apretón de manos, un par de preguntitas y se acabó. Pero Boneta no hace nada con prisas ni a medias. Se fue tres horas más tarde, obligado por un vuelo a España esa misma noche, hasta donde iría a tomar un curso intensivo con el profesor de actuación Juan Carlos Corazza. Ese curso, que le exigió a Diego como ningún otro, resultaría decisivo en su larga preparación antes del rodaje de Luis Miguel: la serie.
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Es de noche cuando le pregunto a Boneta si durante esa preparación le sirvió conocer a Luis Miguel en persona, en una cena en Los Ángeles. “Intenté absorber lo más posible y enfocarme en los detalles de los detalles. ¿Qué hacía con sus manos? ¿Cómo hablaba? ¿Cuándo sonreía? Quería que me viera como un cómplice. Y que él supiera que todo venía desde un lugar de mucho respeto y mucha admiración”.
Aún faltaba que Diego conociera a una pieza fundamental en la serie: Humberto Hinojosa, que estuvo a cargo de la dirección durante trece semanas (Natalia Beristáin fue la directora durante las tres semanas restantes). Tras recibir un correo de Cruz y su socio Arturo Sampson, lo siguiente que Hinojosa hizo fue sentarse con Boneta. Antes de verse, Hinojosa le pidió que viera sus últimas dos películas, así como Behind the Candelabra, notable biopic de Liberace dirigido por Steven Soderbergh. El director también pensó que ese primer encuentro sería breve. Al final platicaron seis horas.
Desde el principio, Hinojosa asegura que Boneta y él se esmeraron en hallar el lado humano del personaje: dar con sus resquicios vulnerables y aterrizarlos en situaciones que fueran fáciles de comunicarle a la audiencia. Querían abordar al Luis Miguel de la serie como un adolescente, con los típicos problemas de esa etapa, antes de abordarlo como una superestrella musical. Hablaban, vaya, de la línea que divide al Luis Miguel que canta, da entrevistas y conciertos del que vemos con su familia, amigos y novias. Hinojosa sabía que la producción tendría licencia no con el “Luismi” público, al que todo el mundo conoce, sino con el otro, el privado e íntimo, del que no hay referente en YouTube.
Le pregunto a Hinojosa qué recuerda de Boneta durante esos primeros días de rodaje. “Pasó tanto tiempo con la expectativa de hacer la serie que se sabía los guiones y los diálogos de todos los personajes. Era una biblia. Tanto que llegó un punto donde le dije que ya sabía demasiado. Era muy inquisitivo. Tenía notas y más notas”.
“Diego es de las pocas personas que te pueden llamar a las tres de la mañana para hablarte de una peluca o un bigote o una toma o una canción”, me dice Pablo Cruz. “Es muy difícil encontrar ese compromiso. Porque mucha información de ese tipo se pasa por alto. Con Diego eso no pasa nunca. Siempre está pensando en el personaje”.
Diego estudió muchísimo. Ensayó por meses para verse y hablar como Luis Miguel, pero sobre todo cantar con el característico estilo de El Sol. Lauro, su padre, describe el nivel de preparación de su hijo con una imagen: la recámara de hotel en la que Diego vivió mientras se rodaba la serie en la Ciudad de México: “Era como el cuarto de Howard Hughes”. “Diego tenía post-its en las paredes, las ventanas, el escritorio, con apuntes sobre las canciones, las distintas escenas, los diálogos”, me dice Lauro, antes de despedirse.
Boneta asegura que nunca se había metido a un personaje que requiriera más de él. “Acabó Luis Miguel y yo no sabía quién era. Lo impresionante fue que todo fue subconsciente. No me di cuenta de lo profundo que estaba hasta que el proyecto terminó. Sentí que me había convertido en él”.
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El rodaje de la serie de Netflix arrancó en noviembre de 2017. Para ese entonces, por diversos compromisos de mis compañeros, yo era el único escritor que quedaba en el proyecto. Pensé que mi trabajo acabaría tras escribir los últimos episodios, pero Carla González —que había encontrado en Diego a un compinche en exigencia y perfeccionismo— quería que afináramos detalles antes de cada día. Este trabajo implicó reescribir, crear y afinar escenas diariamente a partir de sus notas, así como hallar huecos y encontrar maneras de solucionarlos con diálogos o, a veces, con nuevas secuencias. Carla no siempre tenía tiempo de hablar conmigo, de modo que en algunas contadas ocasiones me pidió que fuera al set para platicar y reescribir ahí mismo. Esas visitas me permitieron ver el trabajo de Boneta de cerca, donde advertí las lecciones que aprendió en Rock of Ages.
Nunca estaba apagado en el set. Entre tomas platicaba con sus compañeros, manteniendo un entusiasmo contagioso: conversaciones, chistes, dudas y preguntas. Nunca daba una sola toma idéntica a la anterior, aconsejaba cuando sentía que podía hacerlo y escuchaba cuando lo creía pertinente. Cada vez que nos cruzábamos en los pasillos pedía mi opinión y cada vez que yo entraba al set me saludaba como si fuera la primera vez que nos veíamos.
Conforme la grabación avanzaba, sin embargo, mi trabajo disminuyó: cada vez había menos material que reescribir. No estuve cuando grabaron la última confrontación entre Luis Miguel y su padre: una escena que tuve que reescribir al menos siete veces. No sólo no estuve presente sino que ahora, en el Soho House, le admito a Boneta que fue la única escena de la que no quise ver adelantos mientras se ensamblaba en edición. Me esperé a verla en la tele, como un espectador más.
Humberto Hinojosa y Carla González recuerdan que tenían ese set —el del hospital— por un solo día. Reconstruirlo sería imposible por logística y dinero, así que debía salir todo en 24 horas. El director no podría pedir más de dos tomas de una escena con esa carga emotiva y le avisó a los actores que así sería. A lo largo del rodaje, llevaba un radio con el que se comunicaba con González. Después de la primera toma —la que está en la serie— Hinojosa supo inmediatamente que Boneta lo había logrado. Su radio sonó de inmediato: la productora le avisaba que, en efecto, tenían la toma que necesitaban. Al verla en el monitor, la showrunner supo, de forma visceral, sin lugar a dudas, que Boneta había dado en el clavo.
Boneta levanta el antebrazo y me enseña cómo se le eriza la piel al recordar la escena. “Es la más fuerte que he hecho en mi carrera. Y sería una mentira si te dijera que yo iba a saber hacerla. Simplemente me enfoqué en el resultado”. Esto aplica para toda la serie. “Quería prepararme como nadie. Y si la gente no respondía, mínimo yo sabría que podía decir que ahí estaban 16 años de carrera, en ese personaje. Y para mí el aprendizaje fue saber que así pasa cuando das todo. De ahora en adelante no quiero hacer ningún proyecto que no tenga esa entrega. Porque si yo no me esfuerzo, no lo voy a hacer bien. Velo de esta forma: hace dos años no podía cantar las canciones de Luis Miguel”.
Le pregunto qué le interesaba tanto de El Sol como personaje. “Siempre tuve una fascinación con él, porque creo que en muchos sentidos…”, dice, antes de darse un par de segundos de pausa. “No sé. Tal vez yo hubiera querido tener ese talento de prodigio de niño. Aunque hoy agradezco no tenerlo porque gracias a eso tengo disciplina. Confío en la perseverancia porque es más tangible que el talento”.
Antes de irse a cenar y dejarnos solos, Astrid me habla de cómo han mantenido una relación sana con su hijo, lo que les ha permitido seguirlo, guiarlo y acotarlo cuando es necesario. Lo que describe es muy distinto a la vida que vemos de Luis Miguel en la serie.
“Tiene mucho que ver con que Lauro y yo nunca hemos sido sus managers”, me dice. “Para mí siempre fue muy difícil separarme y ver a Diego como un producto. Él siempre tuvo a su manager, pero lo acompañábamos, tal y como acompañábamos a sus hermanos. Nos íbamos turnando con los hijos”.
Les pregunto si esto, no hacerlo el centro de atención, fue una estrategia para darle humildad al actor de la familia. Santiago, su hermano, me dice que, si ésa fue la meta, sus padres lograron su cometido. “Diego es su crítico más fuerte”, me asegura. Quizás porque no vive en México o en otro lugar de Latinoamérica, ni siquiera ahora es capaz de darse cuenta del éxito de Luis Miguel: la serie.
No es difícil entender la cautela de Boneta. Desde que era niño conquistó al público a base de carisma, entusiasmo y, sobre todo, esfuerzo. A pesar de su éxito temprano en México, se mudó a Los
Ángeles, donde su carrera acumuló rechazos que, si se hubiera quedado en su país, jamás hubiera sufrido. Incluso lo que pintaba como su mayor éxito al final no lo catapultó a la estratósfera.
“Por eso no me la creo ahorita. Rock of Ages me enseñó a no creérmela. Fue una decepción, pero también un aprendizaje”.
Hinojosa asegura que Diego nunca se ha dejado vencer por sus frustraciones. “Tiene una escuela gringa de seguir tus sueños y chingarle”. En México, me dice, es difícil tener esa perspectiva. “Te vas golpeando con la vida y te vas haciendo tu coraza. Pero Diego me contagió su entusiasmo. Hablo con él y sigue siendo como una recarga de energía”.
Boneta me da un high five y un abrazo a la gringa —en diagonal, con mi hombro derecho chocando contra el suyo—,pero inmediatamente corrige el rumbo y me abraza a la mexicana, con palmadas de compadre en la espalda.
“No hay que tener expectativas”, me dice. “Lo que más le he aprendido a mis papás es a no juzgarme por el éxito de mi trayectoria, sino por la persona que soy, por mis principios”.
Estoy a punto de apagar la grabadora y él de ir a celebrar el cumpleaños de su tío con su familia. “Pero se siente bien el éxito, ¿no?”, le pregunto.
Boneta me sonríe. Es la misma sonrisa que tenía de niño, en el escenario, cuando empezó a cantar “La chica del bikini azul” y a escuchar los aplausos
del público, con su madre en el escenario.
“Se siente increíble”.
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