Las madres de Ayotzinapa: 5 años sin rastro de sus hijos
“Siempre estamos tristes, pero este mes más”.
Cristina Bautista no se da abasto con las ventas de bolsas artesanales y playeras que trajo para vender al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Mientras lo hace, sonríe y recibe abrazos de los estudiantes, luego de platicarles su experiencia buscando sin descanso a su hijo Benjamín Ascencio Bautista.
Al final del evento, le sobraron apenas unas cuantas playeras y bolsas tejidas. Lo vendió casi todo. Esto es lo que hace para solventar sus gastos y los de su hija menor, que es estudiante de administración. Las playeras dicen “Ayotzinapa” y tienen el símbolo de la palma de una mano con el número 43 inscrito en ella.“Siempre estamos tristes, pero este mes más”, dice al bajar la mirada, borrando la expresión enérgica de su rostro. Luego retoma la plática con los cuatro estudiantes que siguen atentos a su historia.
El 26 de septiembre de 2014, Benjamín Ascencio desapareció junto a 42 estudiantes más de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. A cinco años del caso que movilizó a la sociedad mexicana, aún no hay respuestas claras.
“Dejé mi trabajo y dejé todo, y vamos a cada foro que nos invitan, para que sepan que los papás seguimos aquí, que no hemos olvidado a nuestros hijos”, dice Cristina, que porta unas arracadas de plata con el número “43”, que cuelgan de sus oídos.
A cinco años de la desaparición de los normalistas, los padres de los estudiantes permanecen unidos y en constante comunicación. Han sido invitados a foros en Colombia, Argentina y Estados Unidos para hablar de lo que ocurrió el 26 de septiembre de 2014, pero también sobre las omisiones del Estado para otorgarles respuestas y justicia.
Lucina Garnica acompaña nuevamente la caravana de los padres. Ella busca a Christian Tomás Colón Garnica, que también estudiaba para ser maestro. Lucina permaneció en la Escuela Normal los primeros ocho meses de su desaparición, pero después tuvo que regresar a su casa en Oaxaca.
Su esposo es quien ha estado presente en la mayoría de las protestas durante estos años, pues ella tiene problemas en la columna, pero la movilización constante ya lo tiene cansado y enfermo, pues no le permite alimentarse adecuadamente. A Lucina, de cabello negro amarrado en dos trenzas que caen por los lados, le conmovió mucho la respuesta de los alumnos del ITAM. «Siento que la sociedad ya nos atiende más. Como no tengo televisión ni radio, no me entero mucho, pero la gente me platica. Dicen que ahorita nos están abriendo más espacios». Pero, aún con mayor visibilidad, el caso no ha encontrado respuestas y ella está una vez más a la Ciudad de México para pedirle al nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador que les de respuestas.
«Esto no se termina, el sufrimiento, la preocupación. Vivo angustiada y tengo todo puesto en espera», dice Lucina, sin soltar una fotografía grande y en blanco y negro de su hijo Christian.
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Minerva Bello o Doña Mini, como solían llamarle, era la madre de Everardo Rodríguez Bello, y falleció en febrero de 2018 sin conocer el paradero de su hijo.
“Hay mucho por reconocer en el hecho de que, a cinco años de la desaparición forzada, las familias de los 43 normalistas se mantienen unidas en la exigencia. Aún con todo el dolor, con todo el desgaste físico y las inumerables secuelas”, dice Luis Tapia, coordinador del área jurídica del Centro de los Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (ProDH), que acompaña a Cristina y a Lucina en su búsqueda de justicia.
Él considera que los compromisos que ha hecho el nuevo gobierno generaron altas expectativas para las familias. Andrés Manuel López Obrador dijo desde su campaña a la presidencia de México que atendería a los padres de los 43 estudiantes y esa promesa se mantiene hasta hoy, en los discursos. Sin embargo, la respuesta a «¿dónde están?» sigue sin llegar.
A comparación con lo sucedido en Argentina, Uruguay y Chile, Luis Tapia enfatiza que el tema de los desaparecidos en México ha tenido un tratamiento muy lento entre la sociedad. En Sudamérica las dictaduras levantaron consciencia en varias generaciones al ser eventos que cruzaron sus vidas. “Aquí todavía hay mucho por recorrer, cuando ves que las cifras de 40 mil personas desaparecidas no espantan a nadie”, dice. “Creo que tenemos ese atajo mental de criminalizar a quien desaparece para sentirnos seguros. Adoptando esa idea se siente uno más a salvo, mientras se ‘porte bien’. Pero poco a poco empezamos a reconocer que estamos todos en el mismo barco”, concluye.
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Cristina coincide en que, días después de ese 26 de septiembre, “casi todo el pueblo de México se levantó” en apoyo a los padres y madres de los normalistas, pero al escuchar la primera versión de la PGR en voz del exprocurador Murillo Karam, mucha gente la creyó. La llamada «verdad histórica», plagada de irregularidades y violaciones a Derechos Humanos, se quedó en la mente de muchos.
“Los otros papás a veces se desaniman, se desesperan y se preocupan mucho por los hijos que dejamos en casa. Yo también me siento mal de dejarlos, pero por lo menos sé que ella está bien y sé que va a comer. De mi otro hijo no sé nada», comenta Cristina.
Cuando ella y Lucina terminaron de recoger todas sus cosas este 25 de septiembre de 2019 en el ITAM, comenzaron a prepararse para enfrentar otro 26.
A pesar de todo, estar rodeadas de personas que las animan y abrazan, les ayuda.“Veo que nos escuchan con atención, nos hacen preguntas, nos dan palabras de aliento. Yo siento que me dan fuerzas. Quizás por eso no me he rendido”, concluye Cristina.
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