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Las imágenes y cifras de los incendios más recientes han vuelto a alarmar a la población. La causa de ellos no se limita a los recortes de presupuesto –aunque esto no ayuda–, hay otros motivos –ecológicos, administrativos, agrícolas, económicos– que explican cada temporada de incendios.
“Puro humo, humo, humo”
“Hubo una ocasión, allá por Desierto de los Leones. Se empezó a quemar pero estaba tranquilo el incendio y lo íbamos combatiendo. Formamos dos grupos: uno hacía el ataque inicial y el otro iba haciendo brecha para que no pasara más el fuego. De repente, llegó, por así decirlo, una oleada de aire fuertísimo y se empezó a escuchar como cuando llueve”.
El testimonio es de Robinson Acosta Romero, él es combatiente de incendios en la Comisión Nacional Forestal (Conafor), y su historia, aunque no sea de esta temporada, se relaciona con lo que estamos viviendo. Fue la ocasión en que Robinson tuvo miedo mientras combatía un incendio, es un referente para él. Cuando dice que se escuchó como la lluvia, se refiere a ese ruido que las gotas hacen al caer y que lo ensordece todo cuando se trata de una buena tormenta, de esas que no dan ni un respiro, pero esa vez el rugido era del fuego, quemándolo todo.
“Empezó el humo, pero denso, denso, y hubo un momento en el que yo me ahogaba y decía ‘¿a qué hora voy a salir de aquí?’ Cerraba los ojos y respiraba con mi paño que me tapaba la boca y la nariz. Y yo decía: ‘Ahorita que cierre los ojos y los abra debe estar clarito. Voy a respirar aire puro’, pero no, puro humo, humo, humo”.
Robinson estudió Ingeniería Forestal y habla de su trabajo con mucho orgullo porque también fue el oficio de su padre: “Yo lo veía como un héroe, nunca pensé en las consecuencias”. La historia se repite: cuando su hija de tres años le preguntó dónde trabaja, le respondió que es como un bombero, que trabaja en el bosque apagando arbolitos. “Me dice: ¡Órale!, qué padre que salves el mundo, papi’”.
Para concluir su relato sobre el incendio en el Desierto de los Leones, Robinson dice: “Claro que salir de ahí fue una experiencia bastante dura, pero muy buena para mí”. Yo le pregunto qué sacó de bueno. Su respuesta es vaga, pero me da a entender que después de ese combate –fue en 2016, uno de los primeros en los que participó– no ha vuelto a tener miedo de enfrentar el fuego.
Es un trabajo lleno de heroísmo, pero también es pesado y no tan bien pagado. El sueldo promedio está entre los 12 mil y los 13 mil pesos al mes, después de impuestos, según los datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, e impone una vida de intermitencias: los combatientes de incendios tienen que adentrarse en el bosque y vivir 15 días enteros en un campamento con otras siete personas, sin luz y con mala señal en el celular. Después tienen 15 días de descanso, en los que entra el siguiente turno. Por eso Robinson sólo puede ver a su esposa y a sus hijos dos semanas al mes.
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¿Es que no hay presupuesto?
Estas semanas hemos visto en las noticias imágenes de combatientes como Robinson tratando de frenar el avance de 49 incendios en 17 estados del país, según los datos reportados hasta el 6 de abril por la Conafor. Suman una superficie afectada de 27,800 hectáreas, una extensión que equivale a una quinta parte de la Ciudad de México. Las cifras y las imágenes nos han puesto en alerta; en redes sociales se ven los esfuerzos de las personas que buscan llevar víveres a los 1,682 combatientes de incendios.
Pero ¿los incendios son, en parte, normales? La respuesta no es obvia ni fácil. De entrada, hace falta entender el fuego como una parte fundamental en el equilibrio ecológico. Me lo hace ver César Alberto Robles Gutiérrez, subgerente del Centro de Manejo del Fuego en la Conafor; el nombre de su cargo responde a una visión armónica de la naturaleza que deja atrás la política de supresión total del fuego.
“El manejo del fuego busca gestionar, a partir de la ecología, las especies, los ecosistemas y el impacto socioeconómico que generan los incendios, la planeación de actividades preventivas y de combate. ¿Por qué?, porque en el mundo hay ecosistemas que requieren del fuego para mantener sus estructuras, generar renuevo y disminuir hojarasca”, explica Robles.
El error de la política de supresión del fuego es pensar que todos los ecosistemas funcionan igual. Me cuenta que los incendios forestales existen desde hace millones de años, incluso antes de la presencia del ser humano, y que algunos ecosistemas, por su humedad, son capaces de contener los incendios.
“Si tú le aplicas la misma política pública a todos los ecosistemas, independientemente de su ecología, en aquellas zonas que se necesitaban quemar y que no se han quemado, los incendios serán mucho más explosivos y, por lo tanto, más peligrosos para los brigadistas, y la mortalidad del arbolado adulto, del renuevo, los arbustos y la fauna será mayor. Hemos generado una bomba de tiempo al querer apagar todos los incendios”, advierte.
Los incendios forestales de 2017 a la fecha tienen mayor extensión por episodio. De acuerdo con los reportes anuales de la Gerencia del Manejo de Fuego, el promedio de hectáreas afectadas por incendios entre 2017 y 2020 es de 75.32, esto es, 2.4 veces más que entre 2013 y 2016. Pero no hay, como tal, una causa directa de este fenómeno. Son diversas condiciones las que configuran esta “bomba de tiempo” que hemos visto explotar año con año.
“¿Qué necesitas para que haya un incendio? Combustible, oxígeno y una cantidad considerable de calor”, desmenuza la doctora Citlali Cortés Montaño. “Para mí, explicar el tema de los incendios es complicado porque tengo que ver todos los factores. No es tan sencillo como decir: ‘porque hay menos presupuesto, tenemos más incendios’”, concluye tajante e insiste en que debemos pensar en los tres elementos que habilitan la combustión.
Además de la cantidad de hojarasca en los bosques –que son el combustible–, la falta de agua en México crea un riesgo latente. “Hay una demanda tremenda de agua para uso urbano, las presas están secas y, pues, la gente va a seguir con su actividad agrícola porque necesitamos comer también, ¿no?”.
Por si fuera poco, en 2021 la mayoría de los estados está presentando lluvias menores a sus promedios históricos, de acuerdo con los informes mensuales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Al volver al problema del presupuesto, la doctora Citlali Cortés puntualiza: “Claro, afecta que no haya presupuestos para el combate [de incendios], pero no es una relación causal y directa. El tema del presupuesto es como echarle combustible al hecho de que todo está seco”, finaliza después de usar el Zoom durante toda la conversación, proyectando gráficas en su pantalla, como quien da una clase.
El Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda) informa que entre 2016 y 2020 se recortó en 87% el presupuesto de las áreas naturales protegidas: bajó de 74.12 a 9.56 pesos por hectárea. En el caso de Conafor, la reducción presupuestal entre 2013 y 2020 es de 250%, según el informe del Cemda.
Le pregunto al subgerente de Manejo de Fuego de Conafor si los recortes han afectado su desempeño: “Mira, el programa de manejo del fuego sigue operando, porque no hemos parado de operar y, de hecho, estamos innovando”, y da por respondida la pregunta.
Pero los reportes de su departamento muestran una reducción en el número de días-persona de los elementos de la Conafor. Esta unidad representa el número de jornadas de trabajo invertidas para combatir el fuego. En 2017 la Conafor aportaba 37% del total de días-persona; otras dependencias federales, estatales, municipales e incluso voluntarios y propietarios de terrenos hacían el resto; en 2020 sólo aportó 25% del total.
Eso no implica que haya menos personal, matiza el subgerente Robles: “Todos los años contamos con la misma plantilla, sin problema. Lo que ha pasado es que estamos también promoviendo la distribución de competencias. La ley dice que el primero en combatir un incendio forestal es el dueño poseedor. Si no, tiene que ser el municipio, posteriormente el estado y, al final, entra la federación a coordinar como refuerzo en un ataque ampliado”.
Los informes no muestran que los propietarios se hayan involucrado más. En 2017 ese grupo representó el 19% de los días-persona y en 2020, el 20%, es decir, la proporción no cambió. En realidad, son los gobiernos estatales y municipales los que han incrementado, aunque ligeramente, su participación en las estrategias de combate.
De acuerdo con la doctora Citlali Cortés esta “redistribución de competencias” puede impactar negativamente en la forma de trabajar. “No me puedo imaginar cómo no puedes tener un mando único. Cuando tienes un incendio que ya se está poniendo supercaliente, que te está empezando a amenazar un área bien grande, ¿de quién es responsabilidad? Y, más aún, ¿te vas a poner a pelear por ver de quién es la responsabilidad? Ahí lo que necesitas es que llegue tu unidad de combate y que se le cuadren al señor que es el local, que conoce el terreno y que te puedes decir dónde hay agua, por dónde no meterse. Necesitas esta coordinación porque los incendios no conocen jurisdicción; eso se había conseguido con el mando único”.
Los datos parecen darle la razón, pues revelan que sí existe una curva de aprendizaje en esta nueva forma de operar. El tiempo de llegada ha aumentado en 22% y el de detección en 30% en 2020, respecto al año 2017. Mientras que en 2017 el trabajo de una persona en un día servía para combatir 2.13 hectáreas incendiadas, en el 2020 alcanzó para 1.57 hectáreas, es decir, disminuyó en 26%. Con todo, la comparación debe tomarse con mesura. Estas reducciones no se pueden entender como una causa directa de la política de distribución de competencia porque los incendios no son exactamente iguales año con año y el desempeño de los combatientes puede verse afectado por las condiciones del terreno donde ocurre el incendio.
Motivos para quemar el bosque
El año pasado casi un tercio de los incendios en México ocurrieron por actividades intencionales y, por lo tanto, ilícitas. César Robles me dice que todos los incendios intencionales son ilícitos porque el Código Penal Federal así lo marca, con penas de hasta 10 años en prisión.
Pero ¿por qué alguien querría quemar el bosque? “Lo hacen por vandalismo, por rencillas. Hay peleas entre comunidades por límites territoriales, una comunidad va y le prende a la otra para hacerle la maldad. Y no puedo descartarlo, hay pirómanos, pero es muy difícil agarrarlos en flagrancia”.
Es insuficiente la tesis de las pandillas pirómanas o las comunidades que se incendian entre sí por disputas. Hay ejemplos que muestran que detrás de esos incendios intencionales, hay un modelo de desarrollo que usa a la naturaleza como antagonista. A continuación, expongo varios.
Empiezo por la siembra ilegal de aguacate en Michoacán y Jalisco. Desde 2019 diversos medios han reportado la quema de áreas boscosas para hacerle espacio a estos cultivos, aun cuando la ley prohíbe estos cambios de uso de suelo. “El cambio está prohibido cuando no han pasado 20 años después de un incendio. Si tú quieres hacer un cambio de uso de suelo, necesitas ir a la Semarnat y meter una manifestación de impacto ambiental”, explica el subgerente Robles.
Quienes para sembrar queman los bosques no siempre obedecen la ley. Medios locales de Michoacán reportan que la mitad de las hectáreas afectadas por incendios en los bosques cercanos a Morelia cambiaron de uso de suelo y ahora tienen aguacates. En Jalisco "hay 278 hectáreas ilegales de aguacate en San Gabriel, Zapotlán y Tuxpan", descubiertas por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), según un reportaje de Pie de Página. Sin embargo, la procuraduría –encargada de vigilar el cumplimiento de la normativa ambiental– es uno de los organismos que más ha sufrido los recortes de los últimos años. Su presupuesto de 2020 es apenas el 2% de lo que recibió en 2013.
¿Quién quiere quemar los bosques? Sencillamente, quien busca explotar la tierra sin importarle nada más. Lo hace quien se empecina en sembrar aguacates en las pineras del occidente del país.
También lo hace quien se propone amedrentar una comunidad para desincentivar su defensa del territorio. Así ocurre en la región sagrada de Wirikuta en San Luis Potosí, donde el fuego ya arrasó con más de 700 hectáreas este año. Tonatiuh Velázquez Mendoza forma parte de Ameyaltonal A.C., organización que ha tratado de acopiar víveres para las personas que combaten los incendios en Wirikuta.
“La historia oficial habla de un incendio provocado por una fogata. No es cierto. El territorio lleva diez años amenazado por proyectos extractivistas. Los grupos, digamos, que son promineros, de ejidatarios comprados, hicieron este atentado. Es una forma de venganza o de escarmiento que se salió de control”, sostiene Tonatiuh.
Actualmente, los pueblos indígenas de Wirikuta libran una batalla legal contra la empresa canadiense First Majestic Silver Corp para evitar que excave una mina en la zona.
Otro motivo para quemar el bosque se menciona en el reportaje de Max de Haldevang: en Yucatán y Campeche, el mal diseño de incentivos ha provocado que la gente que tenía terrenos de selva prefiera talar los árboles para aplicar a Sembrando Vida, pues los apoyos de este programa son superiores a los que ofrecía el Programa de Apoyos Forestales de la Conafor.
Al respecto, le pregunto al economista ambiental Carlos A. López Morales, qué debería hacer el Estado: “Pues, diseñar una política basada en dos objetivos clave. Por un lado, la conservación, escuchar mucho a los biólogos y los ecólogos y usar el insumo técnico y científico que ya se tiene. Por otro lado, ponerse como objetivo combatir la desigualdad socioeconómica porque, a diferencia de muchos países, en México gran parte de la cobertura forestal es propiedad social, es territorio ejidal, no es propiedad del Estado”.
Los dos objetivos no siempre están presentes en los proyectos de desarrollo.
“Ellos dicen que la conservación y la ecología son un lujo para los ricos, que lo que tenemos que hacer es desarrollar, y ya luego nos hacemos cargo de la contaminación o de la destrucción. Es una forma de pensar de hace 50 o 60 años, si no es que más, y es equivocada”, explica.
El Estado no ocasiona los incendios, pero sí los hace más probables con la imposición del divorcio entre el medio ambiente y el desarrollo. “En México no hay una clase política a la que le interese el medio ambiente. Hay quien lo sigue como un tema bonito que vende bien y hay quien lo ve, como el presidente actual, como un tema accesorio”, opina la doctora Citlali Cortés sobre la ausencia del Estado en estos problemas.
Cenizas quedan
Este año también pasará la temporada de incendios. De las cenizas ¿qué surgirá? El fuego es esencial para regular la vida en los bosques. Gracias a él, la tierra vuelve a nutrirse de los minerales contenidos en las hojas secas, las ramas tiradas y los árboles tendidos en el suelo. Por la combustión, esos minerales vuelven a la tierra y de las cenizas nace nueva vida.
El problema es que si los incendios son muy agresivos, como los que hemos vivido en los últimos años, la cantidad de cenizas provoca que el agua no se absorba y, más bien, corra, llevándose todo a su paso, incluido el suelo y, con él, la posibilidad de que el bosque vuelva a crecer. Después de un incendio es fundamental proteger la tierra, para que el ciclo de la vida pueda continuar.
¿Cómo salvar el suelo de este exceso de cenizas que el fuego sin control nos ha dejado? Aumentando el presupuesto, volviendo el medio ambiente un tema central de la agenda pública y promoviendo un modelo de desarrollo económico que reduzca la desigualdad que no extermine los bosques.
Esperar que la lluvia o la naturaleza por sí solas puedan resarcir este daño es, en realidad, una condena de muerte.
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Las imágenes y cifras de los incendios más recientes han vuelto a alarmar a la población. La causa de ellos no se limita a los recortes de presupuesto –aunque esto no ayuda–, hay otros motivos –ecológicos, administrativos, agrícolas, económicos– que explican cada temporada de incendios.
“Puro humo, humo, humo”
“Hubo una ocasión, allá por Desierto de los Leones. Se empezó a quemar pero estaba tranquilo el incendio y lo íbamos combatiendo. Formamos dos grupos: uno hacía el ataque inicial y el otro iba haciendo brecha para que no pasara más el fuego. De repente, llegó, por así decirlo, una oleada de aire fuertísimo y se empezó a escuchar como cuando llueve”.
El testimonio es de Robinson Acosta Romero, él es combatiente de incendios en la Comisión Nacional Forestal (Conafor), y su historia, aunque no sea de esta temporada, se relaciona con lo que estamos viviendo. Fue la ocasión en que Robinson tuvo miedo mientras combatía un incendio, es un referente para él. Cuando dice que se escuchó como la lluvia, se refiere a ese ruido que las gotas hacen al caer y que lo ensordece todo cuando se trata de una buena tormenta, de esas que no dan ni un respiro, pero esa vez el rugido era del fuego, quemándolo todo.
“Empezó el humo, pero denso, denso, y hubo un momento en el que yo me ahogaba y decía ‘¿a qué hora voy a salir de aquí?’ Cerraba los ojos y respiraba con mi paño que me tapaba la boca y la nariz. Y yo decía: ‘Ahorita que cierre los ojos y los abra debe estar clarito. Voy a respirar aire puro’, pero no, puro humo, humo, humo”.
Robinson estudió Ingeniería Forestal y habla de su trabajo con mucho orgullo porque también fue el oficio de su padre: “Yo lo veía como un héroe, nunca pensé en las consecuencias”. La historia se repite: cuando su hija de tres años le preguntó dónde trabaja, le respondió que es como un bombero, que trabaja en el bosque apagando arbolitos. “Me dice: ¡Órale!, qué padre que salves el mundo, papi’”.
Para concluir su relato sobre el incendio en el Desierto de los Leones, Robinson dice: “Claro que salir de ahí fue una experiencia bastante dura, pero muy buena para mí”. Yo le pregunto qué sacó de bueno. Su respuesta es vaga, pero me da a entender que después de ese combate –fue en 2016, uno de los primeros en los que participó– no ha vuelto a tener miedo de enfrentar el fuego.
Es un trabajo lleno de heroísmo, pero también es pesado y no tan bien pagado. El sueldo promedio está entre los 12 mil y los 13 mil pesos al mes, después de impuestos, según los datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, e impone una vida de intermitencias: los combatientes de incendios tienen que adentrarse en el bosque y vivir 15 días enteros en un campamento con otras siete personas, sin luz y con mala señal en el celular. Después tienen 15 días de descanso, en los que entra el siguiente turno. Por eso Robinson sólo puede ver a su esposa y a sus hijos dos semanas al mes.
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¿Es que no hay presupuesto?
Estas semanas hemos visto en las noticias imágenes de combatientes como Robinson tratando de frenar el avance de 49 incendios en 17 estados del país, según los datos reportados hasta el 6 de abril por la Conafor. Suman una superficie afectada de 27,800 hectáreas, una extensión que equivale a una quinta parte de la Ciudad de México. Las cifras y las imágenes nos han puesto en alerta; en redes sociales se ven los esfuerzos de las personas que buscan llevar víveres a los 1,682 combatientes de incendios.
Pero ¿los incendios son, en parte, normales? La respuesta no es obvia ni fácil. De entrada, hace falta entender el fuego como una parte fundamental en el equilibrio ecológico. Me lo hace ver César Alberto Robles Gutiérrez, subgerente del Centro de Manejo del Fuego en la Conafor; el nombre de su cargo responde a una visión armónica de la naturaleza que deja atrás la política de supresión total del fuego.
“El manejo del fuego busca gestionar, a partir de la ecología, las especies, los ecosistemas y el impacto socioeconómico que generan los incendios, la planeación de actividades preventivas y de combate. ¿Por qué?, porque en el mundo hay ecosistemas que requieren del fuego para mantener sus estructuras, generar renuevo y disminuir hojarasca”, explica Robles.
El error de la política de supresión del fuego es pensar que todos los ecosistemas funcionan igual. Me cuenta que los incendios forestales existen desde hace millones de años, incluso antes de la presencia del ser humano, y que algunos ecosistemas, por su humedad, son capaces de contener los incendios.
“Si tú le aplicas la misma política pública a todos los ecosistemas, independientemente de su ecología, en aquellas zonas que se necesitaban quemar y que no se han quemado, los incendios serán mucho más explosivos y, por lo tanto, más peligrosos para los brigadistas, y la mortalidad del arbolado adulto, del renuevo, los arbustos y la fauna será mayor. Hemos generado una bomba de tiempo al querer apagar todos los incendios”, advierte.
Los incendios forestales de 2017 a la fecha tienen mayor extensión por episodio. De acuerdo con los reportes anuales de la Gerencia del Manejo de Fuego, el promedio de hectáreas afectadas por incendios entre 2017 y 2020 es de 75.32, esto es, 2.4 veces más que entre 2013 y 2016. Pero no hay, como tal, una causa directa de este fenómeno. Son diversas condiciones las que configuran esta “bomba de tiempo” que hemos visto explotar año con año.
“¿Qué necesitas para que haya un incendio? Combustible, oxígeno y una cantidad considerable de calor”, desmenuza la doctora Citlali Cortés Montaño. “Para mí, explicar el tema de los incendios es complicado porque tengo que ver todos los factores. No es tan sencillo como decir: ‘porque hay menos presupuesto, tenemos más incendios’”, concluye tajante e insiste en que debemos pensar en los tres elementos que habilitan la combustión.
Además de la cantidad de hojarasca en los bosques –que son el combustible–, la falta de agua en México crea un riesgo latente. “Hay una demanda tremenda de agua para uso urbano, las presas están secas y, pues, la gente va a seguir con su actividad agrícola porque necesitamos comer también, ¿no?”.
Por si fuera poco, en 2021 la mayoría de los estados está presentando lluvias menores a sus promedios históricos, de acuerdo con los informes mensuales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Al volver al problema del presupuesto, la doctora Citlali Cortés puntualiza: “Claro, afecta que no haya presupuestos para el combate [de incendios], pero no es una relación causal y directa. El tema del presupuesto es como echarle combustible al hecho de que todo está seco”, finaliza después de usar el Zoom durante toda la conversación, proyectando gráficas en su pantalla, como quien da una clase.
El Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda) informa que entre 2016 y 2020 se recortó en 87% el presupuesto de las áreas naturales protegidas: bajó de 74.12 a 9.56 pesos por hectárea. En el caso de Conafor, la reducción presupuestal entre 2013 y 2020 es de 250%, según el informe del Cemda.
Le pregunto al subgerente de Manejo de Fuego de Conafor si los recortes han afectado su desempeño: “Mira, el programa de manejo del fuego sigue operando, porque no hemos parado de operar y, de hecho, estamos innovando”, y da por respondida la pregunta.
Pero los reportes de su departamento muestran una reducción en el número de días-persona de los elementos de la Conafor. Esta unidad representa el número de jornadas de trabajo invertidas para combatir el fuego. En 2017 la Conafor aportaba 37% del total de días-persona; otras dependencias federales, estatales, municipales e incluso voluntarios y propietarios de terrenos hacían el resto; en 2020 sólo aportó 25% del total.
Eso no implica que haya menos personal, matiza el subgerente Robles: “Todos los años contamos con la misma plantilla, sin problema. Lo que ha pasado es que estamos también promoviendo la distribución de competencias. La ley dice que el primero en combatir un incendio forestal es el dueño poseedor. Si no, tiene que ser el municipio, posteriormente el estado y, al final, entra la federación a coordinar como refuerzo en un ataque ampliado”.
Los informes no muestran que los propietarios se hayan involucrado más. En 2017 ese grupo representó el 19% de los días-persona y en 2020, el 20%, es decir, la proporción no cambió. En realidad, son los gobiernos estatales y municipales los que han incrementado, aunque ligeramente, su participación en las estrategias de combate.
De acuerdo con la doctora Citlali Cortés esta “redistribución de competencias” puede impactar negativamente en la forma de trabajar. “No me puedo imaginar cómo no puedes tener un mando único. Cuando tienes un incendio que ya se está poniendo supercaliente, que te está empezando a amenazar un área bien grande, ¿de quién es responsabilidad? Y, más aún, ¿te vas a poner a pelear por ver de quién es la responsabilidad? Ahí lo que necesitas es que llegue tu unidad de combate y que se le cuadren al señor que es el local, que conoce el terreno y que te puedes decir dónde hay agua, por dónde no meterse. Necesitas esta coordinación porque los incendios no conocen jurisdicción; eso se había conseguido con el mando único”.
Los datos parecen darle la razón, pues revelan que sí existe una curva de aprendizaje en esta nueva forma de operar. El tiempo de llegada ha aumentado en 22% y el de detección en 30% en 2020, respecto al año 2017. Mientras que en 2017 el trabajo de una persona en un día servía para combatir 2.13 hectáreas incendiadas, en el 2020 alcanzó para 1.57 hectáreas, es decir, disminuyó en 26%. Con todo, la comparación debe tomarse con mesura. Estas reducciones no se pueden entender como una causa directa de la política de distribución de competencia porque los incendios no son exactamente iguales año con año y el desempeño de los combatientes puede verse afectado por las condiciones del terreno donde ocurre el incendio.
Motivos para quemar el bosque
El año pasado casi un tercio de los incendios en México ocurrieron por actividades intencionales y, por lo tanto, ilícitas. César Robles me dice que todos los incendios intencionales son ilícitos porque el Código Penal Federal así lo marca, con penas de hasta 10 años en prisión.
Pero ¿por qué alguien querría quemar el bosque? “Lo hacen por vandalismo, por rencillas. Hay peleas entre comunidades por límites territoriales, una comunidad va y le prende a la otra para hacerle la maldad. Y no puedo descartarlo, hay pirómanos, pero es muy difícil agarrarlos en flagrancia”.
Es insuficiente la tesis de las pandillas pirómanas o las comunidades que se incendian entre sí por disputas. Hay ejemplos que muestran que detrás de esos incendios intencionales, hay un modelo de desarrollo que usa a la naturaleza como antagonista. A continuación, expongo varios.
Empiezo por la siembra ilegal de aguacate en Michoacán y Jalisco. Desde 2019 diversos medios han reportado la quema de áreas boscosas para hacerle espacio a estos cultivos, aun cuando la ley prohíbe estos cambios de uso de suelo. “El cambio está prohibido cuando no han pasado 20 años después de un incendio. Si tú quieres hacer un cambio de uso de suelo, necesitas ir a la Semarnat y meter una manifestación de impacto ambiental”, explica el subgerente Robles.
Quienes para sembrar queman los bosques no siempre obedecen la ley. Medios locales de Michoacán reportan que la mitad de las hectáreas afectadas por incendios en los bosques cercanos a Morelia cambiaron de uso de suelo y ahora tienen aguacates. En Jalisco "hay 278 hectáreas ilegales de aguacate en San Gabriel, Zapotlán y Tuxpan", descubiertas por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), según un reportaje de Pie de Página. Sin embargo, la procuraduría –encargada de vigilar el cumplimiento de la normativa ambiental– es uno de los organismos que más ha sufrido los recortes de los últimos años. Su presupuesto de 2020 es apenas el 2% de lo que recibió en 2013.
¿Quién quiere quemar los bosques? Sencillamente, quien busca explotar la tierra sin importarle nada más. Lo hace quien se empecina en sembrar aguacates en las pineras del occidente del país.
También lo hace quien se propone amedrentar una comunidad para desincentivar su defensa del territorio. Así ocurre en la región sagrada de Wirikuta en San Luis Potosí, donde el fuego ya arrasó con más de 700 hectáreas este año. Tonatiuh Velázquez Mendoza forma parte de Ameyaltonal A.C., organización que ha tratado de acopiar víveres para las personas que combaten los incendios en Wirikuta.
“La historia oficial habla de un incendio provocado por una fogata. No es cierto. El territorio lleva diez años amenazado por proyectos extractivistas. Los grupos, digamos, que son promineros, de ejidatarios comprados, hicieron este atentado. Es una forma de venganza o de escarmiento que se salió de control”, sostiene Tonatiuh.
Actualmente, los pueblos indígenas de Wirikuta libran una batalla legal contra la empresa canadiense First Majestic Silver Corp para evitar que excave una mina en la zona.
Otro motivo para quemar el bosque se menciona en el reportaje de Max de Haldevang: en Yucatán y Campeche, el mal diseño de incentivos ha provocado que la gente que tenía terrenos de selva prefiera talar los árboles para aplicar a Sembrando Vida, pues los apoyos de este programa son superiores a los que ofrecía el Programa de Apoyos Forestales de la Conafor.
Al respecto, le pregunto al economista ambiental Carlos A. López Morales, qué debería hacer el Estado: “Pues, diseñar una política basada en dos objetivos clave. Por un lado, la conservación, escuchar mucho a los biólogos y los ecólogos y usar el insumo técnico y científico que ya se tiene. Por otro lado, ponerse como objetivo combatir la desigualdad socioeconómica porque, a diferencia de muchos países, en México gran parte de la cobertura forestal es propiedad social, es territorio ejidal, no es propiedad del Estado”.
Los dos objetivos no siempre están presentes en los proyectos de desarrollo.
“Ellos dicen que la conservación y la ecología son un lujo para los ricos, que lo que tenemos que hacer es desarrollar, y ya luego nos hacemos cargo de la contaminación o de la destrucción. Es una forma de pensar de hace 50 o 60 años, si no es que más, y es equivocada”, explica.
El Estado no ocasiona los incendios, pero sí los hace más probables con la imposición del divorcio entre el medio ambiente y el desarrollo. “En México no hay una clase política a la que le interese el medio ambiente. Hay quien lo sigue como un tema bonito que vende bien y hay quien lo ve, como el presidente actual, como un tema accesorio”, opina la doctora Citlali Cortés sobre la ausencia del Estado en estos problemas.
Cenizas quedan
Este año también pasará la temporada de incendios. De las cenizas ¿qué surgirá? El fuego es esencial para regular la vida en los bosques. Gracias a él, la tierra vuelve a nutrirse de los minerales contenidos en las hojas secas, las ramas tiradas y los árboles tendidos en el suelo. Por la combustión, esos minerales vuelven a la tierra y de las cenizas nace nueva vida.
El problema es que si los incendios son muy agresivos, como los que hemos vivido en los últimos años, la cantidad de cenizas provoca que el agua no se absorba y, más bien, corra, llevándose todo a su paso, incluido el suelo y, con él, la posibilidad de que el bosque vuelva a crecer. Después de un incendio es fundamental proteger la tierra, para que el ciclo de la vida pueda continuar.
¿Cómo salvar el suelo de este exceso de cenizas que el fuego sin control nos ha dejado? Aumentando el presupuesto, volviendo el medio ambiente un tema central de la agenda pública y promoviendo un modelo de desarrollo económico que reduzca la desigualdad que no extermine los bosques.
Esperar que la lluvia o la naturaleza por sí solas puedan resarcir este daño es, en realidad, una condena de muerte.
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Las imágenes y cifras de los incendios más recientes han vuelto a alarmar a la población. La causa de ellos no se limita a los recortes de presupuesto –aunque esto no ayuda–, hay otros motivos –ecológicos, administrativos, agrícolas, económicos– que explican cada temporada de incendios.
“Puro humo, humo, humo”
“Hubo una ocasión, allá por Desierto de los Leones. Se empezó a quemar pero estaba tranquilo el incendio y lo íbamos combatiendo. Formamos dos grupos: uno hacía el ataque inicial y el otro iba haciendo brecha para que no pasara más el fuego. De repente, llegó, por así decirlo, una oleada de aire fuertísimo y se empezó a escuchar como cuando llueve”.
El testimonio es de Robinson Acosta Romero, él es combatiente de incendios en la Comisión Nacional Forestal (Conafor), y su historia, aunque no sea de esta temporada, se relaciona con lo que estamos viviendo. Fue la ocasión en que Robinson tuvo miedo mientras combatía un incendio, es un referente para él. Cuando dice que se escuchó como la lluvia, se refiere a ese ruido que las gotas hacen al caer y que lo ensordece todo cuando se trata de una buena tormenta, de esas que no dan ni un respiro, pero esa vez el rugido era del fuego, quemándolo todo.
“Empezó el humo, pero denso, denso, y hubo un momento en el que yo me ahogaba y decía ‘¿a qué hora voy a salir de aquí?’ Cerraba los ojos y respiraba con mi paño que me tapaba la boca y la nariz. Y yo decía: ‘Ahorita que cierre los ojos y los abra debe estar clarito. Voy a respirar aire puro’, pero no, puro humo, humo, humo”.
Robinson estudió Ingeniería Forestal y habla de su trabajo con mucho orgullo porque también fue el oficio de su padre: “Yo lo veía como un héroe, nunca pensé en las consecuencias”. La historia se repite: cuando su hija de tres años le preguntó dónde trabaja, le respondió que es como un bombero, que trabaja en el bosque apagando arbolitos. “Me dice: ¡Órale!, qué padre que salves el mundo, papi’”.
Para concluir su relato sobre el incendio en el Desierto de los Leones, Robinson dice: “Claro que salir de ahí fue una experiencia bastante dura, pero muy buena para mí”. Yo le pregunto qué sacó de bueno. Su respuesta es vaga, pero me da a entender que después de ese combate –fue en 2016, uno de los primeros en los que participó– no ha vuelto a tener miedo de enfrentar el fuego.
Es un trabajo lleno de heroísmo, pero también es pesado y no tan bien pagado. El sueldo promedio está entre los 12 mil y los 13 mil pesos al mes, después de impuestos, según los datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, e impone una vida de intermitencias: los combatientes de incendios tienen que adentrarse en el bosque y vivir 15 días enteros en un campamento con otras siete personas, sin luz y con mala señal en el celular. Después tienen 15 días de descanso, en los que entra el siguiente turno. Por eso Robinson sólo puede ver a su esposa y a sus hijos dos semanas al mes.
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¿Es que no hay presupuesto?
Estas semanas hemos visto en las noticias imágenes de combatientes como Robinson tratando de frenar el avance de 49 incendios en 17 estados del país, según los datos reportados hasta el 6 de abril por la Conafor. Suman una superficie afectada de 27,800 hectáreas, una extensión que equivale a una quinta parte de la Ciudad de México. Las cifras y las imágenes nos han puesto en alerta; en redes sociales se ven los esfuerzos de las personas que buscan llevar víveres a los 1,682 combatientes de incendios.
Pero ¿los incendios son, en parte, normales? La respuesta no es obvia ni fácil. De entrada, hace falta entender el fuego como una parte fundamental en el equilibrio ecológico. Me lo hace ver César Alberto Robles Gutiérrez, subgerente del Centro de Manejo del Fuego en la Conafor; el nombre de su cargo responde a una visión armónica de la naturaleza que deja atrás la política de supresión total del fuego.
“El manejo del fuego busca gestionar, a partir de la ecología, las especies, los ecosistemas y el impacto socioeconómico que generan los incendios, la planeación de actividades preventivas y de combate. ¿Por qué?, porque en el mundo hay ecosistemas que requieren del fuego para mantener sus estructuras, generar renuevo y disminuir hojarasca”, explica Robles.
El error de la política de supresión del fuego es pensar que todos los ecosistemas funcionan igual. Me cuenta que los incendios forestales existen desde hace millones de años, incluso antes de la presencia del ser humano, y que algunos ecosistemas, por su humedad, son capaces de contener los incendios.
“Si tú le aplicas la misma política pública a todos los ecosistemas, independientemente de su ecología, en aquellas zonas que se necesitaban quemar y que no se han quemado, los incendios serán mucho más explosivos y, por lo tanto, más peligrosos para los brigadistas, y la mortalidad del arbolado adulto, del renuevo, los arbustos y la fauna será mayor. Hemos generado una bomba de tiempo al querer apagar todos los incendios”, advierte.
Los incendios forestales de 2017 a la fecha tienen mayor extensión por episodio. De acuerdo con los reportes anuales de la Gerencia del Manejo de Fuego, el promedio de hectáreas afectadas por incendios entre 2017 y 2020 es de 75.32, esto es, 2.4 veces más que entre 2013 y 2016. Pero no hay, como tal, una causa directa de este fenómeno. Son diversas condiciones las que configuran esta “bomba de tiempo” que hemos visto explotar año con año.
“¿Qué necesitas para que haya un incendio? Combustible, oxígeno y una cantidad considerable de calor”, desmenuza la doctora Citlali Cortés Montaño. “Para mí, explicar el tema de los incendios es complicado porque tengo que ver todos los factores. No es tan sencillo como decir: ‘porque hay menos presupuesto, tenemos más incendios’”, concluye tajante e insiste en que debemos pensar en los tres elementos que habilitan la combustión.
Además de la cantidad de hojarasca en los bosques –que son el combustible–, la falta de agua en México crea un riesgo latente. “Hay una demanda tremenda de agua para uso urbano, las presas están secas y, pues, la gente va a seguir con su actividad agrícola porque necesitamos comer también, ¿no?”.
Por si fuera poco, en 2021 la mayoría de los estados está presentando lluvias menores a sus promedios históricos, de acuerdo con los informes mensuales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Al volver al problema del presupuesto, la doctora Citlali Cortés puntualiza: “Claro, afecta que no haya presupuestos para el combate [de incendios], pero no es una relación causal y directa. El tema del presupuesto es como echarle combustible al hecho de que todo está seco”, finaliza después de usar el Zoom durante toda la conversación, proyectando gráficas en su pantalla, como quien da una clase.
El Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda) informa que entre 2016 y 2020 se recortó en 87% el presupuesto de las áreas naturales protegidas: bajó de 74.12 a 9.56 pesos por hectárea. En el caso de Conafor, la reducción presupuestal entre 2013 y 2020 es de 250%, según el informe del Cemda.
Le pregunto al subgerente de Manejo de Fuego de Conafor si los recortes han afectado su desempeño: “Mira, el programa de manejo del fuego sigue operando, porque no hemos parado de operar y, de hecho, estamos innovando”, y da por respondida la pregunta.
Pero los reportes de su departamento muestran una reducción en el número de días-persona de los elementos de la Conafor. Esta unidad representa el número de jornadas de trabajo invertidas para combatir el fuego. En 2017 la Conafor aportaba 37% del total de días-persona; otras dependencias federales, estatales, municipales e incluso voluntarios y propietarios de terrenos hacían el resto; en 2020 sólo aportó 25% del total.
Eso no implica que haya menos personal, matiza el subgerente Robles: “Todos los años contamos con la misma plantilla, sin problema. Lo que ha pasado es que estamos también promoviendo la distribución de competencias. La ley dice que el primero en combatir un incendio forestal es el dueño poseedor. Si no, tiene que ser el municipio, posteriormente el estado y, al final, entra la federación a coordinar como refuerzo en un ataque ampliado”.
Los informes no muestran que los propietarios se hayan involucrado más. En 2017 ese grupo representó el 19% de los días-persona y en 2020, el 20%, es decir, la proporción no cambió. En realidad, son los gobiernos estatales y municipales los que han incrementado, aunque ligeramente, su participación en las estrategias de combate.
De acuerdo con la doctora Citlali Cortés esta “redistribución de competencias” puede impactar negativamente en la forma de trabajar. “No me puedo imaginar cómo no puedes tener un mando único. Cuando tienes un incendio que ya se está poniendo supercaliente, que te está empezando a amenazar un área bien grande, ¿de quién es responsabilidad? Y, más aún, ¿te vas a poner a pelear por ver de quién es la responsabilidad? Ahí lo que necesitas es que llegue tu unidad de combate y que se le cuadren al señor que es el local, que conoce el terreno y que te puedes decir dónde hay agua, por dónde no meterse. Necesitas esta coordinación porque los incendios no conocen jurisdicción; eso se había conseguido con el mando único”.
Los datos parecen darle la razón, pues revelan que sí existe una curva de aprendizaje en esta nueva forma de operar. El tiempo de llegada ha aumentado en 22% y el de detección en 30% en 2020, respecto al año 2017. Mientras que en 2017 el trabajo de una persona en un día servía para combatir 2.13 hectáreas incendiadas, en el 2020 alcanzó para 1.57 hectáreas, es decir, disminuyó en 26%. Con todo, la comparación debe tomarse con mesura. Estas reducciones no se pueden entender como una causa directa de la política de distribución de competencia porque los incendios no son exactamente iguales año con año y el desempeño de los combatientes puede verse afectado por las condiciones del terreno donde ocurre el incendio.
Motivos para quemar el bosque
El año pasado casi un tercio de los incendios en México ocurrieron por actividades intencionales y, por lo tanto, ilícitas. César Robles me dice que todos los incendios intencionales son ilícitos porque el Código Penal Federal así lo marca, con penas de hasta 10 años en prisión.
Pero ¿por qué alguien querría quemar el bosque? “Lo hacen por vandalismo, por rencillas. Hay peleas entre comunidades por límites territoriales, una comunidad va y le prende a la otra para hacerle la maldad. Y no puedo descartarlo, hay pirómanos, pero es muy difícil agarrarlos en flagrancia”.
Es insuficiente la tesis de las pandillas pirómanas o las comunidades que se incendian entre sí por disputas. Hay ejemplos que muestran que detrás de esos incendios intencionales, hay un modelo de desarrollo que usa a la naturaleza como antagonista. A continuación, expongo varios.
Empiezo por la siembra ilegal de aguacate en Michoacán y Jalisco. Desde 2019 diversos medios han reportado la quema de áreas boscosas para hacerle espacio a estos cultivos, aun cuando la ley prohíbe estos cambios de uso de suelo. “El cambio está prohibido cuando no han pasado 20 años después de un incendio. Si tú quieres hacer un cambio de uso de suelo, necesitas ir a la Semarnat y meter una manifestación de impacto ambiental”, explica el subgerente Robles.
Quienes para sembrar queman los bosques no siempre obedecen la ley. Medios locales de Michoacán reportan que la mitad de las hectáreas afectadas por incendios en los bosques cercanos a Morelia cambiaron de uso de suelo y ahora tienen aguacates. En Jalisco "hay 278 hectáreas ilegales de aguacate en San Gabriel, Zapotlán y Tuxpan", descubiertas por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), según un reportaje de Pie de Página. Sin embargo, la procuraduría –encargada de vigilar el cumplimiento de la normativa ambiental– es uno de los organismos que más ha sufrido los recortes de los últimos años. Su presupuesto de 2020 es apenas el 2% de lo que recibió en 2013.
¿Quién quiere quemar los bosques? Sencillamente, quien busca explotar la tierra sin importarle nada más. Lo hace quien se empecina en sembrar aguacates en las pineras del occidente del país.
También lo hace quien se propone amedrentar una comunidad para desincentivar su defensa del territorio. Así ocurre en la región sagrada de Wirikuta en San Luis Potosí, donde el fuego ya arrasó con más de 700 hectáreas este año. Tonatiuh Velázquez Mendoza forma parte de Ameyaltonal A.C., organización que ha tratado de acopiar víveres para las personas que combaten los incendios en Wirikuta.
“La historia oficial habla de un incendio provocado por una fogata. No es cierto. El territorio lleva diez años amenazado por proyectos extractivistas. Los grupos, digamos, que son promineros, de ejidatarios comprados, hicieron este atentado. Es una forma de venganza o de escarmiento que se salió de control”, sostiene Tonatiuh.
Actualmente, los pueblos indígenas de Wirikuta libran una batalla legal contra la empresa canadiense First Majestic Silver Corp para evitar que excave una mina en la zona.
Otro motivo para quemar el bosque se menciona en el reportaje de Max de Haldevang: en Yucatán y Campeche, el mal diseño de incentivos ha provocado que la gente que tenía terrenos de selva prefiera talar los árboles para aplicar a Sembrando Vida, pues los apoyos de este programa son superiores a los que ofrecía el Programa de Apoyos Forestales de la Conafor.
Al respecto, le pregunto al economista ambiental Carlos A. López Morales, qué debería hacer el Estado: “Pues, diseñar una política basada en dos objetivos clave. Por un lado, la conservación, escuchar mucho a los biólogos y los ecólogos y usar el insumo técnico y científico que ya se tiene. Por otro lado, ponerse como objetivo combatir la desigualdad socioeconómica porque, a diferencia de muchos países, en México gran parte de la cobertura forestal es propiedad social, es territorio ejidal, no es propiedad del Estado”.
Los dos objetivos no siempre están presentes en los proyectos de desarrollo.
“Ellos dicen que la conservación y la ecología son un lujo para los ricos, que lo que tenemos que hacer es desarrollar, y ya luego nos hacemos cargo de la contaminación o de la destrucción. Es una forma de pensar de hace 50 o 60 años, si no es que más, y es equivocada”, explica.
El Estado no ocasiona los incendios, pero sí los hace más probables con la imposición del divorcio entre el medio ambiente y el desarrollo. “En México no hay una clase política a la que le interese el medio ambiente. Hay quien lo sigue como un tema bonito que vende bien y hay quien lo ve, como el presidente actual, como un tema accesorio”, opina la doctora Citlali Cortés sobre la ausencia del Estado en estos problemas.
Cenizas quedan
Este año también pasará la temporada de incendios. De las cenizas ¿qué surgirá? El fuego es esencial para regular la vida en los bosques. Gracias a él, la tierra vuelve a nutrirse de los minerales contenidos en las hojas secas, las ramas tiradas y los árboles tendidos en el suelo. Por la combustión, esos minerales vuelven a la tierra y de las cenizas nace nueva vida.
El problema es que si los incendios son muy agresivos, como los que hemos vivido en los últimos años, la cantidad de cenizas provoca que el agua no se absorba y, más bien, corra, llevándose todo a su paso, incluido el suelo y, con él, la posibilidad de que el bosque vuelva a crecer. Después de un incendio es fundamental proteger la tierra, para que el ciclo de la vida pueda continuar.
¿Cómo salvar el suelo de este exceso de cenizas que el fuego sin control nos ha dejado? Aumentando el presupuesto, volviendo el medio ambiente un tema central de la agenda pública y promoviendo un modelo de desarrollo económico que reduzca la desigualdad que no extermine los bosques.
Esperar que la lluvia o la naturaleza por sí solas puedan resarcir este daño es, en realidad, una condena de muerte.
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Las imágenes y cifras de los incendios más recientes han vuelto a alarmar a la población. La causa de ellos no se limita a los recortes de presupuesto –aunque esto no ayuda–, hay otros motivos –ecológicos, administrativos, agrícolas, económicos– que explican cada temporada de incendios.
“Puro humo, humo, humo”
“Hubo una ocasión, allá por Desierto de los Leones. Se empezó a quemar pero estaba tranquilo el incendio y lo íbamos combatiendo. Formamos dos grupos: uno hacía el ataque inicial y el otro iba haciendo brecha para que no pasara más el fuego. De repente, llegó, por así decirlo, una oleada de aire fuertísimo y se empezó a escuchar como cuando llueve”.
El testimonio es de Robinson Acosta Romero, él es combatiente de incendios en la Comisión Nacional Forestal (Conafor), y su historia, aunque no sea de esta temporada, se relaciona con lo que estamos viviendo. Fue la ocasión en que Robinson tuvo miedo mientras combatía un incendio, es un referente para él. Cuando dice que se escuchó como la lluvia, se refiere a ese ruido que las gotas hacen al caer y que lo ensordece todo cuando se trata de una buena tormenta, de esas que no dan ni un respiro, pero esa vez el rugido era del fuego, quemándolo todo.
“Empezó el humo, pero denso, denso, y hubo un momento en el que yo me ahogaba y decía ‘¿a qué hora voy a salir de aquí?’ Cerraba los ojos y respiraba con mi paño que me tapaba la boca y la nariz. Y yo decía: ‘Ahorita que cierre los ojos y los abra debe estar clarito. Voy a respirar aire puro’, pero no, puro humo, humo, humo”.
Robinson estudió Ingeniería Forestal y habla de su trabajo con mucho orgullo porque también fue el oficio de su padre: “Yo lo veía como un héroe, nunca pensé en las consecuencias”. La historia se repite: cuando su hija de tres años le preguntó dónde trabaja, le respondió que es como un bombero, que trabaja en el bosque apagando arbolitos. “Me dice: ¡Órale!, qué padre que salves el mundo, papi’”.
Para concluir su relato sobre el incendio en el Desierto de los Leones, Robinson dice: “Claro que salir de ahí fue una experiencia bastante dura, pero muy buena para mí”. Yo le pregunto qué sacó de bueno. Su respuesta es vaga, pero me da a entender que después de ese combate –fue en 2016, uno de los primeros en los que participó– no ha vuelto a tener miedo de enfrentar el fuego.
Es un trabajo lleno de heroísmo, pero también es pesado y no tan bien pagado. El sueldo promedio está entre los 12 mil y los 13 mil pesos al mes, después de impuestos, según los datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, e impone una vida de intermitencias: los combatientes de incendios tienen que adentrarse en el bosque y vivir 15 días enteros en un campamento con otras siete personas, sin luz y con mala señal en el celular. Después tienen 15 días de descanso, en los que entra el siguiente turno. Por eso Robinson sólo puede ver a su esposa y a sus hijos dos semanas al mes.
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¿Es que no hay presupuesto?
Estas semanas hemos visto en las noticias imágenes de combatientes como Robinson tratando de frenar el avance de 49 incendios en 17 estados del país, según los datos reportados hasta el 6 de abril por la Conafor. Suman una superficie afectada de 27,800 hectáreas, una extensión que equivale a una quinta parte de la Ciudad de México. Las cifras y las imágenes nos han puesto en alerta; en redes sociales se ven los esfuerzos de las personas que buscan llevar víveres a los 1,682 combatientes de incendios.
Pero ¿los incendios son, en parte, normales? La respuesta no es obvia ni fácil. De entrada, hace falta entender el fuego como una parte fundamental en el equilibrio ecológico. Me lo hace ver César Alberto Robles Gutiérrez, subgerente del Centro de Manejo del Fuego en la Conafor; el nombre de su cargo responde a una visión armónica de la naturaleza que deja atrás la política de supresión total del fuego.
“El manejo del fuego busca gestionar, a partir de la ecología, las especies, los ecosistemas y el impacto socioeconómico que generan los incendios, la planeación de actividades preventivas y de combate. ¿Por qué?, porque en el mundo hay ecosistemas que requieren del fuego para mantener sus estructuras, generar renuevo y disminuir hojarasca”, explica Robles.
El error de la política de supresión del fuego es pensar que todos los ecosistemas funcionan igual. Me cuenta que los incendios forestales existen desde hace millones de años, incluso antes de la presencia del ser humano, y que algunos ecosistemas, por su humedad, son capaces de contener los incendios.
“Si tú le aplicas la misma política pública a todos los ecosistemas, independientemente de su ecología, en aquellas zonas que se necesitaban quemar y que no se han quemado, los incendios serán mucho más explosivos y, por lo tanto, más peligrosos para los brigadistas, y la mortalidad del arbolado adulto, del renuevo, los arbustos y la fauna será mayor. Hemos generado una bomba de tiempo al querer apagar todos los incendios”, advierte.
Los incendios forestales de 2017 a la fecha tienen mayor extensión por episodio. De acuerdo con los reportes anuales de la Gerencia del Manejo de Fuego, el promedio de hectáreas afectadas por incendios entre 2017 y 2020 es de 75.32, esto es, 2.4 veces más que entre 2013 y 2016. Pero no hay, como tal, una causa directa de este fenómeno. Son diversas condiciones las que configuran esta “bomba de tiempo” que hemos visto explotar año con año.
“¿Qué necesitas para que haya un incendio? Combustible, oxígeno y una cantidad considerable de calor”, desmenuza la doctora Citlali Cortés Montaño. “Para mí, explicar el tema de los incendios es complicado porque tengo que ver todos los factores. No es tan sencillo como decir: ‘porque hay menos presupuesto, tenemos más incendios’”, concluye tajante e insiste en que debemos pensar en los tres elementos que habilitan la combustión.
Además de la cantidad de hojarasca en los bosques –que son el combustible–, la falta de agua en México crea un riesgo latente. “Hay una demanda tremenda de agua para uso urbano, las presas están secas y, pues, la gente va a seguir con su actividad agrícola porque necesitamos comer también, ¿no?”.
Por si fuera poco, en 2021 la mayoría de los estados está presentando lluvias menores a sus promedios históricos, de acuerdo con los informes mensuales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Al volver al problema del presupuesto, la doctora Citlali Cortés puntualiza: “Claro, afecta que no haya presupuestos para el combate [de incendios], pero no es una relación causal y directa. El tema del presupuesto es como echarle combustible al hecho de que todo está seco”, finaliza después de usar el Zoom durante toda la conversación, proyectando gráficas en su pantalla, como quien da una clase.
El Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda) informa que entre 2016 y 2020 se recortó en 87% el presupuesto de las áreas naturales protegidas: bajó de 74.12 a 9.56 pesos por hectárea. En el caso de Conafor, la reducción presupuestal entre 2013 y 2020 es de 250%, según el informe del Cemda.
Le pregunto al subgerente de Manejo de Fuego de Conafor si los recortes han afectado su desempeño: “Mira, el programa de manejo del fuego sigue operando, porque no hemos parado de operar y, de hecho, estamos innovando”, y da por respondida la pregunta.
Pero los reportes de su departamento muestran una reducción en el número de días-persona de los elementos de la Conafor. Esta unidad representa el número de jornadas de trabajo invertidas para combatir el fuego. En 2017 la Conafor aportaba 37% del total de días-persona; otras dependencias federales, estatales, municipales e incluso voluntarios y propietarios de terrenos hacían el resto; en 2020 sólo aportó 25% del total.
Eso no implica que haya menos personal, matiza el subgerente Robles: “Todos los años contamos con la misma plantilla, sin problema. Lo que ha pasado es que estamos también promoviendo la distribución de competencias. La ley dice que el primero en combatir un incendio forestal es el dueño poseedor. Si no, tiene que ser el municipio, posteriormente el estado y, al final, entra la federación a coordinar como refuerzo en un ataque ampliado”.
Los informes no muestran que los propietarios se hayan involucrado más. En 2017 ese grupo representó el 19% de los días-persona y en 2020, el 20%, es decir, la proporción no cambió. En realidad, son los gobiernos estatales y municipales los que han incrementado, aunque ligeramente, su participación en las estrategias de combate.
De acuerdo con la doctora Citlali Cortés esta “redistribución de competencias” puede impactar negativamente en la forma de trabajar. “No me puedo imaginar cómo no puedes tener un mando único. Cuando tienes un incendio que ya se está poniendo supercaliente, que te está empezando a amenazar un área bien grande, ¿de quién es responsabilidad? Y, más aún, ¿te vas a poner a pelear por ver de quién es la responsabilidad? Ahí lo que necesitas es que llegue tu unidad de combate y que se le cuadren al señor que es el local, que conoce el terreno y que te puedes decir dónde hay agua, por dónde no meterse. Necesitas esta coordinación porque los incendios no conocen jurisdicción; eso se había conseguido con el mando único”.
Los datos parecen darle la razón, pues revelan que sí existe una curva de aprendizaje en esta nueva forma de operar. El tiempo de llegada ha aumentado en 22% y el de detección en 30% en 2020, respecto al año 2017. Mientras que en 2017 el trabajo de una persona en un día servía para combatir 2.13 hectáreas incendiadas, en el 2020 alcanzó para 1.57 hectáreas, es decir, disminuyó en 26%. Con todo, la comparación debe tomarse con mesura. Estas reducciones no se pueden entender como una causa directa de la política de distribución de competencia porque los incendios no son exactamente iguales año con año y el desempeño de los combatientes puede verse afectado por las condiciones del terreno donde ocurre el incendio.
Motivos para quemar el bosque
El año pasado casi un tercio de los incendios en México ocurrieron por actividades intencionales y, por lo tanto, ilícitas. César Robles me dice que todos los incendios intencionales son ilícitos porque el Código Penal Federal así lo marca, con penas de hasta 10 años en prisión.
Pero ¿por qué alguien querría quemar el bosque? “Lo hacen por vandalismo, por rencillas. Hay peleas entre comunidades por límites territoriales, una comunidad va y le prende a la otra para hacerle la maldad. Y no puedo descartarlo, hay pirómanos, pero es muy difícil agarrarlos en flagrancia”.
Es insuficiente la tesis de las pandillas pirómanas o las comunidades que se incendian entre sí por disputas. Hay ejemplos que muestran que detrás de esos incendios intencionales, hay un modelo de desarrollo que usa a la naturaleza como antagonista. A continuación, expongo varios.
Empiezo por la siembra ilegal de aguacate en Michoacán y Jalisco. Desde 2019 diversos medios han reportado la quema de áreas boscosas para hacerle espacio a estos cultivos, aun cuando la ley prohíbe estos cambios de uso de suelo. “El cambio está prohibido cuando no han pasado 20 años después de un incendio. Si tú quieres hacer un cambio de uso de suelo, necesitas ir a la Semarnat y meter una manifestación de impacto ambiental”, explica el subgerente Robles.
Quienes para sembrar queman los bosques no siempre obedecen la ley. Medios locales de Michoacán reportan que la mitad de las hectáreas afectadas por incendios en los bosques cercanos a Morelia cambiaron de uso de suelo y ahora tienen aguacates. En Jalisco "hay 278 hectáreas ilegales de aguacate en San Gabriel, Zapotlán y Tuxpan", descubiertas por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), según un reportaje de Pie de Página. Sin embargo, la procuraduría –encargada de vigilar el cumplimiento de la normativa ambiental– es uno de los organismos que más ha sufrido los recortes de los últimos años. Su presupuesto de 2020 es apenas el 2% de lo que recibió en 2013.
¿Quién quiere quemar los bosques? Sencillamente, quien busca explotar la tierra sin importarle nada más. Lo hace quien se empecina en sembrar aguacates en las pineras del occidente del país.
También lo hace quien se propone amedrentar una comunidad para desincentivar su defensa del territorio. Así ocurre en la región sagrada de Wirikuta en San Luis Potosí, donde el fuego ya arrasó con más de 700 hectáreas este año. Tonatiuh Velázquez Mendoza forma parte de Ameyaltonal A.C., organización que ha tratado de acopiar víveres para las personas que combaten los incendios en Wirikuta.
“La historia oficial habla de un incendio provocado por una fogata. No es cierto. El territorio lleva diez años amenazado por proyectos extractivistas. Los grupos, digamos, que son promineros, de ejidatarios comprados, hicieron este atentado. Es una forma de venganza o de escarmiento que se salió de control”, sostiene Tonatiuh.
Actualmente, los pueblos indígenas de Wirikuta libran una batalla legal contra la empresa canadiense First Majestic Silver Corp para evitar que excave una mina en la zona.
Otro motivo para quemar el bosque se menciona en el reportaje de Max de Haldevang: en Yucatán y Campeche, el mal diseño de incentivos ha provocado que la gente que tenía terrenos de selva prefiera talar los árboles para aplicar a Sembrando Vida, pues los apoyos de este programa son superiores a los que ofrecía el Programa de Apoyos Forestales de la Conafor.
Al respecto, le pregunto al economista ambiental Carlos A. López Morales, qué debería hacer el Estado: “Pues, diseñar una política basada en dos objetivos clave. Por un lado, la conservación, escuchar mucho a los biólogos y los ecólogos y usar el insumo técnico y científico que ya se tiene. Por otro lado, ponerse como objetivo combatir la desigualdad socioeconómica porque, a diferencia de muchos países, en México gran parte de la cobertura forestal es propiedad social, es territorio ejidal, no es propiedad del Estado”.
Los dos objetivos no siempre están presentes en los proyectos de desarrollo.
“Ellos dicen que la conservación y la ecología son un lujo para los ricos, que lo que tenemos que hacer es desarrollar, y ya luego nos hacemos cargo de la contaminación o de la destrucción. Es una forma de pensar de hace 50 o 60 años, si no es que más, y es equivocada”, explica.
El Estado no ocasiona los incendios, pero sí los hace más probables con la imposición del divorcio entre el medio ambiente y el desarrollo. “En México no hay una clase política a la que le interese el medio ambiente. Hay quien lo sigue como un tema bonito que vende bien y hay quien lo ve, como el presidente actual, como un tema accesorio”, opina la doctora Citlali Cortés sobre la ausencia del Estado en estos problemas.
Cenizas quedan
Este año también pasará la temporada de incendios. De las cenizas ¿qué surgirá? El fuego es esencial para regular la vida en los bosques. Gracias a él, la tierra vuelve a nutrirse de los minerales contenidos en las hojas secas, las ramas tiradas y los árboles tendidos en el suelo. Por la combustión, esos minerales vuelven a la tierra y de las cenizas nace nueva vida.
El problema es que si los incendios son muy agresivos, como los que hemos vivido en los últimos años, la cantidad de cenizas provoca que el agua no se absorba y, más bien, corra, llevándose todo a su paso, incluido el suelo y, con él, la posibilidad de que el bosque vuelva a crecer. Después de un incendio es fundamental proteger la tierra, para que el ciclo de la vida pueda continuar.
¿Cómo salvar el suelo de este exceso de cenizas que el fuego sin control nos ha dejado? Aumentando el presupuesto, volviendo el medio ambiente un tema central de la agenda pública y promoviendo un modelo de desarrollo económico que reduzca la desigualdad que no extermine los bosques.
Esperar que la lluvia o la naturaleza por sí solas puedan resarcir este daño es, en realidad, una condena de muerte.
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Las imágenes y cifras de los incendios más recientes han vuelto a alarmar a la población. La causa de ellos no se limita a los recortes de presupuesto –aunque esto no ayuda–, hay otros motivos –ecológicos, administrativos, agrícolas, económicos– que explican cada temporada de incendios.
“Puro humo, humo, humo”
“Hubo una ocasión, allá por Desierto de los Leones. Se empezó a quemar pero estaba tranquilo el incendio y lo íbamos combatiendo. Formamos dos grupos: uno hacía el ataque inicial y el otro iba haciendo brecha para que no pasara más el fuego. De repente, llegó, por así decirlo, una oleada de aire fuertísimo y se empezó a escuchar como cuando llueve”.
El testimonio es de Robinson Acosta Romero, él es combatiente de incendios en la Comisión Nacional Forestal (Conafor), y su historia, aunque no sea de esta temporada, se relaciona con lo que estamos viviendo. Fue la ocasión en que Robinson tuvo miedo mientras combatía un incendio, es un referente para él. Cuando dice que se escuchó como la lluvia, se refiere a ese ruido que las gotas hacen al caer y que lo ensordece todo cuando se trata de una buena tormenta, de esas que no dan ni un respiro, pero esa vez el rugido era del fuego, quemándolo todo.
“Empezó el humo, pero denso, denso, y hubo un momento en el que yo me ahogaba y decía ‘¿a qué hora voy a salir de aquí?’ Cerraba los ojos y respiraba con mi paño que me tapaba la boca y la nariz. Y yo decía: ‘Ahorita que cierre los ojos y los abra debe estar clarito. Voy a respirar aire puro’, pero no, puro humo, humo, humo”.
Robinson estudió Ingeniería Forestal y habla de su trabajo con mucho orgullo porque también fue el oficio de su padre: “Yo lo veía como un héroe, nunca pensé en las consecuencias”. La historia se repite: cuando su hija de tres años le preguntó dónde trabaja, le respondió que es como un bombero, que trabaja en el bosque apagando arbolitos. “Me dice: ¡Órale!, qué padre que salves el mundo, papi’”.
Para concluir su relato sobre el incendio en el Desierto de los Leones, Robinson dice: “Claro que salir de ahí fue una experiencia bastante dura, pero muy buena para mí”. Yo le pregunto qué sacó de bueno. Su respuesta es vaga, pero me da a entender que después de ese combate –fue en 2016, uno de los primeros en los que participó– no ha vuelto a tener miedo de enfrentar el fuego.
Es un trabajo lleno de heroísmo, pero también es pesado y no tan bien pagado. El sueldo promedio está entre los 12 mil y los 13 mil pesos al mes, después de impuestos, según los datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, e impone una vida de intermitencias: los combatientes de incendios tienen que adentrarse en el bosque y vivir 15 días enteros en un campamento con otras siete personas, sin luz y con mala señal en el celular. Después tienen 15 días de descanso, en los que entra el siguiente turno. Por eso Robinson sólo puede ver a su esposa y a sus hijos dos semanas al mes.
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¿Es que no hay presupuesto?
Estas semanas hemos visto en las noticias imágenes de combatientes como Robinson tratando de frenar el avance de 49 incendios en 17 estados del país, según los datos reportados hasta el 6 de abril por la Conafor. Suman una superficie afectada de 27,800 hectáreas, una extensión que equivale a una quinta parte de la Ciudad de México. Las cifras y las imágenes nos han puesto en alerta; en redes sociales se ven los esfuerzos de las personas que buscan llevar víveres a los 1,682 combatientes de incendios.
Pero ¿los incendios son, en parte, normales? La respuesta no es obvia ni fácil. De entrada, hace falta entender el fuego como una parte fundamental en el equilibrio ecológico. Me lo hace ver César Alberto Robles Gutiérrez, subgerente del Centro de Manejo del Fuego en la Conafor; el nombre de su cargo responde a una visión armónica de la naturaleza que deja atrás la política de supresión total del fuego.
“El manejo del fuego busca gestionar, a partir de la ecología, las especies, los ecosistemas y el impacto socioeconómico que generan los incendios, la planeación de actividades preventivas y de combate. ¿Por qué?, porque en el mundo hay ecosistemas que requieren del fuego para mantener sus estructuras, generar renuevo y disminuir hojarasca”, explica Robles.
El error de la política de supresión del fuego es pensar que todos los ecosistemas funcionan igual. Me cuenta que los incendios forestales existen desde hace millones de años, incluso antes de la presencia del ser humano, y que algunos ecosistemas, por su humedad, son capaces de contener los incendios.
“Si tú le aplicas la misma política pública a todos los ecosistemas, independientemente de su ecología, en aquellas zonas que se necesitaban quemar y que no se han quemado, los incendios serán mucho más explosivos y, por lo tanto, más peligrosos para los brigadistas, y la mortalidad del arbolado adulto, del renuevo, los arbustos y la fauna será mayor. Hemos generado una bomba de tiempo al querer apagar todos los incendios”, advierte.
Los incendios forestales de 2017 a la fecha tienen mayor extensión por episodio. De acuerdo con los reportes anuales de la Gerencia del Manejo de Fuego, el promedio de hectáreas afectadas por incendios entre 2017 y 2020 es de 75.32, esto es, 2.4 veces más que entre 2013 y 2016. Pero no hay, como tal, una causa directa de este fenómeno. Son diversas condiciones las que configuran esta “bomba de tiempo” que hemos visto explotar año con año.
“¿Qué necesitas para que haya un incendio? Combustible, oxígeno y una cantidad considerable de calor”, desmenuza la doctora Citlali Cortés Montaño. “Para mí, explicar el tema de los incendios es complicado porque tengo que ver todos los factores. No es tan sencillo como decir: ‘porque hay menos presupuesto, tenemos más incendios’”, concluye tajante e insiste en que debemos pensar en los tres elementos que habilitan la combustión.
Además de la cantidad de hojarasca en los bosques –que son el combustible–, la falta de agua en México crea un riesgo latente. “Hay una demanda tremenda de agua para uso urbano, las presas están secas y, pues, la gente va a seguir con su actividad agrícola porque necesitamos comer también, ¿no?”.
Por si fuera poco, en 2021 la mayoría de los estados está presentando lluvias menores a sus promedios históricos, de acuerdo con los informes mensuales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Al volver al problema del presupuesto, la doctora Citlali Cortés puntualiza: “Claro, afecta que no haya presupuestos para el combate [de incendios], pero no es una relación causal y directa. El tema del presupuesto es como echarle combustible al hecho de que todo está seco”, finaliza después de usar el Zoom durante toda la conversación, proyectando gráficas en su pantalla, como quien da una clase.
El Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda) informa que entre 2016 y 2020 se recortó en 87% el presupuesto de las áreas naturales protegidas: bajó de 74.12 a 9.56 pesos por hectárea. En el caso de Conafor, la reducción presupuestal entre 2013 y 2020 es de 250%, según el informe del Cemda.
Le pregunto al subgerente de Manejo de Fuego de Conafor si los recortes han afectado su desempeño: “Mira, el programa de manejo del fuego sigue operando, porque no hemos parado de operar y, de hecho, estamos innovando”, y da por respondida la pregunta.
Pero los reportes de su departamento muestran una reducción en el número de días-persona de los elementos de la Conafor. Esta unidad representa el número de jornadas de trabajo invertidas para combatir el fuego. En 2017 la Conafor aportaba 37% del total de días-persona; otras dependencias federales, estatales, municipales e incluso voluntarios y propietarios de terrenos hacían el resto; en 2020 sólo aportó 25% del total.
Eso no implica que haya menos personal, matiza el subgerente Robles: “Todos los años contamos con la misma plantilla, sin problema. Lo que ha pasado es que estamos también promoviendo la distribución de competencias. La ley dice que el primero en combatir un incendio forestal es el dueño poseedor. Si no, tiene que ser el municipio, posteriormente el estado y, al final, entra la federación a coordinar como refuerzo en un ataque ampliado”.
Los informes no muestran que los propietarios se hayan involucrado más. En 2017 ese grupo representó el 19% de los días-persona y en 2020, el 20%, es decir, la proporción no cambió. En realidad, son los gobiernos estatales y municipales los que han incrementado, aunque ligeramente, su participación en las estrategias de combate.
De acuerdo con la doctora Citlali Cortés esta “redistribución de competencias” puede impactar negativamente en la forma de trabajar. “No me puedo imaginar cómo no puedes tener un mando único. Cuando tienes un incendio que ya se está poniendo supercaliente, que te está empezando a amenazar un área bien grande, ¿de quién es responsabilidad? Y, más aún, ¿te vas a poner a pelear por ver de quién es la responsabilidad? Ahí lo que necesitas es que llegue tu unidad de combate y que se le cuadren al señor que es el local, que conoce el terreno y que te puedes decir dónde hay agua, por dónde no meterse. Necesitas esta coordinación porque los incendios no conocen jurisdicción; eso se había conseguido con el mando único”.
Los datos parecen darle la razón, pues revelan que sí existe una curva de aprendizaje en esta nueva forma de operar. El tiempo de llegada ha aumentado en 22% y el de detección en 30% en 2020, respecto al año 2017. Mientras que en 2017 el trabajo de una persona en un día servía para combatir 2.13 hectáreas incendiadas, en el 2020 alcanzó para 1.57 hectáreas, es decir, disminuyó en 26%. Con todo, la comparación debe tomarse con mesura. Estas reducciones no se pueden entender como una causa directa de la política de distribución de competencia porque los incendios no son exactamente iguales año con año y el desempeño de los combatientes puede verse afectado por las condiciones del terreno donde ocurre el incendio.
Motivos para quemar el bosque
El año pasado casi un tercio de los incendios en México ocurrieron por actividades intencionales y, por lo tanto, ilícitas. César Robles me dice que todos los incendios intencionales son ilícitos porque el Código Penal Federal así lo marca, con penas de hasta 10 años en prisión.
Pero ¿por qué alguien querría quemar el bosque? “Lo hacen por vandalismo, por rencillas. Hay peleas entre comunidades por límites territoriales, una comunidad va y le prende a la otra para hacerle la maldad. Y no puedo descartarlo, hay pirómanos, pero es muy difícil agarrarlos en flagrancia”.
Es insuficiente la tesis de las pandillas pirómanas o las comunidades que se incendian entre sí por disputas. Hay ejemplos que muestran que detrás de esos incendios intencionales, hay un modelo de desarrollo que usa a la naturaleza como antagonista. A continuación, expongo varios.
Empiezo por la siembra ilegal de aguacate en Michoacán y Jalisco. Desde 2019 diversos medios han reportado la quema de áreas boscosas para hacerle espacio a estos cultivos, aun cuando la ley prohíbe estos cambios de uso de suelo. “El cambio está prohibido cuando no han pasado 20 años después de un incendio. Si tú quieres hacer un cambio de uso de suelo, necesitas ir a la Semarnat y meter una manifestación de impacto ambiental”, explica el subgerente Robles.
Quienes para sembrar queman los bosques no siempre obedecen la ley. Medios locales de Michoacán reportan que la mitad de las hectáreas afectadas por incendios en los bosques cercanos a Morelia cambiaron de uso de suelo y ahora tienen aguacates. En Jalisco "hay 278 hectáreas ilegales de aguacate en San Gabriel, Zapotlán y Tuxpan", descubiertas por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), según un reportaje de Pie de Página. Sin embargo, la procuraduría –encargada de vigilar el cumplimiento de la normativa ambiental– es uno de los organismos que más ha sufrido los recortes de los últimos años. Su presupuesto de 2020 es apenas el 2% de lo que recibió en 2013.
¿Quién quiere quemar los bosques? Sencillamente, quien busca explotar la tierra sin importarle nada más. Lo hace quien se empecina en sembrar aguacates en las pineras del occidente del país.
También lo hace quien se propone amedrentar una comunidad para desincentivar su defensa del territorio. Así ocurre en la región sagrada de Wirikuta en San Luis Potosí, donde el fuego ya arrasó con más de 700 hectáreas este año. Tonatiuh Velázquez Mendoza forma parte de Ameyaltonal A.C., organización que ha tratado de acopiar víveres para las personas que combaten los incendios en Wirikuta.
“La historia oficial habla de un incendio provocado por una fogata. No es cierto. El territorio lleva diez años amenazado por proyectos extractivistas. Los grupos, digamos, que son promineros, de ejidatarios comprados, hicieron este atentado. Es una forma de venganza o de escarmiento que se salió de control”, sostiene Tonatiuh.
Actualmente, los pueblos indígenas de Wirikuta libran una batalla legal contra la empresa canadiense First Majestic Silver Corp para evitar que excave una mina en la zona.
Otro motivo para quemar el bosque se menciona en el reportaje de Max de Haldevang: en Yucatán y Campeche, el mal diseño de incentivos ha provocado que la gente que tenía terrenos de selva prefiera talar los árboles para aplicar a Sembrando Vida, pues los apoyos de este programa son superiores a los que ofrecía el Programa de Apoyos Forestales de la Conafor.
Al respecto, le pregunto al economista ambiental Carlos A. López Morales, qué debería hacer el Estado: “Pues, diseñar una política basada en dos objetivos clave. Por un lado, la conservación, escuchar mucho a los biólogos y los ecólogos y usar el insumo técnico y científico que ya se tiene. Por otro lado, ponerse como objetivo combatir la desigualdad socioeconómica porque, a diferencia de muchos países, en México gran parte de la cobertura forestal es propiedad social, es territorio ejidal, no es propiedad del Estado”.
Los dos objetivos no siempre están presentes en los proyectos de desarrollo.
“Ellos dicen que la conservación y la ecología son un lujo para los ricos, que lo que tenemos que hacer es desarrollar, y ya luego nos hacemos cargo de la contaminación o de la destrucción. Es una forma de pensar de hace 50 o 60 años, si no es que más, y es equivocada”, explica.
El Estado no ocasiona los incendios, pero sí los hace más probables con la imposición del divorcio entre el medio ambiente y el desarrollo. “En México no hay una clase política a la que le interese el medio ambiente. Hay quien lo sigue como un tema bonito que vende bien y hay quien lo ve, como el presidente actual, como un tema accesorio”, opina la doctora Citlali Cortés sobre la ausencia del Estado en estos problemas.
Cenizas quedan
Este año también pasará la temporada de incendios. De las cenizas ¿qué surgirá? El fuego es esencial para regular la vida en los bosques. Gracias a él, la tierra vuelve a nutrirse de los minerales contenidos en las hojas secas, las ramas tiradas y los árboles tendidos en el suelo. Por la combustión, esos minerales vuelven a la tierra y de las cenizas nace nueva vida.
El problema es que si los incendios son muy agresivos, como los que hemos vivido en los últimos años, la cantidad de cenizas provoca que el agua no se absorba y, más bien, corra, llevándose todo a su paso, incluido el suelo y, con él, la posibilidad de que el bosque vuelva a crecer. Después de un incendio es fundamental proteger la tierra, para que el ciclo de la vida pueda continuar.
¿Cómo salvar el suelo de este exceso de cenizas que el fuego sin control nos ha dejado? Aumentando el presupuesto, volviendo el medio ambiente un tema central de la agenda pública y promoviendo un modelo de desarrollo económico que reduzca la desigualdad que no extermine los bosques.
Esperar que la lluvia o la naturaleza por sí solas puedan resarcir este daño es, en realidad, una condena de muerte.
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