Contaminación sonora, el mal invisible
A diferencia de otros tipos de contaminación, la auditiva es una más difícil de evadir y detectar
Caminar unos minutos por cualquier zona transitada de una megalópolis lleva a una conclusión inevitable: hay demasiado ruido. En Latinoamérica es una constante que las calles estén constantemente rodeadas de estímulos auditivos: cláxones, motores, pregoneros, vendedores, compradores, música a todo volumen.
En 2005 la Organización Mundial de la Salud declaró a la contaminación acústica —o sonora— la tercera forma más peligrosa de contaminación en el mundo, detrás de la contaminación del aire y del agua. Existen varias formas de definir este concepto, pero esencialmente se refiere a la presencia exacerbada de sonidos de gran intensidad que resultan desagradables y molestos.
A pesar de la consideración mundial por los daños que produce el ruido, la ignorancia sobre el tema es alarmante. “El mal invisible”, lo llama la doctora Jimena de Gortari Ludlow, académica del departamento de Arquitectura en la Universidad Iberoamericana y especialista en la saturación de entornos acústicos.
“No lo podemos ver, ni siquiera sabemos las repercusiones que tiene sobre el cuerpo de manera inmediata,” declara la doctora. Esta falta de visibilidad directa –a diferencia de la contaminación de aire–, no solo provoca ignorancia, sino también costumbre.
La contaminación acústica detona malestares típicos que pueden ser obvios como la pérdida de la audición, mal humor y malestar anímico. La falta de descanso que provoca el ruido también está ligada con la ansiedad y depresión, así como otras enfermedades de salud mental y trastornos psicológicos.
La prolongada exposición al ruido genera también problemas para el sistema cardiovascular. Las molestias de ruido incrementan el estrés, lo cual hace que el cuerpo secrete cortisol, hormona que en altos niveles está ligada a diabetes y, en consecuencia, obesidad. No obstante, los males enlistados y las consecuencias también están normalizados y, como cualquier otro problema cotidiano de corte social y salubre, las personas menos favorecidas socioeconómicamente son las más afectadas.
“Finalmente, [la contaminación sonora afecta a] las clases sociales más vulnerables. A la gente más pobre que vive con las peores condiciones de vida posibles en términos de calidad del espacio, donde los muros no tienen suficiente recubrimiento, los pavimentos evidentemente no existen, por donde pasa el peor transporte público o donde no hay árboles. No hay ningún tipo de absorción o aislamiento con respecto al ruido”, declara la doctora De Gortari.
En Estados Unidos se ha señalado una correlación directa entre el nivel socioeconómico, la presencia de grupos minoritarios (negros, latinos, asiáticos) y la contaminación acústica. “La pobreza urbana está claramente referida en términos del espacio habitable, público y urbano, y eso tiene repercusiones directas en términos de ruido,” aclara De Gortari.
De acuerdo a un reciente estudio español realizado por la empresa GAES, 7 de cada 10 habitantes de España sufren alguna alteración por problemas auditivos derivados del ruido en obras públicas.
Uno puede cerrar los ojos para no ver, o evitar olfatear algo, pero la escucha es algo casi inevitable e imposible de bloquear. Los oídos están expuestos constantemente. “El sonido se filtra” apunta la dra. De Gortari. Incluso tapándose los oídos, las vibraciones que genera el sonido en los cuerpos humanos son causa de preocupación.
A pesar de la consideración mundial por los daños que produce el ruido, las acciones tomadas para mejorar la situación son mínimas. La Organización Mundial de la Salud sugiere una cantidad de 50 dB (decibeles, unidad ocupada para medir la intensidad de un sonido) para áreas residenciales. La CDMX sugiere 65, sin embargo, no hay un indicador de daño sonoro o algún tipo de advertencia a nivel ciudadano, a pesar de que es una inquietud de salud pública.
Este malestar tiene un problema de raíz: la deficiente planeación urbana de ciudades grandes. No sorprende que un asunto tan invisible como el ruido no fuera contemplado en la concepción de una ciudad, cuando algunas cuestiones igual de importantes relacionadas al tránsito, al transporte o la accesibilidad fueron ignoradas o subestimadas.
“Creo que no podemos seguir planeando la ciudad si no son tomados en cuenta temas transversales como es el del sonido. Finalmente cualquier cuestión que se haga en términos de planeación urbana tiene una repercusión sonora […] En cualquier plan de desarrollo urbano, por lo menos en este país, el tema del ruido no se aborda y aunque hay normas son más en términos paliativos que preventivos,» dice De Gortari.
Y aún cuando el ruido está contemplado de alguna forma en la planeación, hay otro tema a considerar: la población. La normatividad y las leyes con respecto al ruido, que existen en ciudades como Madrid o CDMX, no pueden tener impacto duradero si la comunidad tampoco conoce las causas y consecuencias del fenómeno.
Es importante no sólo crear políticas necesarias para combatir el ruido, sino estar conscientes del problema. A pesar del ruido generado por los sistemas de transporte, aeropuertos en zonas urbanas, obras públicas y otros factores, el ruido es también una cuestión cívica. Todos producimos ruido en algún momento, y parte elemental de esta toma de conciencia recae en entender la percepción sonora del otro y procurar no violentar esta privacidad.
Debido a este mal, la doctora Jimena de Gortari Ludlow propone la conciliación y la consideración, depende de los ciudadanos “hacer ruido contra el ruido”.
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