La Marcha del Silencio
A medio siglo de distancia los estudiantes volvieron a tomar las calles. Aquí las imágenes.
A 50 años de la Marcha del Silencio, los estudiantes volvieron a tomar las calles. Otras son las consignas, otros son los tiempos, pero es la misma juventud que a medio siglo de distancia sigue exigiendo un alto a la represión. En 1968 fue contra un Estado y contra las autoridades que provocaron la muerte de más de 300 personas en Tlatelolco. Ayer fue, de nuevo contra las autoridades y los grupos porriles que dejaron a varios estudiantes heridos en una manifestación pacífica, pero también contra los feminicidios. A esta lucha se unieron otros colectivos con su propio pliego petitorio. ¿A 50 años las cosas han cambiado?
Más de 25 mil personas asistieron a este aniversario de la marcha del silencio. Una marea de jóvenes con paraguas y bolsas convertidas en impermeable recorrieron Reforma hasta llegar al Zócalo. Unos cantaban «no somos uno, no somos cien, prensa vendida cuéntanos bien»; otros, «Goya, Goya, Universidad, Pública y Gratuita, Sin porros. Ni violencia.» Cincuenta años después, los estudiantes de hoy recorrieron la misma ruta que quienes protagonizaron el movimiento de 1968, cuando los periódicos contaron 300 mil asistentes. Caminaron de nuevo en silencio. Muchos habían cerrado sus labios con masking tape, otros con paliacates y algunos más con pura fuerza de voluntad.
Una reportera —evidentemente extranjera— con un chaleco de nylon pregunta a un joven si esta marcha tiene que ver con los Niños Héroes y él le responde, «¿con cuáles? ¿con los del 68?».
Aunque se prometió una manifestación sin gritos o consignas, la lluvia, la sorpresa de encontrarse con el otro y lo emotivo de tomar las calles de nuevo, transformaron el silencio por un breve momento, en una fiesta de goyas, preguntas y reclamos. Quizás porque el silencio duró tantos años, que esa tarde había muchas cosas que decir.
Y por si no lo decían ellos, llevaban pancartas que hablaban por sí mismas, aunque las primeras gotas de lluvia comenzaron a diluir sus palabras: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción biológica”, ”Hay ideales y son aprueba de balas”. Las chicas alzaban carteles con frases como,“No más feminicidios”, “Quiero llegar viva a casa”, “La UNAM no está exenta de la violencia machista”,“Abajo el patriarcado, nos está matando”…
En la resurrección de la Marcha del Silencio, por ratos solo se escuchaban los pasos contra el pavimento, un helicóptero y los drones que rodeaban la zona. Hubo momentos de un silencio tan brutal, que ante el intento de un valiente de comenzar un conteo que recordara a los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, fue acallado con un “shhhh”. “Compañeros esto no es una biblioteca”, respondió, pero su colectivo simplemente lo ignoró. Cerca de él, otro estudiante sostenía un cartel con una consigna que se escribió en muros y pancartas en 1968: “Prohibido, prohibir”. Por otro lado, hubo quien rompió el voto de silencio para preguntarse si esta marcha cambiaría en algo las cosas.
Lo inevitable: aparecieron los encapuchados y junto con ellos la suspicacias y las pintas. “¡Fuera los encapuchados!” “¡No más porros!”, se sumaban los gritos. Los aludidos respondieron pintando una A de anarquismo en el pavimento y pegando posters con la frase: “68: No queremos paz, sino la victoria”. Al centro del cartel, la imagen de una mano haciendo una V.
Los estudiantes del CCH Azcapotzalco marcharon junto con los del Comité 68, los de la Ibero, los de Poli, los del ITAM y los de la FES Aragón. Marcharon las facultades, los padres de Ayotzinapa, los damnificados del sismo y un colectivo del INBA, que ante los antimonumentos que marcan el último tramo de la marcha se deshacen, de nuevo, en una explosión de nombres y números, 1,2,3… 43. También habla un colectivo de San Salvador Atenco que pedía cancelar la construcción del nuevo aeropuerto.
Ya cerca del Zócalo, sobre la Avenida Reforma, las calles de Juárez, Madero y 5 de Mayo, un par de centenas de policías miran. Los negocios y edificios gubernamentales cierran sus accesos con vallas metálicas. Ante la imagen, una familia con acento argentino pregunta, ¿sabe dónde se puede comer? La lluvia continuaba. «Esto ya valió, ¿ahora a dónde jalamos?», se escuchó por ahí.
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