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Llenar el Zócalo en defensa del INE: crónica de una marcha atípica

Llenar el Zócalo en defensa del INE: crónica de una marcha atípica

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la manifestación, ¡El INE no se toca! en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.
28
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02
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23
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Tiempo de Lectura: 00 min

El domingo 26 de febrero la plaza principal de la capital del país se llenó de gente que rechazó el “plan B”, que socava al INE, exigiendo que la Corte declare su inconstitucionalidad. Esta crónica describe sus reclamos, el perfil de los asistentes, lo que está en juego para la democracia y hasta la ausencia de un grupo de la población que está en desacuerdo con la reforma electoral, pero que no participó en la concentración.

Casi ninguna marcha en la Ciudad de México puede asegurar que llenará el Zócalo, menos aún cuando faltan demasiados minutos para que los relojes marquen la hora de la cita. Es más frecuente que los organizadores tengan que esperar otro ratito, a que se termine de juntar la gente, mientras miran expectantes, sudando dudas, las calles por las que ya deberían estar llegando quienes marcharán. Si una medida del éxito de las movilizaciones es su número de asistentes y cuántos metros cuadrados ocupan —un estándar que el presidente López Obrador pretende exigirles a sus críticos y opositores—, entonces la marcha en defensa del INE se acaba de sumar a la lista de aquellas que han conseguido ser verdaderamente multitudinarias antes de comenzar.

Es domingo 26 de febrero, son las 10:21 de la mañana, y el Zócalo capitalino ya está “a reventar”. Desde el templete de la prensa se ve una inmensa muchedumbre vestida de rosa, el color del INE. Hay tanta pero tanta gente que parece un mar, tanta que se les podría pedir que hagan una ola, como en las gradas de un estadio de futbol. Fue exactamente lo que hizo uno de los voceros encargados de arengar al público antes de los discursos. Comenzaron los de hasta adelante, los que estaban más cerca de la Suprema Corte, y cada fila fue alzando las manos hasta la fachada de la Catedral. No solo levantaron los brazos, también ondearon banderas de México y banderines amarillos —pertenecían a los contingentes del PRD—. Serpenteó una tela que parecía un larguísimo listón rosa y hasta una piñata de diablito saltó para emular la ola que pasaba por su lugar; aquel Satanás muy cornudo traía una pancarta que reclamaba, como decenas de miles: “El INE no se toca. Mi voto no se toca”.

Marcha del INE
Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la marcha del INE en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.

—¿No que no llenábamos el Zócalo?

Aquí y allá se escuchan hombres y mujeres contestando al reto del presidente de México, quien suele despreciar las manifestaciones que no son a su favor —provengan o no de sectores populares—. Sus seguidores también se burlan de que las oposiciones no consigan llenar ni la mitad de la plancha central. Por eso, ante la convocatoria de hoy, tan numerosa, quienes hablan desde el templete —cuando todavía ni aparecen los oradores oficiales— no pierden la oportunidad de enfatizar lo que ya es innegable: sí lograron llenar el Zócalo y algunos tramos de las calles aledañas. Hubo quien, desde aquel templete, le rogó a la multitud que tratara de hacer un lugarcito para los que seguían en 20 de noviembre o Madero, intentando unírseles. Pero cientos se quedaron en esas avenidas sin poder integrarse a los demás. Ante un presidente que forjó su carrera política en la protesta masiva y que aún hace sentir su apoyo invitando a sus simpatizantes a llenar esta explanada, una demostración como la de hoy es atípica. Para remarcarlo, uno de los voceros dice que la concentración no está sucediendo únicamente en la capital: la marcha del INE se replica, según los organizadores, en más de cien ciudades del país.

Alrededor de las once, los voceros revelan por qué varias personas llegaron hasta aquí con flores rosas. Les piden que vayan pasándolas hacia adelante porque un grupo de jóvenes las depositará en la escalinata de la Suprema Corte. Guillermo, de veintitrés años, recién egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM, es uno de los elegidos. Dice que el contingente de jóvenes al que pertenece no ha parado de trabajar desde el 13 de noviembre, cuando se llevó a cabo la primera marcha en defensa del INE. Ahora mismo están recabando firmas para un amicus curiae que entregarán a la Corte en espera de que “las y los ministros escuchen esta demanda de quienes, al final, vamos a heredar esta democracia”. Para él esta concentración no es partidista, sino un llamado a que los ministros “respeten la Constitución y se mantengan firmes en la inconstitucionalidad de la mayor parte del plan B”. Es imposible no preguntarle por la presencia de su generación en esta protesta, pues muchos jóvenes le entregaron su confianza a López Obrador en 2018.

—Es chistoso, ¿no? La marcha de los acarreados, desde el poder, estaba encabezada por Manuel Bartlett, Layda Sansores, Adán Augusto, por todos esos dinosaurios expriistas que ahora están en Morena. Esta concentración del Zócalo sí está encabezada por jóvenes —ironiza Guillermo, refiriéndose a la “contramarcha” que López Obrador organizó en respuesta a la primera movilización por el INE.

Un par de encuestas de Alejandro Moreno, publicadas en El Financiero, parecen darle la razón. Entre 2018 y 2021 la intención de voto por Morena cayó de 48% a 35% entre la población de dieciocho a veinticuatro años. Y en las elecciones del año pasado para definir a los gobernadores de seis estados, la preferencia por el mismo partido entre las personas de dieciocho a veintinueve años rondaba un tercio (en cambio, entre los mayores de cincuenta osciló entre 42% y 63%). Con todo, más que un perfil propiamente juvenil, como el que tuvieron las marchas por los 43 de Ayotzinapa, como el que tienen las manifestaciones feministas o las conmemorativas del 2 de octubre, hoy en el Centro se percibe un ambiente familiar. Parece que abuelos, tías, primos, mamá, papá e hijos se pusieron de acuerdo para venir juntos a esta marcha —solo les faltó el perico—. La atmósfera, más que de rebeldía, es de cordialidad.

A diferencia de otras protestas que se dirigen “a la sociedad en general” y al Estado o que se expresan contra el capitalismo, la injusticia, la desigualdad o la violencia, esta marcha del INE tiene dos destinatarios bien identificados. Uno es López Obrador, por promover el “plan B” que merma severamente las capacidades del instituto para organizar elecciones. Varios politólogos y especialistas en derecho electoral han advertido que esta reforma menoscabaría tanto la operación del INE que pondría en riesgo la actualización del padrón de votantes, la instalación de casillas y la capacitación de ciudadanos como funcionarios de esas mismas casillas, entre otras desventajas graves. El otro destinatario de esta marcha son los ministros del máximo tribunal mexicano.

Marcha del INE
Fotografía de Gatopardo.

No son pocos los ciudadanos que esperan, como dijo el investigador Julio Ríos Figueroa, que la Corte “recupere su responsabilidad constitucional” en este “caso límite en el que se juega la naturaleza del régimen democrático. Si [la nueva ministra presidenta Norma Piña] tiene que elegir una batalla para los dos años que quedan del sexenio, yo creo que elegirá la batalla electoral”. Con él coincidió el ministro en retiro José Ramón Cossío en la parte de su discurso que dirigió a los jueces constitucionales: “Queremos decirles, teniendo frente a nuestros ojos el edificio en el que laboran, que confiamos en ustedes, en su talante democrático y en su capacidad para comprender la gravedad de las decisiones que tomarán para preservar la vida democrática del país. [...] Los ministros, estoy seguro, sabrán cumplir con el papel que la Constitución les impone. El resto es tarea de nosotros y solo de nosotros”.

Para los que se dieron cita en las plazas de todo el país, es posible que una de esas tareas democráticas sea plantarle cara al presidente en su cancha: la movilización en la calle.

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Si llenar el Zócalo es inusual, igual de atípicos son los propios manifestantes. Desde las 8:30 de la mañana los grupitos empiezan a reunirse en la avenida Juárez. Platican frente al Hemiciclo, algunos esperan afuera del Hilton y otros en Bellas Artes, entre vendedores de banderas rosas que repiten el lema “Mi voto no se toca”. El cantadito inconfundible de la vendimia callejera —¡Llévese la bandera, la bandera, la banderaaaaaa!— hace las veces de música de fondo para los saludos tempraneros y para quienes se forman en la fila más larga que ha atendido el Starbucks de Madero (una de las baristas nos contó que la sucursal rompió su récord de ventas). Muy cerca hay un Seven Eleven, más vacío, donde les preguntamos a las cajeras si no cerrarán pronto porque “ya viene la marcha” y los comercios del Centro Histórico suelen bajar la cortina y hasta proteger sus entradas con vallas metálicas.

—¡¿Cómo vamos a cerrar?! —responde una de ellas, riendo. Los gestos que hace con las manos, reprochándonos una obviedad, nos demuestran que para los dueños y los dependientes la multitud de hoy no representa una amenaza, sino una excelente oportunidad.

Aún más extraño es que los manifestantes aprovechen las horas previas a la marcha del INE para desayunar. Quienes vienen al Centro a manifestarse, aunque escribirlo parezca redundante, vienen a eso: a manifestarse, no a pagar doscientos pesos por un café lechero y unos huevos divorciados. Pero esta multitud, con sus playeras rosas, sus lentes de sol, sus gorras blancas y sombreros de paja, come y cotillea en el Sanborns de los Azulejos, en el Café El Popular, en el restaurante La Capilla —uno podría confundirlos fácilmente con paseantes dominicales—. Una fila de automóviles espera pacientemente en el carril de baja velocidad de la avenida Juárez. Vinieron al Centro en coche y buscan un estacionamiento privado —exorbitantemente caro— para guardarlo en lo que desayunan, primero, y protestan, después. Quizá por eso a la mayoría no le afectó que el gobierno capitalino cerrara las estaciones del metro más cercanas a la Plaza de la Constitución: Pino Suárez, Allende y el Zócalo.

No vemos una sola pinta ni un grafiti que deje escritas las consignas de la marcha del INE. Lo único ajeno a las paredes de Cinco de Mayo y a los puestos de revistas son los carteles con el rostro de Genaro García Luna, el encargado de la lucha contra el narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón que acaba de ser declarado culpable de cinco delitos por el jurado de una Corte en Nueva York. Además de su retrato, los carteles exponen el logotipo del PAN, la palabra “culpable” como título y la advertencia #CalderónSíSabía. Están frescos, recién pegados, pero no los pusieron quienes vinieron hoy; al contrario, algunos se empeñan en arrancarlos. La reportera Alma Paola Wong, de Milenio, entrevistó a un grupo de ellos: le dijeron que estaban desprendiéndolos porque no querían que los carteles desvirtuaran la marcha. De la fachada de las oficinas del Congreso local cuelga una enorme manta con la misma imagen y la leyenda #GarcíaLunaNoSeToca. Varios videos registraron cómo algunas personas jalonearon, desde los balcones del edificio, la manta de cuatro pisos de altura hasta que consiguieron rasgarla; cuando se rompió, la gente aplaudió y entonó el grito de “¡México!, ¡México!, ¡México!”. Otro video muestra el desenlace: un grupo de hombres se llevó un pedazo de la manta al otro extremo de la plancha del Zócalo para arrojarla detrás de la valla que rodea Palacio Nacional.

Por si nada de esto fuera suficientemente inusual, hay otro detalle que debió haber llamado la atención de todos: la exigua presencia de la policía. Los “no granaderos” acostumbran usar la calle de Palma, casi en la esquina con Madero, como base temporal; se concentran ahí, por decenas, antes de avanzar hacia los contingentes de manifestantes. Otro punto clave es la calle República de Guatemala, donde suelen formar una larga fila para entrar al espacio que se crea entre la Catedral y las altas vallas que la resguardan; por ese pasadizo pueden llegar hasta Palacio Nacional. Pero hoy la policía de la Ciudad de México no está en ninguno de esos lugares. En las redes sociales no hay reportes de personas encapsuladas. Tampoco se oyen gritos de alarma preguntándose si la policía arrojó gas lacrimógeno. Lo cierto es que era fácil anticipar que a quienes vinieron a la marcha del INE no les iban a rociar polvo extintor en la cara, que la policía no los iba a empujar con sus escudos ni a intimidar con sus formaciones. En la esquina de Palma hay, en cambio, una enorme pantalla con bocinas para que nadie se pierda los discursos. Nada anima tanto a quienes se manifiestan como escucharse unidos protestando y reconocerse en su propia imagen multitudinaria.

Fotografía de Daniel Becerril/REUTERS. Marcha del INE en Monterrey, México, 13 de noviembre de 2022.

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Las protestas normalmente se relacionan de manera tensa, conflictiva, con las instituciones. Pero esta vez la calle no se expresó con la potencia contestataria que le es habitual, sino en apoyo a una institución y en rechazo a una reforma que la debilita. Y lo hizo, además, respaldando a otra institución, la Suprema Corte. No deja de ser sorprendente escuchar a un Zócalo repleto, pintado de rosa, corear al unísono:

—¡Yo confío en la Corte!

Desde luego, entre los manifestantes era obvio, incluso explícito, el repudio contra López Obrador. Nadie puede negar que permeaba un ánimo decididamente antiobradorista. Pero es raro que no hubiera liderazgos en torno a los cuales se uniera la coalición que convocó a esta protesta, un repertorio variopinto de organizaciones como Sociedad Civil México, Unid@s, Frente Cívico Nacional y otras tantas de nombres genéricamente ciudadanos, además de las oposiciones partidistas que se presentaron, deliberadamente, con un perfil bajo. En ese sentido, lo más visible fue la unión en contra del presidente de la República.

La desventaja es que el antagonismo contra López Obrador y su reforma electoral no constituye un programa de gobierno, ni siquiera una visión compartida del país. En el contexto de esta batalla por el voto y la integridad electoral, la movilización tiene una agenda sustantiva, es decir: una exigencia contundente, principios muy valiosos que la sustentan y una ruta clara. El problema es el siguiente: no es lo mismo defender la democracia que crear un proyecto de oposición. Ahí está la cuadratura del círculo que se hizo evidente el domingo 26 de febrero. Aun si la agenda de esta concentración triunfa —es decir, si fracasa en la Corte el “plan B”—, es muy probable que los obradoristas ganen las próximas elecciones presidenciales democráticamente. En otras palabras, este movimiento puede terminar haciéndole un doble favor al oficialismo: primero, que las oposiciones gasten tiempo y energía no en fortalecerse, sino en apuntalar al árbitro electoral; segundo, sin el “plan B” y con las reglas actuales, sería menos cuestionable la victoria del siguiente candidato o candidata de Morena.

Pero eso no es todo: la crónica de una marcha debe ser, también, la crónica de sus ausencias. A casi nadie se le escapa que hay otro grupo —llamémosles progresistas— que tampoco está de acuerdo con el “plan B”. Aseguran que les importa la integridad de las elecciones, pero simplemente no están dispuestos a marchar, hombro a hombro, con los “conservadores del PAN” o los “corruptos del PRI”. Muchos votaron por López Obrador y están decepcionados de su gestión, pero eso no alcanza para lavarle la cara a los “gobiernos del pasado” ni para perdonar a sus partidos; en especial, temen que asistir a esta o a cualquier otra marcha del INE signifique avalarlos. Tampoco ayudan los desplantes de clasismo, racismo y de nula autocrítica que menudean en algunos círculos antiobradoristas. Este tipo de expresiones, que aprovechan algunos medios y comunicadores afines al presidente, representan un punto no negociable para muchos de esos progresistas que podrían sumarse a las movilizaciones en defensa del INE. Pero hay cosas con las que no están dispuestos a transigir. El reclamo democrático en México siempre ha tenido dos flancos: el de los procedimientos electorales confiables y el de la desigualdad socioeconómica. Mientras la defensa de lo primero no incorpore plenamente los agravios por lo segundo, habrá muchas personas desinteresadas en defender la democracia en estas marchas. Esa omisión termina por desmovilizarlas. A otros, incluidos los apartidistas, el balance de ventajas y desventajas les dio un resultado distinto.

—Me preocupa el INE —dice Alejandro mientras camina con su familia, alejándose del Zócalo cuando ya terminó la protesta—. Nomás imagínate, tengo 77 años... desde hace cuánto tiempo yo voto.

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El domingo 26 de febrero la plaza principal de la capital del país se llenó de gente que rechazó el “plan B”, que socava al INE, exigiendo que la Corte declare su inconstitucionalidad. Esta crónica describe sus reclamos, el perfil de los asistentes, lo que está en juego para la democracia y hasta la ausencia de un grupo de la población que está en desacuerdo con la reforma electoral, pero que no participó en la concentración.

Casi ninguna marcha en la Ciudad de México puede asegurar que llenará el Zócalo, menos aún cuando faltan demasiados minutos para que los relojes marquen la hora de la cita. Es más frecuente que los organizadores tengan que esperar otro ratito, a que se termine de juntar la gente, mientras miran expectantes, sudando dudas, las calles por las que ya deberían estar llegando quienes marcharán. Si una medida del éxito de las movilizaciones es su número de asistentes y cuántos metros cuadrados ocupan —un estándar que el presidente López Obrador pretende exigirles a sus críticos y opositores—, entonces la marcha en defensa del INE se acaba de sumar a la lista de aquellas que han conseguido ser verdaderamente multitudinarias antes de comenzar.

Es domingo 26 de febrero, son las 10:21 de la mañana, y el Zócalo capitalino ya está “a reventar”. Desde el templete de la prensa se ve una inmensa muchedumbre vestida de rosa, el color del INE. Hay tanta pero tanta gente que parece un mar, tanta que se les podría pedir que hagan una ola, como en las gradas de un estadio de futbol. Fue exactamente lo que hizo uno de los voceros encargados de arengar al público antes de los discursos. Comenzaron los de hasta adelante, los que estaban más cerca de la Suprema Corte, y cada fila fue alzando las manos hasta la fachada de la Catedral. No solo levantaron los brazos, también ondearon banderas de México y banderines amarillos —pertenecían a los contingentes del PRD—. Serpenteó una tela que parecía un larguísimo listón rosa y hasta una piñata de diablito saltó para emular la ola que pasaba por su lugar; aquel Satanás muy cornudo traía una pancarta que reclamaba, como decenas de miles: “El INE no se toca. Mi voto no se toca”.

Marcha del INE
Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la marcha del INE en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.

—¿No que no llenábamos el Zócalo?

Aquí y allá se escuchan hombres y mujeres contestando al reto del presidente de México, quien suele despreciar las manifestaciones que no son a su favor —provengan o no de sectores populares—. Sus seguidores también se burlan de que las oposiciones no consigan llenar ni la mitad de la plancha central. Por eso, ante la convocatoria de hoy, tan numerosa, quienes hablan desde el templete —cuando todavía ni aparecen los oradores oficiales— no pierden la oportunidad de enfatizar lo que ya es innegable: sí lograron llenar el Zócalo y algunos tramos de las calles aledañas. Hubo quien, desde aquel templete, le rogó a la multitud que tratara de hacer un lugarcito para los que seguían en 20 de noviembre o Madero, intentando unírseles. Pero cientos se quedaron en esas avenidas sin poder integrarse a los demás. Ante un presidente que forjó su carrera política en la protesta masiva y que aún hace sentir su apoyo invitando a sus simpatizantes a llenar esta explanada, una demostración como la de hoy es atípica. Para remarcarlo, uno de los voceros dice que la concentración no está sucediendo únicamente en la capital: la marcha del INE se replica, según los organizadores, en más de cien ciudades del país.

Alrededor de las once, los voceros revelan por qué varias personas llegaron hasta aquí con flores rosas. Les piden que vayan pasándolas hacia adelante porque un grupo de jóvenes las depositará en la escalinata de la Suprema Corte. Guillermo, de veintitrés años, recién egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM, es uno de los elegidos. Dice que el contingente de jóvenes al que pertenece no ha parado de trabajar desde el 13 de noviembre, cuando se llevó a cabo la primera marcha en defensa del INE. Ahora mismo están recabando firmas para un amicus curiae que entregarán a la Corte en espera de que “las y los ministros escuchen esta demanda de quienes, al final, vamos a heredar esta democracia”. Para él esta concentración no es partidista, sino un llamado a que los ministros “respeten la Constitución y se mantengan firmes en la inconstitucionalidad de la mayor parte del plan B”. Es imposible no preguntarle por la presencia de su generación en esta protesta, pues muchos jóvenes le entregaron su confianza a López Obrador en 2018.

—Es chistoso, ¿no? La marcha de los acarreados, desde el poder, estaba encabezada por Manuel Bartlett, Layda Sansores, Adán Augusto, por todos esos dinosaurios expriistas que ahora están en Morena. Esta concentración del Zócalo sí está encabezada por jóvenes —ironiza Guillermo, refiriéndose a la “contramarcha” que López Obrador organizó en respuesta a la primera movilización por el INE.

Un par de encuestas de Alejandro Moreno, publicadas en El Financiero, parecen darle la razón. Entre 2018 y 2021 la intención de voto por Morena cayó de 48% a 35% entre la población de dieciocho a veinticuatro años. Y en las elecciones del año pasado para definir a los gobernadores de seis estados, la preferencia por el mismo partido entre las personas de dieciocho a veintinueve años rondaba un tercio (en cambio, entre los mayores de cincuenta osciló entre 42% y 63%). Con todo, más que un perfil propiamente juvenil, como el que tuvieron las marchas por los 43 de Ayotzinapa, como el que tienen las manifestaciones feministas o las conmemorativas del 2 de octubre, hoy en el Centro se percibe un ambiente familiar. Parece que abuelos, tías, primos, mamá, papá e hijos se pusieron de acuerdo para venir juntos a esta marcha —solo les faltó el perico—. La atmósfera, más que de rebeldía, es de cordialidad.

A diferencia de otras protestas que se dirigen “a la sociedad en general” y al Estado o que se expresan contra el capitalismo, la injusticia, la desigualdad o la violencia, esta marcha del INE tiene dos destinatarios bien identificados. Uno es López Obrador, por promover el “plan B” que merma severamente las capacidades del instituto para organizar elecciones. Varios politólogos y especialistas en derecho electoral han advertido que esta reforma menoscabaría tanto la operación del INE que pondría en riesgo la actualización del padrón de votantes, la instalación de casillas y la capacitación de ciudadanos como funcionarios de esas mismas casillas, entre otras desventajas graves. El otro destinatario de esta marcha son los ministros del máximo tribunal mexicano.

Marcha del INE
Fotografía de Gatopardo.

No son pocos los ciudadanos que esperan, como dijo el investigador Julio Ríos Figueroa, que la Corte “recupere su responsabilidad constitucional” en este “caso límite en el que se juega la naturaleza del régimen democrático. Si [la nueva ministra presidenta Norma Piña] tiene que elegir una batalla para los dos años que quedan del sexenio, yo creo que elegirá la batalla electoral”. Con él coincidió el ministro en retiro José Ramón Cossío en la parte de su discurso que dirigió a los jueces constitucionales: “Queremos decirles, teniendo frente a nuestros ojos el edificio en el que laboran, que confiamos en ustedes, en su talante democrático y en su capacidad para comprender la gravedad de las decisiones que tomarán para preservar la vida democrática del país. [...] Los ministros, estoy seguro, sabrán cumplir con el papel que la Constitución les impone. El resto es tarea de nosotros y solo de nosotros”.

Para los que se dieron cita en las plazas de todo el país, es posible que una de esas tareas democráticas sea plantarle cara al presidente en su cancha: la movilización en la calle.

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Si llenar el Zócalo es inusual, igual de atípicos son los propios manifestantes. Desde las 8:30 de la mañana los grupitos empiezan a reunirse en la avenida Juárez. Platican frente al Hemiciclo, algunos esperan afuera del Hilton y otros en Bellas Artes, entre vendedores de banderas rosas que repiten el lema “Mi voto no se toca”. El cantadito inconfundible de la vendimia callejera —¡Llévese la bandera, la bandera, la banderaaaaaa!— hace las veces de música de fondo para los saludos tempraneros y para quienes se forman en la fila más larga que ha atendido el Starbucks de Madero (una de las baristas nos contó que la sucursal rompió su récord de ventas). Muy cerca hay un Seven Eleven, más vacío, donde les preguntamos a las cajeras si no cerrarán pronto porque “ya viene la marcha” y los comercios del Centro Histórico suelen bajar la cortina y hasta proteger sus entradas con vallas metálicas.

—¡¿Cómo vamos a cerrar?! —responde una de ellas, riendo. Los gestos que hace con las manos, reprochándonos una obviedad, nos demuestran que para los dueños y los dependientes la multitud de hoy no representa una amenaza, sino una excelente oportunidad.

Aún más extraño es que los manifestantes aprovechen las horas previas a la marcha del INE para desayunar. Quienes vienen al Centro a manifestarse, aunque escribirlo parezca redundante, vienen a eso: a manifestarse, no a pagar doscientos pesos por un café lechero y unos huevos divorciados. Pero esta multitud, con sus playeras rosas, sus lentes de sol, sus gorras blancas y sombreros de paja, come y cotillea en el Sanborns de los Azulejos, en el Café El Popular, en el restaurante La Capilla —uno podría confundirlos fácilmente con paseantes dominicales—. Una fila de automóviles espera pacientemente en el carril de baja velocidad de la avenida Juárez. Vinieron al Centro en coche y buscan un estacionamiento privado —exorbitantemente caro— para guardarlo en lo que desayunan, primero, y protestan, después. Quizá por eso a la mayoría no le afectó que el gobierno capitalino cerrara las estaciones del metro más cercanas a la Plaza de la Constitución: Pino Suárez, Allende y el Zócalo.

No vemos una sola pinta ni un grafiti que deje escritas las consignas de la marcha del INE. Lo único ajeno a las paredes de Cinco de Mayo y a los puestos de revistas son los carteles con el rostro de Genaro García Luna, el encargado de la lucha contra el narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón que acaba de ser declarado culpable de cinco delitos por el jurado de una Corte en Nueva York. Además de su retrato, los carteles exponen el logotipo del PAN, la palabra “culpable” como título y la advertencia #CalderónSíSabía. Están frescos, recién pegados, pero no los pusieron quienes vinieron hoy; al contrario, algunos se empeñan en arrancarlos. La reportera Alma Paola Wong, de Milenio, entrevistó a un grupo de ellos: le dijeron que estaban desprendiéndolos porque no querían que los carteles desvirtuaran la marcha. De la fachada de las oficinas del Congreso local cuelga una enorme manta con la misma imagen y la leyenda #GarcíaLunaNoSeToca. Varios videos registraron cómo algunas personas jalonearon, desde los balcones del edificio, la manta de cuatro pisos de altura hasta que consiguieron rasgarla; cuando se rompió, la gente aplaudió y entonó el grito de “¡México!, ¡México!, ¡México!”. Otro video muestra el desenlace: un grupo de hombres se llevó un pedazo de la manta al otro extremo de la plancha del Zócalo para arrojarla detrás de la valla que rodea Palacio Nacional.

Por si nada de esto fuera suficientemente inusual, hay otro detalle que debió haber llamado la atención de todos: la exigua presencia de la policía. Los “no granaderos” acostumbran usar la calle de Palma, casi en la esquina con Madero, como base temporal; se concentran ahí, por decenas, antes de avanzar hacia los contingentes de manifestantes. Otro punto clave es la calle República de Guatemala, donde suelen formar una larga fila para entrar al espacio que se crea entre la Catedral y las altas vallas que la resguardan; por ese pasadizo pueden llegar hasta Palacio Nacional. Pero hoy la policía de la Ciudad de México no está en ninguno de esos lugares. En las redes sociales no hay reportes de personas encapsuladas. Tampoco se oyen gritos de alarma preguntándose si la policía arrojó gas lacrimógeno. Lo cierto es que era fácil anticipar que a quienes vinieron a la marcha del INE no les iban a rociar polvo extintor en la cara, que la policía no los iba a empujar con sus escudos ni a intimidar con sus formaciones. En la esquina de Palma hay, en cambio, una enorme pantalla con bocinas para que nadie se pierda los discursos. Nada anima tanto a quienes se manifiestan como escucharse unidos protestando y reconocerse en su propia imagen multitudinaria.

Fotografía de Daniel Becerril/REUTERS. Marcha del INE en Monterrey, México, 13 de noviembre de 2022.

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Las protestas normalmente se relacionan de manera tensa, conflictiva, con las instituciones. Pero esta vez la calle no se expresó con la potencia contestataria que le es habitual, sino en apoyo a una institución y en rechazo a una reforma que la debilita. Y lo hizo, además, respaldando a otra institución, la Suprema Corte. No deja de ser sorprendente escuchar a un Zócalo repleto, pintado de rosa, corear al unísono:

—¡Yo confío en la Corte!

Desde luego, entre los manifestantes era obvio, incluso explícito, el repudio contra López Obrador. Nadie puede negar que permeaba un ánimo decididamente antiobradorista. Pero es raro que no hubiera liderazgos en torno a los cuales se uniera la coalición que convocó a esta protesta, un repertorio variopinto de organizaciones como Sociedad Civil México, Unid@s, Frente Cívico Nacional y otras tantas de nombres genéricamente ciudadanos, además de las oposiciones partidistas que se presentaron, deliberadamente, con un perfil bajo. En ese sentido, lo más visible fue la unión en contra del presidente de la República.

La desventaja es que el antagonismo contra López Obrador y su reforma electoral no constituye un programa de gobierno, ni siquiera una visión compartida del país. En el contexto de esta batalla por el voto y la integridad electoral, la movilización tiene una agenda sustantiva, es decir: una exigencia contundente, principios muy valiosos que la sustentan y una ruta clara. El problema es el siguiente: no es lo mismo defender la democracia que crear un proyecto de oposición. Ahí está la cuadratura del círculo que se hizo evidente el domingo 26 de febrero. Aun si la agenda de esta concentración triunfa —es decir, si fracasa en la Corte el “plan B”—, es muy probable que los obradoristas ganen las próximas elecciones presidenciales democráticamente. En otras palabras, este movimiento puede terminar haciéndole un doble favor al oficialismo: primero, que las oposiciones gasten tiempo y energía no en fortalecerse, sino en apuntalar al árbitro electoral; segundo, sin el “plan B” y con las reglas actuales, sería menos cuestionable la victoria del siguiente candidato o candidata de Morena.

Pero eso no es todo: la crónica de una marcha debe ser, también, la crónica de sus ausencias. A casi nadie se le escapa que hay otro grupo —llamémosles progresistas— que tampoco está de acuerdo con el “plan B”. Aseguran que les importa la integridad de las elecciones, pero simplemente no están dispuestos a marchar, hombro a hombro, con los “conservadores del PAN” o los “corruptos del PRI”. Muchos votaron por López Obrador y están decepcionados de su gestión, pero eso no alcanza para lavarle la cara a los “gobiernos del pasado” ni para perdonar a sus partidos; en especial, temen que asistir a esta o a cualquier otra marcha del INE signifique avalarlos. Tampoco ayudan los desplantes de clasismo, racismo y de nula autocrítica que menudean en algunos círculos antiobradoristas. Este tipo de expresiones, que aprovechan algunos medios y comunicadores afines al presidente, representan un punto no negociable para muchos de esos progresistas que podrían sumarse a las movilizaciones en defensa del INE. Pero hay cosas con las que no están dispuestos a transigir. El reclamo democrático en México siempre ha tenido dos flancos: el de los procedimientos electorales confiables y el de la desigualdad socioeconómica. Mientras la defensa de lo primero no incorpore plenamente los agravios por lo segundo, habrá muchas personas desinteresadas en defender la democracia en estas marchas. Esa omisión termina por desmovilizarlas. A otros, incluidos los apartidistas, el balance de ventajas y desventajas les dio un resultado distinto.

—Me preocupa el INE —dice Alejandro mientras camina con su familia, alejándose del Zócalo cuando ya terminó la protesta—. Nomás imagínate, tengo 77 años... desde hace cuánto tiempo yo voto.

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Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la manifestación, ¡El INE no se toca! en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.
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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

El domingo 26 de febrero la plaza principal de la capital del país se llenó de gente que rechazó el “plan B”, que socava al INE, exigiendo que la Corte declare su inconstitucionalidad. Esta crónica describe sus reclamos, el perfil de los asistentes, lo que está en juego para la democracia y hasta la ausencia de un grupo de la población que está en desacuerdo con la reforma electoral, pero que no participó en la concentración.

Casi ninguna marcha en la Ciudad de México puede asegurar que llenará el Zócalo, menos aún cuando faltan demasiados minutos para que los relojes marquen la hora de la cita. Es más frecuente que los organizadores tengan que esperar otro ratito, a que se termine de juntar la gente, mientras miran expectantes, sudando dudas, las calles por las que ya deberían estar llegando quienes marcharán. Si una medida del éxito de las movilizaciones es su número de asistentes y cuántos metros cuadrados ocupan —un estándar que el presidente López Obrador pretende exigirles a sus críticos y opositores—, entonces la marcha en defensa del INE se acaba de sumar a la lista de aquellas que han conseguido ser verdaderamente multitudinarias antes de comenzar.

Es domingo 26 de febrero, son las 10:21 de la mañana, y el Zócalo capitalino ya está “a reventar”. Desde el templete de la prensa se ve una inmensa muchedumbre vestida de rosa, el color del INE. Hay tanta pero tanta gente que parece un mar, tanta que se les podría pedir que hagan una ola, como en las gradas de un estadio de futbol. Fue exactamente lo que hizo uno de los voceros encargados de arengar al público antes de los discursos. Comenzaron los de hasta adelante, los que estaban más cerca de la Suprema Corte, y cada fila fue alzando las manos hasta la fachada de la Catedral. No solo levantaron los brazos, también ondearon banderas de México y banderines amarillos —pertenecían a los contingentes del PRD—. Serpenteó una tela que parecía un larguísimo listón rosa y hasta una piñata de diablito saltó para emular la ola que pasaba por su lugar; aquel Satanás muy cornudo traía una pancarta que reclamaba, como decenas de miles: “El INE no se toca. Mi voto no se toca”.

Marcha del INE
Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la marcha del INE en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.

—¿No que no llenábamos el Zócalo?

Aquí y allá se escuchan hombres y mujeres contestando al reto del presidente de México, quien suele despreciar las manifestaciones que no son a su favor —provengan o no de sectores populares—. Sus seguidores también se burlan de que las oposiciones no consigan llenar ni la mitad de la plancha central. Por eso, ante la convocatoria de hoy, tan numerosa, quienes hablan desde el templete —cuando todavía ni aparecen los oradores oficiales— no pierden la oportunidad de enfatizar lo que ya es innegable: sí lograron llenar el Zócalo y algunos tramos de las calles aledañas. Hubo quien, desde aquel templete, le rogó a la multitud que tratara de hacer un lugarcito para los que seguían en 20 de noviembre o Madero, intentando unírseles. Pero cientos se quedaron en esas avenidas sin poder integrarse a los demás. Ante un presidente que forjó su carrera política en la protesta masiva y que aún hace sentir su apoyo invitando a sus simpatizantes a llenar esta explanada, una demostración como la de hoy es atípica. Para remarcarlo, uno de los voceros dice que la concentración no está sucediendo únicamente en la capital: la marcha del INE se replica, según los organizadores, en más de cien ciudades del país.

Alrededor de las once, los voceros revelan por qué varias personas llegaron hasta aquí con flores rosas. Les piden que vayan pasándolas hacia adelante porque un grupo de jóvenes las depositará en la escalinata de la Suprema Corte. Guillermo, de veintitrés años, recién egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM, es uno de los elegidos. Dice que el contingente de jóvenes al que pertenece no ha parado de trabajar desde el 13 de noviembre, cuando se llevó a cabo la primera marcha en defensa del INE. Ahora mismo están recabando firmas para un amicus curiae que entregarán a la Corte en espera de que “las y los ministros escuchen esta demanda de quienes, al final, vamos a heredar esta democracia”. Para él esta concentración no es partidista, sino un llamado a que los ministros “respeten la Constitución y se mantengan firmes en la inconstitucionalidad de la mayor parte del plan B”. Es imposible no preguntarle por la presencia de su generación en esta protesta, pues muchos jóvenes le entregaron su confianza a López Obrador en 2018.

—Es chistoso, ¿no? La marcha de los acarreados, desde el poder, estaba encabezada por Manuel Bartlett, Layda Sansores, Adán Augusto, por todos esos dinosaurios expriistas que ahora están en Morena. Esta concentración del Zócalo sí está encabezada por jóvenes —ironiza Guillermo, refiriéndose a la “contramarcha” que López Obrador organizó en respuesta a la primera movilización por el INE.

Un par de encuestas de Alejandro Moreno, publicadas en El Financiero, parecen darle la razón. Entre 2018 y 2021 la intención de voto por Morena cayó de 48% a 35% entre la población de dieciocho a veinticuatro años. Y en las elecciones del año pasado para definir a los gobernadores de seis estados, la preferencia por el mismo partido entre las personas de dieciocho a veintinueve años rondaba un tercio (en cambio, entre los mayores de cincuenta osciló entre 42% y 63%). Con todo, más que un perfil propiamente juvenil, como el que tuvieron las marchas por los 43 de Ayotzinapa, como el que tienen las manifestaciones feministas o las conmemorativas del 2 de octubre, hoy en el Centro se percibe un ambiente familiar. Parece que abuelos, tías, primos, mamá, papá e hijos se pusieron de acuerdo para venir juntos a esta marcha —solo les faltó el perico—. La atmósfera, más que de rebeldía, es de cordialidad.

A diferencia de otras protestas que se dirigen “a la sociedad en general” y al Estado o que se expresan contra el capitalismo, la injusticia, la desigualdad o la violencia, esta marcha del INE tiene dos destinatarios bien identificados. Uno es López Obrador, por promover el “plan B” que merma severamente las capacidades del instituto para organizar elecciones. Varios politólogos y especialistas en derecho electoral han advertido que esta reforma menoscabaría tanto la operación del INE que pondría en riesgo la actualización del padrón de votantes, la instalación de casillas y la capacitación de ciudadanos como funcionarios de esas mismas casillas, entre otras desventajas graves. El otro destinatario de esta marcha son los ministros del máximo tribunal mexicano.

Marcha del INE
Fotografía de Gatopardo.

No son pocos los ciudadanos que esperan, como dijo el investigador Julio Ríos Figueroa, que la Corte “recupere su responsabilidad constitucional” en este “caso límite en el que se juega la naturaleza del régimen democrático. Si [la nueva ministra presidenta Norma Piña] tiene que elegir una batalla para los dos años que quedan del sexenio, yo creo que elegirá la batalla electoral”. Con él coincidió el ministro en retiro José Ramón Cossío en la parte de su discurso que dirigió a los jueces constitucionales: “Queremos decirles, teniendo frente a nuestros ojos el edificio en el que laboran, que confiamos en ustedes, en su talante democrático y en su capacidad para comprender la gravedad de las decisiones que tomarán para preservar la vida democrática del país. [...] Los ministros, estoy seguro, sabrán cumplir con el papel que la Constitución les impone. El resto es tarea de nosotros y solo de nosotros”.

Para los que se dieron cita en las plazas de todo el país, es posible que una de esas tareas democráticas sea plantarle cara al presidente en su cancha: la movilización en la calle.

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Si llenar el Zócalo es inusual, igual de atípicos son los propios manifestantes. Desde las 8:30 de la mañana los grupitos empiezan a reunirse en la avenida Juárez. Platican frente al Hemiciclo, algunos esperan afuera del Hilton y otros en Bellas Artes, entre vendedores de banderas rosas que repiten el lema “Mi voto no se toca”. El cantadito inconfundible de la vendimia callejera —¡Llévese la bandera, la bandera, la banderaaaaaa!— hace las veces de música de fondo para los saludos tempraneros y para quienes se forman en la fila más larga que ha atendido el Starbucks de Madero (una de las baristas nos contó que la sucursal rompió su récord de ventas). Muy cerca hay un Seven Eleven, más vacío, donde les preguntamos a las cajeras si no cerrarán pronto porque “ya viene la marcha” y los comercios del Centro Histórico suelen bajar la cortina y hasta proteger sus entradas con vallas metálicas.

—¡¿Cómo vamos a cerrar?! —responde una de ellas, riendo. Los gestos que hace con las manos, reprochándonos una obviedad, nos demuestran que para los dueños y los dependientes la multitud de hoy no representa una amenaza, sino una excelente oportunidad.

Aún más extraño es que los manifestantes aprovechen las horas previas a la marcha del INE para desayunar. Quienes vienen al Centro a manifestarse, aunque escribirlo parezca redundante, vienen a eso: a manifestarse, no a pagar doscientos pesos por un café lechero y unos huevos divorciados. Pero esta multitud, con sus playeras rosas, sus lentes de sol, sus gorras blancas y sombreros de paja, come y cotillea en el Sanborns de los Azulejos, en el Café El Popular, en el restaurante La Capilla —uno podría confundirlos fácilmente con paseantes dominicales—. Una fila de automóviles espera pacientemente en el carril de baja velocidad de la avenida Juárez. Vinieron al Centro en coche y buscan un estacionamiento privado —exorbitantemente caro— para guardarlo en lo que desayunan, primero, y protestan, después. Quizá por eso a la mayoría no le afectó que el gobierno capitalino cerrara las estaciones del metro más cercanas a la Plaza de la Constitución: Pino Suárez, Allende y el Zócalo.

No vemos una sola pinta ni un grafiti que deje escritas las consignas de la marcha del INE. Lo único ajeno a las paredes de Cinco de Mayo y a los puestos de revistas son los carteles con el rostro de Genaro García Luna, el encargado de la lucha contra el narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón que acaba de ser declarado culpable de cinco delitos por el jurado de una Corte en Nueva York. Además de su retrato, los carteles exponen el logotipo del PAN, la palabra “culpable” como título y la advertencia #CalderónSíSabía. Están frescos, recién pegados, pero no los pusieron quienes vinieron hoy; al contrario, algunos se empeñan en arrancarlos. La reportera Alma Paola Wong, de Milenio, entrevistó a un grupo de ellos: le dijeron que estaban desprendiéndolos porque no querían que los carteles desvirtuaran la marcha. De la fachada de las oficinas del Congreso local cuelga una enorme manta con la misma imagen y la leyenda #GarcíaLunaNoSeToca. Varios videos registraron cómo algunas personas jalonearon, desde los balcones del edificio, la manta de cuatro pisos de altura hasta que consiguieron rasgarla; cuando se rompió, la gente aplaudió y entonó el grito de “¡México!, ¡México!, ¡México!”. Otro video muestra el desenlace: un grupo de hombres se llevó un pedazo de la manta al otro extremo de la plancha del Zócalo para arrojarla detrás de la valla que rodea Palacio Nacional.

Por si nada de esto fuera suficientemente inusual, hay otro detalle que debió haber llamado la atención de todos: la exigua presencia de la policía. Los “no granaderos” acostumbran usar la calle de Palma, casi en la esquina con Madero, como base temporal; se concentran ahí, por decenas, antes de avanzar hacia los contingentes de manifestantes. Otro punto clave es la calle República de Guatemala, donde suelen formar una larga fila para entrar al espacio que se crea entre la Catedral y las altas vallas que la resguardan; por ese pasadizo pueden llegar hasta Palacio Nacional. Pero hoy la policía de la Ciudad de México no está en ninguno de esos lugares. En las redes sociales no hay reportes de personas encapsuladas. Tampoco se oyen gritos de alarma preguntándose si la policía arrojó gas lacrimógeno. Lo cierto es que era fácil anticipar que a quienes vinieron a la marcha del INE no les iban a rociar polvo extintor en la cara, que la policía no los iba a empujar con sus escudos ni a intimidar con sus formaciones. En la esquina de Palma hay, en cambio, una enorme pantalla con bocinas para que nadie se pierda los discursos. Nada anima tanto a quienes se manifiestan como escucharse unidos protestando y reconocerse en su propia imagen multitudinaria.

Fotografía de Daniel Becerril/REUTERS. Marcha del INE en Monterrey, México, 13 de noviembre de 2022.

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Las protestas normalmente se relacionan de manera tensa, conflictiva, con las instituciones. Pero esta vez la calle no se expresó con la potencia contestataria que le es habitual, sino en apoyo a una institución y en rechazo a una reforma que la debilita. Y lo hizo, además, respaldando a otra institución, la Suprema Corte. No deja de ser sorprendente escuchar a un Zócalo repleto, pintado de rosa, corear al unísono:

—¡Yo confío en la Corte!

Desde luego, entre los manifestantes era obvio, incluso explícito, el repudio contra López Obrador. Nadie puede negar que permeaba un ánimo decididamente antiobradorista. Pero es raro que no hubiera liderazgos en torno a los cuales se uniera la coalición que convocó a esta protesta, un repertorio variopinto de organizaciones como Sociedad Civil México, Unid@s, Frente Cívico Nacional y otras tantas de nombres genéricamente ciudadanos, además de las oposiciones partidistas que se presentaron, deliberadamente, con un perfil bajo. En ese sentido, lo más visible fue la unión en contra del presidente de la República.

La desventaja es que el antagonismo contra López Obrador y su reforma electoral no constituye un programa de gobierno, ni siquiera una visión compartida del país. En el contexto de esta batalla por el voto y la integridad electoral, la movilización tiene una agenda sustantiva, es decir: una exigencia contundente, principios muy valiosos que la sustentan y una ruta clara. El problema es el siguiente: no es lo mismo defender la democracia que crear un proyecto de oposición. Ahí está la cuadratura del círculo que se hizo evidente el domingo 26 de febrero. Aun si la agenda de esta concentración triunfa —es decir, si fracasa en la Corte el “plan B”—, es muy probable que los obradoristas ganen las próximas elecciones presidenciales democráticamente. En otras palabras, este movimiento puede terminar haciéndole un doble favor al oficialismo: primero, que las oposiciones gasten tiempo y energía no en fortalecerse, sino en apuntalar al árbitro electoral; segundo, sin el “plan B” y con las reglas actuales, sería menos cuestionable la victoria del siguiente candidato o candidata de Morena.

Pero eso no es todo: la crónica de una marcha debe ser, también, la crónica de sus ausencias. A casi nadie se le escapa que hay otro grupo —llamémosles progresistas— que tampoco está de acuerdo con el “plan B”. Aseguran que les importa la integridad de las elecciones, pero simplemente no están dispuestos a marchar, hombro a hombro, con los “conservadores del PAN” o los “corruptos del PRI”. Muchos votaron por López Obrador y están decepcionados de su gestión, pero eso no alcanza para lavarle la cara a los “gobiernos del pasado” ni para perdonar a sus partidos; en especial, temen que asistir a esta o a cualquier otra marcha del INE signifique avalarlos. Tampoco ayudan los desplantes de clasismo, racismo y de nula autocrítica que menudean en algunos círculos antiobradoristas. Este tipo de expresiones, que aprovechan algunos medios y comunicadores afines al presidente, representan un punto no negociable para muchos de esos progresistas que podrían sumarse a las movilizaciones en defensa del INE. Pero hay cosas con las que no están dispuestos a transigir. El reclamo democrático en México siempre ha tenido dos flancos: el de los procedimientos electorales confiables y el de la desigualdad socioeconómica. Mientras la defensa de lo primero no incorpore plenamente los agravios por lo segundo, habrá muchas personas desinteresadas en defender la democracia en estas marchas. Esa omisión termina por desmovilizarlas. A otros, incluidos los apartidistas, el balance de ventajas y desventajas les dio un resultado distinto.

—Me preocupa el INE —dice Alejandro mientras camina con su familia, alejándose del Zócalo cuando ya terminó la protesta—. Nomás imagínate, tengo 77 años... desde hace cuánto tiempo yo voto.

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Llenar el Zócalo en defensa del INE: crónica de una marcha atípica

Llenar el Zócalo en defensa del INE: crónica de una marcha atípica

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2023
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El domingo 26 de febrero la plaza principal de la capital del país se llenó de gente que rechazó el “plan B”, que socava al INE, exigiendo que la Corte declare su inconstitucionalidad. Esta crónica describe sus reclamos, el perfil de los asistentes, lo que está en juego para la democracia y hasta la ausencia de un grupo de la población que está en desacuerdo con la reforma electoral, pero que no participó en la concentración.

Casi ninguna marcha en la Ciudad de México puede asegurar que llenará el Zócalo, menos aún cuando faltan demasiados minutos para que los relojes marquen la hora de la cita. Es más frecuente que los organizadores tengan que esperar otro ratito, a que se termine de juntar la gente, mientras miran expectantes, sudando dudas, las calles por las que ya deberían estar llegando quienes marcharán. Si una medida del éxito de las movilizaciones es su número de asistentes y cuántos metros cuadrados ocupan —un estándar que el presidente López Obrador pretende exigirles a sus críticos y opositores—, entonces la marcha en defensa del INE se acaba de sumar a la lista de aquellas que han conseguido ser verdaderamente multitudinarias antes de comenzar.

Es domingo 26 de febrero, son las 10:21 de la mañana, y el Zócalo capitalino ya está “a reventar”. Desde el templete de la prensa se ve una inmensa muchedumbre vestida de rosa, el color del INE. Hay tanta pero tanta gente que parece un mar, tanta que se les podría pedir que hagan una ola, como en las gradas de un estadio de futbol. Fue exactamente lo que hizo uno de los voceros encargados de arengar al público antes de los discursos. Comenzaron los de hasta adelante, los que estaban más cerca de la Suprema Corte, y cada fila fue alzando las manos hasta la fachada de la Catedral. No solo levantaron los brazos, también ondearon banderas de México y banderines amarillos —pertenecían a los contingentes del PRD—. Serpenteó una tela que parecía un larguísimo listón rosa y hasta una piñata de diablito saltó para emular la ola que pasaba por su lugar; aquel Satanás muy cornudo traía una pancarta que reclamaba, como decenas de miles: “El INE no se toca. Mi voto no se toca”.

Marcha del INE
Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la marcha del INE en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.

—¿No que no llenábamos el Zócalo?

Aquí y allá se escuchan hombres y mujeres contestando al reto del presidente de México, quien suele despreciar las manifestaciones que no son a su favor —provengan o no de sectores populares—. Sus seguidores también se burlan de que las oposiciones no consigan llenar ni la mitad de la plancha central. Por eso, ante la convocatoria de hoy, tan numerosa, quienes hablan desde el templete —cuando todavía ni aparecen los oradores oficiales— no pierden la oportunidad de enfatizar lo que ya es innegable: sí lograron llenar el Zócalo y algunos tramos de las calles aledañas. Hubo quien, desde aquel templete, le rogó a la multitud que tratara de hacer un lugarcito para los que seguían en 20 de noviembre o Madero, intentando unírseles. Pero cientos se quedaron en esas avenidas sin poder integrarse a los demás. Ante un presidente que forjó su carrera política en la protesta masiva y que aún hace sentir su apoyo invitando a sus simpatizantes a llenar esta explanada, una demostración como la de hoy es atípica. Para remarcarlo, uno de los voceros dice que la concentración no está sucediendo únicamente en la capital: la marcha del INE se replica, según los organizadores, en más de cien ciudades del país.

Alrededor de las once, los voceros revelan por qué varias personas llegaron hasta aquí con flores rosas. Les piden que vayan pasándolas hacia adelante porque un grupo de jóvenes las depositará en la escalinata de la Suprema Corte. Guillermo, de veintitrés años, recién egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM, es uno de los elegidos. Dice que el contingente de jóvenes al que pertenece no ha parado de trabajar desde el 13 de noviembre, cuando se llevó a cabo la primera marcha en defensa del INE. Ahora mismo están recabando firmas para un amicus curiae que entregarán a la Corte en espera de que “las y los ministros escuchen esta demanda de quienes, al final, vamos a heredar esta democracia”. Para él esta concentración no es partidista, sino un llamado a que los ministros “respeten la Constitución y se mantengan firmes en la inconstitucionalidad de la mayor parte del plan B”. Es imposible no preguntarle por la presencia de su generación en esta protesta, pues muchos jóvenes le entregaron su confianza a López Obrador en 2018.

—Es chistoso, ¿no? La marcha de los acarreados, desde el poder, estaba encabezada por Manuel Bartlett, Layda Sansores, Adán Augusto, por todos esos dinosaurios expriistas que ahora están en Morena. Esta concentración del Zócalo sí está encabezada por jóvenes —ironiza Guillermo, refiriéndose a la “contramarcha” que López Obrador organizó en respuesta a la primera movilización por el INE.

Un par de encuestas de Alejandro Moreno, publicadas en El Financiero, parecen darle la razón. Entre 2018 y 2021 la intención de voto por Morena cayó de 48% a 35% entre la población de dieciocho a veinticuatro años. Y en las elecciones del año pasado para definir a los gobernadores de seis estados, la preferencia por el mismo partido entre las personas de dieciocho a veintinueve años rondaba un tercio (en cambio, entre los mayores de cincuenta osciló entre 42% y 63%). Con todo, más que un perfil propiamente juvenil, como el que tuvieron las marchas por los 43 de Ayotzinapa, como el que tienen las manifestaciones feministas o las conmemorativas del 2 de octubre, hoy en el Centro se percibe un ambiente familiar. Parece que abuelos, tías, primos, mamá, papá e hijos se pusieron de acuerdo para venir juntos a esta marcha —solo les faltó el perico—. La atmósfera, más que de rebeldía, es de cordialidad.

A diferencia de otras protestas que se dirigen “a la sociedad en general” y al Estado o que se expresan contra el capitalismo, la injusticia, la desigualdad o la violencia, esta marcha del INE tiene dos destinatarios bien identificados. Uno es López Obrador, por promover el “plan B” que merma severamente las capacidades del instituto para organizar elecciones. Varios politólogos y especialistas en derecho electoral han advertido que esta reforma menoscabaría tanto la operación del INE que pondría en riesgo la actualización del padrón de votantes, la instalación de casillas y la capacitación de ciudadanos como funcionarios de esas mismas casillas, entre otras desventajas graves. El otro destinatario de esta marcha son los ministros del máximo tribunal mexicano.

Marcha del INE
Fotografía de Gatopardo.

No son pocos los ciudadanos que esperan, como dijo el investigador Julio Ríos Figueroa, que la Corte “recupere su responsabilidad constitucional” en este “caso límite en el que se juega la naturaleza del régimen democrático. Si [la nueva ministra presidenta Norma Piña] tiene que elegir una batalla para los dos años que quedan del sexenio, yo creo que elegirá la batalla electoral”. Con él coincidió el ministro en retiro José Ramón Cossío en la parte de su discurso que dirigió a los jueces constitucionales: “Queremos decirles, teniendo frente a nuestros ojos el edificio en el que laboran, que confiamos en ustedes, en su talante democrático y en su capacidad para comprender la gravedad de las decisiones que tomarán para preservar la vida democrática del país. [...] Los ministros, estoy seguro, sabrán cumplir con el papel que la Constitución les impone. El resto es tarea de nosotros y solo de nosotros”.

Para los que se dieron cita en las plazas de todo el país, es posible que una de esas tareas democráticas sea plantarle cara al presidente en su cancha: la movilización en la calle.

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Si llenar el Zócalo es inusual, igual de atípicos son los propios manifestantes. Desde las 8:30 de la mañana los grupitos empiezan a reunirse en la avenida Juárez. Platican frente al Hemiciclo, algunos esperan afuera del Hilton y otros en Bellas Artes, entre vendedores de banderas rosas que repiten el lema “Mi voto no se toca”. El cantadito inconfundible de la vendimia callejera —¡Llévese la bandera, la bandera, la banderaaaaaa!— hace las veces de música de fondo para los saludos tempraneros y para quienes se forman en la fila más larga que ha atendido el Starbucks de Madero (una de las baristas nos contó que la sucursal rompió su récord de ventas). Muy cerca hay un Seven Eleven, más vacío, donde les preguntamos a las cajeras si no cerrarán pronto porque “ya viene la marcha” y los comercios del Centro Histórico suelen bajar la cortina y hasta proteger sus entradas con vallas metálicas.

—¡¿Cómo vamos a cerrar?! —responde una de ellas, riendo. Los gestos que hace con las manos, reprochándonos una obviedad, nos demuestran que para los dueños y los dependientes la multitud de hoy no representa una amenaza, sino una excelente oportunidad.

Aún más extraño es que los manifestantes aprovechen las horas previas a la marcha del INE para desayunar. Quienes vienen al Centro a manifestarse, aunque escribirlo parezca redundante, vienen a eso: a manifestarse, no a pagar doscientos pesos por un café lechero y unos huevos divorciados. Pero esta multitud, con sus playeras rosas, sus lentes de sol, sus gorras blancas y sombreros de paja, come y cotillea en el Sanborns de los Azulejos, en el Café El Popular, en el restaurante La Capilla —uno podría confundirlos fácilmente con paseantes dominicales—. Una fila de automóviles espera pacientemente en el carril de baja velocidad de la avenida Juárez. Vinieron al Centro en coche y buscan un estacionamiento privado —exorbitantemente caro— para guardarlo en lo que desayunan, primero, y protestan, después. Quizá por eso a la mayoría no le afectó que el gobierno capitalino cerrara las estaciones del metro más cercanas a la Plaza de la Constitución: Pino Suárez, Allende y el Zócalo.

No vemos una sola pinta ni un grafiti que deje escritas las consignas de la marcha del INE. Lo único ajeno a las paredes de Cinco de Mayo y a los puestos de revistas son los carteles con el rostro de Genaro García Luna, el encargado de la lucha contra el narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón que acaba de ser declarado culpable de cinco delitos por el jurado de una Corte en Nueva York. Además de su retrato, los carteles exponen el logotipo del PAN, la palabra “culpable” como título y la advertencia #CalderónSíSabía. Están frescos, recién pegados, pero no los pusieron quienes vinieron hoy; al contrario, algunos se empeñan en arrancarlos. La reportera Alma Paola Wong, de Milenio, entrevistó a un grupo de ellos: le dijeron que estaban desprendiéndolos porque no querían que los carteles desvirtuaran la marcha. De la fachada de las oficinas del Congreso local cuelga una enorme manta con la misma imagen y la leyenda #GarcíaLunaNoSeToca. Varios videos registraron cómo algunas personas jalonearon, desde los balcones del edificio, la manta de cuatro pisos de altura hasta que consiguieron rasgarla; cuando se rompió, la gente aplaudió y entonó el grito de “¡México!, ¡México!, ¡México!”. Otro video muestra el desenlace: un grupo de hombres se llevó un pedazo de la manta al otro extremo de la plancha del Zócalo para arrojarla detrás de la valla que rodea Palacio Nacional.

Por si nada de esto fuera suficientemente inusual, hay otro detalle que debió haber llamado la atención de todos: la exigua presencia de la policía. Los “no granaderos” acostumbran usar la calle de Palma, casi en la esquina con Madero, como base temporal; se concentran ahí, por decenas, antes de avanzar hacia los contingentes de manifestantes. Otro punto clave es la calle República de Guatemala, donde suelen formar una larga fila para entrar al espacio que se crea entre la Catedral y las altas vallas que la resguardan; por ese pasadizo pueden llegar hasta Palacio Nacional. Pero hoy la policía de la Ciudad de México no está en ninguno de esos lugares. En las redes sociales no hay reportes de personas encapsuladas. Tampoco se oyen gritos de alarma preguntándose si la policía arrojó gas lacrimógeno. Lo cierto es que era fácil anticipar que a quienes vinieron a la marcha del INE no les iban a rociar polvo extintor en la cara, que la policía no los iba a empujar con sus escudos ni a intimidar con sus formaciones. En la esquina de Palma hay, en cambio, una enorme pantalla con bocinas para que nadie se pierda los discursos. Nada anima tanto a quienes se manifiestan como escucharse unidos protestando y reconocerse en su propia imagen multitudinaria.

Fotografía de Daniel Becerril/REUTERS. Marcha del INE en Monterrey, México, 13 de noviembre de 2022.

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Las protestas normalmente se relacionan de manera tensa, conflictiva, con las instituciones. Pero esta vez la calle no se expresó con la potencia contestataria que le es habitual, sino en apoyo a una institución y en rechazo a una reforma que la debilita. Y lo hizo, además, respaldando a otra institución, la Suprema Corte. No deja de ser sorprendente escuchar a un Zócalo repleto, pintado de rosa, corear al unísono:

—¡Yo confío en la Corte!

Desde luego, entre los manifestantes era obvio, incluso explícito, el repudio contra López Obrador. Nadie puede negar que permeaba un ánimo decididamente antiobradorista. Pero es raro que no hubiera liderazgos en torno a los cuales se uniera la coalición que convocó a esta protesta, un repertorio variopinto de organizaciones como Sociedad Civil México, Unid@s, Frente Cívico Nacional y otras tantas de nombres genéricamente ciudadanos, además de las oposiciones partidistas que se presentaron, deliberadamente, con un perfil bajo. En ese sentido, lo más visible fue la unión en contra del presidente de la República.

La desventaja es que el antagonismo contra López Obrador y su reforma electoral no constituye un programa de gobierno, ni siquiera una visión compartida del país. En el contexto de esta batalla por el voto y la integridad electoral, la movilización tiene una agenda sustantiva, es decir: una exigencia contundente, principios muy valiosos que la sustentan y una ruta clara. El problema es el siguiente: no es lo mismo defender la democracia que crear un proyecto de oposición. Ahí está la cuadratura del círculo que se hizo evidente el domingo 26 de febrero. Aun si la agenda de esta concentración triunfa —es decir, si fracasa en la Corte el “plan B”—, es muy probable que los obradoristas ganen las próximas elecciones presidenciales democráticamente. En otras palabras, este movimiento puede terminar haciéndole un doble favor al oficialismo: primero, que las oposiciones gasten tiempo y energía no en fortalecerse, sino en apuntalar al árbitro electoral; segundo, sin el “plan B” y con las reglas actuales, sería menos cuestionable la victoria del siguiente candidato o candidata de Morena.

Pero eso no es todo: la crónica de una marcha debe ser, también, la crónica de sus ausencias. A casi nadie se le escapa que hay otro grupo —llamémosles progresistas— que tampoco está de acuerdo con el “plan B”. Aseguran que les importa la integridad de las elecciones, pero simplemente no están dispuestos a marchar, hombro a hombro, con los “conservadores del PAN” o los “corruptos del PRI”. Muchos votaron por López Obrador y están decepcionados de su gestión, pero eso no alcanza para lavarle la cara a los “gobiernos del pasado” ni para perdonar a sus partidos; en especial, temen que asistir a esta o a cualquier otra marcha del INE signifique avalarlos. Tampoco ayudan los desplantes de clasismo, racismo y de nula autocrítica que menudean en algunos círculos antiobradoristas. Este tipo de expresiones, que aprovechan algunos medios y comunicadores afines al presidente, representan un punto no negociable para muchos de esos progresistas que podrían sumarse a las movilizaciones en defensa del INE. Pero hay cosas con las que no están dispuestos a transigir. El reclamo democrático en México siempre ha tenido dos flancos: el de los procedimientos electorales confiables y el de la desigualdad socioeconómica. Mientras la defensa de lo primero no incorpore plenamente los agravios por lo segundo, habrá muchas personas desinteresadas en defender la democracia en estas marchas. Esa omisión termina por desmovilizarlas. A otros, incluidos los apartidistas, el balance de ventajas y desventajas les dio un resultado distinto.

—Me preocupa el INE —dice Alejandro mientras camina con su familia, alejándose del Zócalo cuando ya terminó la protesta—. Nomás imagínate, tengo 77 años... desde hace cuánto tiempo yo voto.

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Llenar el Zócalo en defensa del INE: crónica de una marcha atípica

Llenar el Zócalo en defensa del INE: crónica de una marcha atípica

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El domingo 26 de febrero la plaza principal de la capital del país se llenó de gente que rechazó el “plan B”, que socava al INE, exigiendo que la Corte declare su inconstitucionalidad. Esta crónica describe sus reclamos, el perfil de los asistentes, lo que está en juego para la democracia y hasta la ausencia de un grupo de la población que está en desacuerdo con la reforma electoral, pero que no participó en la concentración.

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Casi ninguna marcha en la Ciudad de México puede asegurar que llenará el Zócalo, menos aún cuando faltan demasiados minutos para que los relojes marquen la hora de la cita. Es más frecuente que los organizadores tengan que esperar otro ratito, a que se termine de juntar la gente, mientras miran expectantes, sudando dudas, las calles por las que ya deberían estar llegando quienes marcharán. Si una medida del éxito de las movilizaciones es su número de asistentes y cuántos metros cuadrados ocupan —un estándar que el presidente López Obrador pretende exigirles a sus críticos y opositores—, entonces la marcha en defensa del INE se acaba de sumar a la lista de aquellas que han conseguido ser verdaderamente multitudinarias antes de comenzar.

Es domingo 26 de febrero, son las 10:21 de la mañana, y el Zócalo capitalino ya está “a reventar”. Desde el templete de la prensa se ve una inmensa muchedumbre vestida de rosa, el color del INE. Hay tanta pero tanta gente que parece un mar, tanta que se les podría pedir que hagan una ola, como en las gradas de un estadio de futbol. Fue exactamente lo que hizo uno de los voceros encargados de arengar al público antes de los discursos. Comenzaron los de hasta adelante, los que estaban más cerca de la Suprema Corte, y cada fila fue alzando las manos hasta la fachada de la Catedral. No solo levantaron los brazos, también ondearon banderas de México y banderines amarillos —pertenecían a los contingentes del PRD—. Serpenteó una tela que parecía un larguísimo listón rosa y hasta una piñata de diablito saltó para emular la ola que pasaba por su lugar; aquel Satanás muy cornudo traía una pancarta que reclamaba, como decenas de miles: “El INE no se toca. Mi voto no se toca”.

Marcha del INE
Fotografía de Luis Barron/REUTERS. Miles de personas participan en la marcha del INE en el Zócalo de la Ciudad de México, el 26 de febrero de 2023.

—¿No que no llenábamos el Zócalo?

Aquí y allá se escuchan hombres y mujeres contestando al reto del presidente de México, quien suele despreciar las manifestaciones que no son a su favor —provengan o no de sectores populares—. Sus seguidores también se burlan de que las oposiciones no consigan llenar ni la mitad de la plancha central. Por eso, ante la convocatoria de hoy, tan numerosa, quienes hablan desde el templete —cuando todavía ni aparecen los oradores oficiales— no pierden la oportunidad de enfatizar lo que ya es innegable: sí lograron llenar el Zócalo y algunos tramos de las calles aledañas. Hubo quien, desde aquel templete, le rogó a la multitud que tratara de hacer un lugarcito para los que seguían en 20 de noviembre o Madero, intentando unírseles. Pero cientos se quedaron en esas avenidas sin poder integrarse a los demás. Ante un presidente que forjó su carrera política en la protesta masiva y que aún hace sentir su apoyo invitando a sus simpatizantes a llenar esta explanada, una demostración como la de hoy es atípica. Para remarcarlo, uno de los voceros dice que la concentración no está sucediendo únicamente en la capital: la marcha del INE se replica, según los organizadores, en más de cien ciudades del país.

Alrededor de las once, los voceros revelan por qué varias personas llegaron hasta aquí con flores rosas. Les piden que vayan pasándolas hacia adelante porque un grupo de jóvenes las depositará en la escalinata de la Suprema Corte. Guillermo, de veintitrés años, recién egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM, es uno de los elegidos. Dice que el contingente de jóvenes al que pertenece no ha parado de trabajar desde el 13 de noviembre, cuando se llevó a cabo la primera marcha en defensa del INE. Ahora mismo están recabando firmas para un amicus curiae que entregarán a la Corte en espera de que “las y los ministros escuchen esta demanda de quienes, al final, vamos a heredar esta democracia”. Para él esta concentración no es partidista, sino un llamado a que los ministros “respeten la Constitución y se mantengan firmes en la inconstitucionalidad de la mayor parte del plan B”. Es imposible no preguntarle por la presencia de su generación en esta protesta, pues muchos jóvenes le entregaron su confianza a López Obrador en 2018.

—Es chistoso, ¿no? La marcha de los acarreados, desde el poder, estaba encabezada por Manuel Bartlett, Layda Sansores, Adán Augusto, por todos esos dinosaurios expriistas que ahora están en Morena. Esta concentración del Zócalo sí está encabezada por jóvenes —ironiza Guillermo, refiriéndose a la “contramarcha” que López Obrador organizó en respuesta a la primera movilización por el INE.

Un par de encuestas de Alejandro Moreno, publicadas en El Financiero, parecen darle la razón. Entre 2018 y 2021 la intención de voto por Morena cayó de 48% a 35% entre la población de dieciocho a veinticuatro años. Y en las elecciones del año pasado para definir a los gobernadores de seis estados, la preferencia por el mismo partido entre las personas de dieciocho a veintinueve años rondaba un tercio (en cambio, entre los mayores de cincuenta osciló entre 42% y 63%). Con todo, más que un perfil propiamente juvenil, como el que tuvieron las marchas por los 43 de Ayotzinapa, como el que tienen las manifestaciones feministas o las conmemorativas del 2 de octubre, hoy en el Centro se percibe un ambiente familiar. Parece que abuelos, tías, primos, mamá, papá e hijos se pusieron de acuerdo para venir juntos a esta marcha —solo les faltó el perico—. La atmósfera, más que de rebeldía, es de cordialidad.

A diferencia de otras protestas que se dirigen “a la sociedad en general” y al Estado o que se expresan contra el capitalismo, la injusticia, la desigualdad o la violencia, esta marcha del INE tiene dos destinatarios bien identificados. Uno es López Obrador, por promover el “plan B” que merma severamente las capacidades del instituto para organizar elecciones. Varios politólogos y especialistas en derecho electoral han advertido que esta reforma menoscabaría tanto la operación del INE que pondría en riesgo la actualización del padrón de votantes, la instalación de casillas y la capacitación de ciudadanos como funcionarios de esas mismas casillas, entre otras desventajas graves. El otro destinatario de esta marcha son los ministros del máximo tribunal mexicano.

Marcha del INE
Fotografía de Gatopardo.

No son pocos los ciudadanos que esperan, como dijo el investigador Julio Ríos Figueroa, que la Corte “recupere su responsabilidad constitucional” en este “caso límite en el que se juega la naturaleza del régimen democrático. Si [la nueva ministra presidenta Norma Piña] tiene que elegir una batalla para los dos años que quedan del sexenio, yo creo que elegirá la batalla electoral”. Con él coincidió el ministro en retiro José Ramón Cossío en la parte de su discurso que dirigió a los jueces constitucionales: “Queremos decirles, teniendo frente a nuestros ojos el edificio en el que laboran, que confiamos en ustedes, en su talante democrático y en su capacidad para comprender la gravedad de las decisiones que tomarán para preservar la vida democrática del país. [...] Los ministros, estoy seguro, sabrán cumplir con el papel que la Constitución les impone. El resto es tarea de nosotros y solo de nosotros”.

Para los que se dieron cita en las plazas de todo el país, es posible que una de esas tareas democráticas sea plantarle cara al presidente en su cancha: la movilización en la calle.

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Si llenar el Zócalo es inusual, igual de atípicos son los propios manifestantes. Desde las 8:30 de la mañana los grupitos empiezan a reunirse en la avenida Juárez. Platican frente al Hemiciclo, algunos esperan afuera del Hilton y otros en Bellas Artes, entre vendedores de banderas rosas que repiten el lema “Mi voto no se toca”. El cantadito inconfundible de la vendimia callejera —¡Llévese la bandera, la bandera, la banderaaaaaa!— hace las veces de música de fondo para los saludos tempraneros y para quienes se forman en la fila más larga que ha atendido el Starbucks de Madero (una de las baristas nos contó que la sucursal rompió su récord de ventas). Muy cerca hay un Seven Eleven, más vacío, donde les preguntamos a las cajeras si no cerrarán pronto porque “ya viene la marcha” y los comercios del Centro Histórico suelen bajar la cortina y hasta proteger sus entradas con vallas metálicas.

—¡¿Cómo vamos a cerrar?! —responde una de ellas, riendo. Los gestos que hace con las manos, reprochándonos una obviedad, nos demuestran que para los dueños y los dependientes la multitud de hoy no representa una amenaza, sino una excelente oportunidad.

Aún más extraño es que los manifestantes aprovechen las horas previas a la marcha del INE para desayunar. Quienes vienen al Centro a manifestarse, aunque escribirlo parezca redundante, vienen a eso: a manifestarse, no a pagar doscientos pesos por un café lechero y unos huevos divorciados. Pero esta multitud, con sus playeras rosas, sus lentes de sol, sus gorras blancas y sombreros de paja, come y cotillea en el Sanborns de los Azulejos, en el Café El Popular, en el restaurante La Capilla —uno podría confundirlos fácilmente con paseantes dominicales—. Una fila de automóviles espera pacientemente en el carril de baja velocidad de la avenida Juárez. Vinieron al Centro en coche y buscan un estacionamiento privado —exorbitantemente caro— para guardarlo en lo que desayunan, primero, y protestan, después. Quizá por eso a la mayoría no le afectó que el gobierno capitalino cerrara las estaciones del metro más cercanas a la Plaza de la Constitución: Pino Suárez, Allende y el Zócalo.

No vemos una sola pinta ni un grafiti que deje escritas las consignas de la marcha del INE. Lo único ajeno a las paredes de Cinco de Mayo y a los puestos de revistas son los carteles con el rostro de Genaro García Luna, el encargado de la lucha contra el narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón que acaba de ser declarado culpable de cinco delitos por el jurado de una Corte en Nueva York. Además de su retrato, los carteles exponen el logotipo del PAN, la palabra “culpable” como título y la advertencia #CalderónSíSabía. Están frescos, recién pegados, pero no los pusieron quienes vinieron hoy; al contrario, algunos se empeñan en arrancarlos. La reportera Alma Paola Wong, de Milenio, entrevistó a un grupo de ellos: le dijeron que estaban desprendiéndolos porque no querían que los carteles desvirtuaran la marcha. De la fachada de las oficinas del Congreso local cuelga una enorme manta con la misma imagen y la leyenda #GarcíaLunaNoSeToca. Varios videos registraron cómo algunas personas jalonearon, desde los balcones del edificio, la manta de cuatro pisos de altura hasta que consiguieron rasgarla; cuando se rompió, la gente aplaudió y entonó el grito de “¡México!, ¡México!, ¡México!”. Otro video muestra el desenlace: un grupo de hombres se llevó un pedazo de la manta al otro extremo de la plancha del Zócalo para arrojarla detrás de la valla que rodea Palacio Nacional.

Por si nada de esto fuera suficientemente inusual, hay otro detalle que debió haber llamado la atención de todos: la exigua presencia de la policía. Los “no granaderos” acostumbran usar la calle de Palma, casi en la esquina con Madero, como base temporal; se concentran ahí, por decenas, antes de avanzar hacia los contingentes de manifestantes. Otro punto clave es la calle República de Guatemala, donde suelen formar una larga fila para entrar al espacio que se crea entre la Catedral y las altas vallas que la resguardan; por ese pasadizo pueden llegar hasta Palacio Nacional. Pero hoy la policía de la Ciudad de México no está en ninguno de esos lugares. En las redes sociales no hay reportes de personas encapsuladas. Tampoco se oyen gritos de alarma preguntándose si la policía arrojó gas lacrimógeno. Lo cierto es que era fácil anticipar que a quienes vinieron a la marcha del INE no les iban a rociar polvo extintor en la cara, que la policía no los iba a empujar con sus escudos ni a intimidar con sus formaciones. En la esquina de Palma hay, en cambio, una enorme pantalla con bocinas para que nadie se pierda los discursos. Nada anima tanto a quienes se manifiestan como escucharse unidos protestando y reconocerse en su propia imagen multitudinaria.

Fotografía de Daniel Becerril/REUTERS. Marcha del INE en Monterrey, México, 13 de noviembre de 2022.

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Las protestas normalmente se relacionan de manera tensa, conflictiva, con las instituciones. Pero esta vez la calle no se expresó con la potencia contestataria que le es habitual, sino en apoyo a una institución y en rechazo a una reforma que la debilita. Y lo hizo, además, respaldando a otra institución, la Suprema Corte. No deja de ser sorprendente escuchar a un Zócalo repleto, pintado de rosa, corear al unísono:

—¡Yo confío en la Corte!

Desde luego, entre los manifestantes era obvio, incluso explícito, el repudio contra López Obrador. Nadie puede negar que permeaba un ánimo decididamente antiobradorista. Pero es raro que no hubiera liderazgos en torno a los cuales se uniera la coalición que convocó a esta protesta, un repertorio variopinto de organizaciones como Sociedad Civil México, Unid@s, Frente Cívico Nacional y otras tantas de nombres genéricamente ciudadanos, además de las oposiciones partidistas que se presentaron, deliberadamente, con un perfil bajo. En ese sentido, lo más visible fue la unión en contra del presidente de la República.

La desventaja es que el antagonismo contra López Obrador y su reforma electoral no constituye un programa de gobierno, ni siquiera una visión compartida del país. En el contexto de esta batalla por el voto y la integridad electoral, la movilización tiene una agenda sustantiva, es decir: una exigencia contundente, principios muy valiosos que la sustentan y una ruta clara. El problema es el siguiente: no es lo mismo defender la democracia que crear un proyecto de oposición. Ahí está la cuadratura del círculo que se hizo evidente el domingo 26 de febrero. Aun si la agenda de esta concentración triunfa —es decir, si fracasa en la Corte el “plan B”—, es muy probable que los obradoristas ganen las próximas elecciones presidenciales democráticamente. En otras palabras, este movimiento puede terminar haciéndole un doble favor al oficialismo: primero, que las oposiciones gasten tiempo y energía no en fortalecerse, sino en apuntalar al árbitro electoral; segundo, sin el “plan B” y con las reglas actuales, sería menos cuestionable la victoria del siguiente candidato o candidata de Morena.

Pero eso no es todo: la crónica de una marcha debe ser, también, la crónica de sus ausencias. A casi nadie se le escapa que hay otro grupo —llamémosles progresistas— que tampoco está de acuerdo con el “plan B”. Aseguran que les importa la integridad de las elecciones, pero simplemente no están dispuestos a marchar, hombro a hombro, con los “conservadores del PAN” o los “corruptos del PRI”. Muchos votaron por López Obrador y están decepcionados de su gestión, pero eso no alcanza para lavarle la cara a los “gobiernos del pasado” ni para perdonar a sus partidos; en especial, temen que asistir a esta o a cualquier otra marcha del INE signifique avalarlos. Tampoco ayudan los desplantes de clasismo, racismo y de nula autocrítica que menudean en algunos círculos antiobradoristas. Este tipo de expresiones, que aprovechan algunos medios y comunicadores afines al presidente, representan un punto no negociable para muchos de esos progresistas que podrían sumarse a las movilizaciones en defensa del INE. Pero hay cosas con las que no están dispuestos a transigir. El reclamo democrático en México siempre ha tenido dos flancos: el de los procedimientos electorales confiables y el de la desigualdad socioeconómica. Mientras la defensa de lo primero no incorpore plenamente los agravios por lo segundo, habrá muchas personas desinteresadas en defender la democracia en estas marchas. Esa omisión termina por desmovilizarlas. A otros, incluidos los apartidistas, el balance de ventajas y desventajas les dio un resultado distinto.

—Me preocupa el INE —dice Alejandro mientras camina con su familia, alejándose del Zócalo cuando ya terminó la protesta—. Nomás imagínate, tengo 77 años... desde hace cuánto tiempo yo voto.

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