Tiempo de lectura: 7 minutosNo es la fila para votar, es una alfombra roja. Samuel García y Mariana Rodríguez caminan con el porte de quien lo merece todo; van despacio, bañándose en el sol regio que a las ocho de la mañana acalora a cualquiera, entre los flashes de fotógrafos y periodistas que se desviven por una declaración. “¿Qué esperan de la elección?”, “¿cómo se sienten?”, preguntas de cajón que no sirven de nada. Los votantes, los reporteros, los funcionarios de casilla, todos sudan, todos sufren porque el día está húmedo y es sofocante y porque ya son casi las nueve: hace una hora que la votación debió haber empezado. Hay urgencia porque, aunque se renuevan 15 gubernaturas a nivel federal, Nuevo León es la tercera economía más importante del país. Por eso, el presidente López Obrador, desde su conferencia mañanera, dijo que se iba a inmiscuir: “Claro que me voy a meter, no podemos ser cómplices del fraude”. Y esta región también genera expectativa porque Samuel García, el candidato de Movimiento Ciudadano (MC), tiene una propuesta central que es sacar a Nuevo León del pacto fiscal y, encima, es la viralidad hecha persona.
Hace seis años MC no existía en el panorama político del estado. Samuel compitió con ese partido en 2015 por una diputación local y aunque perdió, alcanzó a llegar al congreso local. Su bancada en esa legislatura sólo tenía tres diputados. Pero hoy la historia es distinta: en Nuevo León todos saben quién es Samuel García, qué es MC y todos saben que Mariana Rodríguez es influencer. Son la pareja que ocupa las páginas del Sierra Madre, el suplemento de sociales de El Norte, son realeza provinciana. El candidato a la gubernatura de Nuevo León y su esposa son inmunes a la incomodidad, llevan años siendo retratados, son estrellas de cine o portadas vivas de revista. Él, con una corbata negra y un traje del mismo color que le ciñe los bíceps; ella, con un saco color crema, entallado y de enormes botones dorados, y con pantalón naranja, como MC, que le hace juego con el cubrebocas. Los dos se toman de la cintura y se miran, convencen de que están enamorados. “¿Me podría tomar una foto contigo?”, les preguntan una y otra vez.
Si al principio cabía la duda de que los neoleoneses querrían a alguien como él, para el día de la elección sólo queda la certeza de que Samuel obsesiona. “¡Tú vas a llegar a ser presidente!”, le dice una señora mayor y le palpa el brazo con la mano y otra más se acerca a pedir que la retraten con el candidato. Parece imposible pasar de largo sin hablarle o fotografiarlo o subir algo a Instagram. Otro viejo le espeta un “¡Mucha suerte, Adrián!”, Mariana responde como resorte: “¡es Samuel!”, y el señor se lleva la mano derecha a su frente avergonzado, mientras los testigos sueltan la carcajada. ¿Cómo puede ser verdad que este imán de selfies vaya empatado con un político añejo como Adrián de la Garza? El golden boy de la política regia emociona mucho más que el político gris, al que le obsesiona la seguridad y proyecta el glamur de un ministerio público.
Adrián de la Garza, el candidato de la coalición PRI-PRD, también acudió a votar temprano a su casilla en el poniente de la ciudad, en la colonia Cumbres, alrededor de las diez de la mañana. Muy cerca de ahí gente armada asaltó a los ciudadanos que esperaban en las filas de otras casillas; les robaron carteras y celulares. No sería el único hecho violento de la jornada: el INE registro 6,040 incidentes en el país y se tuvo que suspender la votación en 115 casillas. Casi al cierre, también en el municipio de Monterrey pero en la colonia Nuevo Repueblo, se reportaría que dos personas armadas sacarían a punta de pistola a todos los funcionarios de casilla al mismo tiempo que romperían las urnas. En otra colonia, Pedregal la Silla, al sur de Monterrey, gente armada se robaría urnas de las casillas frente a la mirada temblorosa de un celular que registró los hechos.
Pero estas manifestaciones de inseguridad no alcanzaban para despertar algún sentimiento positivo por Adrián de la Garza, a pesar de que fue procurador de justicia en el peor momento de inseguridad del estado (2011-2015). En la memoria de la gente se ha quedado, en cambio, que ganó su segundo periodo como alcalde en el 2018, tras conseguir que se anulara una primera elección, así como su cercanía con el exgobernador Rodrigo Medina, acusado del desvío de más de 3 mil millones de pesos. Por eso buscaron que su campaña pareciera todo menos priista. Los colores de la bandera fueron reemplazados por el blanco y el negro, o con todo tipo de colores menos los de la marca PRI. Le quitaron el traje y lo vistieron con una camisa a cuadros arremangada; le colgaron un eslogan que busca suavizar su perfil profesional: “Todo va a estar bien”. Pero Adrián no levanta pasiones en el grueso de la gente, camina solo en la fila para votar como tantos políticos porque es uno más.
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La semana pasada se publicaron las últimas encuestas sobre la intención de voto para la gubernatura de Nuevo León. Las elaboradas por El Norte y ABCNoticias, ambos periódicos locales, marcaban una ventaja amplia para Samuel García; de entre siete y diez puntos respecto a Adrián de la Garza. En contraste, encuestas nacionales como la de El Financiero y el promedio de las de El País hablaban de un empate técnico con una ligera ventaja para Samuel. Nuevo León tuvo que enfrentar las urnas pensando que estos dos escenarios eran igualmente posibles, pero las urnas son alérgicas a las realidades alternas. Por la mañana de este lunes 7 de junio y con más del 50% de las actas computadas, Samuel García tiene 36.6% de los votos y Adrián de la Garza 28.2%, es decir, una diferencia de ocho puntos, tal y como señalaron las encuestas de los diarios regiomontanos. Esto se suma a la narrativa de un candidato que centró todas sus propuestas en enfrentar a “los poderes del centro” y en sacar a Nuevo León del pacto fiscal federal. La victoria de Samuel es también una victoria de un regionalismo que se ha fortalecido desde la llegada de AMLO a la presidencia. La tendencia de su triunfo, sin embargo, no permeó en el resto de las elecciones y, en muchos sentidos, su victoria es un déjà vu del contexto en el que Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como el Bronco, inició hace seis años su gobierno.
Nadie gana y nadie pierde
Para las ocho de la tarde, cuando empezó el conteo en todas las casillas del país, Nuevo León tenía tres gobernadores. En conferencias de prensa simultáneas, horas antes, Adrián de la Garza y Samuel García se habían declarado ganadores. El priista dijo que iba arriba con un margen de tres a cinco puntos, mientras que García declaró que su ventaja era de diez. Una hora más tarde el panista Fernando Larrazabal también se declaró ganador y señaló que su ventaja era de cuatro puntos, aunque ninguna encuesta en ningún momento de la campaña lo puso al frente de la contienda. Estas actitudes las vimos en todo el país, al grado de que el consejero del INE, Ciro Murayama, tuiteó: “Los votos no se han contado. Quienes en este momento se declaran ganadores son irresponsables”.
Pero hay algo de verdad en que todos ganaron o, mejor dicho, la tendencia al voto cruzado provoca que difícilmente se le dé todo a un solo partido. Aunque Samuel ganó por amplia ventaja de ocho puntos la gubernatura, con la mitad de las actas computadas, MC no se consolidó como fuerza política y eso provoca que si Samuel quiere gobernar, va a tener que negociar con “la vieja política”.
De entrada, MC no va ganando en ningún distrito en el congreso local. La alianza PRI-PRD lleva la delantera en 12 distritos, el PAN en 10 y la alianza encabezada por Morena en cuatro. Samuel, como lo trató de hacer el Bronco en su momento, tendrá que negociar con un legislativo en el que tiene pocos diputados y eso definitivamente es un saldo positivo frente a propuestas más viscerales como la de abandonar el pacto fiscal y que el estado recaude por sí mismo todos sus impuestos para no compartirlos con otras entidades o la idea de hacer una nueva constitución local.
En el área metropolitana, Luis Donaldo Colosio logró que el municipio de Monterrey se pintara de naranja, pero eso es todo. El resto de la ciudad será para el PAN y el PRI, a excepción de San Pedro, donde Miguel Treviño, alcalde independiente, consiguió la reelección con 60% de los votos y le ganó por treinta puntos al excéntrico panista Mauricio Fernández. La conformación política del área metropolitana es importante porque si Samuel quiere resolver problemas de desarrollo urbano, calidad del aire y movilidad –que son de competencia estatal– tendrá que lograr que los trece alcaldes negocien con él y hasta ahora sólo puede echar mano de Colosio.
Quizá sea la ciudadanía regiomontana quien tenga que plantearse con más calma qué ganó. Claro que el covid-19 jugó en contra creando largas filas para respetar la sana distancia y por el miedo latente de asistir y contagiarse; por esa razón u otras, se rompió una tendencia al alza de participación en Nuevo León: si en la elección a la gubernatura de 2009 la participación fue de 54.6%, y en 2015, de 58.9%, en ésta probablemente se quede en un 51%.
Pero aquí no hay novedad
Hace seis años la victoria del Bronco dislocó todo el panorama político local y nacional. Era la primera vez que podían competir las candidaturas independientes y el Bronco ganó esta gubernatura con más del 50% de los votos. Su celebración desbordaba la Macroplaza –el lugar donde la ciudad festeja sus triunfos, usualmente futbolísticos–, donde “¡fuera los partidos!” y “¡fuera Multimedios!” –la televisora local– eran las dos consignas que canalizaban el júbilo de una multitud que veía en este personaje el comienzo de otra cosa. Cuando entró, su aprobación, según El Norte, era de casi 70%; seis años después, la aprobación del gobernador es de menos del 30% y eso retrata la magnitud de la desilusión que causó.
Quizá por eso ayer los festejos fueron mesurados y las ganas de creer estaban contenidas. En un mensaje, pasadas las once de la noche, Samuel insistía en su ventaja de 10 puntos y denunciaba que no le habían prestado la Macroplaza para festejar. “El evento que tenía programado para hoy en la Macro se pospone porque el gobierno del estado no me la quiso prestar y yo no pienso celebrar fuera de la Macroplaza”, dice a la cámara y cita al público el día de hoy, 7 de junio, a las ocho de la noche.
La relación entre Samuel y el Bronco no es cordial pero, en general, el gobernador no se lleva bien con ningún otro actor político, al menos no públicamente, y quizás el hecho sólo abona al anecdotario que ha construido. En cualquier caso, veinte minutos después del video de Samuel, la Comisión Estatal Electoral en su sesión permanente confirmaba que el conteo rápido le daba una ventaja muy clara. Sin embargo, el resultado no fue suficiente como para que la gente por sí sola decidiera ir a la Macroplaza a festejar y a la medianoche el lugar estaba vacío. El contraste con lo ocurrido hace seis años es revelador.
La llegada de MC marca una alternancia más para Nuevo León, la cuarta en la historia del estado, pero al mismo tiempo consolida un Congreso que en los últimos veinte años ha estado controlado por el PRI y el PAN, incluso en la legislatura pasada, cuando Morena ganó 11 de los 26 distritos. Aunque las campañas novedosas sirvan para colocar al frente del gobierno de Nuevo León a personajes cada vez más estridentes, la agenda pública sigue en manos de los partidos que supuestamente llevan ya dos elecciones siendo castigados por el electorado.
Pasadas estas elecciones, la música que suene en la vida política de Nuevo León no serán los jingles de campaña, sino un clásico de los Cadetes de Linares: “Pero aquí no hay novedad. No, no te preocupes por mí. Aquí todo sigue igual, como cuando estabas tú”.