Tiempo de lectura: 5 minutosKaren Marañón es una médica de 26 años. Quiere especializarse en infectología y es residente del primer año de medicina interna en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, que desde marzo se convirtió en un hospital Covid. Su historia es un microcosmos de lo que le ha tocado enfrentar a todo el sistema de salud con la aparición de una epidemia para la que nadie estaba preparado. Para ella, el cambio tiene incluso una fecha: el 29 de abril, una de las peores guardias de las que tiene memoria, cuando en menos de 12 horas tenían que atender a 25 pacientes. La pesadilla apenas comenzaba. “Ha sido un cambio muy grande”, dice. “Esto nos ha afectado de manera personal y profesional”.
Alex Espinosa es un médico de 37 años que trabaja en el Hospital de Especialidades La Raza. Está por terminar la especialidad en neumología, la rama de la medicina que justamente trata a pacientes con problemas de los pulmones. También le tocó experimentar el surgimiento y la segunda ola, algo que cambiará para siempre la práctica médica, sobre todo en su especialidad.
Ketzal Gutierrez, de 30 años, es oftalmólogo, pero hizo su solicitud en agosto para trabajar en una unidad privada creada especialmente para atender la emergencia. Unos días después de enviarla ya estaba contratado, lo que indicaba las enormes necesidades de la emergencia sanitaria que se han recrudecido en enero de 2021, con la Ciudad de México en semáforo rojo por segunda vez ante el aumento de contagios y muertes. A pesar de que su especialidad no tiene que ver directamente con la enfermedad, es un firme creyente de la responsabilidad de todos los médicos en estos momentos tan críticos.
Miles de jóvenes médicos como ellos se enfrentan a una dura prueba generacional como tener que verificar su vocación profesional como cuidadores y sanadores, soportar el impacto personal de ver tantas muertes en un periodo de tiempo tan corto, descubrir los límites de un sistema de salud y, finalmente, mirar la responsabilidad individual en esta tragedia. A todos ellos les queda el sentimiento de que han sido testigos de un acontecimiento único en la historia, y que las personas que han logrado salvar gente son héroes de carne y hueso, con proyectos de vida, familia y un infinito agradecimiento por su trabajo.
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Durante esta segunda ola de contagios, Karen Marañón ha visto que no sólo la capacidad hospitalaria ha sido rebasada, sino también la personal. Ve a sus compañeros, cansados y deprimidos. Todo el mundo alrededor está fastidiado. La semana pasada tuvo 20 pacientes graves y, debido a ese gran número, sentía que no alcanzaba el tiempo para darles la atención médica que necesitaban.
Le pregunto qué es lo más difícil a lo que se ha enfrentado. “¿Lo más difícil?”, dice, “acostumbrarse a las muertes. Durante mi última guardia fallecieron cuatro pacientes. Nunca me había pasado eso; y verlos cuando llegan, los miras la primera vez y sabes que no van a poder sobrevivir”.
Consciente del impacto que tiene en los médicos enfrentar todos los días a la Covid, las autoridades de Nutrición han establecido reglas simples para que ellos puedan tener áreas libres de Covid, a donde se distienden un rato, comen y conversan con los compañeros y se olvidan por un momento de la doble presión de los pacientes y de un posible contagio personal. “Otros hospitales no tienen esas medidas. No te dan tiempo de sanar”, dice.
A veces es imposible separar lo profesional de lo personal. “He tenido compañeros que tienen a sus padres en terapia intensiva. La pandemia es difícil para todo el mundo”, pero para el personal de salud, Marañón piensa, esto adquiere una dimensión especial.
Le ha tocado también enfrentar a pacientes que llegan en un estado completo de negación. “Ayer me tocó un paciente que se quitaba el oxígeno y tuve que hablar con él. Pero no hizo caso. Se quitó el oxígeno y falleció”. Pero lo que más le indigna es que la gente allá afuera no entienda la magnitud de lo que está sucediendo y siguen actuando como si no se fueran a contagiar.
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Al principio, la pandemia agarró al neumólogo Alex Espinosa y al resto del personal de La Raza sin equipo de protección personal, algo que se fue resolviendo con los meses. Los médicos padecieron las incomodidades del uniforme de protección, la pesada rutina de ponerlo y quitarlo y tenían mucha aprehensión sobre un posible contagio, y eso les robaba el sueño. También la pandemia los obligó a desarrollar habilidades nuevas, como un proceso de intubación más rápido.
Espinosa piensa que la falta de experiencia en el tratamiento de la Covid era muy estresante. Eso y la falta de información. “Al principio no había muchos artículos o hallazgos que uno pudiera consultar”, dice. Pero ahora se siente más seguro, pues muchas de las prácticas que entonces eran intuitivas, han probado su éxito y se han convertido en rutina.
“Somos una generación que ha visto una cantidad desproporcionada de defunciones”, dice. “Es muy difícil mantenerte indiferente frente a la muerte de los pacientes. Uno no puede evitar el trasfondo humano, aunque sepas que es mejor mantener un poco de distancia”.
Al preguntarle cómo la Covid ha afectado su formación profesional, responde que por ahora ha sido difícil concentrarse en las otras enfermedades de los pulmones, y eso seguramente va a dejar una huella en su formación.
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El relato de Ketzal Gutierrez, el oftalmólogo, es más distante, menos emocional que el de sus compañeros. Y a diferencia de lo que reportan los jóvenes médicos de instituciones públicas, donde pesa una burocracia excesiva, su historia llama la atención por la alta estima que tiene del hospital Covid donde trabaja, que no existía hace un año. Está muy bien organizado y puede trabajar con un equipo multidisciplinario que atiende los distintos padecimientos. Y aunque él viene de una disciplina distinta, su experiencia para coordinar equipos ha resultado de valor práctico. Gutiérrez, como los demás, piensa que se trata de un momento histórico, de algo cuya dimensión no hemos acabado de comprender, que será más clara luego de que pase el tiempo, y en unos años él pueda decir: «yo estuve allí». Esto lo hace sentir orgulloso: ser parte de los médicos que le pusieron la cara a la pandemia. “Nos gana la vocación”, dijo.
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A Karen Marañón ya le dio Covid y, debido a la inmunidad que provoca, ve que su riesgo ha disminuido. Piensa que es asombroso que exista ya una vacuna y ha visto cómo ha mejorado la perspectiva de sus compañeros que la han recibido. Ellos se sienten más protegidos y eso les disminuye la amenaza del contagio, una nube negra que los ha acompañado en los últimos meses. Pero la experiencia misma de la vacunación ha sido complicada. Karen tiene compañeros que acudieron al Colegio Militar para recibir la vacuna de parte del ejército, pero estuvieron encerrados por más de ocho horas en el autobús que los llevó.
Alex Espinosa ya recibió la primera dosis de Pfizer pero eso no lo hace sentir totalmente confiado. Lo que le da seguridad es seguir haciendo lo que ha funcionado bien. Dice que es muy metódico con los hábitos para evitar el contagio. Ha visto a su familia muy poco. La rutina es tediosa y a veces agotadora. Pero se siente bien de estar en primera fila, participando de algo histórico.
Ketzal Gutiérrez también tuvo Covid hace unas dos semanas. Sintió miedo por él y su familia. Se fue de la casa para pasar la enfermedad con su novia. Después de todo, ellos habían mantenido una relación cercana y lo más seguro era que ella habría tenido Covid sin síntomas.
Al día siguiente de nuestra conversación, me mandó un mensaje por Whatsapp que decía: “Algo que no te dije que noto mucho en la gente es una especie de negación. Inician con síntomas y no quieren aceptar que puede ser Covid, se esperan y contagian a otras personas (desgraciadamente a su propia familia) y siguen esperando y esperando… buscan atención hasta que se ponen más graves. Creo que si algo nos ha enseñado esta enfermedad es que entre más pronto te trates, mejor”.
Y yo agregaría otra cosa sobre la Covid: nos ha enseñado la entrega de los jóvenes médicos y su adaptación a unas circunstancias extraordinarias.
Les estamos muy agradecidos.