Marxismo en la Costa Este
Perfil de Michael Denning, crítico del capitalismo en los Estados Unidos.
Resulta difícil imaginar que en el corazón de una institución añeja de la costa este de los Estados Unidos, como lo es la Universidad de Yale, existan frentes académicos y activistas que interroguen directamente a la ideología conservadora norteamericana. Sería natural asumir que el Departamento de Estudios Americanos de esta universidad Ivy League tendría como eje al pensamiento político federalista de Hamilton y Madison o al estudio de las artes decorativas en dicho país, sin embargo, un espíritu distinto recorre a esta facultad.
Hace quince años un profesor de esta universidad, Michael Denning, declaró al inicio de una conferencia sobre democracia que le parecía irónico que una institución como Yale patrocinara dicho proyecto, pues la escuela carecía de un ethos democrático. La conferencia llevaba por nombre Ni capitalista ni americana: La Democracia como un movimiento social, y explicaba el origen y uso histórico de la democracia como concepto.
A diferencia de otros profesores de estudios americanos en Estados Unidos, Denning los investiga y enseña con un enfoque marxista y culturalista. El académico fue alumno de Stuart Hall —influyente teórico cultural y sociólogo de origen jamaiquino— cuando estudió su maestría en Birmingham en el Reino Unido y estudió con Fredric Jameson —teórico político marxista y crítico literario— en Yale, donde cursó su doctorado. Actualmente, codirige la Iniciativa sobre la Fuerza de Trabajo y Cultura en esta universidad, en la cual también ha apoyado la aún infructuosa formación de un sindicato de estudiantes de posgrado.
El Capital de Marx no ha perdido vigencia a pesar de haber sido leído y estudiado sin tregua desde que se publicóen 1867. De hecho, muchos académicos afirman que su relectura es más pertinente y necesaria que nunca. Denning es una de las voces ideales para la reinterpretación actual del marxismo y los estudios culturales en el siglo XXI en América — es decir, de todo el continente, como él y sus colegas entienden este concepto geográfico.
Noise Uprising, el libro más reciente de Denning, trata sobre los sonidos de las revoluciones y luchas descolonizadoras en el siglo XX. Fue publicado en 2015 por Verso Books, la editorial radical más grande de habla inglesa, en la que publican “vacas sagradas” de la intelectualidad global contemporánea como Jacques Rancière, Slavoj Žižek, Judith Butler y Giorgio Agamben, por mencionar algunos.
Denning, sin embargo, no es esta clase de intelectual. Si recibe un correo electrónico, lo responderá él mismo; en menos de una semana, te pedirá que le llames por su nombre —Michael— y te agradecerá que hayas ido a New Haven para conversar con él. Cuando presentó Noise Uprising, el 4 de septiembre de 2015en el colectivo Interference Archives en Brooklyn, abandonó el espacio hasta que cada uno de los asistentes que deseaban conversar con él lo hubiesen hecho, mientras tomaba un par de cervezas con la audiencia. La presentación comenzó a las siete y media de la noche y terminó pasadas las diez; después se fue caminando hacia la estación del metro con prisa y devolviendo la sonrisa a extraños.
La oficina de Denning se encuentra en la calle York en New Haven, Connecticut, a la mitad de un pasillo ancho con puertas de madera a diestra y siniestra, en el que se forman corrientes de aire cada vez que alguien abre una de ellas. El sonido de los pasos al caminar rebota de pared a pared cuando está vacío. Un mesa larga y ancha, de madera oscura, le sirve de escritorio y, como era de esperarse, centenares de libros merodean por todos lados. Denning trabaja en un nuevo proyecto editorial, un libro sobre la fuerza de trabajo, pues le parece intrigante que esté más desarrollada la teoría marxista del capital que la teoría marxista de la fuerza de trabajo. En ocasiones anteriores ha abordado el problema de la cultura, de la pertinencia de los estudios culturales en el s. XXI y de la globalización como proceso histórico y material.
“A mí me interesa mucho el consumo de la potencia de la fuerza de trabajo, que ocurre durante la jornada laboral y el como uno piensa acerca de ésta y de los procesos que se dan en ella”, afirma en una conversación con Gatopardo sobre los elementos de la teoría de El Capital que ocupan su actual reflexión. ¿Qué significa entonces la fuerza de trabajo en este contexto? “Una manera de pensarlo —dice— es que la fuerza del trabajo, desde una perspectiva marxista, es siempre el otro lado del capital. De hecho, el capital no es más que fuerza de trabajo muerta y distorsionada que se ha acumulado de una forma particular. Desde el punto de vista de la fuerza de trabajo, la jornada laboral es el día en el que la energía de la fuerza de trabajo se consume, y el resto del tiempo de la vida diaria, es el tiempo en el que esta energía, la potencia, se produce”.
De manera pausada y con la mirada fija en algún libro sobre la pared, continúa: “Entonces, hay que revertir los modelos de los estudios culturales y la sociología, acerca de cuál es la esfera de la producción y cuál es la del consumo de esta potencia”. Cuando explica sus pensamientos, hace parecer que las cosas son muy sencillas. Quizá sea una característica que comparten aquellos profesores que logran marcar de alguna manera la vida de sus alumnos.
Después, habla sobre las influencias que han nutrido su trabajo, entre las que destaca el marxismo autónomo italiano y el feminismo de la socióloga alemana Maria Mies, cuyo libro, Patriarcado y acumulación en la escala global, recomienda ampliamente. Cuando termina de hablar, sonríe tímidamente y espera la próxima pregunta. ¿Qué tal fue el tiempo que pasó en la Universidad de Columbia?, le pregunto. Menea la cabeza y frunce el seño con negación, no le encantó vivir en la Gran Manzana.
Se ha terminado la entrevista, nos invita a almorzar en la universidad. Mientras tanto, comenta sobre la vida en New Haven, de su hijo y de su pareja, Hazel Carby —profesora de estudios africano-americanos en Yale—, de lo terrible que es fungir como panel de admisión cada año y tener que elegir sólo a siete u ocho estudiantes de los más de doscientos que aplican anualmente al programa de doctorado y de las pocas plazas que se han abierto en la universidad para nuevos profesores. Le digo lo mucho que me gustó la frase con la que empieza su ensayo Vida sin sueldo (Wageless life) y lo cito: “Bajo el capitalismo, la única cosa peor que ser explotado, es no serlo”, sonríe otra vez, traviesamente, mientras bebe tranquilo su cerveza.
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