Nicolás Alvarado y el (mal) periodismo que discrimina
Los argumentos clasistas y prejuiciosos de Nicolás Alvarado desembocaron en una polémica que acabó en su renuncia a la dirección de TV UNAM.
La libertad de expresión tiene límites establecidos por la ética, la legalidad, el respeto y los valores del periodismo (u oficios afines). Nicolás Alvarado tenía el derecho de decir lo que quisiera, como persona. Pero como periodista, comunicador profesional y funcionario público tenía también el deber de comportarse de forma ética, plural, respetuosa. La aceptación de su renuncia en TV UNAM ha levantado polémica y puede parecer incluso excesiva. Sin embargo, su responsabilidad sobre un hecho reprochable es innegable.
El texto “No me gusta Juanga (lo que le viene guango)” de Alvarado es muestra del mal periodismo de opinión que abunda en México. Porque una columna fija en un periódico de circulación nacional es una actividad periodística y quien la escribe no puede renegar de su condición como periodista. Basta recordar algunos de los valores fundamentales del “mejor oficio del mundo” para darnos cuenta de las fallas: El periodismo es investigación, fundamentación, imparcialidad, contextualización, honestidad, responsabilidad social…
La columna de Nicolás Alvarado comienza poniéndolo a él en el centro. El texto es un recuento de su domingo importunado por la muerte de Juan Gabriel. El occiso no es lo importante, ni la trascendencia de su obra. El centro de dicha columna es el autor de tal escrito. Incluso el periodismo de opinión, siempre subjetivo y basado en puntos de vista, debe tener en cuenta que es una actividad social y no un diario privado. En palabras de la cronista argentina Leila Guerriero, el periodista debe aspirar a “Desaparecer completamente”, como la canción de Radiohead.
El remate de la columna contra Juanga es aún más criticable. Nicolás Alvarado se declara abiertamente clasista y fundamenta su disgusto diciendo que Juan Gabriel usaba lentejuelas “nacas”, una histeria “elemental” y una sintaxis “iletrada”. Paupérrima fundamentación para uno de los comunicadores con mayor proyección e influencia en el periodismo cultural mexicano.
Tal remate lleva claramente sarcasmo e ironía. Un chascarrillo. Por supuesto que el humor es un recurso válido de cualquier escritura y del periodismo de opinión. Sin embargo basta ir al diccionario para saber que el sarcasmo y la ironía no son los mejores recursos periodísticos: Son burlas hirientes. El periodismo no puede ser hiriente porque cumple una función social informativa, reflexiva y crítica. Al burlarse hirientemente de Juan Gabriel, Nicolás Alvarado se burló hirientemente de parte de sus propios lectores. Lo que tendría que ser un texto al servicio de la sociedad, se convirtió en una expresión intimista de sus gustos personales.
¿Y acaso no es válido exponer gustos personales? A veces. Si vienen al caso y son pertinentes. En este caso parece más un arrebato de desafortunada honestidad. Un juicio de valor basado únicamente en el gusto personal y el prejuicio implícito de que la llamada “alta cultura” es mejor que la cultura popular. Hay espacio para todo y ese tipo de expresiones pudo haber encontrado mejor lugar en otra parte: un diario personal, un blog ultra subjetivo, una plática con amigos. No en una columna periodística dentro de un diario de amplia circulación. (De paso hay que reflexionar también sobre el papel de los editores contemporáneos ante los textos de los comunicadores más famosos… ¿El editor no detectó la posible polémica? ¿Acaso alguien leyó el texto antes de publicarlo? ¿El autor no recibió aunque sea una observación crítica sobre su columna? ¿Los editores sí lo leyeron y así decidieron “jugársela”?).
El Conapred ha sido criticado por emitir una recomendación para que Nicolás Alvarado tome un curso de sensibilización. Yo no puedo más que estar de acuerdo con tal consejo e incluso me atrevo a hacerlo extensivo a todos los periodistas que minimizan el problema.
El Conapred, de la mano de Periodistas de a pie, publicó hace unos años un libro completamente pertinente: “Escrito sin Discriminación”. Se trata de un manual para escribir sin discriminación. Yo mismo lo he usado como base para dictar algunos cursos de la Fundación Manuel Buendía. El principio es muy básico: El buen periodismo no puede permitirse discriminar porque debe ser plural, con pruebas, fundamentado, ético y responsable. La discriminación llega cuando uno escribe desde el prejuicio, el argumento falaz, la generalización y las ganas de herir. Es algo que va mucho más allá de decir “personas con discapacidad” en vez de “minusválido”. El uso de términos “polite” es lo de menos cuando el prejuicio supera la ética periodística. Nicolás Alvarado fue víctima de sus propios prejuicios.
Habrá quien quiera eximirlo de culpa diciendo que él no es un periodista o que en las columnas de opinión se vale todo. Yo no puedo más que disentir de esa opinión. Los espacios donde Alvarado se ha desempeñado son evidentemente periodísticos: Canal 22, Foro TV, TV UNAM, Milenio. La función social de sus espacios es evidentemente la del periodismo cultural: analizar, criticar, divulgar y reflexionar sobre la cultura. El periodismo de opinión es, sobre todo y antes de todo, periodismo.
No me parece que sea una cuestión de violación a su libertad de expresión, ni una persecución de la policía de las buenas costumbres. Creo que es sobre todo un asunto de ética profesional. Como todo dilema ético es una reflexión desde la razón y la voluntad. Si Nicolás Alvarado decidió renunciar como parte de tal reflexión ética, la decisión me parece razonable. Sería preocupante si se comprobara que “lo renunciaron” mediante presiones oscuras. Eso sí sería censura y limitación. El periodismo más que un oficio, es una ética. Ojalá esté caso sirva de lección para recordarlo.
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