Nicolás Sirgado, el cubano que pasó 10 años infiltrado en la CIA
Esta es la historia de Nicolás Sirgado, quien pasó diez años de su vida infiltrado en la CIA para reportarle al gobierno de Fidel Castro las intenciones de su más poderoso enemigo: los Estados Unidos de América.
El vuelo CU-455 de la aerolínea Cubana de Aviación despegó de Georgetown, Guyana, el 6 de octubre de 1976 a las 10:57 de la mañana, hora local. Su recorrido incluiría paradas en las islas de Trinidad y Tobago, Barbados, Jamaica y Cuba, en ese orden. El avión, un Douglas DC-8, cumplió con sus dos primeras escalas. En el aeropuerto de Seawell, Barbados, abordaron 73 personas: 48 pasajeros y 25 miembros de la tripulación. La aeronave despegó a las 13:15 p.m. de Bridgetown y cuando estaba a 18,000 pies de altura y había recorrido 28 millas, algo explotó en uno de sus baños traseros. Tras ocho minutos de vuelo, el avión ardía en llamas.
—¡Seawell, Cubana 455!
—Cubana 455, Seawell.
—¡Tenemos una explosión a bordo! ¡Estamos descendiendo rápidamente! ¡Tenemos fuego a bordo!
—¿Cubana 455, regresan a este campo?
— ¡Estamos solicitando reaterrizaje de inmediato, de inmediato!
— Cubana 455, autorizado.
—Recibido.
— ¡Cierren la puerta! ¡Cierren la puerta!
— Cubana 455, tenemos la emergencia total lista y en espera.
— ¡Eso es peor! ¡Pégate al agua, Felo, pégate al agua!
La desesperada comunicación entre el CU-455 y la torre de control del aeropuerto de Seawell pudo escucharse tiempo después, al rescatarse del fondo del Océano Atlántico la caja negra del avión. Mientras el copiloto Miguel Espinosa hablaba con los controladores aéreos, el capitán Wilfredo Pérez —Felo— logró mantener el control de la nave y dio un giro brusco para regresar a tierra. Pero cinco minutos después de la primera explosión, a las 13:27 p.m., detonó otra, una segunda carga de dinamita explosiva C-4 que provocó que la aeronave, envuelta en llamas y humo, cayera violentamente, cancelando cualquier esfuerzo de acercarse al aeropuerto. Los pilotos decidieron apuntar hacia el Atlántico, para evitar así a los turistas que se encontraban en las playas cercanas, pero apenas lo lograron. El avión se estrelló contra el mar a ocho kilómetros del aeropuerto de Seawell y a sólo 600 metros de la costa barbadense.
CONTINUAR LEYENDO“Siento que no me queda mucho tiempo de vida”, cuenta el periódico Granma que Miguel Espinosa le había confesado a su familia antes de tomar ese vuelo. Ese mismo año, 1976, el copiloto había estado al borde de la muerte al menos dos veces más. La primera, cuando trasladaba de México a La Habana a Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende, y detectaron que en uno de los equipajes en el avión había una bomba que no detonó. Y la segunda, en Kingston, Jamaica, cuando comandaba un avión de Cubana de Aviación que viajaría hacia Cuba y que, mientras esperaban en la pista la señal de despegue, presentó una falla técnica que lo retrasó. Durante esa espera, sin nadie a bordo, explotó un artefacto en la zona de equipaje. Sin embargo, la tercera vez, en el vuelo CU-455, no tuvo la misma suerte. Y eso que Espinosa no estaba registrado como parte del equipo que tomaría aquel vuelo, fue la indisposición de un miembro de la tripulación prevista lo que lo llevó a sustituirlo como copiloto.
Ninguna de las 73 personas que iban en el CU-455 sobrevivió al acto terrorista. Eran cincuenta y siete cubanos —entre ellos el equipo nacional juvenil de esgrima que regresaba del Campeonato Centroamericano y del Caribe, donde obtuvieron todas las medallas de oro; once guyaneses, la mayoría jóvenes estudiantes que comenzarían la carrera de medicina en Cuba; y cinco coreanos del norte, todos funcionarios del gobierno de Kim Il-sung.
Días después del suceso, un pescador barbadense notó en el mar algo que le llamó la atención, según publicó el periódico Juventud Rebelde. El hombre se sumergió en el agua, lo tomó en sus manos y subió a la superficie. Era un video casete con la grabación del viaje de uno de los esgrimistas cubanos. El muchacho aparecía con su traje y careta blanca empuñando una espada, moviéndose con destreza sobre el encerado, derrotando a sus rivales. Aparecía también con su medalla dorada al pecho, enrollado en una bandera cubana, saludando al público y celebrando con una sonrisa amplia en el rostro, junto a sus entrenadores y compañeros de equipo. Imágenes de Caracas en la noche, en la tarde, en la mañana. La voz temerosa del muchacho confesándole a la cámara su miedo a volar, mientras esperaba sentado en un salón durante la escala del CU-455 en Trinidad y Tobago, diciéndose a sí mismo para la posterioridad: “¡Ya estamos casi llegando a Cuba! ¡Qué suerte, me quedan unas horitas para llegar!”.
***
El 15 de octubre de 1976, Fidel Castro, quien en ese momento era el Primer ministro de Cuba y Primer secretario del Partido Comunista, subió al estrado de la Plaza de la Revolución para dirigirse a más de un millón de personas que se reunieron en el funeral de las víctimas del atentado. De los 73 cubanos muertos, sólo se logró recuperar los restos de ocho. Estas víctimas, según el Granma, forman parte de los 3, 478 cubanos asesinados en actos de terrorismo contra la isla durante las últimas seis décadas.
Nueve días después de lo sucedido en Barbados se supo que las dos bombas habían sido colocadas en el avión por dos ciudadanos venezolanos que subieron en la primera escala en Trinidad y Tobago. Tras llegar a Barbados, estos individuos, identificados como Freddy Lugo y Hernán Ricardo, tomaron otro avión de vuelta hacia Trinidad. Ya habían cumplido con la tarea encomendada por una organización anticastrista del exilio cubano vinculada a la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). Lugo y Ricardo fueron arrestados en Trinidad.
En uno de sus discursos históricos más recordados, Fidel Castro dijo: “Sólo tres días después del criminal sabotaje de Barbados, fue interceptado un mensaje enviado por la CIA a un agente suyo en La Habana. Dicho mensaje, trasmitido desde el centro principal de la CIA en Langley, Virginia, dice textualmente, entre otras cosas: ¿Cuál es la reacción oficial y particular sobre ataques de bombas contra oficinas cubanas en el extranjero? ¿Qué van a hacer para evitarlas y prevenirlas? ¿De quién se sospecha como responsables? ¿Habrá represalias?”. Y luego añadió: “Esperamos que el Gobierno de Estados Unidos no se atreva a negar la veracidad de estas instrucciones de la oficina central de la CIA y otras muchas que en flagrantes actos de espionaje ha cursado a la misma persona. Poseemos la clave, las cifras y todas las pruebas de la autenticidad de estas comunicaciones. En este caso concreto, el supuesto agente reclutado por la CIA, desde el primer instante y durante 10 años, ha mantenido al Gobierno de Cuba detalladamente informado de todos sus contactos con la misma, los equipos y las instrucciones recibidas”.
Unos aplausos atronadores hicieron retumbar por varios minutos la explanada de la Plaza de la Revolución. Las más de un millón de personas que escuchaban a Castro en el lugar y los que lo hacían por radio y televisión, se preguntaron quién era ese espía cubano que acababa de volverse un héroe nacional.
***
“Tenía un don muy grande para las mentiras, eso es fundamental para ese trabajo. Era un mentiroso natural. Podía decirte que tú eras rubio de ojos azules y hacer que salieras convencido de eso”, así recuerda Nicolás Alberto Sirgado Llanez, 63 años, a su padre ,Nicolás Sirgado Ros, el agente secreto que Fidel Castro mencionó en su discurso.
Nicolás Sirgado Ros nació el 10 de septiembre de 1935 en La Habana. Cuando era empleado de una sucursal del banco The Trust Company of Cuba en 1957, tuvo a Nicolás Alberto, el primero de sus cuatro hijos. En 1959, Sirgado, quién repartió en La Habana propaganda de apoyo a las fuerzas del movimiento rebelde de Fidel Castro durante su lucha por más de tres años para derrocar al gobierno de Fulgencio Batista, dejó su viejo trabajo y pasó a laborar en las oficinas del Ministerio de obras públicas. Lo había decidido como una manera de contribuir al proyecto de país que surgía con la revolución de los barbudos, que habían tomado el poder después de levantarse en armas en la Sierra Maestra. A fines de 1960, The Trust Company of Cuba desapareció de la isla, como todas las empresas estadounidenses que fueron nacionalizadas por el nuevo gobierno.
El ministro de obras públicas en 1959 era el ingeniero Manuel Ray, un hombre que como Sirgado había dejado The Trust Company of Cuba atrás. A pesar de ser una persona en la que el nuevo gobierno confió para empujar la revolución desde la construcción de infraestructura, no comulgaba del todo con lo que estaba sucediendo en el país, especialmente con el rasgo comunista de las políticas implementadas. Pero Ray había luchado contra Batista y fue el fundador del Movimiento de Resistencia Cívica (MRC), una organización que realizó de 1957 a 1959 disímiles atentados y sabotajes en las principales ciudades del país. De ahí que Fidel Castro confiara en él y le confiriera el puesto de ministro de obras públicas.
Cuando el primer año de la revolución llegaba a su fin, 12 de los 29 ministros del gabinete habían sido sustituidos. En ese momento, Manuel Ray tomó la decisión de salir del clóset y no ocultar más su desencanto con el rumbo que estaba tomando el país. Primero renunció a su cargo de ministro y luego se lanzó a la oposición, donde fundó otro movimiento similar al que había conformado en los tiempos de Batista. Esta vez lo denominó Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), y aunque llegó a tener miembros por toda la isla, no corrió con la misma suerte de su organización anterior y tuvo que exiliarse en 1969, ante el acecho del gobierno de Castro. Meses después, en abril de 1961, fue uno de los organizadores de la frustrada invasión a Cuba en la Bahía de Cochinos, un ataque aéreo y marítimo que armaron exiliados anticastristas que entrenaron a sus tropas en Miami y Centroamérica.
Para potenciar la labor del Ministerio de obras públicas en 1959, Manuel Ray había hecho equipo con un grupo de jóvenes de confianza que fungieron como una especie de asesores ministeriales, los colocó en cargos que él había ocupado con anterioridad. Uno de ellos era Nicolás Sirgado, quien en sus primeros meses de trabajo fue contactado por los órganos de inteligencia de la Seguridad del Estado, que nació en marzo de 1959 a propuesta de Fidel Castro y bajo la dirección del comandante Ramiro Valdés. Nicolás Sirgado aceptó la propuesta del órgano de inteligencia cubana y se volvió uno de los primeros agentes secretos de la era Castro.
Su interés en reclutar a Nicolás Sirgado revela las sospechas que el nuevo gobierno tenía de Manuel Ray, quien sería una de las figuras clave detrás del auge de organizaciones anticastristas que intentaban derrocar al gobierno que emergía. Nicolás Sirgado era el hombre perfecto para acercarse a Ray, pues no solo laboraban bajo el mismo techo, sino que eran amigos.
Tiempo después, en 1978, Sirgado reconoció en un tabloide especial publicado en la isla bajo el título de “CIA: Cuba acusa”, que su misión, además de estar presente e intervenir en la vida de Manuel Ray para informar sobre sus planes contra el gobierno de Fidel Castro, también fue convertirse en una persona de interés para la CIA. “Desde los primeros años de la revolución me vinculé al trabajo de los órganos de la seguridad del estado. En aquella etapa, como consecuencia de la actividad encomendada, me relacioné con organizaciones contrarrevolucionarias y con elementos de la contrarrevolución que hoy se encuentran fuera del país. Se necesitaba conocer qué haría el enemigo, pero no solo las organizaciones contrarrevolucionarias que podrían ser las ejecutoras, sino también desde dentro de la CIA, que es el centro de dirección principal del bien llamado trabajo sucio. Y hacia ese objetivo se dirigió nuestra misión desde fines de 1962. El contacto se logra en 1966, hay, como se puede apreciar, cuatro años de trabajo previo, paciente, de preparación. Esto me permitió tener un cierto afianzamiento dentro de los grupos contrarrevolucionarios en el país. No obstante, tenía una fachada bastante buena como revolucionario para caminar al filo de la navaja”.
Ante los anticastristas, Sirgado fingía ser una persona que estaba en contra del gobierno, aunque desde la sombra, sin decirlo en voz alta. Su performance le garantizaba a la Seguridad del Estado tener ojos y oídos al interior de las organizaciones opositoras, y al mismo tiempo lo convertía en una apetitosa carnada para la CIA, el corazón del asunto. “El interés de la seguridad del estado no era que él fuera un contrarrevolucionario abiertamente a los ojos de la CIA, porque esos ya los había y estaban alzados con armas en las lomas intrincadas, sino que pudiera pasar por una persona que desde dentro de la Revolución tuviera ideas contrarias a ella sin que se conocieran, para así poder llegar a la inteligencia americana”, dice Nicolás Alberto, su hijo mayor.
La construcción de su personaje le tomó varios años, hasta que un día se produjo la coartada perfecta. Tras el exilio de Manuel Ray, una vez que se conocieron sus planes, Fidel Castro ubicó al frente del Ministerio de obras públicas a un hombre de su entera confianza, Osmani Cienfuegos, quien formó parte de la lucha contra Batista y fue el encargado de reformar lo que en 1963 pasó a llamarse Ministerio de la construcción. Su brazo derecho fue precisamente Nicolás Sirgado, uno de los pocos trabajadores que quedó de los tiempos del ministro Ray. Su posición, cercana a la cúpula del gobierno a pesar de, supuestamente, no comulgar con él, hacia de Nicolás Sirgado un pez demasiado atractivo como para que no le lanzaran un anzuelo.
***
Sirgado viajó a Londres en 1966, al frente de una delegación del Ministerio de la construcción que tenía previstas unas negociaciones gubernamentales, según el tabloide “CIA: Cuba acusa”. Estando en su habitación sonó el teléfono. Del otro lado de la línea estaba el representante de una empresa con la cual Cuba tenía negocios. El hombre le propuso encontrarse en su hotel para abordar algunos problemas que estaban complicando las negociaciones. El encuentro no estaba pactado en el cronograma que llevaba Sirgado desde Cuba, no obstante, aceptó acudir. Al llegar a la habitación donde lo citaron, Sirgado descubrió que no era el único convocado. Ahí estaba también Harold Benson, quien se identificó como coronel de la CIA. Sirgado y los agentes sostuvieron una larga conversación donde Benson le propuso, sin tapujos, que trabajara para ellos y como recompensa le ofreció una cuenta en el Chase Manhattan Bank de New York, donde comenzaría a recibir dólares a su nombre. Además le ofrecieron a cambio de su sí, que tras un periodo prudente de trabajo, podría tener la oportunidad de residir en Estados Unidos. Después de varios años de espera, el momento había llegado. La CIA mordió el anzuelo y Nicolás Sirgado se introdujo en ella.
Para el tabloide, Sirgado habló de esos primeros contactos con la CIA. “A esa primera entrevista en Londres siguieron algunas más. Además de indicarme los intereses de inteligencia que como trabajo pretendían que realizara para ellos, las entrevistas fueron utilizadas para entrenarme en distintos aspectos y materias propias de la labor de espionaje”.
La relación entre la CIA y Nicolás Sirgado se prolongó por 10 años. A partir de ese instante, el espía cubano fue entrenado para robar información de su gobierno y transmitirla a la agencia. Información que comenzó a ser moneda de cambio para los Castro, quienes le facilitaban a Sirgado lo que ellos querían que sus enemigos supieran, algo que fuera lo suficientemente interesante para que la CIA se mantuviera contenta con el trabajo de su hombre en la isla. Durante esos diez años, la inteligencia cubana mantuvo a Sirgado en puestos importantes del gobierno o al menos en cargos que implicaban un frecuente intercambio con los líderes políticos del país. Estaba claro que Sirgado era un diamante para la inteligencia cubana: desinformaba a la CIA, conocía de primera mano cómo funcionaba la agencia y les contaba sus planes para derrocar al gobierno en Cuba.
Ninguno de sus viajes al extranjero, que ocurrían con bastante frecuencia, fueron de placer, más bien eran una angustia. Engañar a la CIA no era fácil y en casi todos ellos tuvo encuentros secretos o con Harold Benson o con algún otro agente. En cada salida de la isla, a Sirgado le aplicaban distintas medidas para poner a prueba su fidelidad. Tres veces tuvo que pasar por el detector de mentiras, las habitaciones de hoteles donde se hospedaba eran registradas en su ausencia y agentes encubiertos lo seguían a donde fuera. Amén de que tenía que pasar horas y horas encerrado en habitaciones donde lo entrenaban para, a su regreso a Cuba, poder cumplir con las misiones encomendadas.
Entre otras muchas técnicas para operar en la isla, le enseñaron el método de la escritura secreta, que se realiza sobre un papel blanco químicamente tratado para esconder un mensaje que solo se revela al aplicarle cierta sustancia. Le explicaron cómo funciona el micropunto, una técnica de espionaje fotográfico mediante la cual una fotografía puede reducirse al tamaño del punto de una i para enviarla en el cuerpo de una carta, postal o cualquier otro soporte para su posterior revelación. Recibió también entrenamiento en radio-recepción para recibir indicaciones a través de un radio de varias bandas y alta frecuencia que le entregaron. Le dieron las claves para descifrar mensajes transmitidos subrepticiamente en algún programa radial convenido y para que Sirgado supiera que el mensaje era verídico, después de éste vendría siempre la canción “Siempre en mi corazón”, de Ernesto Lecuona. En cambio, si después del mensaje colocaban la marcha “Pompas y circunstancias”, de Amadeo López y Edward Elgar, significaba que el mensaje era un despiste.
En el texto “CIA: Cuba acusa”, Nicolás Sirgado dice sobre su trabajo encubierto: “Ellos no me dieron garantías a mí, ni creo que puedan dárselas a nadie. Ellos me entrenaron en ciertas medidas de seguridad con la finalidad de preservarme, pero fuera de eso, no existe garantía alguna”.
***
María Antonieta Hendrickson, 80 años, fue la segunda esposa de Nicolás Sirgado. Del agente secreto recuerda: “era un hombre serio, una persona muy medida, bajito de estatura, pero tenía una gran personalidad, un gran atractivo para las mujeres, un gran sentido del humor, era muy observador y no hablaba mucho a no ser que estuviera con sus amigos, bailaba muy bien, cantaba bonito, era inteligente y buen padre”.
María Antonieta conoció a Nicolás Sirgado en 1971. Él ya estaba infiltrado en la CIA y su vida no era para nada común, por lo que, por decisión de sus oficiales superiores, tuvo que confesarle a su esposa su verdadero trabajo. “No fue una conversación que se desarrolló una sola vez. Fue un proceso paulatino, de exploración, de saber hasta qué punto yo era una persona en la que se podía confiar, porque era imposible que me mantuvieran en tinieblas”, rememora Hendrickson.
Según María Antonieta, a la fachada de Sirgado le venía como anillo al dedo que “tuviera una pareja y que se fueran los fines de semana de paseo y que estuvieran saliendo constantemente”. Pues esos supuestos viajes dentro del país podían ser aprovechados por la inteligencia cubana para entrenar a Sirgado para contrarrestar los métodos de chequeo que la CIA le tenía montados. María Antonieta recuerda que en esos viajes se hacían simulacros de persecuciones, donde Sirgado tenía que lograr deshacerse de su “cola”, como llamaban al supuesto enemigo. Además, ensayaban dónde descargar la correspondencia secreta y cómo comprobar si alguien había entrado en su habitación en su ausencia, entre otras muchas cuestiones.
A diferencia de estos viajes dentro de la isla, los que eran al extranjero le producían serios dolores de a María Antonieta. “No sabía si iba a regresar o no. No tenía comunicación con él. Los oficiales eran los que me llamaban y me decían de vernos en tal lugar, y yo entraba en un estado de ansiedad tremendo porque no sabía qué me iban a decir. Habíamos hecho una familia y me daba temor que viajara porque pensaba que lo podían matar o que lo podían desaparecer y que no me iba a enterar. Por otro lado, sentía el orgullo de saber que él estaba haciendo un trabajo importante para el país”.
Del matrimonio con María Antonieta Hendrickson, nació el tercer hijo de Nicolás Sirgado, quien ya tenía dos con su primera esposa. Hendrikson también tenía un hijo de una relación anterior, un muchacho que perdió a su padre y que Sirgado terminó asumiendo como hijo y otorgándole su apellido. Alberto Sirgado, 57 años, dice sobre el hombre que lo vio crecer y al que quiere como padre: “él es como Sean Connery, el James Bond cubano”.
Nicolás Alberto, hijo del primer matrimonio de Nicolás Sirgado, recuerda: “Con mi hermano Miguel Ángel íbamos casi todos los fines de semana al mausoleo del Cacahual. Años después me enteré que allí le depositaban las claves para que luego pudiera descifrar los mensajes que le emitían por radio. Nosotros nos poníamos a jugar, pensábamos que él nos llevaba a ver la tumba de Antonio Maceo, cuando en realidad iba a trabajar en lo suyo”.
***
“Tenía una cara tan dura que se paraba delante del espejo y se hacía trampa él mismo”, dice Ofelia Suárez Valdés, 58 años, tercera esposa de Nicolás Sirgado, con quien vivió la última etapa de su vida.
Un año antes de que ambos se conocieran, Sirgado dejó su vida como miembro del MININT, al que había pasado tras dejar su trabajo como agente secreto, después del atentado del avión en Barbados y la posterior confesión de Fidel Castro sobre el trabajo que hacía. No fue una decisión fácil la de jubilarse, mucho menos para irse a una empresa de ómnibus, pero fue inevitable: toda su generación del MININT fue cuestionada por la alta dirigencia del país al explotar el caso más connotado de corrupción política y tráfico de drogas en la historia reciente de Cuba, el caso del general de división Arnaldo Ochoa. Motivo por el cual el gobierno tomó la decisión de sacar de sus puestos a centenares de oficiales. No fue el caso de Sirgado, pero ante semejante descalificación masiva, decidió pasar a la vida civil.
“Me enteré de la historia de Nicolás ya viviendo juntos. No sabía los detalles de su vida. Me fui enterando poco a poco de quién era, pero no porque él me dijera, sino por cabos que fui atando”, dice Ofelia, a quien Sirgado le llevaba 28 años y con quien tuvo su cuarto hijo. “Nicolás terminó una etapa de su vida y comenzó otra. Fue capaz de cerrar un capítulo y hacer otra vida en la que caí yo. Con 56 años creó una familia nueva, sin olvidarse de la otra», asevera Suárez Valdés.
De las pocas cosas que conservó Sirgado de la vida anterior, quedó una caja con fotos y algunos documentos. Adentro hay varios carnets de identidad, cada uno con información distinta, aunque en la foto aparece siempre la misma persona.
Anabel Alepuz es hija de un matrimonio anterior de Ofelia, pero también pasó a ser una hija querida para Sirgado. La primera vez que salió de Cuba fue a España y una de las primeras cosas que se dispuso hacer, fue sentarse frente a la computadora —en pleno 2010 Cuba era un país sin acceso a internet —para buscar quién era realmente su segundo padre. No encontró mucho, pero en un video de 1978, donde se veía un Nicolás Sirgado joven, lo escuchó contar la historia de sus 10 años como agente secreto.
De ese viaje, Anabel tuvo que regresar con prisa: Nicolás comenzó a presentar problemas intestinales. Tres años después, en 2013, tras someterse a varios tratamientos y operaciones, murió. El gobierno cubano no se preocupó por su salud durante su convalecencia y antes de fallecer, él dejó solo dos indicaciones. Una, que no quería que el gobierno le celebrara ningún acto de despedida o que autoridad alguna acudiera a su velorio, al que solo podrían asistir su familia y sus amistades más cercanas. Y dos, que lo velaran en casa, entre rones, música y alegría.
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