La voz de Efraín García ya no se quiebra cuando le preguntan qué sintió al ver colapsado su departamento, y el edificio vuelto polvo. Preguntas como: “¿Dónde está viviendo ahora?” tienen una respuesta difícil de soltar. “Psicológicamente ya lo superé”, afirma este hombre de 65 años. Sin embargo, a tres años del sismo de septiembre de 2017, no ha recuperado su casa y sigue vistiendo ajeno, la ropa que le donan. En plena pandemia de la Covid-19, y a pesar de ser un hombre con diabetes, fue desalojado del albergue del gobierno de la Ciudad de México donde vivió por casi tres años. En el aniversario de la tragedia, el rumbo de su vida sigue incierto.
Ahora está sentado en una banca de madera frente al edificio 1C del Multifamiliar de Tlalpan, al sur de la ciudad, el que fuera su hogar por 27 años. Las paredes de los inmuebles son tan blancas que deslumbran a esta hora, las 11 de la mañana. Pocas personas caminan por las áreas comunes del complejo habitacional; algunos jóvenes, todavía en pijama, pasean a sus perros. Todo transcurre en calma. Mientras, Efraín batalla para acomodarse el cubrebocas verde que usa, que no sólo esconde las piezas que faltan en su dentadura, sino también su barba cana.
En silencio levanta la vista y observa donde estuvo el departamento en el que crecieron sus hijos. Ahora hay un inmueble que le es extraño. Su hogar ya no está. Él tampoco.
Fue por las noticias que se enteró del sismo de 7.1 grados que azotó la Ciudad de México en punto de las 13:14 horas, un martes 19 de septiembre. Ese día, cuenta Efraín, se encontraba en el municipio de Nicolás Romero, Estado de México, a donde había ido a visitar a su pareja sentimental. Recuerda que no sintieron el cimbrar de la Tierra y en la televisión vio imágenes de lo que había sucedido: edificios que colapsaron, personas con crisis nerviosas, hombres y mujeres que se lanzaban a los escombros en busca de personas con vida. El puño arriba que urgía silencio. “Era como una película, yo no podía creer que eso fuera de verdad”, dice.
Por su mente nunca pasó que su hogar hubiera colapsado, pensaba que era una construcción fuerte. “Los edificios estaban macizos, tenían sus buenos castillos”, dice, así que, a sugerencia de su pareja, se quedó un día más en Nicolás Romero. “Dijeron en la tele que no había luz en muchos lados y que mejor no saliéramos para que no estorbáramos a las ambulancias que andaban ayudando”. En la ciudad cundía la incertidumbre, el miedo y el caos. Cientos de personas caminaban por las calles y avenidas en busca de opciones para volver a sus casas. Padres de familia corrían a los colegios de sus hijos: polvo, vidrios rotos y llanto los acompañaron en su camino. No había señal para comunicarse por celular, las personas que buscaban a sus seres queridos lo hacían desde teléfonos fijos y, ante la espera, contenían el aliento.
En todo ese tiempo, Efraín nunca supo lo que había sucedido en su edificio.
En silencio levanta la vista y observa donde estuvo el departamento en el que crecieron sus hijos. Ahora hay un inmueble que le es extraño. Su hogar ya no está.
El miércoles 20 de septiembre, hacia las 7:00, mientras los capitalinos veían a su alrededor la devastación que el sismo había dejado y las autoridades locales comenzaban a informar sobre el número de personas que habían muerto, el hombre tomó el taxi en el que trabajaba y emprendió el viaje de vuelta a la Ciudad de México. Nunca imaginó lo que encontraría. “Fue muy impresionante: todo el edificio se había colapsado. No había nada. Mis vecinos lloraban, me acuerdo de que estaban todos sucios, con un montón de tierra encima porque se aventaron a buscar a sus familiares, sus cosas… algo tenían que rescatar”, comparte.
De los 40 departamentos de 38 metros cuadrados que comprendían el edificio 1C, no quedaba nada. Los cinco pisos colapsaron durante el movimiento telúrico. Nueve personas, entre ellas, cuatro menores de edad, no pudieron salir a tiempo y murieron aquella tarde de martes.
Francia Gutiérrez, damnificada de este inmueble y miembro del colectivo Damnificados Unidos, detalla que ocho eran vecinos y vecinas de este edificio y el noveno era un trabajador que estaba en la azotea cambiando tinacos.
Los hermanos Julián y Ximena, de 11 y 6 años, respectivamente, se fundieron en un abrazo eterno mientras la Tierra se movía. Luego de una búsqueda que se prolongó por más de siete horas, así los hallaron la mañana del miércoles 20.
Efraín no lo podía creer: su casa ya no estaba.
Se soltó a llorar.
Compartía departamento con uno de sus hijos, la esposa de éste y dos nietas, sin embargo, después del sismo poco supo del hijo. Una de las últimas noticias que tuvo fue que, tras el temblor, regresó inmediatamente al Multifamiliar para buscar a su esposa y a sus hijas. Las pequeñas estaban en el colegio, pero su esposa, que al momento del sismo estaba en el departamento —ubicado en el cuarto piso del inmueble—, había quedado atrapada entre los escombros. Después de que la rescataran con vida, se fueron a vivir con los papás de la mujer. Para Efraín no hubo espacio. Se quedó sin casa y sin familia.
“Estuvo bien difícil. Hasta supe que un vecino que vivía a dos departamentos del de nosotros se aventó con su hija por la ventana. Todavía ahí andaba, estuvo bien, pero apenas murió. Me dijeron que le dio cáncer. Al menos a él sí le tocó ver que le reconstruyeran su casa”.
Cientos de personas caminaban por las calles para volver a casa. Padres de familia corrían a los colegios de sus hijos: polvo, vidrios rotos y llanto los acompañaron en su camino.
El 8 de febrero de 2020, dos años y cinco meses después del sismo, el gobierno de la Ciudad de México entregó la rehabilitación de nueve de los diez edificios que conforman el Multifamiliar de Tlalpan, incluido el 1C, que fue reconstruido. Esta acción significó que 420 familias pudieron volver a sus hogares. No fue el caso de Efraín.
“Lo primero que pensé es que esa sensación que tenía se debía multiplicar por miles; sentía, sí, orgullo de que esta lucha tuviera sus primeros frutos, que se materializara en ladrillos la justicia, pero me era evidente que faltaban y siguen faltando muchas familias, cercanas y lejanas, por recuperar su patrimonio. Era un sentimiento encontrado de no poder compartir esa alegría”, comenta Francia quien, aunque ya recuperó su departamento en el cuarto piso del edificio 1C —justo en el mismo piso donde vivía Efraín—, sigue en pie de lucha. “Nuestro movimiento terminará cuando la última familia del colectivo regrese a casa: ése es nuestro compromiso”
Sólo con la ropa que llevaba puesta —un pantalón de mezclilla, una camiseta y una chamarra, sus únicas pertenencias—, Efraín aceptó irse a dormir a una primaria cercana al Multifamiliar que habían acondicionado como albergue temporal. “Esa noche no dormí nada. Estuve pensando en que me había quedado sin casa… no me caía el veinte. ¿Qué iba a hacer? En ese entonces, yo ni siquiera sabía si el gobierno nos iba a apoyar”.
Con los 3 400 pesos de pensión que recibe y algunos pesos más que logra sacar de su trabajo como taxista, Efraín afronta día a día la nueva realidad que le trajo el sismo del 19S.
Con los 3 400 pesos de pensión que recibe y algunos pesos más que logra sacar de su trabajo como taxista, Efraín afronta día a día la nueva realidad que le trajo el sismo del 19S.
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Antes de convertirse en un albergue para personas en situación de calle, Hogar CDMX era un hotel de la colonia Buenavista que usaban para trata de personas. Dada la situación del inmueble, el gobierno de la Ciudad de México pidió la extinción de dominio, con lo que los dueños del edificio perdieron todos los derechos y éste pasó a ser propiedad del gobierno local. Una vez que tomaron posesión jurídica del edificio, se puso en marcha un programa de reinserción social. En las 49 habitaciones se alojó a mujeres y hombres para apoyarlos a dejar las calles y reinsertarlos en la sociedad. En tanto esto se lograba, vivían en esta residencia, donde pagaban una renta simbólica de 300 pesos al mes, que cubría tres comidas al día, servicio médico y actividades lúdicas para ellos y sus hijos.
Este espacio tuvo que convertirse en un albergue para los damnificados del 19S y Efraín García fue uno de los 54 que llegaron allí después del terremoto.
Tuvieron que pasar dos años para que se conociera el impacto real del sismo: 24 mil familias damnificadas, de acuerdo con la Comisión para la Reconstrucción, Recuperación y Transformación de la Ciudad de México; a tres años del terremoto, apenas han vuelto a sus hogares unas 5 000 familias y 10 000 lo harán al término del 2020. Sin embargo, César Cravioto, que está a cargo de dicha comisión, confirma que la totalidad de los damnificados volverá a sus hogares hasta el 2022. “A mí cuando me hablan de tres años yo digo sí, llevamos tres años del sismo, pero llevamos un año y nueve meses de esta administración en donde ya regresaron más de 5 000 familias. La pasada administración, en un año y tres meses, no entregó ninguna vivienda”, defiende en entrevista telefónica.
La idea inicial era que Efraín pasara algunos días en Hogar CDMX, pero se convirtieron en dos años y diez meses, antes de que lo corrieran de ahí.
“Estaba llenísimo; habían ocupado todos los cuartos y a mí me dieron uno que primero compartía con otro señor, en una litera. Conforme fueron encontrando a dónde irse, la casa hogar se fue desocupando y yo me quedé solo en mi cuarto. Nos llevaron donaciones de ropa porque de los escombros no se recuperó nada. A mi me daba pena agarrar cosas, si no fuera por unas señoras que vivían ahí que me decían: ‘ora, don Efraín, agarre una chamarra, un pantalón’ y pues con mucha pena sí fui agarrando, porque nunca en mi vida me había puesto ropa así, ni la de mis hijos”, recuerda mientras mete sus manos en los bolsillos de la chamarra roja con azul que viste el día que nos encontramos. “Esta todavía es de las donaciones, salió muy buena”, dice.
«Esa noche no dormí nada. Estuve pensando en que me había quedado sin casa… no me caía el veinte. ¿Qué iba a hacer?», cuenta Efraín.
Hogar CDMX se ubica a espaldas del viejo Circo Unión de los Hermanos Gasca en “¡Buenavista, Buenavista, Buenavistaaaa!”, como se promocionaba hace años en la televisión. Si bien goza de una ubicación privilegiada, pues a una cuadra hay estaciones de metro y metrobús, en sus alrededores hay muchas personas en situación de calle y por las noches, cuando la zona se vacía, se ejerce el trabajo sexual y es cotidiano que se denuncien atracos.
Resuelto el lugar donde viviría provisionalmente, Efraín tuvo que enfrentar un nuevo problema: toda su familia le dio la espalda. Sus hijos no quisieron apoyarlo. Uno de ellos le “compró” el taxi que trabajaba a fin de que tuviera algún dinero con el que apoyarse, pero a tres años de ese “trato”, Efraín no ha recibido ni siquiera 50% del pago acordado. Además, su hermana (la dueña legal del departamento) volvió y se hizo cargo de todos los trámites, incluso del cobro de apoyo de renta que dio el gobierno y que ella no necesitaba, porque no fue realmente damnificada. Ella tiene otra casa, y dejó a su hermano en la calle. Días después del sismo, el gobierno capitalino impulsó un apoyo para el pago de renta a damnificados por el terremoto. Mensualmente los apoyó con 3 000 pesos para que pudieran pagar el alquiler de algún espacio.
En el sentido estricto, el departamento donde vivía Efraín ya fue reconstruido y entregado a su hermana, entonces él no tiene derecho a este apoyo, que subió a 4 000 pesos y que hasta la fecha otorga el gobierno a unas 7 000 familias. Como él, 12 familias más que habitaban en el edificio 1C, pero que rentaban, quedaron en la incertidumbre. Al final, aunque no eran dueños legales de las propiedades, se convirtieron en damnificados. Fue con el apoyo del colectivo Damnificados Unidos que se logró que estos inquilinos fueran contemplados por las autoridades para los apoyos. A la fecha se desconoce cuántas familias que rentaban inmuebles en la ciudad fueron afectadas durante el 19S.
Poco más de un año después del terremoto, en noviembre de 2018, el Instituto de Vivienda de la Ciudad de México (Invi) les notificó que les darían un crédito a los inquilinos damnificados para acceder a una vivienda. La de Efraín se construye en la alcaldía Álvaro Obregón. “Paseo de los Olmos, se llama la calle, arriba de Barranca del Muerto. Yo no he ido, pero eso dicen los demás”.
Después de hacerle un estudio socioeconómico, Efraín deberá pagar entre 600 y 700 pesos mensuales por su nuevo hogar. Según los planes, su nueva casa estaría lista en diciembre de 2019, luego en marzo de 2020; sin embargo, a tres años del sismo no se la han entregado y hay total incertidumbre de cuándo será. “Nunca pensé que iba a durar tanto tiempo sin casa”, dice.
“Nos dieron una tarjeta para estar depositando y nos dijeron que, para cuando nos entregaran el departamento, debería de haber un promedio de 8 000 pesos. Yo, la mera verdad, nada más he depositado 700 pesos, porque con esto del virus está muy difícil”, revela.
“A mí cuando me hablan de tres años yo digo sí, llevamos tres años del sismo, pero llevamos un año y nueve meses de esta administración en donde ya regresaron más de 5 000 familias y al final del año serán más de 10 000. La pasada administración, en un año y tres meses, no entregó ninguna vivienda”.
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Después de más de tres décadas de trabajo, Lucero Fernández y su esposo sólo buscaban tranquilidad y tiempo para ellos. “Dijeron que aguantaba un sismo de 9 grados y no aguantó ni el de 7”, reprocha la mujer de 67 años que, al igual que su esposo, dedicó su vida a la docencia. Hace cinco años —y a meses de jubilarse—, decidieron invertir y comprarse un departamento en Calzada de Tlalpan 550, en la colonia Moderna. Pagaron 1 154 000 pesos. Eran cuatro torres recién construidas, de 16 pisos cada una. Ellos vivían en la torre C y uno de sus hijos, médico de profesión, en la torre A. “Estaba bien comunicado y además ahí estaba mi hijo para que, cuando fuéramos más viejos, nos echara un ojito. Por eso compramos ahí”.
Pero desde la noche del 19 de septiembre de 2017 nadie volvió a dormir en ese complejo habitacional. Lucero, su esposo y su hijo continúan damnificados.
Las torres, aunque no colapsaron, quedaron inhabitables. Incluso, recuerda la mujer, los vecinos y las autoridades de Protección Civil tenían miedo de que aquéllas pudieran colapsar por el daño que sufrieron durante el sismo. Días después del terremoto, las familias pudieron pasar para sacar ropa y documentos importantes.
“Hay una demanda en la Fiscalía de Benito Juárez. Ya pronto tendremos la primera audiencia, pero el constructor está amparado”, detalla Lucero.
En enero de 2019 comenzó la rehabilitación del complejo en el que vivían 390 familias. Sin embargo, la constructora incumplió los plazos y desde octubre de 2019 no hay ningún tipo de intervención. “Es pura parafernalia, un fraude y un engaño”, suelta cuando se le pregunta sobre los avances. Los 4 000 pesos que reciben de apoyo de renta en poco ayudan para cubrir los 11 000 pesos que deben pagar por el alquiler de un departamento en el que viven temporalmente desde hace dos años y medio.
Aquel 19 de septiembre, recuerda, ella no estaba en su casa porque había ido al domicilio de uno de sus hijos, en el sur, para apoyarlo e ir a recoger a sus nietas del colegio. Luego del terremoto, ante la imposibilidad de desplazarse con todos los sistemas de transporte detenidos, ella y su esposo tomaron la decisión de esperar un par de días antes de volver a casa y verificar el estado de los edificios. “De inmediato pensé que se habían caído las torres”, confiesa. “Mi hijo me dijo ‘mira mamá, lo que haya pasado, tú considera que solamente es una cuestión material, no quiero que te vayas a enfermar’”.
“Dijeron que aguantaba un sismo de 9 grados y no aguantó ni el de 7”, dice Lucero, de 67 años, quien invirtió su dinero en dos departamentos que quedaron inhabitables.
Sus nietas seguían en el colegio, así que su nuera salió corriendo para buscarlas. Las pequeñas, detalla, estudiaban muy cerca del Colegio Enrique Rébsamen, que colapsó durante el sismo cobrando la vida de 26 personas; 19 de ellas, niños. “Mi hijo que es médico fue a ayudar al Rébsamen porque un amigo de él tenía a sus hijos ahí”, dice y se le quiebra la voz. Al otro lado de la bocina telefónica escucho que Lucero llora, apenas le sale un hilo de voz y se disculpa. Cuenta que “la niña se salvó, pero el niño no” y su voz se ahoga de nueva cuenta en el silencio.
“Era la viva imagen de la devastación”.
Dos días después, luego de no haberse podido comunicar con ningún vecino para saber del estado del edificio, su hijo tomó su auto y llevó a sus padres a Tlalpan 550.
“Estábamos por Villa Coapa y agarramos Calzada del Hueso; ahí vimos puros edificios dañados. Cuando llegamos a Galerías Coapa, dañadísimo, dimos vuelta por Miramontes y los edificios que están entre Calzada del Hueso y la Alameda del Sur también dañados. Atrás, uno derrumbado, con muertos. Ahí me fui dando cuenta de la magnitud de lo que había pasado”.
A tres años de distancia, Lucero dice que lo que vivió no es una desgracia porque conservaron la vida, pero sí perdió el patrimonio que tenían para su vejez. “Para los jóvenes hay tiempo y se rehacen, pero para nosotros no es tan fácil”, lamenta.
Hartos de no ver respuestas por parte de la autoridad local, el 11 de septiembre de 2020 los vecinos del complejo familiar se organizaron para protestar sobre Calzada de Tlalpan. Y la respuesta gubernamental fue enviar a la fuerza pública. “No nos dejaron ni bajar de la banqueta. Fue una represión brutal: nosotros éramos menos de 100 y ellos eran como 200. Así nos tratan mientras seguimos prácticamente en la calle”, acusó.
En enero de 2019 comenzó la rehabilitación del complejo en el que vivían 390 familias. Sin embargo, la constructora incumplió los plazos y desde octubre de 2019 no hay ningún tipo de intervención.
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Luego de dos avisos, en plena crisis sanitaria, el 3 de julio a Efraín García le notificaron que no podría seguir viviendo en el albergue, que debía desalojar el cuarto que se le había asignado después del terremoto. Nuevamente se quedaba en la calle.
“El señor Carlos Fajardo (encargado de Hogar CDMX) me dijo que ya había cambiado el sistema y que ahora el refugio era de puras mujeres y que yo ya no podría estar ahí por ser hombre. Yo le dije, sinceramente: ‘No vengo de la calle, yo vine aquí porque el gobierno me trajo y porque se cayó mi departamento donde vivía, por eso estoy aquí’”, dice.
Luego de hacer una pausa, Efraín agrega que el último día que estuvo en el albergue ni siquiera lo dejaron pasar. Le dieron algunos minutos para que recogiera las pocas pertenencias que tenía y se retirara: una caja con ropa y zapatos donados, y una bolsa con su cepillo de dientes, un jabón y una botella de champú fue lo único que se llevó.
Durante los casi tres años en los que vivió en este espacio no tuvo problemas, sin embargo, acusó, con la nueva administración los amagos para sacarlo del albergue fueron constantes. “[El encargado del albergue] hace cosas ahí y yo no sé si el gobierno sabe lo que está pasando”, señaló. La opción que le dieron fue que acudiera a otro albergue: el de Coruña. Este espacio, ubicado en las inmediaciones del metro Viaducto, es un refugio para hombres de la calle, a quienes les ofrecen comida caliente, un espacio para bañarse y dormir. Así como hay inquilinos residentes que básicamente viven ahí, otros acuden de vez en cuando.
Sin embargo, ésta no fue una opción viable para Efraín quien, sabiéndose diabético, no quiso arriesgarse; en comparación con Hogar CDMX, aquí no hay habitaciones individuales, sino un espacio donde mantienen hacinados a los hombres sin hogar. “La mera verdad, les dije que no por la enfermedad que tengo, que es la diabetes, y así como está ahorita lo de la pandemia no me animé porque ahí están todos juntos. Para qué me ando arriesgando”.
“Para los jóvenes hay tiempo y se rehacen, pero para nosotros no es tan fácil”, lamenta Lucero, una damnificada.
Sin otra opción, Efraín aceptó irse a vivir a la casa de su pareja, en el municipio de Nicolás Romero, Estado de México, lo que, sin duda, lamenta, ha deteriorado su calidad de vida. Todos los días debe levantarse a las 3:30 de la madrugada para emprender el viaje a la ciudad a las 4:00. El hijo de su pareja compró un taxi y Efraín lo maneja. Si se encuentra algún pasaje, lo toma; de lo contrario se dirige directamente a la Central Camionera de Taxqueña, donde hace base y labora hasta las 16:00 o 17:00, antes de volver al Estado de México, un trayecto que puede tomarle hasta dos horas y media. “Al menos no tengo que dormir en la calle”, se consuela.
Efraín está inquieto. El sol le pega directamente en el rostro. Veo que sus lentes se empañan. Continuamos la charla en la banca de madera mientras contestamos a todos los que pasan a nuestro lado y nos lanzan un “buenos días”. Continúa.
“Dice uno de mis hijos que para qué les pido dinero si con la pensión me debería alcanzar: me dice que con 100 pesos diarios debo vivir. Yo le digo ‘nomás que estuviera sentado’. Siempre que les digo que me depositen algo de dinero, dicen que no tienen; luego, cuando sí, me depositan 100 pesos: ¿usted cree que con 100 pesos voy a poder vivir?”, cuenta este hombre de 65 años con resignación.
A pesar de todo por lo que ha pasado, aún tiene esperanza de volver a tener un hogar propio en el que pueda estar tranquilo sin dar molestias a nadie.
Batallando con un cubrebocas que se le baja a cada momento, Efraín García levanta la vista y observa de nueva cuenta los edificios del Multifamiliar, tal como se los entregaron a sus vecinos. Suspira.
Antes de levantarse para subir de nueva cuenta al taxi y continuar su jornada laboral, sentencia: “Hay que vivir lo mejor que se pueda. Lo que pasó, ya pasó. Hay que seguir adelante y ojalá me den mi casa, porque el trayecto ha sido largo”.
A pesar de todo por lo que ha pasado, Efraín aún tiene esperanza de volver a tener un hogar propio en el que pueda estar tranquilo sin dar molestias a nadie.