José María de Tavira se está tomando las cosas con calma. Tras grabar varias películas y un par de series de televisión, ha decidido tomarse un tiempo para descansar, viajar, tocar el piano y repensar su carrera. Cansado de los papeles de “galán”, está a la paciente espera de historias y personajes que le permitan llevar su carrera de actor a nuevos territorios y satisfacer, no las expectativas de otros, sino las propias. El teatro que lo vio crecer continúa llamándolo a volver, quizá ya no como actor, sino a montar un proyecto completamente suyo, que le dé la libertad de dar rienda a inquietudes artísticas, propias y heredadas. Desde un café de la colonia Juárez, con su característico look desenfadado, con shorts, playera y el cabello alborotado, habla con Gatopardo de su infancia, su adolescencia y su carrera, además de lo que verdaderamente le interesa en la vida.
AGR› ¿Cómo fue estudiar en el extranjero, alejado del prestigio de tus apellidos? ¿Cuáles son tus mejores recuerdos como estudiante?
JMT› Estudié en Londres, en The Royal Holloway, entre el 2002 y el 2005. Mis estudios fueron muy académicos, como si hubiera estudiado teatro en la Facultad de Filosofía y Letras. No estudié actuación, sólo tome algunos cursos como parte de mi formación. En la universidad teníamos mucha libertad para desarrollar proyectos personales, así que participé en bastantes puestas en escena, como actor, director, técnico, chalán o lo que fuera, durante esos tres años. Era una escuela muy cosmopolita y trabajé con gente de todo el mundo. El colegio está en un castillo victoriano, estilo Harry Potter, y en el sótano había una antigua caldera. Para ese espacio alguien donó un piso de danza precioso, que requería de una temperatura particular y había costado muchísimo dinero, así que los estudiantes de teatro no teníamos acceso a él. En uno de los proyectos que recuerdo con más cariño logramos con mucho trabajo que nos lo prestaran, y me tocó inaugurarlo dirigiendo Woyzeck de Georg Büchner. Éramos unos chamacos, y yo les decía a mis compañeros que si tan sólo pudiéramos lograr provocar en algún momento, en un espectador, sólo en uno, algo que lo abrumara, entonces todo había valido la pena. En esos años yo no paraba, estaba absolutamente convencido de que yo podía hacer y deshacer todo lo que quisiera. También dirigí una colección de obras cortas de Harold Pinter, y una puesta dramática de poemas de Edgar Allan Poe. Ya cerca de graduarme dirigí Traición, de Harold Pinter. Creo que fue la que mejor me salió, aún estoy orgulloso de ese trabajo. Me gustaría volver a hacer algo así.
AGR› ¿Por qué mencionas sólo obras que dirigiste y ninguna en la que hayas sido actor?
JMT› No lo sé, es una buena pregunta. Supongo que porque fueron proyectos absolutamente míos. Algo de la actuación que me descorazona mucho es la limitante del trabajo creativo. Tú tienes que enfocarte en lo que te toca y tienes muy poca injerencia en la totalidad del proyecto. No siempre he trabajado con directores que sepan demasiado, y eso me ha frustrado un poco. Aunque desde chiquito me ha gustado actuar, yo quería ser director de teatro y ésa era mi tirada. Terminé la universidad y me quedé un año más en Londres intentando ser director, pero cuando venía a México de vacaciones hacía uno que otro casting, y si me quedaba con el papel, lo hacía. En México por lo menos tenía trabajo y en Londres no tenía nada, acababa de terminar la carrera y estaba trabajando de mesero. Decidí surfear la ola y no me arrepiento.
AGR› ¿Si volvieras a dirigir, qué elegirías para regresar?
JMT› Claro que tengo algo en mente, pero no te lo voy a decir. Es un secreto que no le digo a nadie, pero ya lo estoy armando. Voy lento pero seguro. Va a ser una comedia seria, comedia política.
AGR› Y como actor, si pudieras interpretar cualquier papel, ¿cuál elegirías?
JMT› Me gustaría hacer La Gaviota de Antón Chéjov, pero no tengo una fijación con algún personaje en particular. Cuando era adolescente hice Macbeth, y me gustaría volver a hacerla, pero en muchos años, creo que aún me falta mucho tiempo de vida para hacer algo así de nuevo. También me gustaría hacer a Segismundo, de La vida es sueño, pero trato de no obsesionarme demasiado con los personajes.
AGR› ¿Considerarías colaborar en un proyecto de la Compañía Nacional de Teatro?
JMT› No, no puedo. Según la ley, familiares directos no pueden estar involucrados. Supongo que podría si me invitaran a algún proyecto temporal, pero sería muy extraño y un error político garrafal que yo me involucrara con la compañía que dirige mi padre.
AGR› Pero tus hermanos sí lo han hecho…
JMT› Sí, mis hermanos colaboraron en un principio. Mi hermano Julián es el que más colaboró, pero siempre como voluntario y sin costarle un centavo al erario nacional. De cualquier forma, a mí me parece que son temas que no se deben de mezclar. A final de cuentas el de mi padre es un puesto político y estando el país como está, y estando el mundo del teatro como está, para qué meterse en grillas.
AGR› ¿A qué te refieres cuando dices: “estando el mundo del teatro como está”?
JMT› Habrá quien piense que está de la patada, pero yo recuerdo cómo eran las cosas en 1987, y el escenario era paupérrimo. Casi no había opciones y la gente no iba al teatro. Para los actores el panorama era muy difícil y muy segmentado. Un actor de teatro no podía hacer una película o una telenovela porque ya nunca lo volvían a llamar. Era muy duro, y las producciones eran muy pocas, aunque tenía sus beneficios el que las temporadas fueran más largas. Actualmente con los apoyos del Fonca y las becas de Conaculta ha mejorado mucho, pero sigue siendo un sector muy castigado, en parte porque se han acostumbrado a vivir del dinero público. Entonces cuando alguien tiene presupuesto y el otro no, surge mucha grilla y mucha enemistad. En ese contexto hay opiniones muy contrastantes en torno a la figura de mi padre. Así como hay gente que lo adora, y tiende a relacionarse con él como un gurú o un guía espiritual, hay muchas personas del gremio que lo desestiman bastante y se la pasan criticándolo, y que le achacan lo que parecen ser traumas personales provocados por sus figuras paternas, o por su relación con el Estado. Yo decidí que él iba a ser mi papá y nada más. Por eso no quise estudiar en su escuela, ni hacer una carrera bajo su sombra. El director es una cosa y mi padre otra absolutamente distinta.
AGR› ¿Le pides consejos profesionales?
JMT› No. No hablamos de mis proyectos, aunque de los suyos sí. Pocas veces ha intentado hablar conmigo sobre mi carrera, pero yo no lo he dejado.
AGR› ¿Qué crees que te diría?
JMT› No lo sé, no lo quiero ni imaginar. Prefiero no pensar en ello.
«No comparto mucho la manera de escribir de los dramaturgos contemporáneos.»
AGR› ¿A qué directores y dramaturgos mexicanos actuales sigues?
JMT› Hay muchísimos directores verdaderamente buenos, están José Caballero, Mario Espinoza, Mauricio García Lozano, Hugo Arrevillaga y Diego del Río. El teatro tiene la ventaja de poder montar obras de cualquier autor del mundo y de cualquier periodo, entonces la riqueza argumental es muy superior a la del cine o la televisión. En teatro no tienes que hacer un texto nuevo para hacer una obra espectacular. De hecho, es al revés: escribir algo nuevo es un riesgo muy alto cuando existen tantos grandes textos por montar. También existe una nueva generación de dramaturgos, pero te mentiría si dijera que me gustan. No comparto mucho la manera de escribir de los dramaturgos contemporáneos. Hay un fenómeno que ya tiene varios años, al que le llaman narraturgia, y es una forma de escribir en la que en vez de construir diálogos, las historias se arman a partir de narraciones. Entonces tienes tres actores en el escenario pero no se hablan unos a otros, sino que cada uno dice sus líneas dirigiéndose al público. Puede ser interesante, sí, pero de pronto se ha convertido en un método de dramaturgia nacional, latinoamericana, o hasta mundial. Yo creo que en muchos casos responde a la pobreza creativa de los dramaturgos. Creo que no se puede ocultar el hecho de que muchos no saben escribir diálogos. Elaborar un tema entre dos interlocutores dialécticos para llegar a una estructura es un reto mucho más elevado. Por ejemplo, una obra de Arthur Miller es como un plano arquitectónico para un edificio, en donde cada diálogo es como una tuerca de la torre Eiffel, y si lo quitas, entonces el final pierde sentido y se cae la torre. Hacer algo así es un reto mayúsculo. Y ni hablar de lo que hacían Lope de Vega y Calderón de la Barca, al lograr eso mismo, pero en verso. Ya después vino el posmodernismo con autores como Harold Pinter, que se pueden dar el lujo de escribir lo que se les ocurra y es una maravilla, pero cuando alguien lo quiere intentar treinta o cuarenta años después, salen cosas similares, pero sin ningún rigor, y el resultado es francamente pobre.
AGR› ¿Tú has escrito teatro?
JMT› No. No me atrevería nunca. Es dificilísimo y no tengo esa capacidad. He intentado escribir escenitas y diálogos, pero de ahí a que me salga algo bueno, hay un largo trecho. Me siento mucho más capaz, como dice mi padre, de montar la Sección Amarilla; de darle vida a algo que no la tiene. Seguramente para David Mamet escribir de oficio no es difícil, pero en mi cerebro eso es imposible.
AGR› A pesar de tu formación en teatro, gran parte de tu carrera se ha dado en cine, y más recientemente en televisión, donde la variedad de temas e historias es mucho más reducida. ¿Qué opinas sobre la oferta temática de la producción nacional?
JMT› El rango de temas que se abordan en la ficción mexicana es bastante pobre. Hoy en día hay apenas un par de vertientes. En Televisa las novelas se hacen, no sólo sobre los mismos temas de siempre, sino que ahora son refritos de historias ya hechas antes. Y en las teleseries más independientes el tema es el narco. Ambos escenarios responden a la realidad y a la idiosincrasia mexicana. Los mexicanos creen o quieren vivir telenovelas, y por otro lado, la realidad de la violencia generada por el narcotráfico ya es parte de la vida cotidiana en el país. Además somos un país muy ignorante y muy flojo para leer. ¿Así cómo se nos van a ocurrir mejores historias que contar? En Argentina, por ejemplo, tienen una menor capacidad técnica y económica para producir historias, pero tienen una variedad de temas enorme, porque es un país que lee mucho y su imaginario es mucho más amplio. Eso me parece fundamental, por eso me involucré en un proyecto del inba que se llama “Leo, luego existo”, para incentivar el hábito de la lectura en México. Somos un país con una gran capacidad de producción, y un nivel técnico muy elevado, el rubro de los guionistas es definitivamente el más pobre.
AGR› En Arráncame la vida, tuviste la oportunidad de acercarte a la música, a otra de tus pasiones, interpretando a un director de orquesta. ¿Cómo fue esa experiencia?
JMT› Yo era muy joven, mucho más joven que el personaje, al menos unos ocho o diez años menor. Todo mundo fue a ese casting, y aunque quizá sí me quedó algo grande el personaje en cuanto a edad, estoy seguro que nadie hubiera apreciado la oportunidad de hacer el papel de un director de orquesta tanto como yo. Probablemente muchos actores hubieran interpretado mejor varios aspectos del personaje, pero nadie se hubiera puesto a estudiar seis meses dirección de orquesta con una maestra particular para preparar la escena en Bellas Artes, y nadie más hubiera estudiado piano para tocarlo realmente en la grabación, como yo lo hice. El día que grabamos en Bellas Artes literalmente dirigí la orquesta, y de verdad fue una cosa mágica, de esas que le voy a contar a mis nietos. Estar parado en el escenario donde se han presentado muchos grandes directores del mundo de la música significó muchísimo para mí, no tanto como actor, sino como melómano. Fue maravilloso.
AGR› En la obra de teatro El malogrado, una adaptación de la novela homónima de Thomas Bernhard, interpretas una vez más, no a un músico, sino a tres, y está vez el reto vino acompañado de tocar en piano y en vivo piezas tan complejas como las Variaciones Goldberg de Johan Sebastian Bach. Como apasionado de la música eso debe ser, por un lado un privilegio, y por otro una presión inmensa…
JMT› Claro, Bach es el músico más grande de la historia de la humanidad, y lo que lo hace sobresalir entre todos los músicos es la armonía en cuanto al diseño matemático de sus composiciones. Nadie ha podido desgranar la matemática de la música mejor que Bach. Y sí, es una oportunidad padrísima, pero por desgracia aún no lo puedo disfrutar del todo. Es un nervio tremendo, me empiezan a sudar las manos, entonces mojo las teclas y me resbalo. Claro que tuve que limitarme yo solo y elegir sólo algunas variaciones, ya que hay otras que simplemente no voy a poder tocar nunca. Pero es horrible, porque en mi casa las toco perfecto y ya en la obra me equivoco siempre. Es una presión durísima. En la actuación puedo tomarme una pausa, me puedo equivocar y retomar, lo puedes arreglar. Pero en estas piezas todo es tan prístino y preciso en la armonía, que si tocas media nota rara, se nota muchísimo. Se escucha como un error garrafal. Pero bueno, ya cada vez me equivoco menos. Espero al menos dar una función sin errores.
AGR› Fue una grabación de las Variaciones Goldberg, lo que colocó al pianista canadiense Glenn Gould como una estrella de la música. En la novela del Bernhard, el genio excéntrico y talento desmedido de Gould, son la razón para que dos estudiantes de piano, también muy talentosos, renuncien a su pasión por la música, al saber que nunca podrán superar al canadiense. ¿Cuál es tu relación con este personaje, siendo uno de los tres que interpretas en la obra?
JMT› Me cae muy mal, como muchos genios, pero sí que es un personaje muy interesante. Además de músico era crítico y teórico. Creo que la generación en la que tenemos que entender a Glenn Gould es en la de los Beat. Es como un Jack Kerouac de la música. Es un rebelde que tomó decisiones muy drásticas y contrarias a su tiempo. Si ser un pianista exitoso implicaba tocar en vivo, él no lo haría. Abandonó su carrera como concertista aún muy joven para dedicarse a grabar su música en estudio. Se rehusaba a tocar Chopin o Beethoven porque no le parecían lo suficientemente buenos. ¿Mozart? ¡Meh! Sólo algunas cosas. Sin embargo, su excentricidad es muy padre porque en el circuito de la música de esa época tocar a Bach no era muy popular, y el que haya decidido hacer una carrera de tocar Bach casi exclusivamente, fue una declaración muy fuerte de qué tipo de pianista quería ser. Decía que no tocaba para recibir los aplausos de nadie, pero claro que le encantaba ser famoso, y que le tomaran fotos. Tiene un archivo enorme de retratos donde aparece posando de mil maneras, y tenía un estudio de grabación en su propia casa, desde donde trabajó mucho con la cbs haciendo programas de radio en los que solía entrevistarse a sí mismo. En fin, todo un personaje.
AGR› Junto con el pianista profesional Abd El Sadi Sabag, en esta obra interpretas a Glenn Gould y a sus dos discípulos, sin rigor de quién interpreta a quién.
Y por otro lado, el director, Sergio Cataño, no define la puesta en escena ni como una obra de teatro, ni como un concierto, sino como un evento escénico con dramaturgia y música. En México no se hacen muchos experimentos así. ¿A qué crees que se deba?
JMT› Sí, creo que en México somos muy rígidos y programáticos para hacer teatro, y quizá nos lo tomamos demasiado en serio. Pero en un lugar como Buenos Aires, por ejemplo, la gente hace teatro sin pensarlo tanto. No le tienen tanto miedo a experimentar, y eso genera otro tipo de acercamiento al teatro, y otro tipo de público. Siento que los tres personajes son personalidades de Bernhard, tres voces en su cabeza. Su novela es un flujo de pensamiento continuo, es prácticamente un párrafo de cien páginas. Es repetitiva, cíclica, retorcidísima, y nunca tiene un lugar, ni un espacio definido. Con este proyecto yo tenía ganas de explorar el teatro de una manera distinta, más lúdica, sin preocuparme tanto por el resultado. Creo que es una obra, que a pesar de hablar de grandes genios de la música, puede tocar a cualquiera. Todos hemos experimentado la envidia, el éxito, el fracaso y el sacrificio.
«Ya me harté de los galancitos. Ya no quiero ser el bueno, quiero ser el malo, o por lo menos el que la caga.»
AGR› Tras varios meses de vacaciones, ¿qué tipo de personaje estás esperando para volver a trabajar?
JMT› Uno con carnita. Alguno que no sea de galancito, de ésos ya me harté, en serio ya me harté. Ya no quiero ser el bueno, quiero ser el malo, o por lo menos el que la caga. Quiero un papel que tenga cambios, dinamismo, errores, virtudes, contradicciones, coherencias e incoherencias. La verdad es que sí he tenido la suerte de que me invitaran a varios proyectos este fin de año, pero decidí que es tiempo de esperar a que venga el correcto. Claro que he tenido que tomar proyectos que no me han encantado, pero trabajar como actor siempre es un privilegio, nos pagan por jugar, y yo me la paso bomba. Me encanta trabajar con gente, me encanta el compañerismo en el set, esa convivencia es maravillosa, y es algo que muchas veces privilegio frente a la calidad del producto. Son proyectos cortos e intensos, y los equipos se vuelven familias muy fuertes que de pronto desaparecen y puede que no vuelvas a verlos en años. Ese tipo de cambios bruscos me gustan mucho. Es como ser futbolista, pero mejor, porque yo voy a poder seguir jugando a los 75 años. Me siento muy orgulloso y afortunado de trabajar en lo que me gusta, aunque tampoco quiero vivir para trabajar. Hay mucha gente que vive obsesionada con la inmortalidad, o con construir un prestigio que viva más tiempo que ellos. A mí eso me parece un error garrafal. Yo prefiero pasar mi tiempo con mi familia, mis amigos, viajar, cuidar mis plantas, tocar el piano y jugar futbol. La carrera, el dinero y el prestigio son ideas absurdas si no te hacen feliz, y si no te dejan aprovechar realmente el poco tiempo que tienes en esta vida.
*Asistente de foto — Aníbal Barco / Styling — Luz María Carrera / Asistente de Styling — Ana Belén García / Grooming — Gabriel Salgado para Barbería Capital / Locación — Barrio Alameda y Chaya. Bed & Breakfast Boutique.