Irma Pineda empezó su vida escuchando los poemas en español que le leía su padre y nutriéndose del idioma diidxazá que oía de su madre. Todo cambió el día en que el ejército irrumpió en Juchitán y se llevó a su padre para siempre. La poeta zapoteca es heredera de una tradición combativa, de protesta y de organización política y social; tanto su cultura como su militancia le han permitido hacerse de un lugar digno en el mundo. Hoy representa a los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe ante la ONU.
Dxi naa guca’ xcuidi / En los días de mi infancia
Nanadxiichepia’ ca biulú ca / tuve la certeza de que los colibríes
nabépe nadidi ruaaca’/ eran aves de boca larga
cadi tisi siualani que/ no sólo porque era largo su pico
tisi guirá ni rúnidu riní’ ca’. / sino porque todo contaban.
Irma Pineda, “Dos es mi corazón”
Irma Pineda Santiago estaba a unos meses de cumplir cuatro años. Cuando no estaba alfabetizando, educando políticamente o asesorando a campesinos comuneros en su papel de promotor agrario, durante las tardes calurosas en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, su padre, el maestro de primaria y dirigente político Víctor Pineda Henestrosa —conocido por su apodo: el Biga (zurdo) Yodo— solía mecerse en una hamaca y colocar sobre su panza a su pequeña hija, mientras le leía en voz alta a los poetas españoles de la Generación del 27. La niña escuchaba la cadencia en su voz, hasta quedarse plácidamente dormida, mientras se familiarizaba con la rima y la musicalidad. Para ella, la poesía quedó asociada al amor y el cuidado paternos.
Aunque era muy apegada a su papá, Irma recuerda que su madre, también maestra, Cándida Santiago Jiménez, así como sus abuelos por ambas líneas, le contaban muchas historias y leyendas sobre las raíces de la cultura binnizá (zapoteca). Al escuchar a sus abuelos y abuelas monolingües relatarle la historia del origen de su pueblo en diidxazá —“lengua de las nubes”, “palabra-nube”, en su variante de la planicie costera, en el Istmo de Tehuantepec—, la futura poeta aprendió su lengua y a ser fuerte: “Firme como las piedras, orgullosa como los árboles, aguerrida como el jaguar y el ocelote…”.
—No sé si así ocurre en todas las culturas, pero en la mía así fue: crecí con esas certezas. Eso ha ayudado a los zapotecas a salir y dar la cara al mundo, tal vez con menos temor y menos miedo.
Esa vida familiar, de la que también formaba parte un bebé de apenas un año —su hermano Héctor “Yodo” Pineda—, se vio interrumpida de manera abrupta y violenta el 11 de julio de 1978, cuando un comando del Ejército mexicano, en pleno centro de Juchitán, a plena luz del día y frente a múltiples testigos, bajó al Biga Yodo de su auto y se lo llevó por la fuerza a causa de su destacado papel en la Coalición Obrero, Campesino, Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI), uno de los movimientos pacíficos de izquierda más activos de América Latina. Nunca más se volvió a saber nada de él. El nombre de Víctor Pineda Henestrosa forma parte de una larga lista de líderes políticos de oposición víctimas de la desaparición forzada en México. Las respuestas gubernamentales han sido inverosímiles o insatisfactorias; por eso, año con año, Irma se ha unido a su familia para encabezar numerosos mítines y manifestaciones en los que exigen justicia y la presentación con vida de Víctor Yodo. A pesar de las décadas transcurridas, el caso continúa abierto.
La repentina ausencia del padre resultó en un trauma tal que la niña dejó de hablar. Irma Pineda ni siquiera menciona el impedimento físico que sufrió aquellos años. Fue Na Cándida, su mamá, quien le relató el episodio a Francisco López Bárcenas, profesor e investigador en El Colegio de San Luis y asesor de diversas comunidades indígenas. “Estaban tan asustados por el mutismo de la niña que su mamá y su abuelo, Ta Toño, la llevaban a la ciudad de Oaxaca para que la atendiera un psiquiatra”. Su madre afirma consternada: “Ese silencio del que se habla en la infancia de Irma no fue algo metafórico”.
Cuando Irma cursaba la educación primaria y ya había aprendido a leer y escribir en español, optó por refugiarse en la lectura de los libros de los poetas españoles que luchaban contra el franquismo y cuyo contenido empezaba a comprender.
—Y les encontré mucho sentido —explica la poeta zapoteca— porque me tocó nacer en el contexto de la lucha de la COCEI.
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“Yo respondería que mi infancia fue bipolar, si es que se puede aplicar esa palabra para definirla”, dice la poeta y describe ese periodo: “Al mismo tiempo que había mucho dolor por la ausencia física de mi padre, mi hermano y yo no alcanzábamos a entender bien este concepto de ‘desaparecido’ —en nuestra imaginación infantil lo veíamos encerrado en unas mazmorras como las de un castillo— y mucho menos, el de ‘desaparición forzada’. Al año siguiente alguien les habló a mi mamá y a mi abuela Lucina sobre la señora Rosario Ibarra de Piedra y la organización Eureka, que fundó en 1977, formada por madres y familiares de desaparecidos.
”Viajamos a la Ciudad de México y nos integramos al grupo. Y, al mismo tiempo que se hacía toda esta labor de búsqueda y gestión con las autoridades para que escucharan y dieran respuesta al tema de presos, perseguidos, desaparecidos, exiliados políticos, etcétera, había niños y niñas de nuestra edad con quienes coincidíamos y nos acompañábamos. El estar con otras familias que pasaban el mismo dolor que nosotros nos hacía sentir ese encuentro y solidaridad que hacían que el dolor fuera más pasable.
”Y, cuando regresábamos al pueblo, salíamos a jugar como cualquier niño o niña; nos divertíamos y corríamos mucho, teníamos mucho espacio verde, mucho patio. Además, te estoy hablando de una época en donde en Juchitán casi no había vehículos: que pasara un vochito viejo por ahí era todo un acontecimiento y salíamos corriendo a verlo. O que cruzara un avión el cielo era todo un asombro y también salíamos corriendo de la casa, para mirarlo”.
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El fotógrafo Heriberto Rodríguez llegó a Juchitán unos meses después del secuestro de Víctor “Yodo” Henestrosa. Recuerda que tres años más tarde, después de casi una década de lucha, en 1981, la COCEI ganó las elecciones municipales de Juchitán, un triunfo que permitió la creación del ahora mítico Ayuntamiento Popular de Juchitán. Éste fue el primer éxito en urnas de una fuerza de izquierda en el país, según se consigna en diversas crónicas sobre la historia del movimiento político-social. Encabezó el ayuntamiento Leopoldo de Gyves hijo, cuyas propuestas de corte socialista y comunitario convocaron la presencia y solidaridad de diversas personalidades vinculadas con la izquierda mexicana de la talla del pintor Francisco Toledo, la escritora Elena Poniatowska, el cuentista Eraclio Zepeda y el científico y político Heberto Castillo.
Irma tendría unos ocho años, Heriberto así lo atestiguó, cuando fue arropada por muchos en este caldero cultural en plena ebullición, que lo mismo le permitía refugiarse en los libros de la Biblioteca Popular Víctor Yodo —creada en homenaje a su padre— que participar en los talleres de la Casa de la Cultura que dirigían, entre otros, los escritores y fieros defensores de la cultura juchiteca Macario Matus y Víctor de la Cruz. También pudo debutar como locutora bilingüe en los programas infantiles que produjo la feminista Marta Acevedo para Radio Ayuntamiento Popular y ser parte del famoso “escuadrón mosquito” que, de acuerdo con la versión de Héctor “Yodo” Pineda Santiago —su hermano menor, también poeta, maestro y activista magisterial— era un “grupo de niños y adolescentes que constituía la avanzada de las marchas. Sus integrantes tenían instrucción de escuela de cuadros, formación de vida que exaltaba la necesidad ética de la lucha social y la pertinencia de que, desde pequeños, nos involucráramos en las mejores causas del pueblo”. La COCEI retomó, como una de sus líneas de acción, volver los ojos hacia la cultura binnizá. Muchos de sus políticos, líderes y artistas actuales comparten haber sido miembros del “escuadrón mosquito”.
Pero no hay que pasar por alto que se alfabetizaba a los niños en español: por eso, los primeros poemas de Irma Pineda están escritos en este idioma. Ella recuerda que no había una educación realmente bilingüe en las escuelas públicas. Quienes influyeron en su formación literaria durante esos años fueron Enedino Jiménez, su maestro en segundo y cuarto años de primaria, quien vio que le gustaba escribir y la motivaba a seguir haciéndolo, y el poeta Víctor Terán, a quien visitaba para enseñarle lo que escribía porque era su vecino y amigo de la familia. Ambos poetas le dieron muchos libros y le enseñaron el alfabeto en diidxazá.
Al terminar la secundaria, Irma salió corriendo del pueblo porque la única opción era un tecnológico y las matemáticas no eran su fuerte. Pero hubo otra poderosa razón: los novios tenían la costumbre de “robarse” a las chicas de esa edad y luego casarse con ellas. No sabía cuál sería su destino, pero sí tenía muy claro que no quería llenarse de hijos desde los quince años.
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Una tía que vivía en Toluca, capital del Estado de México, le ofreció techo y comida a cambio de que, por las tardes, le ayudara con los quehaceres de la casa; en las mañanas, podría ir a la universidad.
Lo que parecía un excelente trato se convirtió en un segundo golpazo. Nadie hablaba en diidxazá, ni siquiera su tía, que sí lo dominaba. La primera vez que intentó hablar con la hermana de su mamá en ese idioma, le dijo: “No, tú olvídate del zapoteco; aquí no lo vamos a hablar porque si no, nunca vas a aprender a hablar bien el español”.
Si no podía hablarlo —se propuso—, entonces lo escribiría. Empezó a escribir, en forma lírica, sobre temas como la añoranza y el dolor. Más adelante, publicó bajo el seudónimo “Santida” —una combinación de sus dos apellidos— sus primeros poemas en una revista de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma del Estado de México. Como a la gente le gustaban y le pedían más, tuvo que escribir otros y, de repente, la invitaban a una lectura en una facultad, en un café. Poco a poco empezó a abordar aspectos de las costumbres de su pueblo, de la cultura, de las tradiciones, y eso también gustaba mucho. Al concluir sus estudios ya contaba con un buen número de poemas en la bolsa y se había empezado a correr la voz sobre la calidad de la escritura de la misteriosa autora, que seguía escribiendo en español porque no estaba segura de que a los “chavos de la universidad les interesara leer en diidxazá”.
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Irma Pineda se mudó a la Ciudad de México con el propósito de trabajar y ser autosuficiente. Pero ya nunca dejaría de escribir poesía: había descubierto su propia voz y cada vez ganaba más seguridad sobre su estilo. En 1994, a los veinte años, empezó a colaborar en la revista Hojas de Utopía, que dirigía el poeta Antonio Valle para la Fundación Cultural de Trabajadores de Pascual, que arropó a quienes los acompañaron en su lucha y provenían de la izquierda. Hacía capturas y corrección en esa revista en la que leía los poemas bilingües de Briceida Cuevas Cob (poeta maya), Juan Gregorio Regino (mazateco, actual director del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas), Natalio Hernández (nahua), Víctor Terán (binnizá). Su jefe, sabiendo que Irma escribía, la animó a publicar y ahí salieron sus poemas en formato bilingüe y firmados con su nombre por primera vez.
A finales de la década de los noventa, los poetas, también de origen binnizá, Macario Matus y Francisco de la Cruz la invitaron a integrarse a la ELIAC (Escritores en Lenguas Indígenas, A.C). El presidente era el maestro Juan Gregorio y ahí estaban congregados todos los poetas que leía en ese periodo. Fue muy bien recibida y la apoyaron con medios donde publicar, eventos de lectura, encuentros, talleres. Entonces la Secretaría de Educación Pública respaldaba a la ELIAC con recursos para formación, por eso daban muchos talleres de creación literaria en lenguas indígenas. Así fue como empezó lo que hoy se conoce como un boom de escritores en esas lenguas, en el que los escritores binnizá ocupan un destacadísimo lugar.
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En uno de sus tantos trabajos en la ciudad, Irma coincidió con Rigoberto Ávila Ordoñez, un chihuahuense que, al trasladarse a Ciudad Juárez en la década de los setenta, formó parte del grupo guerrillero Liga Comunista 23 de Septiembre. Afiliado al partido Morena recientemente, Ávila Ordoñez terminó su gestión como alcalde interino en Coyoacán.
—Fue mi compañero hace varios años, pero nos separamos por falta de tiempo —dice ella y, luego de soltar una jocosa carcajada, agrega—: él es trabajólico. Y yo, corriendo con mis cosas, pues se volvió algo muy complejo. Pero nos llevamos muy bien, somos grandes amigos y, sobre todo, compartimos la crianza del hijo con mucho amor.
Sebastián Ávila Pineda tiene veintiún años y vivió hasta los catorce en Juchitán, con su mamá. Ahora que estudia Comunicación en el Centro Universitario Columbia, vive en la capital mexicana con su papá, con quien habla en español.
—¿Te inscribes en la línea bilingüe de tu mamá?
—Tristemente, no soy hablante del diidxazá; comprendo un porcentaje, pero no lo hablo fluidamente. Aunque sí tengo un fuerte sentimiento de pertenencia hacia Juchitán, hacia lo que engloba la cultura zapoteca. La culpa de que no lo hable no la tiene mi mamá. Tanto ella como mi abuela intentaron inculcarme la lengua desde muy pequeño, sin embargo, no había otro contexto fuera de casa que me permitiera practicarlo. La mayoría de los vecinos con quienes jugaba no eran hablantes y las pocas palabras que se compartían generalmente eran vulgaridades y ésas ni de chiste me dejaban decirlas, así fuera en zapoteco, español o ruso.
—En la mayoría de las fotos Irma se ve muy dulce y sonriente, pero sospecho que tal vez sea enojona y regañona —indago.
Sebastián responde con una risa:
—Ella es como se ve en las fotos. Tiene que haber ciertas condiciones que realmente la incomoden o lleven al límite para que se comporte de una manera más seria, por así decirlo. En realidad, nunca ha habido un regaño en zapoteco ni en español. Irónicamente, para los regaños y llamadas de atención es mujer de pocas palabras. Con sólo levantar la ceja y apretar la mandíbula, yo entiendo que es mejor sentarse y no molestar. En general, es una mujer muy tranquila, excepto cuando tiene hambre. Ahí sí, es mejor huir. Me siento muy afortunado de que me haya tocado de madre. Siempre ha sido muy amorosa, dedicada, paciente, y no ha cambiado a pesar de que he dejado de ser un niño. Y, aunque ya no viva con ella, procuramos vernos lo más seguido posible. En veintiún años que tengo de vida, no he visto que algo que la detenga. Ni siquiera el hijo.
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De origen mazahua, la escritora y promotora de literatura en lenguas originarias mexicanas en la UNAM, Susana Bautista Cruz, sigue de cerca la producción poética de Irma Pineda desde 2001, año en que se topó con el poema “Nadxiee’lii”, publicado en versión bilingüe en el suplemento “Ojarasca” del diario La Jornada. Se sonroja al recordar el impacto:
—Leí el poema con el asombro de quien descubre en un puñado de versos un gran tesoro. Lo recorté y lo pegué en una libreta que por aquellos años me servía para atesorar palabras a las que volvía una y otra vez y que, más tarde, ya en mi memoria, ya apropiadas, he invocado como epígrafes de mis propios versos.
En este momento lo que despierta el entusiasmo de Bautista y me hace notar es que varios de los poemas de Irma Pineda en diidxazá tienen una versión en rap y se reproducen copiosamente en la plataforma YouTube.
—Su poesía ha logrado entrar al inconsciente colectivo de personas adultas y jóvenes, ése que opera a nivel profundo y refuerza una identidad. Por ejemplo, el poema “Qui zuuyu’ naa gate’” (“No me verás morir”), después de los sismos del 7 y 19 de septiembre de 2017, se convirtió en el himno que cantaron sus paisanos, una y otra vez, durante la reconstrucción de Juchitán.
Wendy Call es una reconocida escritora, editora, traductora y profesora universitaria estadounidense que radica en Seattle. Allí entró en contacto con la poesía de Irma Pineda, en 2008, a través un vecino que era migrante zapoteco y que le proporcionó dos poemas suyos en español para que los tradujera al inglés. Como Wendy había vivido en el Istmo de Tehuantepec y estaba escribiendo un libro sobre los movimientos sociales en esa región, resultó ser la persona ideal para el proyecto. Fue así como, sin planearlo, se convirtió en la traductora oficial de la poeta a esa lengua.
Call ha publicado traducciones al inglés de más de cien poemas de Irma Pineda en revistas literarias y antologías con selecciones de casi todos sus libros en Estados Unidos, pero también en Gran Bretaña, Alemania e India. Ha participado con ella en presentaciones acerca de su poesía en actividades culturales de diversas instituciones.
—Colaborar con Irma ha sido una de las dichas más creativas de mi vida —resalta la traductora—. Es una poeta brillante, una experta activista política y una gran defensora de diversas causas que involucran los derechos de los pueblos originarios. Es también una persona profundamente generosa y una amiga muy querida.
A lo largo de trece años, Wendy Call ha discutido los poemas con Irma en la mesa de su cocina en Juchitán y en la de su propia cocina en Seattle; en las ciudades de México y Oaxaca; acampando en el Parque Nacional de las Cascadas del Norte, en Estados Unidos, y descansando en hamacas en Playa Cangrejo, Oaxaca. El proceso ha dado lugar a versiones trilingües que pronto estarán disponibles. Recientemente, realizaron una convocatoria en línea, desde Inglaterra, para que jóvenes poetas tradujeran al inglés los poemas de Irma Pineda a partir de una traducción base que proporcionó Wendy Call. Así, a través de Young Poets Network, los concursantes tuvieron la oportunidad de crear sus propias versiones en inglés. Lo interesante de este concurso es que pudieron escoger a cualquier otro autor en lengua española, sin embargo, eligieron poemas de Pineda.
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Chupa ladzidua’ (Dos es mi corazón. Irma Pineda para niños), publicado en 2018, es un libro singular. Forma parte de la colección “Poesía para niños” del programa Alas y Raíces, dirigido a fomentar el desarrollo de los más jóvenes. La colección reúne poemas que ellos mismos ilustran a través de un mecanismo ya establecido: los niños leen e interpretan los poemas durante talleres con artistas plásticos.
Ya que en la colección se incluye a poetas como Carlos Pellicer, Ramón López Velarde, Octavio Paz, Rubén Bonifaz y otros autores, la promotora de culturas indígenas y editora Elisa Ramirez Castañeda propuso que, “para variar un poco”, el último volumen del sexenio pasado estuviese dedicado a una poeta mujer e indígena.
La propuesta fue bien acogida e Irma Pineda envió sus libros a Ramírez Castañeda quien, frente a una mesa de trabajo, se dedicó a elegir los versos que, según su criterio, podría entender un niño. Ella recuerda que el reto fue mayúsculo, ya que no se trataba únicamente de que las y los niños pudiesen comprender el lenguaje y las metáforas, “sino que pudieran enfrentar, a través de las palabras, las difíciles tareas de entender la muerte, la existencia de los desaparecidos y la represión política, temas que aborda Irma Pineda y que los niños conocen, aunque rara vez se incluyan en textos infantiles”.
Por la naturaleza del poemario, Ramírez Castañeda insistió en que participaran específicamente niños de Juchitán, que podrían entender el zapoteco y las vivencias de una niña en este lugar. Los talleres se hicieron en la Biblioteca Popular Víctor Yodo. Su participación en el equipo editorial de Alas y Raíces, con el que colaboró desde sus inicios hasta la fecha de publicación de este libro, fue de gran ayuda para el proyecto: al ser ella misma poeta y hablante de zapoteco, tuvo la sensibilidad para darle al libro el seguimiento adecuado.
—Tuve la libertad de proceder como quise y los niños respondieron con hermosísimos dibujos y con la discusión abierta, entre ellos y con los talleristas, sobre los temas propuestos. Fue un proyecto muy divertido y fructífero. Hacer libros en una lengua indígena, para cualquier departamento editorial que no está familiarizado con ella, es algo difícil y complejo. Sin embargo, la edición del libro se vio beneficiada por la colaboración de un autor que conoce la lengua, la de un diseñador que tuvo que ajustar una segunda lengua a su diseño general de la colección y el apoyo de la directora del Programa [Susana Ríos] y de Irma, que dio su visto bueno y estuvo al tanto de todo el proceso.
La gran sorpresa para Irma Pineda fue que los niños representaran “exactamente lo que yo había imaginado en mi cabeza cuando escribí los poemas”.
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A ella le resulta más fácil escribir poesía directamente en diidxazá, porque es un idioma muy metafórico, repleto de imágenes poderosas. Después, ella misma se traduce al español, en poemas espejo. Pone de ejemplo la expresión “me gusta”, cuyo equivalente en diidxazá sería “riuladxe”, que se compone de “riuu” (“entra”) y “ladxe” (“mis entrañas, mi hígado, mi corazón”); entonces, cuando dices “me gusta” en zapoteco, lo que en realidad estás diciendo es que ese algo o esa persona “entra en mi corazón, en mis entrañas”, como lo explica la poeta en el breve ensayo “Mis dos lenguas”, que escribió como introducción a los poemas que publicó en 2005 en la revista Debate Feminista.
Escribe de manera libre, a partir de una imagen que le llama la atención, o elige un tema específico para trabajar, como las tradiciones culturales binnizá, la migración, la violencia que ejercen los soldados contra las mujeres, la represión o la desaparición.
Además de la gran cantidad de poemas sueltos y fragmentos de sus libros, que se han publicado en varias antologías, Pineda es autora de una decena de poemarios entre los que destacan: Xilase qui rié di’ sicasi rié nisa guiigu’ (La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos, 2007); Doo yoo ne ga’ bia’ (De la casa del ombligo a las nueve cuartas, 2009), Guie’ ni zinebe (La flor que se llevó, 2013) y Chupa ladxidua’ (Dos es mi corazón. Irma Pineda para niños, 2018). Uno de sus proyectos más ambiciosos es la trilogía compuesta por Naxiña’ Rului’ladxe’ (Rojo Deseo, 2018), un libro de poesía erótica encarnada en las fuerzas vitales que mueven al mundo; Nasiá Racaladaxe’ (Azul Anhelo, 2020), escrito a partir de testimonios de mujeres indígenas que han sido víctimas de la violencia; y el aún inédito Naga’ nadxiee (Verde quiero), dedicado a las plantas y árboles que tienen un sentido especial para la cultura binnizá.
A la obra anterior habría que agregar sus traducciones del diidxazá al español y viceversa de múltiples autores, sus conferencias en diversos foros, así como la coautoría de distintos libros que tienen el propósito de difundir la cultura binnizá.
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Al inicio del año pasado, Irma Pineda Santiago asumió su nombramiento como representante de los Pueblos Indígenas de México, América Latina y el Caribe para el periodo 2020–2022 en el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su candidatura fue propuesta por el gobierno mexicano a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores y obtuvo 46 de los 54 votos de los países que forman parte del Consejo Económico y Social (Ecosoc). Su programa de trabajo le permitió sobresalir entre sus destacadas competidoras: Lourdes Tibán, de Ecuador, y Arcilia Rivera, de Perú.
Con la meta de hacer visible a la población indígena desde su conocimiento y cultura y con énfasis en la situación de las mujeres, Pineda Santiago propuso una agenda de trabajo que abarca grosso modo los siguientes ejes: el derecho de la poblaciones indígenas a la consulta; la educación plurilingüe e intercultural; la defensa del medio ambiente contra una perspectiva extractivista; atención inmediata de los temas de salud por tratarse de grupos vulnerables; y la protección de la propiedad intelectual en el uso de plantas medicinales y creaciones artísticas.
La Comisión Permanente de Asuntos Indígenas tiene un carácter consultivo; su función principal es atraer la mirada a los temas en los que es necesario que la Asamblea General de la ONU se interese y emita alguna recomendación o llamado de atención a un gobierno.
En sus visitas de trabajo a diversas comunidades, Irma Pineda comprobó que, de norte a sur, existe un grave problema. Y no piensa quitar el dedo del renglón:
—La colusión de las grandes empresas explotadoras de recursos con grupos de delincuencia organizada con el propósito de sembrar el terror, el miedo, y de ejecutar o desaparecer a los ambientalistas indígenas que estorben a sus intereses.
Al respecto, Francisco López Bárcenas, uno de los grandes especialistas en México en diversos aspectos jurídicos en relación con las comunidades indígenas —por ejemplo, el agua—, de origen mixteco, comentó:
—La mera verdad, sí me sorprende muy gratamente la actitud de Irma, porque no es progubernamental. Los representantes antes que ella, su mismo paisano, Saúl Vicente, y Marcos Matías Alonso, nahua de guerrero, fueron muy oficialistas. Ella ha rechazado que la incorporen a la nómina de la CDI. Ella trata de ser ella. Y eso me llama la atención, porque los temas en los que se ha metido en la ONU son polémicos en México y los asume con una posición independiente del Estado mexicano. La representación de los pueblos indígenas no debe confundirse con un cargo gubernamental.
—¿Y qué sigue, en el corto plazo, para Irma Pineda? —le pregunto para terminar.
—Yo me veo más coadyuvando en los procesos de formación de niñas y jóvenes que protagonizando cosas.
Siguiendo la tradición magisterial de sus padres y gracias a su maestría en Educación y Diversidad Cultural, imparte clases en la Unidad 203 de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), en Ixtepec, Oaxaca. Esto ha propiciado que participe en el combativo movimiento magisterial del estado. Entre todos sus grupos suma unos cincuenta alumnos que provienen de diversas regiones y son hablantes de distintas lenguas o variantes de éstas. Esa diversidad la obliga a dar sus clases principalmente en español. Sin embargo, les habla en su lengua a los que hablan diidxazá o a partir de un término en ese idioma tratan de explorar y entender algunos contenidos, sobre todo en las clases sobre interculturalidad.
—Tengo muy claro que tenemos que ir abriendo paso para las nuevas generaciones. No me parece sano intentar mantenerse siempre en los espacios que hemos podido ocupar. Observo, por ejemplo, que hay una nueva generación de jóvenes escritores con muy pocas mujeres todavía y hay que apoyar en la apertura de caminos para esta gente: que publiquen más, que tengan más difusión. Me gustaría seguir trabajando talleres de creación literaria, más específicos para niñas y jóvenes. Me gustaría ver que haya más mujeres publicando, creando, no sólo literatura, sino en todos los sentidos: pintura, cine, foto… lo que tengan que decir y hacer, pero que haya más mujeres participando. Dentro de cinco años todavía voy a estar en Juchitán, dando clases en la UPN, llevando, pues, una vida tranquila.
Patricia Vega
(Ciudad de México, 1957). Es periodista independiente especializada en temas de cultura y ciencia. Ganó el Premio Nacional de Periodismo en 2010 y el Premio de Periodismo y Literatura de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas en 2011. Es autora de los libros El caso Rushdie: testimonios sobre la intolerancia (Conaculta/INBA, 1991), A gritos y sombrerazos (Conaculta, 1996), Periodismo mexicano en una nuez (Trilce, 2006) y coautora (con Gabriela Cano) de Amalia González Caballero de Castillo Ledón: entre las letras, el poder y la diplomacia (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2016).
Felipe Luna Espinosa
Fotógrafo y editor independiente. Recibió la beca Pulitzer Center for Crisis Reporting. Ha colaborado con periodistas, escritores, artistas visuales y ONG. Su trabajo ha sido publicado en Bloomberg, Courrier International, The New York Times, L.A. Times y El País, entre otros. Es un miembro activo de Diversify Photo y Frontline Freelance Mexico.
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