¿Qué pelos son esos, Neymar?
De cómo Neymar Jr. está llamado a ocupar el lugar de Pelé y de paso salvar el futbol brasileño.
El sábado 31 de marzo de 2012 a las 11:51, Neymar da Silva Santos Júnior entra en la oficina de marketing del Santos Futebol Clube, localizada en el Centro de Treinamento Rei Pelé. Calza unas sandalias negras y viste un short gris y una camiseta negra. Porta un lema estampado en letras blancas sobre el pecho, lo que provoca la reacción inmediata de Eduardo Musa, responsable de la gestión de la carrera de Neymar Jr.®: «¿Quién va a editar las fotografías? Van a tener que quitar eso de las fotos», nos dice, señalando las letras de la camiseta.
Neymar se acerca y me ofrece una mano fría y sin fuerza. Acaba de bañarse después de finalizar el entrenamiento. En cada oreja, un arete circular de brillantes cubre la totalidad del lóbulo. Se queda parado a mi lado, hombro a hombro, sin rehuir el contacto físico, mientras me presento y le aclaro que no soy un periodista deportivo y le explico lo que haremos en la entrevista. No parece apresurado, más bien parece que le gustaría estar en otro lugar. En una piscina con sus amigos. O en casa viendo una película con su hermana. A pesar de ello, su manera de estar en esa oficina, su manera de ser en ese momento, no se impone con prepotencia. Sabe que es su deber estar allí y lo acepta con la resignación de quien no toma decisiones. Lo que emana de su figura es desamparo. Sin darme cuenta, me pongo a hablarle como si fuera un niño.
Pareciera imposible que este garoto tímido haya logrado conquistar la Copa Libertadores para el Santos, cuarenta y ocho años después de que lo hiciera el Santos de Pelé. Pareciera insólito que sea el futbolista más admirado en el país del futbol. ¿Dónde está el crack que con su exuberante y contundente personalidad en el campo transforma cualquier jugada intrascendente en excepcional?
Sólo cuando se sienta enfrente de mí para comenzar la entrevista advierto un detalle que lo trastoca todo: Neymar lleva puesto un gorro. Un enorme gorro gris del que apenas se escapa la punta de un mechón teñido de rubio sobre la ceja derecha. Yo vine hasta aquí por esos pelos que ahora se me niegan. Si Dios existe y si Dios, como le gusta decir a los brasileños, es brasileño, y si además resulta que Dios es santista, entonces Dios tiene un humor retorcido.
* * *
Me mudé a vivir al país del futbol en septiembre de 2011. Antes vivía en Barcelona, y esto viene a cuento porque la mudanza trastornó, de manera estrambótica, el peinado de mi hijo mayor. Mi hijo tiene cinco años y solía ir por la vida con los pelos de la cabeza en actitud aburrida. Por supuesto que ya era un fanático del futbol, cómo no serlo en Barcelona, pero su adoración por Messi, por Xavi o por Iniesta no interfería con su estética capilar. Entonces nos mudamos al país del futbol. Peor aun: entonces ellos, mi mujer y mis dos hijos, se mudaron al país del futbol y yo me quedé en Barcelona finalizando la mudanza. Ese proceso duró cuatro semanas, ni un día más, lo juro. Y he aquí una verdad del tamaño del Maracaná: en cuatro semanas tu hijo puede convertirse en otra persona.
CONTINUAR LEYENDOAterricé en el país del futbol, y en el aeropuerto me esperaba un niño que se parecía vagamente a mi hijo. Sin embargo, cargaba algo muy extraño sobre la cabeza. Para empezar, llevaba tal cantidad de gel en el cabello que parecía que en lugar de haber ido a vivir al país del futbol habíamos vuelto a México. Expatriarse, en el caso de los mexicanos, significa aprender a vivir sin usar gel. En fin, el caso es que, en la parte central del cráneo, los pelos de aquel niño parecido a mi hijo estaban erizados a lo mohicano, a lo punk.
—¿Qué pelos son ésos? —quise saber después de repartir algunos abrazos perplejos.
—¡Neymar, papá!, estoy peinado como Neymar —respondió aquel niño que afirmaba ser mi hijo.
* * *
Neymar Jr.® todavía no ha nacido. Por su parte, Neymar da Silva Santos Júnior tiene once años. Estamos en 2003, Lula es presidente del país del futbol desde enero y Neymar acaba de comenzar a jugar en las divisiones inferiores del Santos, el mítico Santos de Pelé. Tan sólo dos años después, Neymar Jr.® es un rumor que recorre las redacciones de los periódicos deportivos. El rumor dice que en el Santos se está gestando un nuevo crack y que ese crack se llama Neymar Jr.®.
En 2006, la madre que parió a Neymar Jr.® se embaraza: con catorce años Neymar viaja a España para participar en un campamento del Real Madrid. Los visores del club más rico y más prepotente del mundo quedan encantados. Se espera que el Real Madrid haga una oferta para que el moleque, el niño, se quede: se cierne la amenaza de aborto. Su padre, Neymar da Silva Santos (sin el Júnior), se sienta a negociar con Marcelo Teixeira, entonces presidente del Santos. Un millón de reales cuesta que el padre ordene a su hijo subir a un avión y volver a casa.
En los siguientes tres años, Neymar Jr.® crece y crece en el vientre de la madre que lo pariría. Todo el mundo empieza a hablar de él: es el feto más famoso del país del futbol. Se dice que cumple con todas las cualidades que los especialistas exigen en un crack: fantasía, técnica excepcional, inventiva y capacidad de prever el juego. Sin ni siquiera haber debutado en primera división, el moleque es una celebridad que llega a ser invitado para jugar en partidos con fines benéficos.
El 7 de marzo de 2009, con diecisiete años recién cumplidos, Neymar va a debutar con el equipo mayor, y la expectativa generada ha producido la ficción de que se presenciará un acto histórico. La madre tiene contracciones y se anuncia el parto. Es el Campeonato Paulista, y el Santos se enfrenta al modesto Oeste. Pero es una falsa alarma: Neymar regatea, muestra su velocidad, su disparo contundente, pero no consigue anotar. La exhibición basta para que Tostão, campeón del mundo con la selección brasileña en 1970 y respetadísimo columnista de futbol del periódico Folha de São Paulo, escriba que Neymar Jr.® le transmitió sensaciones parecidas a Zico y a Romario.
Las contracciones aumentan y una semana después, el 15 de marzo de 2009, el rival es el también modesto Mogi Mirim. Transcurre el minuto veintisiete cuando Neymar entra al área rival acompañando una jugada que se desarrolla por la izquierda, ve venir a media altura el balón, se tira de palomita y anota de cabeza. No es un gol espectacular, ni siquiera bonito, pero es suficiente: siendo las 18:37 del domingo 15 de marzo de 2009 en la ciudad de São Paulo, en el estadio de Pacaembú, nace Neymar Jr.®, el crack que existía antes de existir. Mientras Neymar festeja, el comentarista de televisión confirma el alumbramiento: «¡Puede ser un gol histórico!». Y proclama el advenimiento de Neymar Jr.®: «¡El garoto del Santos brilla!, ¡el garoto va a conseguir conquistar a la torcida rápidamente!».
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El Santos F.C. es también conocido como O Peixe (el pez), apodo que surgió de una burla de los rivales: llamarlos «pescadores» con intención peyorativa, que los santistas asumieron con orgullo. En el linaje del futbol mundial es un equipo aristocrático que se alimenta de la leyenda del Santos de Pelé, el mítico equipo de los años sesenta, cuya herencia ha marcado —y condicionado— la identidad del club hasta nuestros días. Para entender lo que el Santos ha representado y lo que el club se empeña en intentar comunicar, basta el lema con el que en 2012 se promociona su centenario: «100 anos de futebol arte«.
Entre sus múltiples hazañas, el Santos de Pelé es señalado con dos hitos. El deportivo es la conquista de los dos campeonatos mundiales que posee el club, en 1962 y 1963. El otro es simbólico: para ilustrar la admiración que despertaba su juego, se cuenta que el Santos es el único equipo que ha detenido una guerra. En 1969, la visita del Santos de Pelé a Nigeria motivó que se decretara un alto al fuego para que la gente pudiera ver el partido.
La idea de futbol que dice defender el Santos no goza de unanimidad en el país del futbol desde hace mucho tiempo. La última selección que jugó un mundial apostando por el jogo bonito fue la de 1982, que acabó en tragedia cuando se estrelló con el catenaccio italiano. Posteriormente, el país del futbol conquistó dos títulos mundiales, en 1994 y 2002, ambos con un juego práctico y gris que, salvo los destellos de Romario y Ronaldo, nadie recuerda.
¿Hay una manera de jugar al futbol idiosincráticamente brasileña? Esta pregunta está en el centro de un agrio debate ante los pobres resultados de los dos últimos mundiales y el temor a repetir en — el maracanazo de 1950, que el dramaturgo Nelson Rodrigues bautizó como «Hiroshima psíquico». En el país del futbol, cuando se habla de futbol no se trata sólo de futbol: «Puede decirse que la memoria colectiva brasileña está demarcada y compartida, en el siglo XX, más que por cualquier otra cosa, por los mundiales de futbol […] Brasil es reconocido, mundialmente, por la producción de una especie de tecnología de punta del ocio, de la cual la música y el futbol son sus señas más evidentes y refinadas», sugiere el escritor José Miguel Wisnik, ensayista y profesor de literatura brasileña de la Universidad de São Paulo, en Veneno Remédio. O futebol e o Brasil, publicado en 2008 y que ha sido recibido por la crítica como un clásico instantáneo. Wisnik da cuenta de que ya desde los años treinta, el sociólogo Gilberto Freyre apuntaba que la identidad del futbol brasileño estaba ligada a la identidad del mulato: «El modo brasileño de jugar convertía el juego británicamente apolíneo en danza dionisíaca, incorporando a su técnica el pie ágil y delicado de la capoeira y del bailarín de samba». El resultado sería el jugador-poeta, una utopía que en Brasil ha encarnado en la estirpe de Leônidas da Silva, Garrincha o Pelé, y de la cual Neymar sería el representante de última generación: un jugador-poeta 2.0., una estirpe que hoy parece haber entrado en crisis.
Le pido a Wisnik que defina a Neymar y él me remite a un artículo que publicó en el periódico carioca O Globo, con motivo del partido Brasil-Escocia celebrado en Londres el 27 de marzo de 2011. «Neymar es una especie de dandi popular —escribe Wisnik—, lleno de energía juvenil, ni melancólico ni hastiado», que se alimenta de la irritación que suele generar en los rivales.
En aquella ocasión, Brasil ganó dos a cero con goles de Neymar, pero el partido es recordado porque una parte del público se dedicó a abuchearlo. Wisnik no acepta la explicación fácil y más extendida, la acusación de que Neymar se tira para simular faltas, lo que le ha valido el apodo de Cai-cai: «El corte de cabello, el cuello de la camisa a veces estratégicamente levantado, las calcetas encima de las rodillas, que le dan una apariencia inconfundible, las jugadas adornadas, pero sin perderse en floreos, que se complacen a veces en un sombrero fuera de hora y fuera de juego, todos estos artificios son en él tan naturales que irritan».
El sentir popular es que la generación actual de jugadores no está a la altura de la historia futbolística del país del futbol. «Brasil está comenzando a pagar el mal trabajo en el futbol base», me dice Carlo Carcani, director del suplemento deportivo del Correio Popular, el periódico más importante de Campinas, en el interior de São Paulo. Campinas parece un lugar idóneo para entender qué le ha pasado al futbol brasileño, por ser una ciudad que vive en una saudade permanente recordando las glorias del Guaraní hace más de treinta años. Carcani es bugre, torcedor del Guaraní, y me recuerda que en su equipo se formó a Careca, a Djalminha o a Amoroso: «Los entrenadores de los equipos de futbol base están obligados a ganar para mantener el trabajo, entonces eligen un determinado tipo de jugador, fuerte, que les garantice resultados». En ese afán absurdamente inmediatista, el sistema no tiene la paciencia imprescindible para formar cracks. El sistema está abortando a los hermanitos de Neymar.
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Hablar de Neymar como si fuera una marca no es una metáfora, ni una broma, ni siquiera una crítica a la mercantilización del futbol. Es la realidad sin adjetivos. Su página oficial de Facebook tenía a principios de abril de 2012 más de tres millones doscientos mil fans. Como toda marca, Neymar Jr.® tiene un logotipo que lo ilustra y un eslogan que destaca sus cualidades: «Ousadia & Alegria«. Sin embargo, estas estrategias quedan en un segundo plano ante el sello distintivo de Neymar: su peinado a lo mohicano, que usa, con variaciones, desde 2010. «Se había estado dejando crecer el cabello —relata Eduardo Musa—, y su papá no paraba de decirle que se lo cortara. Su papá cuenta que en el primer partido del campeonato de 2010 vio entrar en el campo a dos indios. Eran Neymar y André». Lo que en un inicio parecía una broma se convirtió en moda nacional, sobre todo entre los niños. Eso fue lo que descubrí en los primeros días de escuela de mi hijo en el país del futbol: hordas de niños peinados como Neymar.
Luciano Huck es un crack consolidado de la televisión brasileña: su fulgurante carrera supone hoy en día una industria millonaria en torno a la marca Luciano Huck®. Luciano ha entrevistado en varias ocasiones a Neymar en Caldeirão do Huck, su programa de televisión sabatino que es líder de audiencia desde 1999. Pienso que Luciano, un hombre-marca él mismo, puede ayudarme a entender el fenómeno: «Además de un futbol bellísimo —me escribe Luciano en un correo electrónico—, Neymar vino al mundo lleno de carisma y simpatía». La sonrisa fácil, la carcajada pronta, la cercanía física, esa timidez que puede pasar desapercibida por la parafernalia del entorno, contribuyen a crear esta percepción del garoto, bastante extendida entre los periodistas y la gente que lo ha conocido.
De manera paralela a su carrera deportiva, un equipo de expertos en marketing trabaja para explotar comercialmente la imagen de Neymar Jr.® Eduardo Musa es el máximo responsable de una estructura que incluye a cuatro personas pagadas por el club y a ocho que son empleados directos de Neymar. Doce profesionales que se encargan de organizar la agenda del crack y de gestionar los contratos con los patrocinadores personales: Nike, Panasonic, Red Bull, Tenys Pé Baruel, Lupo, Guaraná Antarctica, Santander, Claro, Unilever y Volkswagen.
Neymar Jr.® es un caso de marketing deportivo al estilo de Michael Jordan, Tiger Woods o Cristiano Ronaldo. Tienen claramente un modelo a seguir y no lo esconden. Le pregunto a Neymar por alguna personalidad que haya conocido y que lo haya impresionado. El garoto duda y duda, no sabe qué responder, y cada vez que duda se toca la nariz. La inseguridad que Neymar muestra al intentar responder me hace recordar que leí que está tomando un curso de media training, después de algunos tropezones mediáticos. «Un deportista, un actor, un político», insisto. «Duda, ayúdame, ¿a quién he conocido?». Duda es Eduardo Musa, quien vigila atentamente el desarrollo de la entrevista. «¿Puedo ayudar?», pide permiso. Le digo que sí. Duda no duda: «Beckham». «Sí, era ése que estaba pensando», afirma Neymar. David Beckham: paradigma del futbolista-fashion, del futbolista-marca, del futbolista-top-model, del futbolista-máquina-de-hacer-dinero.
Rentabilizar al máximo la imagen de Neymar fue la respuesta que encontró el club para retener al jugador ante las ofertas de los clubes europeos. Eduardo Musa me confirma que «el proyecto Neymar» surgió en agosto de 2010 como reacción a una oferta del Chelsea. Neymar es el rumor favorito de los veranos futbolísticos, en los que la inactividad obliga a los periódicos deportivos a llenar sus páginas con especulaciones. En 2010 fue la oferta del Chelsea y en 2011 se libró una guerra abierta entre la prensa madrileña y catalana sobre su supuesto fichaje por el Real Madrid o el Barcelona. Sin embargo, Neymar se ha ido quedando. Contra todo pronóstico, el 9 de noviembre de 2011 se anunció la firma de un nuevo contrato y el compromiso del jugador a permanecer en el Santos hasta —. Luis Álvaro de Oliveira Ribeiro, actual presidente del Santos e ideólogo del proyecto Neymar, defiende que el jugador debe permanecer en Brasil, pues está llamado a ocupar el lugar que dejó Ayrton Senna como ídolo nacional.
Neymar percibe al mes casi tres millones de reales (alrededor de un millón seicientos mil dólares), de los cuales el club paga sólo cuatrocientos cuarenta mil y el resto es cubierto por los patrocinadores. Un día después de la firma del nuevo contrato, la primera plana de la Folha de São Paulo mostraba una fotografía de un yate en el que Neymar estaba acompañado por dos garotas en bikini. El titular era un homenaje al sentido común: «¿Europa para qué?».
Pensando en el derroche monetario y en su estética, tan propia de los deportistas exitosos, paradigma de los nuevos ricos, le pregunto a Neymar dónde le gustaría vivir. «Vivir no —el curso de media training está funcionando, Neymar entiende que su respuesta podría interpretarse como una señal sobre su futuro futbolístico—, pero sí hay lugares que me gustaría conocer mejor: Dubai, me pareció muito legal, y también Las Vegas». Muito legal: muy padre, muy chido. Al dinero le gusta el dinero.
La marca Neymar Jr.® ha creado una industria que está haciendo explotar los números del Santos. La facturación, que era de 60 millones de reales en 2009, fue del doble en 2011, y se espera que llegue a 160 millones en 2012. El nuevo contrato de derechos de transmisión televisiva es de 55 millones de reales, contra los 25.6 millones de antes de Neymar. El patrocinio de la camiseta pasó de 7.6 millones en 2009 a 30 millones en 2011. El reciente cambio de la marca del uniforme, de Umbro a Nike, supuso un salto de 6 a 12 millones. Pero quizás el dato más simbólico, e hiriente, sobre el impacto de Neymar en el club sea el promedio de asistencia a los partidos del Santos con o sin su presencia: «La diferencia es impresionante», me dice Eduardo Musa y hace un gesto para representar que esto no les gusta.
El proyecto Neymar habría sido imposible hace diez años. Neymar Jr.® es el símbolo del boom económico del país del futbol.
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Es el domingo 4 de marzo de 2012 y estoy en un boteco frente al Estádio Urbano Caldeira, mejor conocido como Vila Belmiro, la casa del Santos. A las cuatro de la tarde, el Santos se enfrentará al Corinthians, el club más popular de Brasil y actual campeón nacional. El boteco es el bar típico del país del futbol. Se bebe sobre todo cerveza y cachaça, un aguardiente de caña, que se acompaña con salgadinhos, la versión nacional de las botanas.
Hace un calor delirante, el calor del verano en el país del futbol y, más específicamente, el sofocante calor húmedo del litoral paulista. La violencia de las torcidas obliga a que en las mesas suden latas de Brahma o de Skol: el reglamento municipal impide cumplir la tradición de los botecos, donde lo usual es compartir botellas heladísimas de cerveza de 750 mililitros en vasos de vidrio pequeños. Me acerco a una mesa donde tres sesentones descamisados exhiben su santismo en numerosos tatuajes. Uno de ellos tiene tatuado el escudo del club en la frente. Imagino la aguja repiqueteando la piel que cubre el córtex cerebral: imagino jaquecas delirantes: el éxtasis masoquista del futbol. «Neymar es un malabarista», me dice y frunce el ceño de manera que las siglas S.F.C. en el escudo se vuelven ininteligibles. «Desde el primer partido ya se veía que era un crack«, asegura uno que exhibe a Pelé en el brazo derecho. «No se esconde, cuanto más le pegan más quiere jugar», destaca el tercero.
Hay una unanimidad apresurada, histérica, por confirmar la genialidad de Neymar. «¿Que si me gusta?, imagínese que he recorrido tres mil kilómetros para verlo», me responde el más viejo de los torcedores del boteco, quien asegura haber viajado desde Manaos, en el Amazonas, sólo para ver el partido. Conforme la conversación continúa, descubro que la afirmación inicial requiere de matices tan densos que terminan por oscurecerla: su familia vive en Santos, tiene negocios en la ciudad y pasa temporadas aquí para convivir con sus nietos. En realidad, el anciano no viajó tres mil kilómetros para ver a Neymar, más bien está aprovechando una serie de circunstancias, pero quería decirlo así, porque sonaba espectacular, porque era una frase a la altura del fanatismo histérico que rodea a la figura de Neymar: «Viajé tres mil kilómetros sólo para ver a Neymar».
En los tendederos de los puestos alrededor del estadio todas las camisetas que penden llevan estampado el número 11. «Sólo hay de Neymar, las de otros jugadores no se venden», me dice un vendedor ambulante. Todos los vendedores a los que pregunto me repiten lo mismo. Me resulta inverosímil que no haya camisetas de otros jugadores, especialmente de Ganso, la otra estrella del equipo. Insisto hasta que encuentro una explicación: «Siempre ha sido así, ahora es Neymar, antes era Robinho y antes Diego, pasa lo mismo con Lucas en el São Paulo o con Ronaldinho en el Flamengo». Al país del futbol le gusta la idea del crack-mesías. Pero Neymar tiene algo especial. Un vendedor ambulante que se mueve entre los estadios de São Paulo, Santos, Río de Janeiro y Porto Alegre me lo explica así: «La de Neymar es la única camiseta que se vende en otros estadios, incluso cuando no juega el Santos, porque los niños la piden».
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No se puede entender a Neymar da Silva Santos Júnior sin hablar de Neymar da Silva Santos, su padre, quien también fue futbolista, aunque a diferencia del hijo jugó siempre en clubes pequeños y sin mucho éxito. Neymar padre controla todos los negocios del hijo y administra el dinero. Neymar Jr. recibe del padre una mesada y es el padre quien realiza cualquier compra que suponga valores importantes. Eduardo Musa me confirma que el poder está en manos de Neymar padre. Le cuestiono qué sucedería contractualmente si en algún momento el comportamiento de Neymar afectara de manera negativa la imagen de sus patrocinadores. «Hay una cláusula de rescisión —me responde—, no es nada especial, es como cualquier contrato de imagen». «Pero ustedes trabajan con un manual de crisis? —insisto—, ¿hay un procedimiento definido a seguir?». «El padre es el que manda —afirma tajantemente—, él decide, él tiene la última palabra, eso está muy claro: aquí el que manda es el padre». Neymar padre y Neymar Jr., Neymar padre y Neymar Jr.® «Por eso la marca es Neymar Jr. —aclara Musa—, porque Neymar es el padre». Es verdad: en el logotipo y en todo el material de marketing se utiliza el Jr., una enmienda innecesaria y, al mismo tiempo, muy significativa. ¿Habrá alguna posibilidad de que los fanáticos, la opinión pública o el «santísimo mercado» confundan al verdadero Neymar?
Este control administrativo proviene de un estrecho vínculo afectivo. «¿Quién es tu héroe en la vida real?», le pregunto a Neymar, y ésta es una de las pocas respuestas que surgen de inmediato, sin necesidad de reflexionar. «Mi padre», contesta. En otro momento de la entrevista me dice que una de sus películas favoritas es En busca de la felicidad. Se trata de un drama de tintes motivacionales, basado en una historia real, en el que un padre de familia en serias dificultades económicas debe sacar adelante a su hijo pequeño después de que la madre los abandona. La película es protagonizada por Will Smith y por Jaden Smith, su hijo en la vida real.
«¿Un futbolista que admiras?», le pregunto. «Robinho», responde otra vez sin titubear. Robinho también surgió en el Santos y fue su compañero en 2010, cuando Robinho quiso volver de Europa después de fracasar en el Manchester City. ¿Pero hay algo que Neymar pueda admirar de Robinho, quien se ha quedado muy lejos de ser el crack que se esperaba? No, la realidad es que no. Lo que funciona aquí es un mecanismo de lealtad. Algo parecido sucede cuando le pido que me diga quién es su artista favorito: «Tengo varios amigos», es lo primero que dice, antes de citar los nombres de Thiaguinho y Gusttavo Lima, entre otros cantantes de samba y música sertaneja. Neymar necesita una tribu.
Este apego al padre y a los amigos, esta necesidad de sentir la protección de la tribu, que deja ver a un Neymar tímido, casi inseguro, lo que coincide con el ligero peso de su presencia, le da un conveniente rasgo de «naturalidad». «Ustedes lo vieron, de chanclas, es muy sencillo, ése es Neymar», nos diría Eduardo Musa más tarde, cuando Neymar ya se había retirado y él por fin podía ser también una persona sencilla y abandonar la prepotencia propia de ser el guardaespaldas de lujo del garoto al que todo Brasil quiere conocer. La puerta de la oficina se abre y entra de nuevo Neymar: «Duda, ¿dónde están las llaves de mi coche?». «No sé, yo no las tengo», responde Eduardo. Neymar se va, pero vuelve de inmediato. Duda tiene las llaves en el bolsillo.
* * *
Miércoles 27 de julio de 2011. Santos y Flamengo disputan un partido del campeonato brasileño en el Vila Belmiro. Corre el minuto veinticinco y el Santos ya gana dos a cero. Neymar recibe la pelota en el minuto veinticinco con doce segundos: está vibrando a tres cuartos del campo del Flamengo, pero muy escorado en la banda izquierda, prácticamente pegado a la línea del saque de banda. En un segundo (25’13») se acerca a presionarlo un oponente, al que Neymar dribla con una preciosa rabona para luego salir disparado hacia el centro del campo. En el minuto veinticinco con quince segundos resulta que con ese mismo impulso Neymar se quitó de encima no sólo a uno, sino a dos jugadores del Flamengo. Toca la pelota hacia el frente (25’16») y corre en diagonal para recibir la pared de Borges (su compañero en el ataque, no el escritor argentino), quien le devuelve la pelota. Es el minuto veinticinco con dieciocho segundos y Neymar se enfila hacia el área grande. Un defensor lo tironea del brazo, de la espalda (25’19»), pero no consigue detenerlo: «Nadie para a Neymar», se escucha decir en este instante al narrador de la televisión. Entonces, en el minuto veinticinco con veinte segundos, el garoto decide que las piruetas deben estar al servicio de la efectividad: se pasa con el tacón la pelota de la pierna derecha a la izquierda y con la zurda efectúa un autopase quitándose de encima a otro defensor en el filo del área grande. Entra al área, donde el minuto veinticinco con veintidós segundos lo encuentra frente a la portería, escoltado por otro defensa, que se barre en un último y angustioso intento de interrumpir la jugada. Sin embargo, Neymar sigue fluyendo. En el borde del área pequeña, el portero intenta reducirle el ángulo de disparo, pero el moleque dispara con la parte externa del pie derecho una fracción de segundo antes de caer al suelo, derribado por el defensor. El balón toca la red a los veinticinco minutos con veintitrés segundos y es como si el agua chocara contra las rocas. Los alaridos en las gradas son la espuma del gol. Una jugada como un río: el gol que al finalizar 2011 será galardonado por la FIFA como el gol más bonito del año.
El sistema se engrasa y la maquinaria funciona a toda su potencia: es como si acabaran de filmar un anuncio.
* * *
El Vila Belmiro es pequeño, tiene capacidad apenas para 15800 espectadores. Es un estadio al estilo inglés con las tribunas muy cerca del campo de juego, lo que produce una intimidad entre público y jugadores que puede llegar a intimidar no únicamente a los rivales. Aquí, cuando las firulas de Neymar fracasan, sus demostraciones de virtuosismo con la pelota, el moleque puede escuchar con claridad las recriminaciones de los fanáticos.
Entro a la zona noble del estadio cuando falta una hora para el inicio del partido, y observo a las tres torcidas del Santos preparar sus enormes banderas para recibir al equipo: la Torcida Jovem, la Sangue Jovem y la Força Jovem. En un rincón del estadio, bajo un control policial digno de una dictadura, las torcidas del Corinthians se van aposentando lentamente: los famosos y temidos Gaviões da Fiel, la Jovem Camisa 12 y un pequeño contingente de la Pavilhão 9. Justo antes de iniciar el partido, con las tribunas a reventar, las torcidas santistas saludan a las corinthianas como en todo clásico que se digne de serlo: «Puta que pariuuu Libertadores o Corinthians nunca viuuu«. Es el gran orgullo del Santos, ser tricampeón de la Libertadores, una copa que el Corinthians no ha podido ganar nunca.
Este Santos-Corinthians supone un encuentro simbólico entre dos figuras en situaciones opuestas: Neymar y Adriano. Adriano, un feroz atacante que vivió sus mejores épocas en el Flamengo y en el Inter de Milán, es el último ejemplo de la decadencia en la que suelen caer algunos cracks brasileños con una indolencia alarmante. El caso de Adriano es un coctel letal en el que se mezclan depresión, abuso de alcohol, obesidad, amistades peligrosas e incluso escenitas de sus namoradas. Una semana después del partido contra el Santos, Adriano acabaría siendo expulsado del Corinthians.
Neymar y Adriano se encuentran en el saludo protocolario antes de comenzar el partido. Tengo una curiosidad inmensa, epistemológica, por ver lo que sucede. Pienso que son dos ejes de un cuadrado semiótico que podría explicar el enigma de los cracks brasileños. Se saludan entre sonrisas cariñosas y después se abrazan durante cinco larguísimos segundos. Como tengo propensión al melodrama, mientras los observo abrazarse, recuerdo a Ronaldinho, cuyos despojos se pasean hoy en día vestidos con la camiseta del Flamengo, y en Ronaldo y su eterna lucha contra la obesidad, y pienso: «Cuidado, Neymar, he ahí un futuro posible».
Hay un consenso entre los especialistas y la opinión pública en que nunca antes un jugador de futbol había sido inflado tan prematuramente. Wisnik lo resumió diciendo que Neymar es «el primer jugador en la historia del futbol que ya existía antes de existir». Consagrado de manera anticipada, cada conquista lo va transformando de un «crack virtual» en un «crack efectivo». Ahí reside la potencia del fenómeno Neymar: su desempeño hasta ahora ha cumplido, con creces, lo que de él se había especulado. Incluso el gran fracaso de su carrera, la estrepitosa derrota del Santos ante el Barcelona en la final del mundial de clubes de 2011, fue interpretado como lógico e inevitable. Porque incluso en el país del futbol se admite que hoy en día hay otra religión que es la única y verdadera: Messi existe.
Hasta ahora, la carrera de Neymar ha tenido pocas turbulencias. Dos en particular son de conocimiento público: la noticia de que tendría un hijo con una menor de edad y el enfrentamiento con el técnico Dorival Júnior. David Lucca tiene hoy siete meses, y aunque Neymar y la madre no viven juntos, parece haber un acuerdo que mantiene la situación muy lejos del escándalo.
Neymar me confiesa que el peor partido de su carrera fue contra el Atlético Goianiense. Veo un genuino destello de vergüenza cuando lo dice. El 15 de septiembre de 2010, el técnico Dorival Júnior ordenó a Neymar que no disparara un penalti. Las malas lenguas dicen que fue un castigo por una fiesta en la concentración del Santos en la que el garoto habría participado. Neymar se puso furioso y discutió con el entrenador a la vista de todo el mundo. Dorival Júnior, en un intento por restablecer su autoridad, anunció que Neymar no jugaría el siguiente partido. Esta decisión, que no contaba con el consentimiento de la directiva, causó que le despidieran por «insubordinación».
Cuestionados al respecto, los torcedores en las afueras del estadio me han intentado tranquilizar al defender, de manera unánime, que Neymar no va a malograrse, que está muy protegido, que su padre lo controla de manera adecuada. Luciano Huck lo tiene claro: «Su base familiar es sólida para mantenerlo con la cabeza en su lugar». Es lo mismo que me afirma Eduardo Musa: «Está a salvo, por el trabajo que hemos hecho y por la educación de su familia». Eso suena muy bonito, pero otra de sus frases me parece más reveladora: «Si no hay un buen desempeño deportivo no hay nada». Quizás ésa sea la mejor garantía del futuro de Neymar: si no hay buen futbol no hay negocio.
* * *
Al finalizar la entrevista, pido que nos hagan una fotografía juntos. Neymar se coloca a mi izquierda. Paso mi brazo izquierdo por su espalda y coloco la mano en su hombro. Neymar hace lo mismo con su brazo derecho, pero su mano descansa en mi cintura. Entonces descubro que el fotógrafo no está listo, que había desmontado una lente de la cámara y tendremos que esperar. Neymar no se separa ni quita la mano de la cintura. Yo tampoco lo hago. Nos mantenemos abrazados en la misma posición. Y los segundos pasan. Es una situación muy extraña, un tanto bochornosa.
Mientras dura el abrazo, recuerdo que Neymar me ha dicho que su superhéroe favorito es el Hombre Araña. En uno de esos gestos que evidencian que es un moleque, al decirlo hizo el ademán de lanzar telas de araña. Pienso en Peter Parker, estudiante de preparatoria, huérfano, tímido, con problemas de identidad, antisocial, con complejo de inferioridad y que actúa movido por la culpa. Y pienso en el superhéroe favorito de mi hijo y de todos sus amigos: Ben-10, un niño tímido de diez años que trata de esconder sus miedos.
Eduardo Musa dice tener una teoría: «Neymar es el héroe posible, es un moleque da rua (un niño de la calle), por eso los niños se identifican con él». El héroe perfecto para los tiempos de Ben-10. La pregunta es: ¿podría Ben-10 ganar un mundial de futbol organizado en su país?
Por fin hacen la foto.
Antes de despedirme y mientras firma, de manera demasiado amable, un par de camisetas, le digo que tengo un hijo de cinco años que está loco por él, que imita su peinado y que incluso cuando hace dibujos de la familia se dibuja con el pelo a lo mohicano. Neymar ríe de manera condescendiente. Saco de la mochila un dibujo y se le entrego, señalándole una especie de ola negra que corona la cabeza de mi hijo.
Neymar ríe a carcajadas.
Pero no se quita el gorro. //
[Corinthians ganaría la Copa Libertadores más adelante ese mismo año]
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El día en que la selección argentina ganó la Copa América, se viralizó una transmisión en vivo que uno de sus jugadores, Enzo Fernández, realizó en su cuenta de Instagram. En ella se escuchaba al equipo entonando un canto de cancha de contenido xenófobo contra los jugadores franceses. La situación estuvo a punto de terminar en una crisis diplomática entre Argentina y Francia. ¿De qué manera las arengas futboleras reflejan la problemática de un tema tan sensible mundialmente como la inmigración?
Mino Tragedias
El futbolista italiano Roberto Baggio viviría el trago más amargo de su carrera al fallar el penalti que le concedió a Brasil la victoria del Mundial en 1994. Sin embargo, él no sería el único en disputar el partido de su vida; este relato es la carta de amor de un niño a las glorias de su padre y al futbol mismo.
Decepción mexicana: cuando el negocio mancha a la pelota
Desde los años noventa hasta la primera década del siglo XXI, el futbol mexicano tuvo un crecimiento más o menos sostenido. Aunque en los mundiales no se alcanzó el tan anhelado quinto partido, salvo en 1986, jamás los aficionados habían experimentado una decepción total como en la Copa América 2024. Los responsables del fracaso están muy lejos de las canchas y visten de traje.