Archivo Gatopardo

Una vuelta al Tercer Mundo

Una vuelta al Tercer Mundo

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
08
.
02
.
16
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Para su más reciente libro, el cronista chileno Juan Pablo Meneses decidió darle una vuelta al llamado Tercer Mundo. El primer capítulo de "Una vuelta al Tercer Mundo" cuenta cómo el poder político latinoamericano llegó hasta el Vaticano.

1

Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Franciscum.

2

El centro de la ciudad de Buenos Aires está tapizado con carteles que llevan la foto del nuevo Papa y la leyenda: Francisco I. ARGENTINO Y PERONISTA.

Las portadas de los periódicos y revistas muestran la imagen del último jefe mundial de los católicos. Los peatones aún no salen del asombro de hace pocos días, cuando luego de la fumata blanca se anunció en vivo y directo para todo el planeta que el nuevo pontífice era de aquí, de Argentina; el primer latinoamericano, el primer tercermundista en liderar la iglesia de Pedro.

En los días posteriores al nombramiento todo ha girado en torno al nuevo Papa. Un vendedor callejero me ofrece banderas del Vaticano. Me como un bife de chorizo jugoso y con ensalada mixta, mientras en el televisor de la parrillada pasan un especial sobre la vida del nuevo santo padre. Me cruzo con dos unidades móviles de televisión que transmiten desde las afueras de la catedral. La barman de un local de moda me dice que está reorgullosa. Una exnovia me comenta, en tono de broma, lo grosso que son los argentinos. Un amigo ateo vaticina alarmado que esto recién comienza y que de atrás vendrá una ola de conservadurismo eclesiástico para todo el país. Veo a personas comprar velas santificadas con los colores celeste y blanco. Un taxista peruano me pregunta si quiero ir a conocer la zona donde vivía Jorge Mario Bergoglio hasta hace pocos días, mientras en la radio de su Renault se escucha a un comentarista explicando por qué este nombramiento es un gran triunfo la- tinoamericano. Un seminarista me cuenta cómo se están preparando para seguir desde aquí, desde el barrio del Papa, su entronización. Una bailarina dominicana me asegura que en el cabaret todo ha sido fiesta. Durante el desayuno en el hotel veo a turistas brasileños aguantando las bromas de los argentinos que mezclan fútbol y religión, y nosotros tenemos a Maradona y a Messi y ahora al Papa y ustedes a Pelé, que debutó con un pibe.

El Primer Mundo está obligado a mirar a nuestros países, o van a desaparecer, escribe un columnista especialista en temas del Vaticano. Los futbolistas de San Lorenzo, el equipo del que Bergoglio es hincha, dan entrevistas a los corresponsales de los medios italianos. Los programas de farándula explican paso a paso cómo será la ceremonia de asunción. Aumenta la cantidad de gente que va a misa y cae en Buenos Aires una lluvia de enviados especiales. En el barrio de Flores, donde nació y se crió el Papa latinoamericano, hay bolsones de inmigrantes bolivianos, asiáticos y paraguayos. Francisco solía hacer misas en la iglesia San José de Flores, una construcción sostenida por gruesas columnas en la entrada y que en la cúpula, debajo de la cruz, tiene un reloj imponente que le da la hora al barrio.

—No lo podemos creer. Todavía no podemos creer que el nuevo Papa sea de acá. Que sea uno de nosotros, me dan ganas de llorar —y la mujer se emociona, casi llora, se tapa la boca con su mano vieja y pecosa y con artritis, y los ojos se le humedecen de emoción.

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Para su más reciente libro, el cronista chileno Juan Pablo Meneses decidió darle una vuelta al llamado Tercer Mundo. El primer capítulo de "Una vuelta al Tercer Mundo" cuenta cómo el poder político latinoamericano llegó hasta el Vaticano.

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Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Franciscum.

2

El centro de la ciudad de Buenos Aires está tapizado con carteles que llevan la foto del nuevo Papa y la leyenda: Francisco I. ARGENTINO Y PERONISTA.

Las portadas de los periódicos y revistas muestran la imagen del último jefe mundial de los católicos. Los peatones aún no salen del asombro de hace pocos días, cuando luego de la fumata blanca se anunció en vivo y directo para todo el planeta que el nuevo pontífice era de aquí, de Argentina; el primer latinoamericano, el primer tercermundista en liderar la iglesia de Pedro.

En los días posteriores al nombramiento todo ha girado en torno al nuevo Papa. Un vendedor callejero me ofrece banderas del Vaticano. Me como un bife de chorizo jugoso y con ensalada mixta, mientras en el televisor de la parrillada pasan un especial sobre la vida del nuevo santo padre. Me cruzo con dos unidades móviles de televisión que transmiten desde las afueras de la catedral. La barman de un local de moda me dice que está reorgullosa. Una exnovia me comenta, en tono de broma, lo grosso que son los argentinos. Un amigo ateo vaticina alarmado que esto recién comienza y que de atrás vendrá una ola de conservadurismo eclesiástico para todo el país. Veo a personas comprar velas santificadas con los colores celeste y blanco. Un taxista peruano me pregunta si quiero ir a conocer la zona donde vivía Jorge Mario Bergoglio hasta hace pocos días, mientras en la radio de su Renault se escucha a un comentarista explicando por qué este nombramiento es un gran triunfo la- tinoamericano. Un seminarista me cuenta cómo se están preparando para seguir desde aquí, desde el barrio del Papa, su entronización. Una bailarina dominicana me asegura que en el cabaret todo ha sido fiesta. Durante el desayuno en el hotel veo a turistas brasileños aguantando las bromas de los argentinos que mezclan fútbol y religión, y nosotros tenemos a Maradona y a Messi y ahora al Papa y ustedes a Pelé, que debutó con un pibe.

El Primer Mundo está obligado a mirar a nuestros países, o van a desaparecer, escribe un columnista especialista en temas del Vaticano. Los futbolistas de San Lorenzo, el equipo del que Bergoglio es hincha, dan entrevistas a los corresponsales de los medios italianos. Los programas de farándula explican paso a paso cómo será la ceremonia de asunción. Aumenta la cantidad de gente que va a misa y cae en Buenos Aires una lluvia de enviados especiales. En el barrio de Flores, donde nació y se crió el Papa latinoamericano, hay bolsones de inmigrantes bolivianos, asiáticos y paraguayos. Francisco solía hacer misas en la iglesia San José de Flores, una construcción sostenida por gruesas columnas en la entrada y que en la cúpula, debajo de la cruz, tiene un reloj imponente que le da la hora al barrio.

—No lo podemos creer. Todavía no podemos creer que el nuevo Papa sea de acá. Que sea uno de nosotros, me dan ganas de llorar —y la mujer se emociona, casi llora, se tapa la boca con su mano vieja y pecosa y con artritis, y los ojos se le humedecen de emoción.

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Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Franciscum.

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El centro de la ciudad de Buenos Aires está tapizado con carteles que llevan la foto del nuevo Papa y la leyenda: Francisco I. ARGENTINO Y PERONISTA.

Las portadas de los periódicos y revistas muestran la imagen del último jefe mundial de los católicos. Los peatones aún no salen del asombro de hace pocos días, cuando luego de la fumata blanca se anunció en vivo y directo para todo el planeta que el nuevo pontífice era de aquí, de Argentina; el primer latinoamericano, el primer tercermundista en liderar la iglesia de Pedro.

En los días posteriores al nombramiento todo ha girado en torno al nuevo Papa. Un vendedor callejero me ofrece banderas del Vaticano. Me como un bife de chorizo jugoso y con ensalada mixta, mientras en el televisor de la parrillada pasan un especial sobre la vida del nuevo santo padre. Me cruzo con dos unidades móviles de televisión que transmiten desde las afueras de la catedral. La barman de un local de moda me dice que está reorgullosa. Una exnovia me comenta, en tono de broma, lo grosso que son los argentinos. Un amigo ateo vaticina alarmado que esto recién comienza y que de atrás vendrá una ola de conservadurismo eclesiástico para todo el país. Veo a personas comprar velas santificadas con los colores celeste y blanco. Un taxista peruano me pregunta si quiero ir a conocer la zona donde vivía Jorge Mario Bergoglio hasta hace pocos días, mientras en la radio de su Renault se escucha a un comentarista explicando por qué este nombramiento es un gran triunfo la- tinoamericano. Un seminarista me cuenta cómo se están preparando para seguir desde aquí, desde el barrio del Papa, su entronización. Una bailarina dominicana me asegura que en el cabaret todo ha sido fiesta. Durante el desayuno en el hotel veo a turistas brasileños aguantando las bromas de los argentinos que mezclan fútbol y religión, y nosotros tenemos a Maradona y a Messi y ahora al Papa y ustedes a Pelé, que debutó con un pibe.

El Primer Mundo está obligado a mirar a nuestros países, o van a desaparecer, escribe un columnista especialista en temas del Vaticano. Los futbolistas de San Lorenzo, el equipo del que Bergoglio es hincha, dan entrevistas a los corresponsales de los medios italianos. Los programas de farándula explican paso a paso cómo será la ceremonia de asunción. Aumenta la cantidad de gente que va a misa y cae en Buenos Aires una lluvia de enviados especiales. En el barrio de Flores, donde nació y se crió el Papa latinoamericano, hay bolsones de inmigrantes bolivianos, asiáticos y paraguayos. Francisco solía hacer misas en la iglesia San José de Flores, una construcción sostenida por gruesas columnas en la entrada y que en la cúpula, debajo de la cruz, tiene un reloj imponente que le da la hora al barrio.

—No lo podemos creer. Todavía no podemos creer que el nuevo Papa sea de acá. Que sea uno de nosotros, me dan ganas de llorar —y la mujer se emociona, casi llora, se tapa la boca con su mano vieja y pecosa y con artritis, y los ojos se le humedecen de emoción.

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Las portadas de los periódicos y revistas muestran la imagen del último jefe mundial de los católicos. Los peatones aún no salen del asombro de hace pocos días, cuando luego de la fumata blanca se anunció en vivo y directo para todo el planeta que el nuevo pontífice era de aquí, de Argentina; el primer latinoamericano, el primer tercermundista en liderar la iglesia de Pedro.

En los días posteriores al nombramiento todo ha girado en torno al nuevo Papa. Un vendedor callejero me ofrece banderas del Vaticano. Me como un bife de chorizo jugoso y con ensalada mixta, mientras en el televisor de la parrillada pasan un especial sobre la vida del nuevo santo padre. Me cruzo con dos unidades móviles de televisión que transmiten desde las afueras de la catedral. La barman de un local de moda me dice que está reorgullosa. Una exnovia me comenta, en tono de broma, lo grosso que son los argentinos. Un amigo ateo vaticina alarmado que esto recién comienza y que de atrás vendrá una ola de conservadurismo eclesiástico para todo el país. Veo a personas comprar velas santificadas con los colores celeste y blanco. Un taxista peruano me pregunta si quiero ir a conocer la zona donde vivía Jorge Mario Bergoglio hasta hace pocos días, mientras en la radio de su Renault se escucha a un comentarista explicando por qué este nombramiento es un gran triunfo la- tinoamericano. Un seminarista me cuenta cómo se están preparando para seguir desde aquí, desde el barrio del Papa, su entronización. Una bailarina dominicana me asegura que en el cabaret todo ha sido fiesta. Durante el desayuno en el hotel veo a turistas brasileños aguantando las bromas de los argentinos que mezclan fútbol y religión, y nosotros tenemos a Maradona y a Messi y ahora al Papa y ustedes a Pelé, que debutó con un pibe.

El Primer Mundo está obligado a mirar a nuestros países, o van a desaparecer, escribe un columnista especialista en temas del Vaticano. Los futbolistas de San Lorenzo, el equipo del que Bergoglio es hincha, dan entrevistas a los corresponsales de los medios italianos. Los programas de farándula explican paso a paso cómo será la ceremonia de asunción. Aumenta la cantidad de gente que va a misa y cae en Buenos Aires una lluvia de enviados especiales. En el barrio de Flores, donde nació y se crió el Papa latinoamericano, hay bolsones de inmigrantes bolivianos, asiáticos y paraguayos. Francisco solía hacer misas en la iglesia San José de Flores, una construcción sostenida por gruesas columnas en la entrada y que en la cúpula, debajo de la cruz, tiene un reloj imponente que le da la hora al barrio.

—No lo podemos creer. Todavía no podemos creer que el nuevo Papa sea de acá. Que sea uno de nosotros, me dan ganas de llorar —y la mujer se emociona, casi llora, se tapa la boca con su mano vieja y pecosa y con artritis, y los ojos se le humedecen de emoción.

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Las portadas de los periódicos y revistas muestran la imagen del último jefe mundial de los católicos. Los peatones aún no salen del asombro de hace pocos días, cuando luego de la fumata blanca se anunció en vivo y directo para todo el planeta que el nuevo pontífice era de aquí, de Argentina; el primer latinoamericano, el primer tercermundista en liderar la iglesia de Pedro.

En los días posteriores al nombramiento todo ha girado en torno al nuevo Papa. Un vendedor callejero me ofrece banderas del Vaticano. Me como un bife de chorizo jugoso y con ensalada mixta, mientras en el televisor de la parrillada pasan un especial sobre la vida del nuevo santo padre. Me cruzo con dos unidades móviles de televisión que transmiten desde las afueras de la catedral. La barman de un local de moda me dice que está reorgullosa. Una exnovia me comenta, en tono de broma, lo grosso que son los argentinos. Un amigo ateo vaticina alarmado que esto recién comienza y que de atrás vendrá una ola de conservadurismo eclesiástico para todo el país. Veo a personas comprar velas santificadas con los colores celeste y blanco. Un taxista peruano me pregunta si quiero ir a conocer la zona donde vivía Jorge Mario Bergoglio hasta hace pocos días, mientras en la radio de su Renault se escucha a un comentarista explicando por qué este nombramiento es un gran triunfo la- tinoamericano. Un seminarista me cuenta cómo se están preparando para seguir desde aquí, desde el barrio del Papa, su entronización. Una bailarina dominicana me asegura que en el cabaret todo ha sido fiesta. Durante el desayuno en el hotel veo a turistas brasileños aguantando las bromas de los argentinos que mezclan fútbol y religión, y nosotros tenemos a Maradona y a Messi y ahora al Papa y ustedes a Pelé, que debutó con un pibe.

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—No lo podemos creer. Todavía no podemos creer que el nuevo Papa sea de acá. Que sea uno de nosotros, me dan ganas de llorar —y la mujer se emociona, casi llora, se tapa la boca con su mano vieja y pecosa y con artritis, y los ojos se le humedecen de emoción.

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Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Franciscum.

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El centro de la ciudad de Buenos Aires está tapizado con carteles que llevan la foto del nuevo Papa y la leyenda: Francisco I. ARGENTINO Y PERONISTA.

Las portadas de los periódicos y revistas muestran la imagen del último jefe mundial de los católicos. Los peatones aún no salen del asombro de hace pocos días, cuando luego de la fumata blanca se anunció en vivo y directo para todo el planeta que el nuevo pontífice era de aquí, de Argentina; el primer latinoamericano, el primer tercermundista en liderar la iglesia de Pedro.

En los días posteriores al nombramiento todo ha girado en torno al nuevo Papa. Un vendedor callejero me ofrece banderas del Vaticano. Me como un bife de chorizo jugoso y con ensalada mixta, mientras en el televisor de la parrillada pasan un especial sobre la vida del nuevo santo padre. Me cruzo con dos unidades móviles de televisión que transmiten desde las afueras de la catedral. La barman de un local de moda me dice que está reorgullosa. Una exnovia me comenta, en tono de broma, lo grosso que son los argentinos. Un amigo ateo vaticina alarmado que esto recién comienza y que de atrás vendrá una ola de conservadurismo eclesiástico para todo el país. Veo a personas comprar velas santificadas con los colores celeste y blanco. Un taxista peruano me pregunta si quiero ir a conocer la zona donde vivía Jorge Mario Bergoglio hasta hace pocos días, mientras en la radio de su Renault se escucha a un comentarista explicando por qué este nombramiento es un gran triunfo la- tinoamericano. Un seminarista me cuenta cómo se están preparando para seguir desde aquí, desde el barrio del Papa, su entronización. Una bailarina dominicana me asegura que en el cabaret todo ha sido fiesta. Durante el desayuno en el hotel veo a turistas brasileños aguantando las bromas de los argentinos que mezclan fútbol y religión, y nosotros tenemos a Maradona y a Messi y ahora al Papa y ustedes a Pelé, que debutó con un pibe.

El Primer Mundo está obligado a mirar a nuestros países, o van a desaparecer, escribe un columnista especialista en temas del Vaticano. Los futbolistas de San Lorenzo, el equipo del que Bergoglio es hincha, dan entrevistas a los corresponsales de los medios italianos. Los programas de farándula explican paso a paso cómo será la ceremonia de asunción. Aumenta la cantidad de gente que va a misa y cae en Buenos Aires una lluvia de enviados especiales. En el barrio de Flores, donde nació y se crió el Papa latinoamericano, hay bolsones de inmigrantes bolivianos, asiáticos y paraguayos. Francisco solía hacer misas en la iglesia San José de Flores, una construcción sostenida por gruesas columnas en la entrada y que en la cúpula, debajo de la cruz, tiene un reloj imponente que le da la hora al barrio.

—No lo podemos creer. Todavía no podemos creer que el nuevo Papa sea de acá. Que sea uno de nosotros, me dan ganas de llorar —y la mujer se emociona, casi llora, se tapa la boca con su mano vieja y pecosa y con artritis, y los ojos se le humedecen de emoción.

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