El limbo de Pablo Vargas Lugo
Actos de Dios la obra que representa al pabellón mexicano en la 58 Bienal de Venecia
Actos de Dios, la obra de Pablo Vargas Lugo que representa a México en la 58 Bienal de Venecia, inauguró el pasado 9 de mayo, curada por Magali Arriola. Como antecedente rápido, se trata de la bienal más antigua del mundo, que este año reúne a noventa representaciones nacionales (así como a numerosas exposiciones colaterales), y que además de congregar a la intelligentsia del mundo del arte, es uno de los eventos más relevantes: constituye una especie de medidor de las preocupaciones de la producción contemporánea. Ahí, Actos de Dios dialoga con la propuesta de Ralph Rugoff, el director artístico de esta edición titulada “Que vivas tiempos interesantes”, una presunta maldición china muy antigua que anticipó los tiempos turbulentos que estamos viviendo.
Pablo Vargas Lugo tiene un cuerpo de obra a menudo críptico, que repele una inmediatez y una unilateralidad de la percepción. Sus trabajos integran sistemas de medición o de clasificación —la astronomía, la cartografía, las partituras—, y en esta ocasión decidió incorporar la fe dentro de estos ejercicios taxonómicos.
En la sala del Arsenale, donde se aloja al pabellón mexicano, dos pantallas presentan distintas secuencias, de unos quince minutos de duración, de un popurrí de pasajes bíblicos. Frente a la pantalla hay unos bloques de piedra traídos desde Coahuila —donde se filmó la pieza— y a un lado una escultura hecha de un bloque de piedra que reposa sobre capas de arena pigmentada.
Los videos recrean, a partir de los Evangelios, viñetas que se suceden sin orden y sin lógica, pero que identificamos fácilmente porque estos fragmentos son un poco el cemento en la construcción de la psique de nuestra sociedad. Esta pieza aborda la historia que hemos escrito para darle sentido a estas imágenes y recrear, a partir de la ambientación de un pensamiento mágico que se ha permeado en la política, en el arte, y en la sociedad, el limbo en el que nos encontramos. La doble proyección tiene un efecto caleidoscópico que reta nuestros procesos perceptivos y que poco a poco nos sumerge en un delirio profético.
Actos de Dios está lleno de humor; no escuchamos a los personajes hablar, sus voces están recubiertas por la música compuesta por Juan Cristóbal Cerrillo y Ramón del Buey, y resulta cómico tener que descifrar a través de una afonía el mayor sermón de la historia de la humanidad.
Como dice Vargas Lugo, esta pieza trata de volver líquida una historia ya cristalizada, y el cine parece ser el mejor medio para lograrlo, porque siempre busca historias que apropiarse, porque tanto éste como la religión han construido una ficción a partir de fragmentos, y —como dice Guy Debord— porque ambos tienen una plebe que se entrega casi bestialmente a los placeres de las imágenes que han construido.
“Esta pieza se filmó como una película sin narrativa; pero sí necesitaba esta parte épica de la cinematográfica —cuenta el artista—. Trabajamos con unos 30 actores que reciclaban papeles [soldados, pescadores, discípulos, etcétera, un poco a la manera de las películas que pasaban en Semana Santa, donde un barbón reemplazaba a otro], entre los que destacan Gabino Rodríguez y Luisa Pardo, que representaban a Jesús y a María. Teníamos un crew de 35 personas; sólo faltó el script porque se buscaba voluntariamente romper con la continuidad de las escenas. La edición corrió a cargo de Carlos Bolado y Jorge García. El guion lo hicimos Pablo Soler Frost y yo; tuvimos largas discusiones. Yo tuve una educación católica pero Pablo es creyente, lo que nos permitió analizar las interpretaciones populares y políticas, tener lecturas más sutiles para un proyecto que finalmente va a contrapelo de la fe, cuya propiedad es creer sin tener pruebas”.
Fueron diez días de filmación en Cuatrociénagas, en Coahuila. Para filmar necesitaban desierto, palmeras, agua, una ciudad abandonada. “Me acordé de este sitio que había visto en una pieza de Julieta Aguinaco. Que fuera una reserva le daba un valor añadido, porque resguarda una de las formas de vida más antiguas del planeta, los estrematolitos, un organismo extinto en otras partes del mundo, que le dan un fuerte contrapunto a los dramas de la vida humana porque coteja un organismo de tres millones y medio de años y una forma de pensamiento de apenas dos mil”, añade.
A partir de la explicación de los especialistas de la unam, Vargas Lugo formó una escultura como un tapete microbiano con capas que remiten a distintos metabolismos, pero con un zarape insinuado en alguna parte. Esta configuración de capas de microbios con un bloque de piedra constituye una lápida que desborda en su significación, y que puede remitir al fracaso de la resurrección y de la vida eterna.
“Las bancas dan unas pistas del tono de la película que intercala la parodia, escenas muy dramáticas, y el humor negro. Los personajes están fuera de carácter, sus emociones tienen otra lógica, pero siempre se regresan al cuerpo y la culpa, y nos increpan: ¿qué debemos hacer para que se cumplan las profecías, y cómo, en estos tiempos de incertidumbre, no pensar que Dios te puede engañar”, dice Vargas Lugo.
A partir del limbo desde el que nos sitúa esta pieza advertimos la afluencia de sectores muy radicales de la sociedad, la aparición de líderes mesiánicos que administran el descontento popular, un ecocidio cuyas proporciones no empezamos a entender, entre muchas otras señales. Y desde aquí podemos conjeturar sobre posibles desenlaces para nosotros, los hijos de Dios, que no revelamos errores tipográficos dentro de las Escrituras que nos fueron transmitidas.
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