La nueva novela de Álvaro Enrigue: la ficción como un espacio de posibilidades

La nueva novela de Álvaro Enrigue: la ficción como un espacio de posibilidades

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Tiempo de Lectura: 00 min

Estamos acostumbrados a leer por y para la trama, pero Tu sueño imperios han sido es uno de los pocos libros que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El. Lento. Paso. Del. Tiempo.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Es horrible empezar así, pero: hace un par de semanas, el sector del medio cultural mexicano más conectado a tuiter discutió sobre si vale o no la pena hablar mal de libros. Públicamente, se entiende. Uno de los argumentos en contra que más llamó mi atención aseguraba que darles atención a libros malos era un sinsentido. La crítica literaria, independientemente de lo que cada uno entienda por eso, es una de las muchas cosas que se declaran muertas en redes sociales cada tercer día, en parte porque por desgracia somos ya incapaces de imaginar una línea divisoria entre literatura y mercancía, entre crítica y publicidad.

Esto no es nada nuevo. A principios del siglo XXI, Josefina Ludmer señaló que debido a los cambios en los medios de producción y circulación literaria era cada vez más difícil distinguir la línea divisoria entre lo cultural y lo económico, entre la ficción y la realidad. Creo que vale la pena revisar sus ideas (reeditadas hace un par de años en Eterna Cadencia) a la vista de otras lecturas recientes que interrogan el papel de los estudios literarios en la época neoliberal. Pero para hoy: supongamos que sí, que ya no entendemos que es posible leer sin comprar, ni discutir y criticar sin vender. Entonces, ¿qué vende una novela como Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) de Álvaro Enrigue?

La relación entre la más reciente novela de Enrigue y la conversación en tuiter es puramente anecdótica: da la casualidad de que yo la estaba leyendo mientras la gente hacía referencias veladas sobre cómo criticar y a quién. Por eso, y porque es imposible leer novedades sin primero sacudirse el enorme discurso publicitario que las rodea, me fijé en que la mercadotecnia alrededor de este nuevo libro suena a lo que decía la gente en los años noventa, con el auge de la nueva novela histórica: que reta los límites entre la ficción y la historia, que demuestra la fuerza de la novela para encarar y transformar el momento en que cambió la historia del mundo, que poderosa por aquí, que necesaria por allá. Pero para ser sincero, lo que más me interesó de este libro es que, en principio, no está vendiendo nada, o por lo menos no lo que quieren los publicistas que venda. El interés de Álvaro Enrigue por la época colonial no es nuevo. En 2013 publicó en Anagrama dos libros que ya trataban el tema: el ensayo Valiente clase media, donde se habla de la relación entre economía y literatura y que incluye un capítulo sobre sor Juana Inés de la Cruz; y la novela Muerte súbita, donde se entrelaza la historia de un partido de tenis entre Francisco de Quevedo y Caravaggio con la de Hernán Cortés y el destino de su familia.

Entre 2013 y 2022, cuando se publica Tu sueño imperios han sido, han pasado muchas cosas, entre ellas: la publicación de un sinnúmero de libros, ensayos y artículos dedicados al tema de la invasión española, entre ellos uno del historiador Matthew Restall, reseñado por el mismo Álvaro Enrigue; una serie sobre la conquista producida por TV Azteca en 2019 y otra más que nunca se grabó, que incluía como equipo productor en Amazon Prime a Gael García Bernal y a Diego Luna; el encuentro caricaturesco entre los descendientes de Moctezuma y de Hernán Cortés en el centro de la ciudad de México; la reconstrucción de una pirámide en la plancha del Zócalo y sus espectáculos de luz; la publicación del libro ¿Quién conquistó México? del historiador Federico Navarrete y su participación activa y pública para esclarecer los mitos del mestizaje en los que están ancladas prácticas discriminatorias y racistas en el México contemporáneo; una nueva novela de Álvaro Enrigue; una pandemia que no acaba pero que hemos aprendido o sido obligados a normalizar; el reemplazo de monumentos, etcétera. En un contexto de intensa revisión histórica y de resistencia frente a estas revisiones, Álvaro Enrigue decidió escribir una novela en donde no pasa nada. Como prueba, ofrezco mi descripción favorita, donde el personaje principal, que no es ni Cortés ni Moctezuma ni la Malinche, sino un español llamado Jazmín Caldera, decide cortarse el pelo:

“Se puso en cuatro patas, metió la cabeza completa al agua y, utilizando las tijeras, se tasajeó los rulos del coco hasta que el pelo le quedó corto e informe. Volvió a hundir la testa, la sacó, la sacudió y se miró en el espejito. No vio a un macegual en la imagen que le devolvió, pero los estragos del sol en su piel extremeña, sumados al cutis limpio y el pelo corto, le parecieron suficiente para pasar por uno si quien lo viera estaba distraído. Lavó los utensilios y volvió a su habitación, pensando que si Alvarado le reclamaba algo por su cambio de apariencia, le diría que se había afeitado y cortado el pelo para parecerse más a los centuriones romanos sobre los que Hernando leía tan apasionadamente todo el día” (p. 147).

Esta atención al detalle y énfasis en la descripción se mantiene durante todo el libro hasta las últimas quince páginas, en las que pasa todo lo demás que ya sabemos que pasó, y todo lo demás que no pasó ni pudo nunca haber pasado. Durante el resto del libro lo que vemos es a Moctezuma hasta el copete de hongos alucinógenos (o deseando estarlo) mientras intenta dormir la siesta, y a un grupo de españoles caminando alrededor de un palacio en busca de una salida. Este es un mal resumen, por supuesto, porque estamos acostumbrados a leer por y para la trama, y este libro es uno de esos pocos que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El lento paso del tiempo. El. Lento. Paso. Del. Tiempo. Pero esta es también una caracterización falsa, porque hay escenas retrospectivas intensas, como en las páginas 168 y 169, que no copio porque es muy larga, pero que animo a todes los que quieran a leerla como uno de los muchos ejemplos de barbarie europea que Bartolomé de las Casas pudo haber incluido en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El caso es que la mayor parte del libro se trata de que como lectores veamos y esperemos, porque antes que otra cosa lo que esta novela propone es la posibilidad de tomar una pausa, una característica inherente a la literatura que todavía no se rinde ante la rapidez de la comunicación en la época digital. Pero, claro, nada de esto se puede poner en el cintillo rojo que cubre la portada, porque si alguien leyera: “Una poderosa recreación de cómo Moctezuma dormía la siesta”, difícilmente se animaría a pagar los 345 pesos que cuesta el libro en México.

Hay muchas más cosas que comentar de esta novela. Por ejemplo: el interés de Álvaro Enrigue por romper (o quizá mejor, por enfatizar) el pacto de la ficción desde el principio, al incluir la transcripción de un correo electrónico con su editora en donde ofrece información sobre algunas decisiones tomadas a la hora de la escritura del texto. Esto ya había pasado en Muerte súbita, pero lo que en aquella novela sonaba a acertijo o travesura, acá se consolida en manifiesto: “Teresa querida” o, lo que es lo mismo, lectores queridos: recuerden que esto es una ficción y nadie está pretendiendo lo contrario. O, por ejemplo (y derivado de lo anterior): el interés de enfatizar que lo que estamos leyendo es más una recreación o adaptación (en el sentido dramático de volver a escenificar) que una invención, algo que se enfatiza con la yuxtaposición del tono formal y el modismo cotidiano del lenguaje:

“Moctezuma Xocoyotzin, emperador del Anáhuac, huei tlatoani de la gran ciudad de Mehxicoh-Tenoxtitlan y comandante supremo de los ejércitos de la Triple Alianza, estaba tirado en el suelo en posición fetal y tapándose los ojos con las manos cuando el chamán de alcoba recargó el hombro en el vano del vestidor real —en el que terminaba el pasadizo que conectaba los cuartos de los sacerdotes con las habitaciones reales. Mírate nada más, Mocte, le dijo” (p. 171).

O, por ejemplo (y por último), que estamos frente al primer libro de Anagrama que tiene una imagen en la segunda de forros, o eso creo: el mapa de Tenochtitlán publicado en la primera edición de la segunda carta de relación en 1524. Una imagen que junto con la carta de Cortés reafirmaba el poder de Carlos V sobre los territorios recién conquistados. Así de en serio se toman las cosas algunas en España (y varios en México) como para reproducir esta imagen como segunda portada escondida. Pero la novela se va por otros caminos que se diferencian de este discurso imperial, proponiendo la ficción como un espacio de posibilidades más que de imposición o clausura.

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Estamos acostumbrados a leer por y para la trama, pero Tu sueño imperios han sido es uno de los pocos libros que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El. Lento. Paso. Del. Tiempo.

Es horrible empezar así, pero: hace un par de semanas, el sector del medio cultural mexicano más conectado a tuiter discutió sobre si vale o no la pena hablar mal de libros. Públicamente, se entiende. Uno de los argumentos en contra que más llamó mi atención aseguraba que darles atención a libros malos era un sinsentido. La crítica literaria, independientemente de lo que cada uno entienda por eso, es una de las muchas cosas que se declaran muertas en redes sociales cada tercer día, en parte porque por desgracia somos ya incapaces de imaginar una línea divisoria entre literatura y mercancía, entre crítica y publicidad.

Esto no es nada nuevo. A principios del siglo XXI, Josefina Ludmer señaló que debido a los cambios en los medios de producción y circulación literaria era cada vez más difícil distinguir la línea divisoria entre lo cultural y lo económico, entre la ficción y la realidad. Creo que vale la pena revisar sus ideas (reeditadas hace un par de años en Eterna Cadencia) a la vista de otras lecturas recientes que interrogan el papel de los estudios literarios en la época neoliberal. Pero para hoy: supongamos que sí, que ya no entendemos que es posible leer sin comprar, ni discutir y criticar sin vender. Entonces, ¿qué vende una novela como Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) de Álvaro Enrigue?

La relación entre la más reciente novela de Enrigue y la conversación en tuiter es puramente anecdótica: da la casualidad de que yo la estaba leyendo mientras la gente hacía referencias veladas sobre cómo criticar y a quién. Por eso, y porque es imposible leer novedades sin primero sacudirse el enorme discurso publicitario que las rodea, me fijé en que la mercadotecnia alrededor de este nuevo libro suena a lo que decía la gente en los años noventa, con el auge de la nueva novela histórica: que reta los límites entre la ficción y la historia, que demuestra la fuerza de la novela para encarar y transformar el momento en que cambió la historia del mundo, que poderosa por aquí, que necesaria por allá. Pero para ser sincero, lo que más me interesó de este libro es que, en principio, no está vendiendo nada, o por lo menos no lo que quieren los publicistas que venda. El interés de Álvaro Enrigue por la época colonial no es nuevo. En 2013 publicó en Anagrama dos libros que ya trataban el tema: el ensayo Valiente clase media, donde se habla de la relación entre economía y literatura y que incluye un capítulo sobre sor Juana Inés de la Cruz; y la novela Muerte súbita, donde se entrelaza la historia de un partido de tenis entre Francisco de Quevedo y Caravaggio con la de Hernán Cortés y el destino de su familia.

Entre 2013 y 2022, cuando se publica Tu sueño imperios han sido, han pasado muchas cosas, entre ellas: la publicación de un sinnúmero de libros, ensayos y artículos dedicados al tema de la invasión española, entre ellos uno del historiador Matthew Restall, reseñado por el mismo Álvaro Enrigue; una serie sobre la conquista producida por TV Azteca en 2019 y otra más que nunca se grabó, que incluía como equipo productor en Amazon Prime a Gael García Bernal y a Diego Luna; el encuentro caricaturesco entre los descendientes de Moctezuma y de Hernán Cortés en el centro de la ciudad de México; la reconstrucción de una pirámide en la plancha del Zócalo y sus espectáculos de luz; la publicación del libro ¿Quién conquistó México? del historiador Federico Navarrete y su participación activa y pública para esclarecer los mitos del mestizaje en los que están ancladas prácticas discriminatorias y racistas en el México contemporáneo; una nueva novela de Álvaro Enrigue; una pandemia que no acaba pero que hemos aprendido o sido obligados a normalizar; el reemplazo de monumentos, etcétera. En un contexto de intensa revisión histórica y de resistencia frente a estas revisiones, Álvaro Enrigue decidió escribir una novela en donde no pasa nada. Como prueba, ofrezco mi descripción favorita, donde el personaje principal, que no es ni Cortés ni Moctezuma ni la Malinche, sino un español llamado Jazmín Caldera, decide cortarse el pelo:

“Se puso en cuatro patas, metió la cabeza completa al agua y, utilizando las tijeras, se tasajeó los rulos del coco hasta que el pelo le quedó corto e informe. Volvió a hundir la testa, la sacó, la sacudió y se miró en el espejito. No vio a un macegual en la imagen que le devolvió, pero los estragos del sol en su piel extremeña, sumados al cutis limpio y el pelo corto, le parecieron suficiente para pasar por uno si quien lo viera estaba distraído. Lavó los utensilios y volvió a su habitación, pensando que si Alvarado le reclamaba algo por su cambio de apariencia, le diría que se había afeitado y cortado el pelo para parecerse más a los centuriones romanos sobre los que Hernando leía tan apasionadamente todo el día” (p. 147).

Esta atención al detalle y énfasis en la descripción se mantiene durante todo el libro hasta las últimas quince páginas, en las que pasa todo lo demás que ya sabemos que pasó, y todo lo demás que no pasó ni pudo nunca haber pasado. Durante el resto del libro lo que vemos es a Moctezuma hasta el copete de hongos alucinógenos (o deseando estarlo) mientras intenta dormir la siesta, y a un grupo de españoles caminando alrededor de un palacio en busca de una salida. Este es un mal resumen, por supuesto, porque estamos acostumbrados a leer por y para la trama, y este libro es uno de esos pocos que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El lento paso del tiempo. El. Lento. Paso. Del. Tiempo. Pero esta es también una caracterización falsa, porque hay escenas retrospectivas intensas, como en las páginas 168 y 169, que no copio porque es muy larga, pero que animo a todes los que quieran a leerla como uno de los muchos ejemplos de barbarie europea que Bartolomé de las Casas pudo haber incluido en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El caso es que la mayor parte del libro se trata de que como lectores veamos y esperemos, porque antes que otra cosa lo que esta novela propone es la posibilidad de tomar una pausa, una característica inherente a la literatura que todavía no se rinde ante la rapidez de la comunicación en la época digital. Pero, claro, nada de esto se puede poner en el cintillo rojo que cubre la portada, porque si alguien leyera: “Una poderosa recreación de cómo Moctezuma dormía la siesta”, difícilmente se animaría a pagar los 345 pesos que cuesta el libro en México.

Hay muchas más cosas que comentar de esta novela. Por ejemplo: el interés de Álvaro Enrigue por romper (o quizá mejor, por enfatizar) el pacto de la ficción desde el principio, al incluir la transcripción de un correo electrónico con su editora en donde ofrece información sobre algunas decisiones tomadas a la hora de la escritura del texto. Esto ya había pasado en Muerte súbita, pero lo que en aquella novela sonaba a acertijo o travesura, acá se consolida en manifiesto: “Teresa querida” o, lo que es lo mismo, lectores queridos: recuerden que esto es una ficción y nadie está pretendiendo lo contrario. O, por ejemplo (y derivado de lo anterior): el interés de enfatizar que lo que estamos leyendo es más una recreación o adaptación (en el sentido dramático de volver a escenificar) que una invención, algo que se enfatiza con la yuxtaposición del tono formal y el modismo cotidiano del lenguaje:

“Moctezuma Xocoyotzin, emperador del Anáhuac, huei tlatoani de la gran ciudad de Mehxicoh-Tenoxtitlan y comandante supremo de los ejércitos de la Triple Alianza, estaba tirado en el suelo en posición fetal y tapándose los ojos con las manos cuando el chamán de alcoba recargó el hombro en el vano del vestidor real —en el que terminaba el pasadizo que conectaba los cuartos de los sacerdotes con las habitaciones reales. Mírate nada más, Mocte, le dijo” (p. 171).

O, por ejemplo (y por último), que estamos frente al primer libro de Anagrama que tiene una imagen en la segunda de forros, o eso creo: el mapa de Tenochtitlán publicado en la primera edición de la segunda carta de relación en 1524. Una imagen que junto con la carta de Cortés reafirmaba el poder de Carlos V sobre los territorios recién conquistados. Así de en serio se toman las cosas algunas en España (y varios en México) como para reproducir esta imagen como segunda portada escondida. Pero la novela se va por otros caminos que se diferencian de este discurso imperial, proponiendo la ficción como un espacio de posibilidades más que de imposición o clausura.

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Estamos acostumbrados a leer por y para la trama, pero Tu sueño imperios han sido es uno de los pocos libros que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El. Lento. Paso. Del. Tiempo.

Es horrible empezar así, pero: hace un par de semanas, el sector del medio cultural mexicano más conectado a tuiter discutió sobre si vale o no la pena hablar mal de libros. Públicamente, se entiende. Uno de los argumentos en contra que más llamó mi atención aseguraba que darles atención a libros malos era un sinsentido. La crítica literaria, independientemente de lo que cada uno entienda por eso, es una de las muchas cosas que se declaran muertas en redes sociales cada tercer día, en parte porque por desgracia somos ya incapaces de imaginar una línea divisoria entre literatura y mercancía, entre crítica y publicidad.

Esto no es nada nuevo. A principios del siglo XXI, Josefina Ludmer señaló que debido a los cambios en los medios de producción y circulación literaria era cada vez más difícil distinguir la línea divisoria entre lo cultural y lo económico, entre la ficción y la realidad. Creo que vale la pena revisar sus ideas (reeditadas hace un par de años en Eterna Cadencia) a la vista de otras lecturas recientes que interrogan el papel de los estudios literarios en la época neoliberal. Pero para hoy: supongamos que sí, que ya no entendemos que es posible leer sin comprar, ni discutir y criticar sin vender. Entonces, ¿qué vende una novela como Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) de Álvaro Enrigue?

La relación entre la más reciente novela de Enrigue y la conversación en tuiter es puramente anecdótica: da la casualidad de que yo la estaba leyendo mientras la gente hacía referencias veladas sobre cómo criticar y a quién. Por eso, y porque es imposible leer novedades sin primero sacudirse el enorme discurso publicitario que las rodea, me fijé en que la mercadotecnia alrededor de este nuevo libro suena a lo que decía la gente en los años noventa, con el auge de la nueva novela histórica: que reta los límites entre la ficción y la historia, que demuestra la fuerza de la novela para encarar y transformar el momento en que cambió la historia del mundo, que poderosa por aquí, que necesaria por allá. Pero para ser sincero, lo que más me interesó de este libro es que, en principio, no está vendiendo nada, o por lo menos no lo que quieren los publicistas que venda. El interés de Álvaro Enrigue por la época colonial no es nuevo. En 2013 publicó en Anagrama dos libros que ya trataban el tema: el ensayo Valiente clase media, donde se habla de la relación entre economía y literatura y que incluye un capítulo sobre sor Juana Inés de la Cruz; y la novela Muerte súbita, donde se entrelaza la historia de un partido de tenis entre Francisco de Quevedo y Caravaggio con la de Hernán Cortés y el destino de su familia.

Entre 2013 y 2022, cuando se publica Tu sueño imperios han sido, han pasado muchas cosas, entre ellas: la publicación de un sinnúmero de libros, ensayos y artículos dedicados al tema de la invasión española, entre ellos uno del historiador Matthew Restall, reseñado por el mismo Álvaro Enrigue; una serie sobre la conquista producida por TV Azteca en 2019 y otra más que nunca se grabó, que incluía como equipo productor en Amazon Prime a Gael García Bernal y a Diego Luna; el encuentro caricaturesco entre los descendientes de Moctezuma y de Hernán Cortés en el centro de la ciudad de México; la reconstrucción de una pirámide en la plancha del Zócalo y sus espectáculos de luz; la publicación del libro ¿Quién conquistó México? del historiador Federico Navarrete y su participación activa y pública para esclarecer los mitos del mestizaje en los que están ancladas prácticas discriminatorias y racistas en el México contemporáneo; una nueva novela de Álvaro Enrigue; una pandemia que no acaba pero que hemos aprendido o sido obligados a normalizar; el reemplazo de monumentos, etcétera. En un contexto de intensa revisión histórica y de resistencia frente a estas revisiones, Álvaro Enrigue decidió escribir una novela en donde no pasa nada. Como prueba, ofrezco mi descripción favorita, donde el personaje principal, que no es ni Cortés ni Moctezuma ni la Malinche, sino un español llamado Jazmín Caldera, decide cortarse el pelo:

“Se puso en cuatro patas, metió la cabeza completa al agua y, utilizando las tijeras, se tasajeó los rulos del coco hasta que el pelo le quedó corto e informe. Volvió a hundir la testa, la sacó, la sacudió y se miró en el espejito. No vio a un macegual en la imagen que le devolvió, pero los estragos del sol en su piel extremeña, sumados al cutis limpio y el pelo corto, le parecieron suficiente para pasar por uno si quien lo viera estaba distraído. Lavó los utensilios y volvió a su habitación, pensando que si Alvarado le reclamaba algo por su cambio de apariencia, le diría que se había afeitado y cortado el pelo para parecerse más a los centuriones romanos sobre los que Hernando leía tan apasionadamente todo el día” (p. 147).

Esta atención al detalle y énfasis en la descripción se mantiene durante todo el libro hasta las últimas quince páginas, en las que pasa todo lo demás que ya sabemos que pasó, y todo lo demás que no pasó ni pudo nunca haber pasado. Durante el resto del libro lo que vemos es a Moctezuma hasta el copete de hongos alucinógenos (o deseando estarlo) mientras intenta dormir la siesta, y a un grupo de españoles caminando alrededor de un palacio en busca de una salida. Este es un mal resumen, por supuesto, porque estamos acostumbrados a leer por y para la trama, y este libro es uno de esos pocos que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El lento paso del tiempo. El. Lento. Paso. Del. Tiempo. Pero esta es también una caracterización falsa, porque hay escenas retrospectivas intensas, como en las páginas 168 y 169, que no copio porque es muy larga, pero que animo a todes los que quieran a leerla como uno de los muchos ejemplos de barbarie europea que Bartolomé de las Casas pudo haber incluido en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El caso es que la mayor parte del libro se trata de que como lectores veamos y esperemos, porque antes que otra cosa lo que esta novela propone es la posibilidad de tomar una pausa, una característica inherente a la literatura que todavía no se rinde ante la rapidez de la comunicación en la época digital. Pero, claro, nada de esto se puede poner en el cintillo rojo que cubre la portada, porque si alguien leyera: “Una poderosa recreación de cómo Moctezuma dormía la siesta”, difícilmente se animaría a pagar los 345 pesos que cuesta el libro en México.

Hay muchas más cosas que comentar de esta novela. Por ejemplo: el interés de Álvaro Enrigue por romper (o quizá mejor, por enfatizar) el pacto de la ficción desde el principio, al incluir la transcripción de un correo electrónico con su editora en donde ofrece información sobre algunas decisiones tomadas a la hora de la escritura del texto. Esto ya había pasado en Muerte súbita, pero lo que en aquella novela sonaba a acertijo o travesura, acá se consolida en manifiesto: “Teresa querida” o, lo que es lo mismo, lectores queridos: recuerden que esto es una ficción y nadie está pretendiendo lo contrario. O, por ejemplo (y derivado de lo anterior): el interés de enfatizar que lo que estamos leyendo es más una recreación o adaptación (en el sentido dramático de volver a escenificar) que una invención, algo que se enfatiza con la yuxtaposición del tono formal y el modismo cotidiano del lenguaje:

“Moctezuma Xocoyotzin, emperador del Anáhuac, huei tlatoani de la gran ciudad de Mehxicoh-Tenoxtitlan y comandante supremo de los ejércitos de la Triple Alianza, estaba tirado en el suelo en posición fetal y tapándose los ojos con las manos cuando el chamán de alcoba recargó el hombro en el vano del vestidor real —en el que terminaba el pasadizo que conectaba los cuartos de los sacerdotes con las habitaciones reales. Mírate nada más, Mocte, le dijo” (p. 171).

O, por ejemplo (y por último), que estamos frente al primer libro de Anagrama que tiene una imagen en la segunda de forros, o eso creo: el mapa de Tenochtitlán publicado en la primera edición de la segunda carta de relación en 1524. Una imagen que junto con la carta de Cortés reafirmaba el poder de Carlos V sobre los territorios recién conquistados. Así de en serio se toman las cosas algunas en España (y varios en México) como para reproducir esta imagen como segunda portada escondida. Pero la novela se va por otros caminos que se diferencian de este discurso imperial, proponiendo la ficción como un espacio de posibilidades más que de imposición o clausura.

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Estamos acostumbrados a leer por y para la trama, pero Tu sueño imperios han sido es uno de los pocos libros que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El. Lento. Paso. Del. Tiempo.

Es horrible empezar así, pero: hace un par de semanas, el sector del medio cultural mexicano más conectado a tuiter discutió sobre si vale o no la pena hablar mal de libros. Públicamente, se entiende. Uno de los argumentos en contra que más llamó mi atención aseguraba que darles atención a libros malos era un sinsentido. La crítica literaria, independientemente de lo que cada uno entienda por eso, es una de las muchas cosas que se declaran muertas en redes sociales cada tercer día, en parte porque por desgracia somos ya incapaces de imaginar una línea divisoria entre literatura y mercancía, entre crítica y publicidad.

Esto no es nada nuevo. A principios del siglo XXI, Josefina Ludmer señaló que debido a los cambios en los medios de producción y circulación literaria era cada vez más difícil distinguir la línea divisoria entre lo cultural y lo económico, entre la ficción y la realidad. Creo que vale la pena revisar sus ideas (reeditadas hace un par de años en Eterna Cadencia) a la vista de otras lecturas recientes que interrogan el papel de los estudios literarios en la época neoliberal. Pero para hoy: supongamos que sí, que ya no entendemos que es posible leer sin comprar, ni discutir y criticar sin vender. Entonces, ¿qué vende una novela como Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) de Álvaro Enrigue?

La relación entre la más reciente novela de Enrigue y la conversación en tuiter es puramente anecdótica: da la casualidad de que yo la estaba leyendo mientras la gente hacía referencias veladas sobre cómo criticar y a quién. Por eso, y porque es imposible leer novedades sin primero sacudirse el enorme discurso publicitario que las rodea, me fijé en que la mercadotecnia alrededor de este nuevo libro suena a lo que decía la gente en los años noventa, con el auge de la nueva novela histórica: que reta los límites entre la ficción y la historia, que demuestra la fuerza de la novela para encarar y transformar el momento en que cambió la historia del mundo, que poderosa por aquí, que necesaria por allá. Pero para ser sincero, lo que más me interesó de este libro es que, en principio, no está vendiendo nada, o por lo menos no lo que quieren los publicistas que venda. El interés de Álvaro Enrigue por la época colonial no es nuevo. En 2013 publicó en Anagrama dos libros que ya trataban el tema: el ensayo Valiente clase media, donde se habla de la relación entre economía y literatura y que incluye un capítulo sobre sor Juana Inés de la Cruz; y la novela Muerte súbita, donde se entrelaza la historia de un partido de tenis entre Francisco de Quevedo y Caravaggio con la de Hernán Cortés y el destino de su familia.

Entre 2013 y 2022, cuando se publica Tu sueño imperios han sido, han pasado muchas cosas, entre ellas: la publicación de un sinnúmero de libros, ensayos y artículos dedicados al tema de la invasión española, entre ellos uno del historiador Matthew Restall, reseñado por el mismo Álvaro Enrigue; una serie sobre la conquista producida por TV Azteca en 2019 y otra más que nunca se grabó, que incluía como equipo productor en Amazon Prime a Gael García Bernal y a Diego Luna; el encuentro caricaturesco entre los descendientes de Moctezuma y de Hernán Cortés en el centro de la ciudad de México; la reconstrucción de una pirámide en la plancha del Zócalo y sus espectáculos de luz; la publicación del libro ¿Quién conquistó México? del historiador Federico Navarrete y su participación activa y pública para esclarecer los mitos del mestizaje en los que están ancladas prácticas discriminatorias y racistas en el México contemporáneo; una nueva novela de Álvaro Enrigue; una pandemia que no acaba pero que hemos aprendido o sido obligados a normalizar; el reemplazo de monumentos, etcétera. En un contexto de intensa revisión histórica y de resistencia frente a estas revisiones, Álvaro Enrigue decidió escribir una novela en donde no pasa nada. Como prueba, ofrezco mi descripción favorita, donde el personaje principal, que no es ni Cortés ni Moctezuma ni la Malinche, sino un español llamado Jazmín Caldera, decide cortarse el pelo:

“Se puso en cuatro patas, metió la cabeza completa al agua y, utilizando las tijeras, se tasajeó los rulos del coco hasta que el pelo le quedó corto e informe. Volvió a hundir la testa, la sacó, la sacudió y se miró en el espejito. No vio a un macegual en la imagen que le devolvió, pero los estragos del sol en su piel extremeña, sumados al cutis limpio y el pelo corto, le parecieron suficiente para pasar por uno si quien lo viera estaba distraído. Lavó los utensilios y volvió a su habitación, pensando que si Alvarado le reclamaba algo por su cambio de apariencia, le diría que se había afeitado y cortado el pelo para parecerse más a los centuriones romanos sobre los que Hernando leía tan apasionadamente todo el día” (p. 147).

Esta atención al detalle y énfasis en la descripción se mantiene durante todo el libro hasta las últimas quince páginas, en las que pasa todo lo demás que ya sabemos que pasó, y todo lo demás que no pasó ni pudo nunca haber pasado. Durante el resto del libro lo que vemos es a Moctezuma hasta el copete de hongos alucinógenos (o deseando estarlo) mientras intenta dormir la siesta, y a un grupo de españoles caminando alrededor de un palacio en busca de una salida. Este es un mal resumen, por supuesto, porque estamos acostumbrados a leer por y para la trama, y este libro es uno de esos pocos que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El lento paso del tiempo. El. Lento. Paso. Del. Tiempo. Pero esta es también una caracterización falsa, porque hay escenas retrospectivas intensas, como en las páginas 168 y 169, que no copio porque es muy larga, pero que animo a todes los que quieran a leerla como uno de los muchos ejemplos de barbarie europea que Bartolomé de las Casas pudo haber incluido en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El caso es que la mayor parte del libro se trata de que como lectores veamos y esperemos, porque antes que otra cosa lo que esta novela propone es la posibilidad de tomar una pausa, una característica inherente a la literatura que todavía no se rinde ante la rapidez de la comunicación en la época digital. Pero, claro, nada de esto se puede poner en el cintillo rojo que cubre la portada, porque si alguien leyera: “Una poderosa recreación de cómo Moctezuma dormía la siesta”, difícilmente se animaría a pagar los 345 pesos que cuesta el libro en México.

Hay muchas más cosas que comentar de esta novela. Por ejemplo: el interés de Álvaro Enrigue por romper (o quizá mejor, por enfatizar) el pacto de la ficción desde el principio, al incluir la transcripción de un correo electrónico con su editora en donde ofrece información sobre algunas decisiones tomadas a la hora de la escritura del texto. Esto ya había pasado en Muerte súbita, pero lo que en aquella novela sonaba a acertijo o travesura, acá se consolida en manifiesto: “Teresa querida” o, lo que es lo mismo, lectores queridos: recuerden que esto es una ficción y nadie está pretendiendo lo contrario. O, por ejemplo (y derivado de lo anterior): el interés de enfatizar que lo que estamos leyendo es más una recreación o adaptación (en el sentido dramático de volver a escenificar) que una invención, algo que se enfatiza con la yuxtaposición del tono formal y el modismo cotidiano del lenguaje:

“Moctezuma Xocoyotzin, emperador del Anáhuac, huei tlatoani de la gran ciudad de Mehxicoh-Tenoxtitlan y comandante supremo de los ejércitos de la Triple Alianza, estaba tirado en el suelo en posición fetal y tapándose los ojos con las manos cuando el chamán de alcoba recargó el hombro en el vano del vestidor real —en el que terminaba el pasadizo que conectaba los cuartos de los sacerdotes con las habitaciones reales. Mírate nada más, Mocte, le dijo” (p. 171).

O, por ejemplo (y por último), que estamos frente al primer libro de Anagrama que tiene una imagen en la segunda de forros, o eso creo: el mapa de Tenochtitlán publicado en la primera edición de la segunda carta de relación en 1524. Una imagen que junto con la carta de Cortés reafirmaba el poder de Carlos V sobre los territorios recién conquistados. Así de en serio se toman las cosas algunas en España (y varios en México) como para reproducir esta imagen como segunda portada escondida. Pero la novela se va por otros caminos que se diferencian de este discurso imperial, proponiendo la ficción como un espacio de posibilidades más que de imposición o clausura.

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La nueva novela de Álvaro Enrigue: la ficción como un espacio de posibilidades

La nueva novela de Álvaro Enrigue: la ficción como un espacio de posibilidades

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2023
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Estamos acostumbrados a leer por y para la trama, pero Tu sueño imperios han sido es uno de los pocos libros que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El. Lento. Paso. Del. Tiempo.

Es horrible empezar así, pero: hace un par de semanas, el sector del medio cultural mexicano más conectado a tuiter discutió sobre si vale o no la pena hablar mal de libros. Públicamente, se entiende. Uno de los argumentos en contra que más llamó mi atención aseguraba que darles atención a libros malos era un sinsentido. La crítica literaria, independientemente de lo que cada uno entienda por eso, es una de las muchas cosas que se declaran muertas en redes sociales cada tercer día, en parte porque por desgracia somos ya incapaces de imaginar una línea divisoria entre literatura y mercancía, entre crítica y publicidad.

Esto no es nada nuevo. A principios del siglo XXI, Josefina Ludmer señaló que debido a los cambios en los medios de producción y circulación literaria era cada vez más difícil distinguir la línea divisoria entre lo cultural y lo económico, entre la ficción y la realidad. Creo que vale la pena revisar sus ideas (reeditadas hace un par de años en Eterna Cadencia) a la vista de otras lecturas recientes que interrogan el papel de los estudios literarios en la época neoliberal. Pero para hoy: supongamos que sí, que ya no entendemos que es posible leer sin comprar, ni discutir y criticar sin vender. Entonces, ¿qué vende una novela como Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) de Álvaro Enrigue?

La relación entre la más reciente novela de Enrigue y la conversación en tuiter es puramente anecdótica: da la casualidad de que yo la estaba leyendo mientras la gente hacía referencias veladas sobre cómo criticar y a quién. Por eso, y porque es imposible leer novedades sin primero sacudirse el enorme discurso publicitario que las rodea, me fijé en que la mercadotecnia alrededor de este nuevo libro suena a lo que decía la gente en los años noventa, con el auge de la nueva novela histórica: que reta los límites entre la ficción y la historia, que demuestra la fuerza de la novela para encarar y transformar el momento en que cambió la historia del mundo, que poderosa por aquí, que necesaria por allá. Pero para ser sincero, lo que más me interesó de este libro es que, en principio, no está vendiendo nada, o por lo menos no lo que quieren los publicistas que venda. El interés de Álvaro Enrigue por la época colonial no es nuevo. En 2013 publicó en Anagrama dos libros que ya trataban el tema: el ensayo Valiente clase media, donde se habla de la relación entre economía y literatura y que incluye un capítulo sobre sor Juana Inés de la Cruz; y la novela Muerte súbita, donde se entrelaza la historia de un partido de tenis entre Francisco de Quevedo y Caravaggio con la de Hernán Cortés y el destino de su familia.

Entre 2013 y 2022, cuando se publica Tu sueño imperios han sido, han pasado muchas cosas, entre ellas: la publicación de un sinnúmero de libros, ensayos y artículos dedicados al tema de la invasión española, entre ellos uno del historiador Matthew Restall, reseñado por el mismo Álvaro Enrigue; una serie sobre la conquista producida por TV Azteca en 2019 y otra más que nunca se grabó, que incluía como equipo productor en Amazon Prime a Gael García Bernal y a Diego Luna; el encuentro caricaturesco entre los descendientes de Moctezuma y de Hernán Cortés en el centro de la ciudad de México; la reconstrucción de una pirámide en la plancha del Zócalo y sus espectáculos de luz; la publicación del libro ¿Quién conquistó México? del historiador Federico Navarrete y su participación activa y pública para esclarecer los mitos del mestizaje en los que están ancladas prácticas discriminatorias y racistas en el México contemporáneo; una nueva novela de Álvaro Enrigue; una pandemia que no acaba pero que hemos aprendido o sido obligados a normalizar; el reemplazo de monumentos, etcétera. En un contexto de intensa revisión histórica y de resistencia frente a estas revisiones, Álvaro Enrigue decidió escribir una novela en donde no pasa nada. Como prueba, ofrezco mi descripción favorita, donde el personaje principal, que no es ni Cortés ni Moctezuma ni la Malinche, sino un español llamado Jazmín Caldera, decide cortarse el pelo:

“Se puso en cuatro patas, metió la cabeza completa al agua y, utilizando las tijeras, se tasajeó los rulos del coco hasta que el pelo le quedó corto e informe. Volvió a hundir la testa, la sacó, la sacudió y se miró en el espejito. No vio a un macegual en la imagen que le devolvió, pero los estragos del sol en su piel extremeña, sumados al cutis limpio y el pelo corto, le parecieron suficiente para pasar por uno si quien lo viera estaba distraído. Lavó los utensilios y volvió a su habitación, pensando que si Alvarado le reclamaba algo por su cambio de apariencia, le diría que se había afeitado y cortado el pelo para parecerse más a los centuriones romanos sobre los que Hernando leía tan apasionadamente todo el día” (p. 147).

Esta atención al detalle y énfasis en la descripción se mantiene durante todo el libro hasta las últimas quince páginas, en las que pasa todo lo demás que ya sabemos que pasó, y todo lo demás que no pasó ni pudo nunca haber pasado. Durante el resto del libro lo que vemos es a Moctezuma hasta el copete de hongos alucinógenos (o deseando estarlo) mientras intenta dormir la siesta, y a un grupo de españoles caminando alrededor de un palacio en busca de una salida. Este es un mal resumen, por supuesto, porque estamos acostumbrados a leer por y para la trama, y este libro es uno de esos pocos que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El lento paso del tiempo. El. Lento. Paso. Del. Tiempo. Pero esta es también una caracterización falsa, porque hay escenas retrospectivas intensas, como en las páginas 168 y 169, que no copio porque es muy larga, pero que animo a todes los que quieran a leerla como uno de los muchos ejemplos de barbarie europea que Bartolomé de las Casas pudo haber incluido en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El caso es que la mayor parte del libro se trata de que como lectores veamos y esperemos, porque antes que otra cosa lo que esta novela propone es la posibilidad de tomar una pausa, una característica inherente a la literatura que todavía no se rinde ante la rapidez de la comunicación en la época digital. Pero, claro, nada de esto se puede poner en el cintillo rojo que cubre la portada, porque si alguien leyera: “Una poderosa recreación de cómo Moctezuma dormía la siesta”, difícilmente se animaría a pagar los 345 pesos que cuesta el libro en México.

Hay muchas más cosas que comentar de esta novela. Por ejemplo: el interés de Álvaro Enrigue por romper (o quizá mejor, por enfatizar) el pacto de la ficción desde el principio, al incluir la transcripción de un correo electrónico con su editora en donde ofrece información sobre algunas decisiones tomadas a la hora de la escritura del texto. Esto ya había pasado en Muerte súbita, pero lo que en aquella novela sonaba a acertijo o travesura, acá se consolida en manifiesto: “Teresa querida” o, lo que es lo mismo, lectores queridos: recuerden que esto es una ficción y nadie está pretendiendo lo contrario. O, por ejemplo (y derivado de lo anterior): el interés de enfatizar que lo que estamos leyendo es más una recreación o adaptación (en el sentido dramático de volver a escenificar) que una invención, algo que se enfatiza con la yuxtaposición del tono formal y el modismo cotidiano del lenguaje:

“Moctezuma Xocoyotzin, emperador del Anáhuac, huei tlatoani de la gran ciudad de Mehxicoh-Tenoxtitlan y comandante supremo de los ejércitos de la Triple Alianza, estaba tirado en el suelo en posición fetal y tapándose los ojos con las manos cuando el chamán de alcoba recargó el hombro en el vano del vestidor real —en el que terminaba el pasadizo que conectaba los cuartos de los sacerdotes con las habitaciones reales. Mírate nada más, Mocte, le dijo” (p. 171).

O, por ejemplo (y por último), que estamos frente al primer libro de Anagrama que tiene una imagen en la segunda de forros, o eso creo: el mapa de Tenochtitlán publicado en la primera edición de la segunda carta de relación en 1524. Una imagen que junto con la carta de Cortés reafirmaba el poder de Carlos V sobre los territorios recién conquistados. Así de en serio se toman las cosas algunas en España (y varios en México) como para reproducir esta imagen como segunda portada escondida. Pero la novela se va por otros caminos que se diferencian de este discurso imperial, proponiendo la ficción como un espacio de posibilidades más que de imposición o clausura.

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Estamos acostumbrados a leer por y para la trama, pero Tu sueño imperios han sido es uno de los pocos libros que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El. Lento. Paso. Del. Tiempo.

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Es horrible empezar así, pero: hace un par de semanas, el sector del medio cultural mexicano más conectado a tuiter discutió sobre si vale o no la pena hablar mal de libros. Públicamente, se entiende. Uno de los argumentos en contra que más llamó mi atención aseguraba que darles atención a libros malos era un sinsentido. La crítica literaria, independientemente de lo que cada uno entienda por eso, es una de las muchas cosas que se declaran muertas en redes sociales cada tercer día, en parte porque por desgracia somos ya incapaces de imaginar una línea divisoria entre literatura y mercancía, entre crítica y publicidad.

Esto no es nada nuevo. A principios del siglo XXI, Josefina Ludmer señaló que debido a los cambios en los medios de producción y circulación literaria era cada vez más difícil distinguir la línea divisoria entre lo cultural y lo económico, entre la ficción y la realidad. Creo que vale la pena revisar sus ideas (reeditadas hace un par de años en Eterna Cadencia) a la vista de otras lecturas recientes que interrogan el papel de los estudios literarios en la época neoliberal. Pero para hoy: supongamos que sí, que ya no entendemos que es posible leer sin comprar, ni discutir y criticar sin vender. Entonces, ¿qué vende una novela como Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) de Álvaro Enrigue?

La relación entre la más reciente novela de Enrigue y la conversación en tuiter es puramente anecdótica: da la casualidad de que yo la estaba leyendo mientras la gente hacía referencias veladas sobre cómo criticar y a quién. Por eso, y porque es imposible leer novedades sin primero sacudirse el enorme discurso publicitario que las rodea, me fijé en que la mercadotecnia alrededor de este nuevo libro suena a lo que decía la gente en los años noventa, con el auge de la nueva novela histórica: que reta los límites entre la ficción y la historia, que demuestra la fuerza de la novela para encarar y transformar el momento en que cambió la historia del mundo, que poderosa por aquí, que necesaria por allá. Pero para ser sincero, lo que más me interesó de este libro es que, en principio, no está vendiendo nada, o por lo menos no lo que quieren los publicistas que venda. El interés de Álvaro Enrigue por la época colonial no es nuevo. En 2013 publicó en Anagrama dos libros que ya trataban el tema: el ensayo Valiente clase media, donde se habla de la relación entre economía y literatura y que incluye un capítulo sobre sor Juana Inés de la Cruz; y la novela Muerte súbita, donde se entrelaza la historia de un partido de tenis entre Francisco de Quevedo y Caravaggio con la de Hernán Cortés y el destino de su familia.

Entre 2013 y 2022, cuando se publica Tu sueño imperios han sido, han pasado muchas cosas, entre ellas: la publicación de un sinnúmero de libros, ensayos y artículos dedicados al tema de la invasión española, entre ellos uno del historiador Matthew Restall, reseñado por el mismo Álvaro Enrigue; una serie sobre la conquista producida por TV Azteca en 2019 y otra más que nunca se grabó, que incluía como equipo productor en Amazon Prime a Gael García Bernal y a Diego Luna; el encuentro caricaturesco entre los descendientes de Moctezuma y de Hernán Cortés en el centro de la ciudad de México; la reconstrucción de una pirámide en la plancha del Zócalo y sus espectáculos de luz; la publicación del libro ¿Quién conquistó México? del historiador Federico Navarrete y su participación activa y pública para esclarecer los mitos del mestizaje en los que están ancladas prácticas discriminatorias y racistas en el México contemporáneo; una nueva novela de Álvaro Enrigue; una pandemia que no acaba pero que hemos aprendido o sido obligados a normalizar; el reemplazo de monumentos, etcétera. En un contexto de intensa revisión histórica y de resistencia frente a estas revisiones, Álvaro Enrigue decidió escribir una novela en donde no pasa nada. Como prueba, ofrezco mi descripción favorita, donde el personaje principal, que no es ni Cortés ni Moctezuma ni la Malinche, sino un español llamado Jazmín Caldera, decide cortarse el pelo:

“Se puso en cuatro patas, metió la cabeza completa al agua y, utilizando las tijeras, se tasajeó los rulos del coco hasta que el pelo le quedó corto e informe. Volvió a hundir la testa, la sacó, la sacudió y se miró en el espejito. No vio a un macegual en la imagen que le devolvió, pero los estragos del sol en su piel extremeña, sumados al cutis limpio y el pelo corto, le parecieron suficiente para pasar por uno si quien lo viera estaba distraído. Lavó los utensilios y volvió a su habitación, pensando que si Alvarado le reclamaba algo por su cambio de apariencia, le diría que se había afeitado y cortado el pelo para parecerse más a los centuriones romanos sobre los que Hernando leía tan apasionadamente todo el día” (p. 147).

Esta atención al detalle y énfasis en la descripción se mantiene durante todo el libro hasta las últimas quince páginas, en las que pasa todo lo demás que ya sabemos que pasó, y todo lo demás que no pasó ni pudo nunca haber pasado. Durante el resto del libro lo que vemos es a Moctezuma hasta el copete de hongos alucinógenos (o deseando estarlo) mientras intenta dormir la siesta, y a un grupo de españoles caminando alrededor de un palacio en busca de una salida. Este es un mal resumen, por supuesto, porque estamos acostumbrados a leer por y para la trama, y este libro es uno de esos pocos que actualmente no se dejan leer así. Es un libro donde el lento paso del tiempo una tarde de noviembre en 1519 en Tenochtitlán es mucho más importante que todo lo demás. El lento paso del tiempo. El. Lento. Paso. Del. Tiempo. Pero esta es también una caracterización falsa, porque hay escenas retrospectivas intensas, como en las páginas 168 y 169, que no copio porque es muy larga, pero que animo a todes los que quieran a leerla como uno de los muchos ejemplos de barbarie europea que Bartolomé de las Casas pudo haber incluido en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El caso es que la mayor parte del libro se trata de que como lectores veamos y esperemos, porque antes que otra cosa lo que esta novela propone es la posibilidad de tomar una pausa, una característica inherente a la literatura que todavía no se rinde ante la rapidez de la comunicación en la época digital. Pero, claro, nada de esto se puede poner en el cintillo rojo que cubre la portada, porque si alguien leyera: “Una poderosa recreación de cómo Moctezuma dormía la siesta”, difícilmente se animaría a pagar los 345 pesos que cuesta el libro en México.

Hay muchas más cosas que comentar de esta novela. Por ejemplo: el interés de Álvaro Enrigue por romper (o quizá mejor, por enfatizar) el pacto de la ficción desde el principio, al incluir la transcripción de un correo electrónico con su editora en donde ofrece información sobre algunas decisiones tomadas a la hora de la escritura del texto. Esto ya había pasado en Muerte súbita, pero lo que en aquella novela sonaba a acertijo o travesura, acá se consolida en manifiesto: “Teresa querida” o, lo que es lo mismo, lectores queridos: recuerden que esto es una ficción y nadie está pretendiendo lo contrario. O, por ejemplo (y derivado de lo anterior): el interés de enfatizar que lo que estamos leyendo es más una recreación o adaptación (en el sentido dramático de volver a escenificar) que una invención, algo que se enfatiza con la yuxtaposición del tono formal y el modismo cotidiano del lenguaje:

“Moctezuma Xocoyotzin, emperador del Anáhuac, huei tlatoani de la gran ciudad de Mehxicoh-Tenoxtitlan y comandante supremo de los ejércitos de la Triple Alianza, estaba tirado en el suelo en posición fetal y tapándose los ojos con las manos cuando el chamán de alcoba recargó el hombro en el vano del vestidor real —en el que terminaba el pasadizo que conectaba los cuartos de los sacerdotes con las habitaciones reales. Mírate nada más, Mocte, le dijo” (p. 171).

O, por ejemplo (y por último), que estamos frente al primer libro de Anagrama que tiene una imagen en la segunda de forros, o eso creo: el mapa de Tenochtitlán publicado en la primera edición de la segunda carta de relación en 1524. Una imagen que junto con la carta de Cortés reafirmaba el poder de Carlos V sobre los territorios recién conquistados. Así de en serio se toman las cosas algunas en España (y varios en México) como para reproducir esta imagen como segunda portada escondida. Pero la novela se va por otros caminos que se diferencian de este discurso imperial, proponiendo la ficción como un espacio de posibilidades más que de imposición o clausura.

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