Buscando a Dante Panzeri: El mejor periodista deportivo de la historia
“Cuando el héroe del estadio es el héroe de la nación, es que el país se ha quedado sin hombres. […] Yo como argentino deseo que gane siempre el que juega mejor”.
La dinámica de lo impensado.
El 5 de noviembre de 1921 nacía en la provincia de Córdoba, Argentina, el periodista Dante Panzeri. No era periodista cuando nació, obviamente, sino un bebé. Sin embargo, con el tiempo y vaya usted a saber por qué razón, se fue convirtiendo en el que para mí ha sido el mejor periodista deportivo de la historia de la humanidad. Ya sé que suena exagerado, no me lo tienen que decir. Se nota a leguas. Sin embargo, la exageración es tan real como el hecho de que nadie podría decirme, sin titubear, el nombre de otro que lo supere. Si nos limitamos al ámbito del habla hispana, que es el que medianamente manejo, es difícil encontrar alguno que haya dejado la huella que él dejó y que haya sentado unas bases de pensamiento tan contundente como las que él planteó en su vida y que quedaron por escrito en su libro, Fútbol. Dinámica de lo impensado, a saber: que el futbol es un juego.
Decir que el futbol es un juego es tan obvio como peligroso. A primera vista es una idea tan lógica como inocente, sin embargo, a medida que uno se sumerge en ella, se percata de que es la manera más directa y más sensata de enfrentarse a los intereses de los dueños de la pelota, es decir, los empresarios de uno de los negocios más grandes del mundo. Es cierto que en sus años de esplendor, por allá por los 60 y 70, los empresarios no eran tan poderosos como ahora, ni el fútbol el objeto masivo de consumo, ni el terreno de mafias, sobornos y crímenes que es ahora. Eso está claro. Sin embargo, una de las cualidades de Dante Panzeri fue justamente esa, el haber sido un visionario que predijo lo que iba a suceder con el fútbol antes de que nadie se diera cuenta. Fue él quien se percató de que se estaba viviendo una bisagra, un cambio de época y el que se enfrentó a dichos cambios cuando nadie los veía. Para algunos no era más que un loco haciéndola de espadachín contra enemigos invisibles. Lamentablemente la historia le dio la razón. Esos enemigos ya estaban ahí, configurando un futuro irreversible.
Durante los 60 hubo dos equipos que futbol que lo cautivaron, el Santos de Pele y la Maquina de River. Un día, uno de los jugadores de ese River y amigo suyo, Carlos Peucelle, lo llamó por teléfono para contarle que una editorial le había pedido que escribiera un libro sobre “fútbol moderno” (es decir, un libro sobre estrategias y tácticas para jugar al fútbol) y le preguntó a Panzeri si sabía qué era el fútbol moderno. Panzeri le dijo que eso no existía, que solo existían dos tipos de fútbol: el bien jugado y el mal jugado. Y mientras respondía, pensaba que era él quien tenía que escribir un libro que explicara que los libros no sirven para jugar al fútbol, y así nació Fútbol. Dinámica de lo impensado, publicado en 1967 con un epígrafe que decía: “Este libro no sirve para jugar al fútbol. Sirve para saber que, para jugar al fútbol, no sirven los libros. Sirven solamente los jugadores… y a veces ni ellos, si las circunstancias no los ayudan”.
Panzeri decía que en el fútbol “no hay nada nuevo, solo lo olvidado lo parece”. La tecnocracia instituía, a partir de los años cincuenta, la tecnificación del deporte, enumerando científicamente estrategias para jugar bien al fútbol. “Ciertamente la presión creciente de la ciencia y, sobre todo, de las técnicas sobre la cultura, está ligada hoy, más que nunca, a la industrialización, a la constante necesidad de progreso y renovación de la producción, al movimiento que imprime la publicidad omnipotente, a las servidumbres financieras de toda especie”, decía Panzeri.
Planteaba entonces, la dicotomía entre el potrero (la canchita de barrio) y el pizarrón (la escuela), entre el jugador pillo y atorrante y el dócil y disciplinado, en fin, entre el juego y el trabajo, entre lo lúdico y lo productivo. “El `muchacho de la calle´ está en un constante entrenamiento para el fútbol, en su constante necesidad de esquivar los riesgos y las leyes de vida propias del libertinaje callejero. El `muchacho de su casa´ difícilmente tenga otro acceso al fútbol hasta no llegar a la cancha misma. Uno convive con la picardía; el otro convive con el orden. Y el fútbol, mucho más que orden es picardía, siendo que es arte del imprevisto. Cuando la espontaneidad es plainificada, lo espontaneo se acaba. […] Cuando se sabe lo que va a pasar es que no va a pasar nada”. El fútbol era del pueblo hasta que el mercado, disfrazado de ciencia, se lo robó.
Afloraban manuales que promovían el fin de la improvisación y la creatividad en pos de una ordenada profesionalización. Vendían humo como nunca antes. Humo en polvo. “El fútbol, para ser serio, tiene que ser juego”, replicaba Dante ante esos adivinadores con la bola de cristal. Mentirosos con dudosos títulos que querían dominar la naturaleza, disciplinar a los jugadores y hacer sumiso al balón. Querían tener al futuro atado y bien atado. Y Dante Panzeri, escéptico, contraatacaba cada vez que era necesario: “El fútbol será siempre antiguo. Porque no es ciencia que pueda enseñarse. Es imprevisto. Es improvisación. Tiene que ser improvisación. Aunque la palabra no guste a la organización, ni al orden. Lo que ocurre en la cancha lo organizan las circunstancias y lo decide el imprevisto […] Cuando se sabe lo que va a pasar es que no va a pasar nada”.
En tiempos de falso progreso en el fútbol, había un eslabón que hacía el enlace entre los jugadores y los dirigentes: el Director Técnico (Dóciles tontos, ironizaba Panzeri) y contra ellos cargaba Dante su crítica. Sobretodo en aquellos entrenadores que promovían la especulación y el trabajo defensivo en el fútbol. Ahora ya no se trataba tanto de meter goles sino de evitarlos. El fin justificaba los medios. Ya no había que ser felices, había que ser ganadores. Panzeri utilizaba el deporte para pensar, desde ahí, cómo funcionaban todas aquellas instituciones que lo rodeaban y lo hacían pedazos. Nada más claro que el fútbol para demostrar cómo el malhacer humano es capaz de convertir un juego en un negocio, y el negocio en un espectáculo más allá de cualquier código ético y pedagógico. Dante Panzeri no hablaba de fútbol, hablaba de alienación. De esas mordazas que nos imponemos para dejar de ser felices. Hablaba de la desaparición de la sonrisa, del placer, de la belleza. “Aburrirse es besar la muerte”, decía, parafraseando al escritor Ramón Gómez de la Serna. Solo nosotros podemos convertir, con tanto orgullo, lo lindo en feo. Panzeri no hablaba de deporte, hablaba de todo lo demás.
“La dinámica de lo impensado” fue una frase que la gran mayoría de los periodistas deportivos no entendieron porque no leen libros. Piensan que se refiere al azar y así la usan. Un equipo iba perdiendo tres a cero el partido y le dieron vuelta con un gol en el último minuto: dinámica de lo impensado. Pero no hablaba de azar, hablaba de la tecnificación de la vida. Hablaba de la conversión del ser humano en una pila que le da energía al motor que mueve la rueda. Matrix es un juego de niños al lado de la dinámica de lo impensado. Una idea que podría desprenderse de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, de la razón instrumental de la Dialéctica de la Ilustración, pero que fue escrita en un libro que hablaba, aparentemente, de fútbol, aunque tampoco tanto.
El negocio de la venta de humo
Si los entrenadores eran el enlace entre los jugadores y los dirigentes, los periodistas eran el enlace entre el fútbol y los empresarios, así que Panzeri no tuvo más opción que poner en cuestión a su propio gremio y comenzar, desde el principio, a quedarse solo. Decía, para empezar, que no existían los periodistas deportivos, solo los periodistas, a secas, y que lo de deportivo no era más que un apellido que se habían inventado para poder sindicarse bajo ese nombre y tener el monopolio de la estupidez. El apellido deportivo les daba el control del negocio millonario de la prensa (fortalecido con la televisión) y la legitimidad para hablar sin pensar y sin límite de tiempo.
Trabajó en varios medios, fue echado de muchos de ellos y renunció a otros tantos. Lo echaron de la Radio Pública a principios de los 50´ por decir que el gobierno utilizaba el deporte para hacer propaganda. A mediados de esa década entró a trabajar en El Gráfico, su lugar soñado, cuando era la revista más importante en habla hispana. Empezó cubriendo y analizando (porque él no comentaba, él analizaba) natación y ciclismo hasta que en 1960 pasó a ser el director de la revista y la transformó por completo. Comenzó a hacer un periodismo crítico y profundo, con notas largas y pedregosas que disminuyeron el numero de lectores a la mitad, cosa que a él no le importaba. La verdad y la honestidad eran lo único importante. Demasiada mafia, demasiado gánster en el deporte como para escribir sin decir nada. Una de las cosas que cuestionaba de raíz eran el boxeo y el automovilismo, cuando estos eran el deporte numero uno y dos en popularidad en el país. Del primero decía que era un “homicidio legalizado” y del segundo, que era una “actividad industrial”.
En el año 1962 se jugaba el clásico Boca-River. El número de la revista que salía tras el partido era el más leído del año, por lo cual el Ministro de Economía de la época, Álvaro Alsogaray (uno de los hombres más poderosos de las derechas en la historia del país) pidió publicar una nota en la revista, un llamado al pueblo, digamos, a lo que Dante Panzeri se negó rotundamente. Dijo que nada tenía que hacer el Ministro de Economía escribiendo en una revista de deporte. Al ver que los dueños de la revista optaban por publicarla, tomó el saco del respaldo de su asiento y renunció, dejando así el puesto con el que había soñado toda su vida. Dejó claro que el poder no era lo suyo. Podía resignar por principios el puesto más importante de la prensa nacional. Lo último que hizo antes de irse de la revista fue elegir la tapa del siguiente número y puso la foto de un jugador que se había retirado hace más de 10 años y al que nunca se le había dado una portada. “Antonio Báez. Justicia para un olvidado”, escribió y se fue.
«La verdad y la honestidad eran lo único importante. Demasiada mafia, demasiado gánster en el deporte como para escribir sin decir nada».
Comenzó a perder voz pública pero apareció el mejor Panzeri de todos. Siempre luchando. Perteneciente a la clase media media, no le sobraba nunca nada. Cuando se quedaba sin trabajo se quedaba sin sueldo. Cuando arriesgaba, arriesgaba de verdad. No tenía red de contención. Su coraje era inmenso, su valentía, absoluta. Siempre contracorriente. Siempre contra el poder. Siempre solo.
En 1966 se jugó el Mundial en Inglaterra y se enfrentaron Argentina contra el equipo local en Wembley. El árbitro expulsó a Rattín, jugador argentino y perdieron el partido. Toda la prensa argentina escribió que el partido estaba arreglado, que el árbitro era parcial, y Panzeri escribió que los argentinos eran unos victimistas que siempre le echaban la culpa a los demás por los errores propios. Panzeri comenzaba a mostrar su lado más antinacionalista. La nación no era elemento suficiente para estar de un lado o del otro de la opinión. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Esto último, obviamente, no lo dijo Panzeri. Así, en esta cruzada casi demente para intentar mejorar o enderezar todo lo que andaba torcido, decía cosas como estas: “El país y el fútbol andan siempre muy de la mano. Eso suelen olvidar los que aún suponen que el fútbol puede arreglarse aunque el país siga siendo un caos. El fútbol es la muestra gratis del país. […] Siempre que se ponga en juego alguna competición deportiva, estaremos expuestos al deterioro mental y social que produce el chauvinismo, la más baja de las sensiblerías utilizadas por los mercachifles de lo chabacano. Deporte, sí. Fútbol, sí. Claro que sí. Fervor, clamores, explosiones juveniles, todo está bien. Hace a la felicidad de los pueblos. Pero lo dicho: hace, no es la felicidad. Sencillamente porque la felicidad jamás puede ser del ignorante, ni del idiotizado desde estos laboratorios chauvinistas”.
Así iba este señor por la vida. Diciendo verdades y haciendo enemigos. Y remataba. “Cuando el héroe del estadio es el héroe de la nación, es que el país se ha quedado sin hombres. […] Yo como argentino deseo que gane siempre el que juega mejor. Enclaustrarse en una nacionalidad o en una frontera es ser esclavo. Libre es el hombre universalista que así no ve apátridas. Siempre ve seres humanos y entre ellos puede escoger lo mejor sin mirar de dónde vienen”.
Durante muchos años se enfrentó públicamente a Alberto J. Armando, el presidente de Boca Juniors y, entre otras cosas, el empresario más poderoso del fútbol argentino y de otros ámbitos también. Armando era una especie de Mauricio Macri, si consideramos que este último fue un poderoso empresario que también fue presidente de Boca, puesto que lo llevó a ser Gobernador de la Ciudad de Buenos Aires y después a ser presidente del país. Y Dante Panzeri, que claramente sabía elegir sus enemigos y no se andaba con tonterías, se dedicó a ventilar los negocios ilegales de Armando, delincuente que hoy le da el nombre al estadio de Boca Jr. Una vez Panzeri estaba en un programa de televisión explicando algún acto de corrupción del señor presidente que lo miraba desde su casa, hasta que a este último le saltó la térmica, y se fue directamente al canal, entró al plató, apareció en cuadro, en vivo y amagó con darle un bofetón. Así las cosas. Para terminar de pintar al personaje, hay que contar que Alberto J. Armando era el dueño de la concesionaria más grande de Ford en Sudamérica, cuando la marca Ford le vendía a los autos a la policía argentina, particularmente los Falcón, esos mismos autos de un verde tenebroso que usaba la policía durante la dictadura militar para ir a buscar a los militantes que posteriormente iba a torturar y a desaparecer. Una joyita.
Dante Panzeri decía, “Yo no escribo donde quiero, pero nunca escribo lo que no quiero”. Era un librepensador que tenía una opinión, una argumentación y una solución para cada problema, sin importar a quién tenía que enfrentarse. Su opinión no variaba o se matizaba según el color político del oponente. Panzeri no era ni de izquierda, ni de derecha, ni de centro, ni de arriba ni de abajo, ni apoyaba al peronismo, ni a los radicales ni a los militares. O sea, era Panzeri y punto, y lo único que le importaba era la honestidad. Era gorila, muy gorila, lo que en Argentina significa ser antiperonista. No soportaba el más mínimo gesto de populismo, de demagogia utilizada para convencer al pueblo de la bondad de sus intenciones. Era conservador en algunos aspectos, claramente, pero era revolucionario y anarquista en su convencimiento de luchar contra el poder.
Así y todo, en los años 70 escribió en la revista Así, un tabloide sumamente amarillista que vendía más ejemplares que ningún periódico en ese momento. Al mismo tiempo, tuvo una columna en el canal Teleonce de la televisión, de cinco minutos cada noche, inmediatamente después de las noticias, es decir que era uno de los hombres más populares del momento. Nunca disminuyó su nivel de critica. Lo echaron también.
«Dante Panzeri era un librepensador que tenía una opinión, una argumentación y una solución para cada problema, sin importar a quién tenía que enfrentarse».
Su diatriba interminable contra el mundo le empezó a pasar factura. Lo empezó a debilitar. Se le cerraban puertas. Pensó en renunciar varias veces al periodismo. Su mujer le decía que él no se podía retirar, que tenía que seguir diciendo lo que pensaba y que si era necesario ella iba a salir a vender limones pero que él no se podía retirar. Una gran mujer tuvo que estar a su lado para que Panzeri pudiera ser Panzeri. Terminó escribiendo unas hermosas notas sobre cine, cultura, música, y etcétera en Satiricón, la revista de humor político más satírica, irónica y sarcástica que haya habido jamás en Sudamérica.
Su última batalla fue la más solitaria de todas. Argentina era la sede del Mundial de Fútbol de 1978. Era un Mundial que se iba a realizar en plena dictadura militar y Dante Panzeri no estaba de acuerdo en su realización, pero sus argumentos no tenían que ver con estar en contra de la dictadura. Él no era un militante de ninguna organización de izquierda, ni mucho menos. Él decía que “un país que no tiene dinero para comprarse un Ford T no se puede comprar un Falcon”. Decía que ese evento no se debía realizar porque había otras prioridades, como la construcción de escuelas y hospitales. La lógica ante todo. La izquierda y el peronismo han minimizado históricamente su posición al decir que no era una critica política sino económica, pero claro, eso no tiene ningún sentido porque ya lo dijo Clinton. La economía es política. Quizás no era ideológica como lo piensan ellos, ideologizados hasta las pelotas, pero eso es otra cosa. Un día fueron tres militares a su casa a decirle que se callara la boca. Panzeri les dijo que él iba a seguir diciendo lo que pensaba. La izquierda y los peronistas dicen que Panzeri era un conservador que no tenía miedo porque sabía que no lo iban a matar. Lo primero quizás y con matices, lo segundo no lo sé, no me parece. Hay que tener un par de huevos bien puestos de cualquiera de las maneras.
Cuestión que hizo una investigación, solicitó una reunión con el General Lacoste, militar encargado de la organización del Mundial. Lacoste le dijo que fuera a su despacho y Dante Panzeri dijo que el no tenía reuniones en despachos oficiales, así que fue a la casa de funcionario y le entregó la investigación en una carpeta de más de 100 paginas con argumentos y datos de la inconveniencia del Mundial. Algunas versiones dicen que Panzeri se sentó frente Lacoste mientras este hablaba por teléfono. Que cuando este cortó, recibió otra llamada, y otra y otra, hasta que Panzeri se levantó y le dijo, “señor, discúlpeme, pero yo mejor me voy a a mi casa y lo llamo desde ahí a ver si así me atiende”. Otra versión dice que hablaron largamente y que no logró convencer a Lacoste pero sí a su señora que se encontraba presente. La ultima versión dice que Panzeri le pasó la carpeta y que Lacoste le dijo, mientras la tiraba a la basura, “esto es un acto político, señor Panzeri”, le dio la mano y Panzeri se retiró del lugar.
Dante Panzeri estaba más solo que nunca. Era director del Diario La Prensa, pero estaba agotado de luchar contra molinos de viento. El 14 de abril de 1978, 45 días antes del inicio del Mundial, murió de mala sangre.
Las formas del olvido
El año 2009 una editorial española que reeditaba clásicos llamada Capitán Swing me pidió que buscara un libro de fútbol. En el proceso de búsqueda, intentando evitar a los de siempre, a los Galeanos y a los Villoros, me nombraron a Dante Panzeri. Yo tenía 30 años y no había escuchado su nombre ni una sola vez en toda mi vida. Primero empecé a buscar Fútbol. Dinámica de lo impensado, solo para leerlo, y no lo conseguí. No estaba por ninguna parte. Había dejado de editarse desde hace 30 años. Panzeri había pasado al olvido. No quedaba rastro alguno en lugar ninguno. Nada. El país más futbolero del mundo, el más fanático, no el que mejor lo juega pero sí el que más lo habla y el que mas lo piensa, había enterrado a uno de sus más valiosos personajes.
Meses después un amigo me prestó un ejemplar. Leí el libro y se convirtió a partir de ahí, en mi caja de herramientas para pensar el fútbol. No podía entender cómo había vivido toda mi vida sin esos argumentos. Comencé a buscar a su familia para conseguir los derechos de publicación del libro. Para conseguir esa cosa tan espuria llamada herencia. La familia no estaba por ninguna parte.
Hablé con más de treinta periodistas y amigos de Dante Panzeri y nada. Nadie sabía nada. Después de dos años de búsqueda exhaustiva, entre la impotencia y la resignación, tomé la obsesiva decisión de imprimir el listado de todos los Panzeris de las Páginas Amarillas y llamar a uno por uno, a los más de cincuenta Panzeris que ahí figuraban. Al llamado número 43, tras horas de fracasos y cerca de las 11 de la noche, solo en una oscura esquina de m casa de Villa Urquiza, respondió Paola. “Buenas tardes, soy Sebastián Kohan Esquenazi, estoy buscando a algún familiar del periodista Dante Panzeri”. “Sí, yo soy sobrina de Dante, respondió, pero no sé nada de sus hijos ni de su mujer. Dejáme que le pregunto a mi mamá y te llamo de vuelta”. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Al día siguiente llamó Paola y me contó que su mamá decía tener, quizás, una agenda en algún closet, donde estaría, tal vez, el número de Sandro Panzeri, hijo de Dante. “Si encontramos la agenda te aviso. Eso sí, dice mi mamá que estaba escrito a lápiz así que quizás ya se borró”.
Tres meses después, más cerca del psiquiátrico que de la imprenta, recibí la llamada de Paola, esta vez emocionada: “¡Hola, Sebastián! ¡Encontramos la agenda de mi mamá! Estaba en el placard, te paso el número de Sandro, ojalá que siga siendo el mismo”. Llamé inmediatamente. Sonó el tono, atendió un hombre. “Hola, buenas tardes. ¿Hablo con Sandro?” “Sí, soy yo”. ¿Es usted, de casualidad, el hijo de Dante Panzeri?“. “Sí, soy yo.” “¿Seguro?”. “Sí, seguro”. En el año 2011 reeditamos Fútbol. Dinámica de lo impensado.
A partir de ese día comencé a hacer el documental de la vida de Dante Panzeri. El objetivo era encontrar material de archivo fílmico para ver cómo era, cómo halaba, cómo se movía ese señor que ya era casi parte de mi familia. El nombre y el apellido que más he escrito y nombrado en mi vida entera. Tarde ocho años en hacer el documental. Se estrenó este octubre de 2020, en el quinceavo DocsMX en la Ciudad de México.
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