Tiempo de lectura: 5 minutosDe la figura de Amedeo Modigliani han sobrevivido, tanto su obra, de la que vendió poco en vida, como su mito de pintor maldito. A un siglo de su muerte, el 24 de enero de 1920, su fama de bohemio atormentado y de andar desenfrenado, permanece presente en relatos, películas y exposiciones.
Se sabe que Modigliani nació en Livorno el 12 de julio de 1884, una ciudad italiana de marinos, comerciantes, y refugiados políticos, pero a los 22 años decidió marcharse a París en un intento por ampliar sus conocimientos artísticos. Había estudiado ya en Florencia y en Venecia, pero arribó a Francia a llenarse los ojos de las vanguardias europeas que apenas se anunciaban. Ahí se encontró con futuristas, dadaístas, cubistas y surrealistas reunidos por una causa común: crear libremente.
Su llegada a la capital francesa, que por entonces era también la meca del arte, lo sumó a la larga lista de jóvenes incomprendidos que reclamaban desenfrenadamente su lugar en la historia desde el bar de la esquina, talleres lúgubres de duelas raídas y los cafés de Montparnasse y Montmartre.
A décadas de distancia es posible hacer un recorrido visual por las obras que resultaron de aquellos arrebatos en cafés y bares frecuentados por Modigliani, Picasso, Chagall, o Kisling.
La exposición El París de Modigliani y sus contemporáneos reúne en el Palacio de Bellas Artes 143 pinturas, 11 dibujos, cuatro libros, y dos máscaras de colecciones privadas, como la Colección Jonás Netter, representante comercial al que se le atribuye una discreción de gato y un gusto particular por la pintura impresionista. Netter logró una colección basta gracias a su amistad con el marchante Léopold Zborowski, a través de quien enviaba a Modigliani caballetes y otros materiales.
CONTINUAR LEYENDO
Porte Saint-Martin (1908) de Maurice Utrillo.
“La exposición se enmarca dentro del contexto de Montparnasse. Inicia hablando de Cézanne, porque es considerado el padre del modernismo, después pasamos a analizar la influencia que tuvo en la Escuela de París, que es esta corriente de pintores que no se ataron a las vanguardias europeas. Luego continuamos por la Escuela de Pintura al Aire Libre, y de ahí seguimos a los cafés parisinos de Montparnasse, para entender cómo Mogdilini habitaba este mundo creativo”, dice vía telefónica la curadora Fabiola Garza.
La exhibición nos adentra en siete momentos que reconstruyen la efervescencia de aquellos años que el escritor Ernest Hemingway sintetizaría en su frase: “París era una fiesta”. La primera parte de la muestra se titula «Después de Cézanne», y tiene obras de André Derain, Moise Kisling, Suzanne Valadon, René Durey, y Henri Hayden exhibidas bajo una luz tenue.
En la sección «De la pintura al aire libre, al paisaje urbano«, presenciamos la transición de finales del siglo XIX, cuando se comprendió que la inspiración también sorprendía en las calles y los pintores empezaron a trabajar en exteriores urbanos, provocando así el salto de la pintura rural en las afueras de Francia, a los paisajes industriales. Esta parte de la muestra celebra el impulso del pintor mexicano Alfredo Ramos Martínez por trasladar este esquema formativo a México. La primera de las escuelas de pintura al aire libre fue la de Santa Anita en Iztapalapa, y con el tiempo el concepto se reprodujo en Churubusco y Coyoacán.
«Las escuelas al aire libre permitían ver cómo afectaba la luz al paisaje, y brindaron enseñanza en pintura a públicos sin educación artística formal, sino aficionados, y algunas mujeres destacaron en este campo”, asegura Garza.
Suzanne Valadon (1917) de Amadeo Modigliani.
En la sección que protagoniza la muestra: «Amedeo Modigliani», hipnotizan los ojos de la Niña vestida de azul, antes de encontrarse también con los retratos de Jeanne Hebuterne, y Leópold Zborowski. Estas obras están entre los retratos más memorables en la historia del arte, y en ellos Modigliani plasmó rostros lumínicos con cuellos muy alargados, bocas pequeñas y ojos carentes de iris.
El recorrido sigue con «Los amigos mexicanos de Modigliani», donde se exhibe parte de la obra de Diego Rivera más allá de sus murales, y las líneas finas con las que los pintores Ángel Zárraga, Carlos Mérida, Benjamín Coria, y Santos Balmori confirmaron la premisa de que las amistades son influencias. Modigliani extendió a la obra de estos mexicanos, algunos de sus rasgos distintivos.
Se sabe que el pintor Carlos Mérida, que impuso su capacidad de decisión al naturalizarse mexicano sobre la casualidad de haber nacido en Guatemala, quiso incorporar a sus pinturas los ojos almendrados de cuencas vacías que identificaban a Modigliani, luego de conocerlo en París. También en esos años, el artista italiano se inspiró en el rostro de Diego Rivera para un personaje al que pintó junto a la estación ferroviaria de Montparnasse.
Sin embargo, Benjamín Coria fue el artista mexicano más cercano a Modigliani. “Coria no tuvo mucho éxito en vida. Cuando volvió a México se convirtió en maestro de la Academia de San Carlos, donde le relataba a sus alumnos que había convivido con Modigliani. La historia del arte fue muy mordaz con Coria, que solo tomó en cuenta al muralismo mexicano, y reconoció solo a ciertos artistas fuera de ese movimiento”.
Place de l’église à Montmagny (1907) de Maurice Utrillo.
En la sección de la muestra titulada «El desnudo y la máscara», impera una intimidad que se suspende de pronto con máscaras que hacen referencia a tribus africanas. En el área dedicada a «Chaim Soutine», están sus pinturas de liebres disecadas y las muecas derretidas de los personajes con que el pintor bielorruso sorteó al olvido.
Finalmente, en «La Escuela de París», las obras de Isaac Catcher, Michel Kikoine, y Henri Hayden, rinden honor a la rebeldía de aquellos que se rehusaron unirse a algún ismo, así se tratara del cubismo, el futurismo, o el dadaísmo, y que a partir de 1920 fueron agrupados bajo la etiqueta de la Escuela de París, apostándole al supuesto de que es más fácil pasar a la historia cuando se forma parte de una generación.
Los conocedores aseguran que Modigliani optó por el camino solitario. Protegiendo su naturaleza independiente decidió transitar al margen de modas y tendencias, aunque con el tiempo el pintor libertario fuera situado por los críticos en el grupo de la Escuela de París, en la que trascendió como uno de sus más brillantes representantes.
«Era de estos artistas extranjeros que no se adecuaban a las vanguardias o algún camino particular para reinventar al arte. Modigliani es muy único en la historia del arte, su manera de retratar estuvo influenciada por sus visitas al Museo Gráfico de Trocadero, donde se exponían máscaras de culturas africanas como la Fang, con este estilo distintivo de cejas muy delineadas y caras muy alargadas”, añade Garza.
Jeanne Hébuterne (1918) de Amadeo Modigliani.
Aunque su carrera superó apenas dos décadas, Modigliani le ganó al tiempo una apuesta por la perpetuidad a través de su obra. El hombre que vestía de pana, camisa a cuadros y cinturón rojo murió a los 36 años por una tuberculosis que lo llevó a internarse en el Hospital de la Caridad de París. Falleció prematuramente, como el pequeño ser que se formaba en el vientre de Jeanne Hebuterne, la pintora que se tiró por la ventana tras enterarse de la muerte de su compañero.
Sobre el nombre de Amedeo Modigliani aún recaen las etiquetas de “príncipe vagabundo” o “príncipe de Montparnasse”, y siguiendo esa línea uno de sus hermanos pidió «enterrar como a un príncipe” al hombre que pagaba con retratos a lápiz cuando tenía la fortuna de que lo invitaran a comer.
*La muestra «El París de Modigliani y sus contemporáneos», permanecerá abierta de martes a domingo, de 11:00 a 17:00 hrs., en el Palacio de Bellas Artes hasta diciembre de 2020, cumpliendo con los protocolos de sanidad.