Barcelona 92: El verano de ensueño

Barcelona 92: El verano de ensueño

Los Juegos Olímpicos no solo reúnen a las y los atletas más extraordinarios del mundo, también tienen la virtud de juntar a las amistades, a las familias y a los padres con sus hijas para maravillarse en complicidad ante lo sorprendente, como lo cuenta en este ensayo personal una de nuestras editoras.

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Los mundiales de fútbol coincidieron toda mi infancia con las vacaciones largas de verano, que eran las mismas del fin de cursos en las escuelas. Cada cuatro años, el mes de julio era un mes en el que mi hermana y yo perdíamos el control de la televisión familiar y lo tomaba mi papá, que alternaba sus vacaciones con mi mamá en esos dos meses para estar en la casa; no era deliberado que mi papá eligiera las semanas en las que se jugaban los mundiales, por lo que aunque fuéramos mayoría, no había forma de negociar con mi papá los horarios en los que había partidos y mi hermana y yo teníamos que entretenernos en otras actividades. En la casa mi papá veía los partidos solo, chiflaba y aplaudía y festejaba o maldecía estruendosamente pero sin cómplices porque a mi hermana y a mí el fútbol nomás nunca nos interesó.

La cosa cambió en las vacaciones de 1992, un año en que no hubo Mundial pero sí Juegos Olímpicos. Como decía, de niña      el fútbol nunca me sedujo, me aburría y además me parecía eterno, pero en Barcelona 92 hubo un deporte en equipo, jugado por hombres, que sí me interesó: el basquetbol. Estados Unidos llevaba al mejor equipo de basquetbol de todos los tiempos: el Dream Team. Por primera vez jugarían juntos en el mismo equipo jugadores profesionales de la NBA: Charles Barkley de los Suns de Phoenix, Karl Malone de los Utah Jazz, Patrick Ewing de los Nicks de Nueva York, David Robinson de los Spurs de San Antonio; la leyenda Magic Johnson de los Lakers de Los Angeles, Larry Bird de los Celtics de Boston; y de los Chicago Bulls Scottie Pipen y, mi favorito: Michael Jordan. Me sabía todos estos nombres de memoria. Por todos lados se veía a niños y adolescentes con las camisetas de estas superestrellas y con los tenis inspirados en ellos. Lástima que no hubiera habido tenis para niñas, y aunque podría haber usado los de niños, siempre me parecieron horribles, por muy Jordan que fueran.

A mi papá le gustaba el basquetbol, veía los juegos de la NBA en canal trece y yo empecé a ver algunos con él y no me aburrían; había algo en ese juego que me resultaba más energizante que el futbol, más sobrenatural, creo que tenía que ver con que la mayoría de los jugadores eran negros y yo descubría en ellos un físico y unas capacidades sobrehumanas que no veía en los futbolistas; porque a diferencia de los futbolistas, los basquetbolistas volaban, y Jordan, además, corría en el aire. Qué impresionante era Michael Jordan. Qué impresionantes son los negros en todo lo que hacen profesionalmente, ya sea correr, saltar, cantar, bailar o haciendo música. Yo no me enteraba de los campeonatos ni de los puntajes, sólo me dedicaba a disfrutar los partidos. Tampoco sabía que en los Juegos Olímpicos había competición de basquetbol, de hecho, Barcelona 92 son los primeros Juegos Olímpicos de los que tengo memoria; tenía diez años y me creía muchísimo por tener un equipo favorito en algo y me encantaba dejar con la boca abierta a mis vecinos niños cuando les decía que no podía salir a jugar con ellos a los atrapados porque iba a ver un juego con mi papá. Les provocaba corto circuito que una niña fuera aficionada al basquetbol y que además supiera más que ellos del tema. En realidad yo repetía todo lo que escuchaba que decía mi papá, pero ellos no lo sabían, así que quedaba como una experta frente a ellos. Mi papá, por su lado, también me presumía; en reuniones con sus amigos lo escuchaba contarles, entusiasmado, que veíamos los juegos de los Bulls juntos.

De vuelta al verano del 92, mi papá fue el que me dijo que jugarían los mejores jugadores de la NBA en el equipo de Estados Unidos y me emocioné un montón; él era el que estaba pendiente de los horarios de los juegos, a mí solo me interesaban los que jugaba Estados Unidos, y cuando jugaba Estados Unidos nos preparábamos para ver el partido: él con su Coca Cola y sus cigarros Dalton, y yo con un Peñafiel rosa y Ruffles verdes. Me gustaba tener un interés compartido con mi papá, que nos entendiéramos en algo, que celebráramos juntos, que por hora y media solo fuéramos él y yo.

Estados Unidos les ganó a todos los países con los que compitió y por fin llegó la final con Croacia. En este equipo estaba Tony Kukoč, que me parecía lindísimo, era muy joven y aún tenía rostro adolescente, por eso me gustaba; luego jugaría también en los Bulls, mi equipo favorito. Ganó Estados Unidos, 117-85 fue el marcador final. Vimos la premiación, se me puso la piel chinita al escuchar las ovaciones a Michael Jordan y a Magic Johnson. El furor por el basquetbol me duró algunos años más hasta que en la secundaria, en la clase de deportes, el maestro armaba equipos de niñas y de niños y a veces mixtos y nos ponía a jugar. Nadie en el grupo tenía entrenamiento previo, pero era clarísimo quién sí tenía madera para el deporte y yo no la tenía, me cansaba de correr y había que estar muy concentrada y pendiente de la posición del resto del equipo y tener muy buenos reflejos; además, después de un balonazo en la cara que hizo que me sangrara la nariz le agarré miedo. Me desilusionó mucho darme cuenta de lo mala que era en el único deporte en equipo que me gustaba, pero más me pesaba que no podría darle el gusto a mi papá de tener una hija basquetbolista, cosa que no me estaba pidiendo, pero a mí me habría gustado tener ese talento para que mi papá me viera jugar y me chiflara y me aplaudiera como a Jordan. Luego pude redimirme, hice audiciones para el grupo de teatro y me quedé, no sabría encestar ni saltar como Jordan pero sí sabía cantar y bailar y actuar y lo hacía muy bien. Mi papá vino a ver la obra y cuando terminó la función lo escuché chiflar como chiflaba cuando encestaba Jordan, yo era su Jordan actriz.

Pasaron los años de la secundaria, Michael Jordan dejó a los Bulls y yo dejé de ver los partidos; cuando regresó en el 95 retomé brevemente. Ahora también estaba Denis Rodman en el equipo y era muy divertido verlo jugar. Ese año los Chicago Bulls le ganaron a los Seattle SuperSonics en las finales de la NBA. Llegaron las vacaciones del verano del 96 y los Juegos Olímpicos de Atlanta; Jordan había decidido no formar parte del equipo olímpico y tampoco iría Magic Johnson. Mis papás se habían separado y ya no podría ver los juegos con mi papá; y podría haber superado la ausencia de Jordan en el equipo, pero la ausencia de mi papá en mi equipo era insuperable. Me olvidé del basquetbol, pero del verano de ensueño del 92 no me olvidaré nunca.

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