El cómic El Eternauta y la desaparición de su autor

El cómic El Eternauta y la desaparición de su autor

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Tiempo de Lectura: 00 min

Su mente era un hervidero de creatividad. Un hervidero que tapó la dictadura argentina. H. G. Oesterheld fue autor del fenomenal cómic El Eternauta y su trama —lo haya querido él o no— tiene una resonancia siniestra con su propia desaparición, a manos de los militares. Planeta acaba de reeditar la historieta que aquí se reseña.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Portada de Francisco Solano López para El Eternauta. Editorial Planeta Cómic.

Héctor Germán Oesterheld desapareció; pero no desaparece. Desapareció no por voluntad propia; fue desaparecido en 1977. De ese modo en el que fueron y siguen siendo desaparecidas personas por fuerzas crueles, insensatas, genocidas. Pero él no desaparece.

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El eternauta aparece. A media madrugada. Con un crujido en una silla vacía en el estudio de un guionista que trabaja en silencio. En la casa con la única ventana iluminada de la cuadra a las tres de la mañana se hace presente, primero transparente y luego corpóreo y total sobre la silla. Y tiene algo que contar.

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Según Oesterheld, El Eternauta, su historieta más famosa, la que subraya su memoria, surgió de un cuento breve que tomaba como punto de partida la historia de Robinson Crusoe. “El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos.” Fue haciendo densa aquella idea, torciéndola y aclimatándola a los tiempos. Porque comenzó a escribirla a finales de los cincuenta. A finales de los cincuenta, Oesterheld había abandonado ya la carrera de geólogo para dedicarse a la escritura en pleno. Nunca no escribió, cuentan los que lo conocieron: si no eran ficciones, eran pequeñas notas de divulgación, acercamientos para infantes a diversos temas científicos. Y para ese momento ya era el guionista de historietas de gran éxito. Sus dos personajes Bull Rocket y el sargento Kirk eran ya presencias establecidas en las boyantes y muy influyentes revistas de cómic argentino. Tanto éxito tenía que había fundado su propia editorial, Frontera, para dedicarse a producir sus propias revistas. Una de tantas que producían él y un grupo de ilustradores notables, Hora Cero Semanal, fue donde apareció El Eternauta.

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Comenzó a escribirla a finales de los años cincuenta, que en Argentina fueron tumultuosos; la división entre peronistas y antiperonistas era cada vez más honda. La violencia y el encono incrementaban. En 1955 un grupo opositor al interior de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con la intención de asesinar al general Perón. Mueren más de trescientas personas. Al poco tiempo el general Aramburu asume el poder. Dos años después, el 4 de septiembre de 1957, aparece en las páginas apaisadas del primer número de la revista, en entregas de tres páginas y tres tiras por página. Lo ilustra el joven Francisco Solano López. Y con el paso de las semanas va instalándose en el imaginario de un grupo de lectores que cada vez se hacen más.

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Juan Salvo es el eternauta: un viajero temporal que aparece una madrugada de 1959 en el estudio de un guionista y cuenta la historia de una invasión extraterrestre. El mundo está bajo ataque, pero el mundo, en este caso, es la capital argentina. La invasión alienígena confronta a los seres humanos con peligros de todo tipo. El primero: una desconcertante nevada en Buenos Aires; una nevada que mata todo lo que sus copos tocan. Así comienza la guerra de conquista, descarnada e inhumana y con ella una serie de desafíos particulares que se desenvuelven en esas más de cien entregas de la tira. El catálogo de enemigos es múltiple: además de la nieve ponzoñosa, los humanos envidiosos y rapaces; un ejército de innumerables “cascarudos” —insectos con garras letales y controlados a distancia—; “hombres-robot” —humanos capturados vueltos títeres de guerra—; “gurbos” —unos monstruos monumentales que derrumban edificios con sus trotes—; “manos” —una raza esclavizada de seres de cabello erizado y manos con más de una docena de dedos que dirigen los movimientos de los otros vía una especie de sintetizador del mal—. Y tras la invasión, hay unos “ellos” que ni los protagonistas ni los lectores vemos. Son nefandos y odiosos, son el mal profundo, el mal totalizante y puro. “Ellos son el odio… el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar”, les cuenta un “mano” que el eternauta y su compinche hacen prisionero.

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El Eternauta es una historia que atendía las urgencias del momento: las detonaciones nucleares, los platillos voladores, la indefensión ante el cosmos desconocido. Y es singular que en estas historietas de aventuras, la heroicidad es una cualidad mutable, más mundana. Ante el terror de la invasión alienígena, cada uno de los personajes encuentra sus respuestas en la acción. En una entrevista de radio, un año antes de ser levantado por los terroríficos grupos de tareas, Oesterheld dice: “Justamente El Eternauta, una de las características que lo distinguen es que no hay un héroe específico”. O como dicen que le gustaba decir a Oesterheld: el único héroe válido es el héroe colectivo.

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Las historias son historias de su contexto: los héroes colectivos, ese grupo memorable, son, notablemente, hombres todos. Las dos mujeres prominentes son esposa e hija, pasivas receptoras de la heroicidad, agentes que de pronto destacan pero no protagonizan: son el pulso que persigue el eternauta (y que en una versión posterior, en la segunda parte, publicada en 1976, encontrarán un final trágico).

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En el número 71 de Hora Cero Semanal, publicado el 7 de enero de 1959, las personas que leían con fervor la tira de Oesterheld y Solano López vieron a página completa el cuartel general de las fuerzas extraterrestres invasoras instalado en la Plaza del Congreso.

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En un programa de televisión conducido por Juan Sasturain y transmitido en 2017, Solano López dice que no recuerda las instrucciones del guionista sobre los dibujos. “La verdad es que no recuerdo las indicaciones de Héctor. No eran muy largas ni eran muy precisas tampoco, pero alcanzaban. Me daban el espacio suficiente para poner lo mío, que no era demasiado tampoco sino un intento de aproximación a la intención de Héctor de comunicar.” Oesterheld le enviaba tres páginas por semana, escritas a mano. “Con una letra ilegible.”

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Antes de ser asesinado por una dictadura cruenta, antes de ser desaparecido, Oesterheld era prolífico como pocos. Escribía guiones de historietas que firmaba con su nombre, y otras tantas que firmaba con pseudónimo. La imaginación suya era un hervidero. Un hervidero que solo frenó la desaparición forzada.

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En algún momento, las cuatro hijas del matrimonio de Héctor Germán y Elsa Sánchez decidieron participar en la lucha política. Lo hicieron con la agrupación guerrillera Montoneros: ese grupo radical de los setenta. Las consecuencias funestas alcanzaron a las hijas y al padre. Desaparecidas. Dos de ellas embarazadas. A él también. Apresado y maltratado. Los relatos cuentan que además de las torturas físicas, vivió la tortura de que sus captores le mostraran las fotografías de sus hijas muertas. Y así se cree que fallece en 1978, pero su cuerpo no ha sido recuperado; él continúa desaparecido.

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En 1983 Félix Saborido hace una ilustración para la revista Feriado Nacional en la que aparecen todos los personajes de Oesterheld al frente de una multitud. Y encima de ellos, una manta que pregunta: “¿Dónde está Oesterheld?”

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El eternauta aparece en el inicio de la tira porque busca a su mujer y a su hija, perdidas en el tiempo. Cuenta la invasión extraterrestre que lo ha llevado hasta ahí. Y ese bucle que se abre en el tiempo provoca una inestabilidad en nuestra cotidianidad. Quizá nuestras angustias no sean las de la invasión extraterrestre (quizá sí), pero la ambigüedad del “ellos” oscuro permite al eternauta aparecer aquí, en esta silla frente a mí, en la que tenga usted cerca, con un crujido, para contarnos de un futuro en el que la heroicidad, la camaradería y la posibilidad de la esperanza son producto de las decisiones de seres complicados y ambiguos como nosotros. Tan reaparece el eternauta que pronto habrá una serie en Netflix. Y recientemente Planeta Cómic reeditó las tiras aparecidas en Hora Cero Semanal en un solo volumen. Y con la reaparición del personaje, de sus versiones gráficas y fílmicas, hacen eco las palabras finales del guionista: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”

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Portada de Francisco Solano López para El Eternauta. Editorial Planeta Cómic.
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Su mente era un hervidero de creatividad. Un hervidero que tapó la dictadura argentina. H. G. Oesterheld fue autor del fenomenal cómic El Eternauta y su trama —lo haya querido él o no— tiene una resonancia siniestra con su propia desaparición, a manos de los militares. Planeta acaba de reeditar la historieta que aquí se reseña.

Héctor Germán Oesterheld desapareció; pero no desaparece. Desapareció no por voluntad propia; fue desaparecido en 1977. De ese modo en el que fueron y siguen siendo desaparecidas personas por fuerzas crueles, insensatas, genocidas. Pero él no desaparece.

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El eternauta aparece. A media madrugada. Con un crujido en una silla vacía en el estudio de un guionista que trabaja en silencio. En la casa con la única ventana iluminada de la cuadra a las tres de la mañana se hace presente, primero transparente y luego corpóreo y total sobre la silla. Y tiene algo que contar.

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Según Oesterheld, El Eternauta, su historieta más famosa, la que subraya su memoria, surgió de un cuento breve que tomaba como punto de partida la historia de Robinson Crusoe. “El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos.” Fue haciendo densa aquella idea, torciéndola y aclimatándola a los tiempos. Porque comenzó a escribirla a finales de los cincuenta. A finales de los cincuenta, Oesterheld había abandonado ya la carrera de geólogo para dedicarse a la escritura en pleno. Nunca no escribió, cuentan los que lo conocieron: si no eran ficciones, eran pequeñas notas de divulgación, acercamientos para infantes a diversos temas científicos. Y para ese momento ya era el guionista de historietas de gran éxito. Sus dos personajes Bull Rocket y el sargento Kirk eran ya presencias establecidas en las boyantes y muy influyentes revistas de cómic argentino. Tanto éxito tenía que había fundado su propia editorial, Frontera, para dedicarse a producir sus propias revistas. Una de tantas que producían él y un grupo de ilustradores notables, Hora Cero Semanal, fue donde apareció El Eternauta.

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Comenzó a escribirla a finales de los años cincuenta, que en Argentina fueron tumultuosos; la división entre peronistas y antiperonistas era cada vez más honda. La violencia y el encono incrementaban. En 1955 un grupo opositor al interior de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con la intención de asesinar al general Perón. Mueren más de trescientas personas. Al poco tiempo el general Aramburu asume el poder. Dos años después, el 4 de septiembre de 1957, aparece en las páginas apaisadas del primer número de la revista, en entregas de tres páginas y tres tiras por página. Lo ilustra el joven Francisco Solano López. Y con el paso de las semanas va instalándose en el imaginario de un grupo de lectores que cada vez se hacen más.

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Juan Salvo es el eternauta: un viajero temporal que aparece una madrugada de 1959 en el estudio de un guionista y cuenta la historia de una invasión extraterrestre. El mundo está bajo ataque, pero el mundo, en este caso, es la capital argentina. La invasión alienígena confronta a los seres humanos con peligros de todo tipo. El primero: una desconcertante nevada en Buenos Aires; una nevada que mata todo lo que sus copos tocan. Así comienza la guerra de conquista, descarnada e inhumana y con ella una serie de desafíos particulares que se desenvuelven en esas más de cien entregas de la tira. El catálogo de enemigos es múltiple: además de la nieve ponzoñosa, los humanos envidiosos y rapaces; un ejército de innumerables “cascarudos” —insectos con garras letales y controlados a distancia—; “hombres-robot” —humanos capturados vueltos títeres de guerra—; “gurbos” —unos monstruos monumentales que derrumban edificios con sus trotes—; “manos” —una raza esclavizada de seres de cabello erizado y manos con más de una docena de dedos que dirigen los movimientos de los otros vía una especie de sintetizador del mal—. Y tras la invasión, hay unos “ellos” que ni los protagonistas ni los lectores vemos. Son nefandos y odiosos, son el mal profundo, el mal totalizante y puro. “Ellos son el odio… el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar”, les cuenta un “mano” que el eternauta y su compinche hacen prisionero.

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El Eternauta es una historia que atendía las urgencias del momento: las detonaciones nucleares, los platillos voladores, la indefensión ante el cosmos desconocido. Y es singular que en estas historietas de aventuras, la heroicidad es una cualidad mutable, más mundana. Ante el terror de la invasión alienígena, cada uno de los personajes encuentra sus respuestas en la acción. En una entrevista de radio, un año antes de ser levantado por los terroríficos grupos de tareas, Oesterheld dice: “Justamente El Eternauta, una de las características que lo distinguen es que no hay un héroe específico”. O como dicen que le gustaba decir a Oesterheld: el único héroe válido es el héroe colectivo.

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Las historias son historias de su contexto: los héroes colectivos, ese grupo memorable, son, notablemente, hombres todos. Las dos mujeres prominentes son esposa e hija, pasivas receptoras de la heroicidad, agentes que de pronto destacan pero no protagonizan: son el pulso que persigue el eternauta (y que en una versión posterior, en la segunda parte, publicada en 1976, encontrarán un final trágico).

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En el número 71 de Hora Cero Semanal, publicado el 7 de enero de 1959, las personas que leían con fervor la tira de Oesterheld y Solano López vieron a página completa el cuartel general de las fuerzas extraterrestres invasoras instalado en la Plaza del Congreso.

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En un programa de televisión conducido por Juan Sasturain y transmitido en 2017, Solano López dice que no recuerda las instrucciones del guionista sobre los dibujos. “La verdad es que no recuerdo las indicaciones de Héctor. No eran muy largas ni eran muy precisas tampoco, pero alcanzaban. Me daban el espacio suficiente para poner lo mío, que no era demasiado tampoco sino un intento de aproximación a la intención de Héctor de comunicar.” Oesterheld le enviaba tres páginas por semana, escritas a mano. “Con una letra ilegible.”

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Antes de ser asesinado por una dictadura cruenta, antes de ser desaparecido, Oesterheld era prolífico como pocos. Escribía guiones de historietas que firmaba con su nombre, y otras tantas que firmaba con pseudónimo. La imaginación suya era un hervidero. Un hervidero que solo frenó la desaparición forzada.

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En algún momento, las cuatro hijas del matrimonio de Héctor Germán y Elsa Sánchez decidieron participar en la lucha política. Lo hicieron con la agrupación guerrillera Montoneros: ese grupo radical de los setenta. Las consecuencias funestas alcanzaron a las hijas y al padre. Desaparecidas. Dos de ellas embarazadas. A él también. Apresado y maltratado. Los relatos cuentan que además de las torturas físicas, vivió la tortura de que sus captores le mostraran las fotografías de sus hijas muertas. Y así se cree que fallece en 1978, pero su cuerpo no ha sido recuperado; él continúa desaparecido.

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En 1983 Félix Saborido hace una ilustración para la revista Feriado Nacional en la que aparecen todos los personajes de Oesterheld al frente de una multitud. Y encima de ellos, una manta que pregunta: “¿Dónde está Oesterheld?”

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El eternauta aparece en el inicio de la tira porque busca a su mujer y a su hija, perdidas en el tiempo. Cuenta la invasión extraterrestre que lo ha llevado hasta ahí. Y ese bucle que se abre en el tiempo provoca una inestabilidad en nuestra cotidianidad. Quizá nuestras angustias no sean las de la invasión extraterrestre (quizá sí), pero la ambigüedad del “ellos” oscuro permite al eternauta aparecer aquí, en esta silla frente a mí, en la que tenga usted cerca, con un crujido, para contarnos de un futuro en el que la heroicidad, la camaradería y la posibilidad de la esperanza son producto de las decisiones de seres complicados y ambiguos como nosotros. Tan reaparece el eternauta que pronto habrá una serie en Netflix. Y recientemente Planeta Cómic reeditó las tiras aparecidas en Hora Cero Semanal en un solo volumen. Y con la reaparición del personaje, de sus versiones gráficas y fílmicas, hacen eco las palabras finales del guionista: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”

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Tiempo de Lectura: 00 min

Su mente era un hervidero de creatividad. Un hervidero que tapó la dictadura argentina. H. G. Oesterheld fue autor del fenomenal cómic El Eternauta y su trama —lo haya querido él o no— tiene una resonancia siniestra con su propia desaparición, a manos de los militares. Planeta acaba de reeditar la historieta que aquí se reseña.

Héctor Germán Oesterheld desapareció; pero no desaparece. Desapareció no por voluntad propia; fue desaparecido en 1977. De ese modo en el que fueron y siguen siendo desaparecidas personas por fuerzas crueles, insensatas, genocidas. Pero él no desaparece.

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El eternauta aparece. A media madrugada. Con un crujido en una silla vacía en el estudio de un guionista que trabaja en silencio. En la casa con la única ventana iluminada de la cuadra a las tres de la mañana se hace presente, primero transparente y luego corpóreo y total sobre la silla. Y tiene algo que contar.

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Según Oesterheld, El Eternauta, su historieta más famosa, la que subraya su memoria, surgió de un cuento breve que tomaba como punto de partida la historia de Robinson Crusoe. “El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos.” Fue haciendo densa aquella idea, torciéndola y aclimatándola a los tiempos. Porque comenzó a escribirla a finales de los cincuenta. A finales de los cincuenta, Oesterheld había abandonado ya la carrera de geólogo para dedicarse a la escritura en pleno. Nunca no escribió, cuentan los que lo conocieron: si no eran ficciones, eran pequeñas notas de divulgación, acercamientos para infantes a diversos temas científicos. Y para ese momento ya era el guionista de historietas de gran éxito. Sus dos personajes Bull Rocket y el sargento Kirk eran ya presencias establecidas en las boyantes y muy influyentes revistas de cómic argentino. Tanto éxito tenía que había fundado su propia editorial, Frontera, para dedicarse a producir sus propias revistas. Una de tantas que producían él y un grupo de ilustradores notables, Hora Cero Semanal, fue donde apareció El Eternauta.

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Comenzó a escribirla a finales de los años cincuenta, que en Argentina fueron tumultuosos; la división entre peronistas y antiperonistas era cada vez más honda. La violencia y el encono incrementaban. En 1955 un grupo opositor al interior de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con la intención de asesinar al general Perón. Mueren más de trescientas personas. Al poco tiempo el general Aramburu asume el poder. Dos años después, el 4 de septiembre de 1957, aparece en las páginas apaisadas del primer número de la revista, en entregas de tres páginas y tres tiras por página. Lo ilustra el joven Francisco Solano López. Y con el paso de las semanas va instalándose en el imaginario de un grupo de lectores que cada vez se hacen más.

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Juan Salvo es el eternauta: un viajero temporal que aparece una madrugada de 1959 en el estudio de un guionista y cuenta la historia de una invasión extraterrestre. El mundo está bajo ataque, pero el mundo, en este caso, es la capital argentina. La invasión alienígena confronta a los seres humanos con peligros de todo tipo. El primero: una desconcertante nevada en Buenos Aires; una nevada que mata todo lo que sus copos tocan. Así comienza la guerra de conquista, descarnada e inhumana y con ella una serie de desafíos particulares que se desenvuelven en esas más de cien entregas de la tira. El catálogo de enemigos es múltiple: además de la nieve ponzoñosa, los humanos envidiosos y rapaces; un ejército de innumerables “cascarudos” —insectos con garras letales y controlados a distancia—; “hombres-robot” —humanos capturados vueltos títeres de guerra—; “gurbos” —unos monstruos monumentales que derrumban edificios con sus trotes—; “manos” —una raza esclavizada de seres de cabello erizado y manos con más de una docena de dedos que dirigen los movimientos de los otros vía una especie de sintetizador del mal—. Y tras la invasión, hay unos “ellos” que ni los protagonistas ni los lectores vemos. Son nefandos y odiosos, son el mal profundo, el mal totalizante y puro. “Ellos son el odio… el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar”, les cuenta un “mano” que el eternauta y su compinche hacen prisionero.

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El Eternauta es una historia que atendía las urgencias del momento: las detonaciones nucleares, los platillos voladores, la indefensión ante el cosmos desconocido. Y es singular que en estas historietas de aventuras, la heroicidad es una cualidad mutable, más mundana. Ante el terror de la invasión alienígena, cada uno de los personajes encuentra sus respuestas en la acción. En una entrevista de radio, un año antes de ser levantado por los terroríficos grupos de tareas, Oesterheld dice: “Justamente El Eternauta, una de las características que lo distinguen es que no hay un héroe específico”. O como dicen que le gustaba decir a Oesterheld: el único héroe válido es el héroe colectivo.

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Las historias son historias de su contexto: los héroes colectivos, ese grupo memorable, son, notablemente, hombres todos. Las dos mujeres prominentes son esposa e hija, pasivas receptoras de la heroicidad, agentes que de pronto destacan pero no protagonizan: son el pulso que persigue el eternauta (y que en una versión posterior, en la segunda parte, publicada en 1976, encontrarán un final trágico).

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En el número 71 de Hora Cero Semanal, publicado el 7 de enero de 1959, las personas que leían con fervor la tira de Oesterheld y Solano López vieron a página completa el cuartel general de las fuerzas extraterrestres invasoras instalado en la Plaza del Congreso.

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En un programa de televisión conducido por Juan Sasturain y transmitido en 2017, Solano López dice que no recuerda las instrucciones del guionista sobre los dibujos. “La verdad es que no recuerdo las indicaciones de Héctor. No eran muy largas ni eran muy precisas tampoco, pero alcanzaban. Me daban el espacio suficiente para poner lo mío, que no era demasiado tampoco sino un intento de aproximación a la intención de Héctor de comunicar.” Oesterheld le enviaba tres páginas por semana, escritas a mano. “Con una letra ilegible.”

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Antes de ser asesinado por una dictadura cruenta, antes de ser desaparecido, Oesterheld era prolífico como pocos. Escribía guiones de historietas que firmaba con su nombre, y otras tantas que firmaba con pseudónimo. La imaginación suya era un hervidero. Un hervidero que solo frenó la desaparición forzada.

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En algún momento, las cuatro hijas del matrimonio de Héctor Germán y Elsa Sánchez decidieron participar en la lucha política. Lo hicieron con la agrupación guerrillera Montoneros: ese grupo radical de los setenta. Las consecuencias funestas alcanzaron a las hijas y al padre. Desaparecidas. Dos de ellas embarazadas. A él también. Apresado y maltratado. Los relatos cuentan que además de las torturas físicas, vivió la tortura de que sus captores le mostraran las fotografías de sus hijas muertas. Y así se cree que fallece en 1978, pero su cuerpo no ha sido recuperado; él continúa desaparecido.

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En 1983 Félix Saborido hace una ilustración para la revista Feriado Nacional en la que aparecen todos los personajes de Oesterheld al frente de una multitud. Y encima de ellos, una manta que pregunta: “¿Dónde está Oesterheld?”

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El eternauta aparece en el inicio de la tira porque busca a su mujer y a su hija, perdidas en el tiempo. Cuenta la invasión extraterrestre que lo ha llevado hasta ahí. Y ese bucle que se abre en el tiempo provoca una inestabilidad en nuestra cotidianidad. Quizá nuestras angustias no sean las de la invasión extraterrestre (quizá sí), pero la ambigüedad del “ellos” oscuro permite al eternauta aparecer aquí, en esta silla frente a mí, en la que tenga usted cerca, con un crujido, para contarnos de un futuro en el que la heroicidad, la camaradería y la posibilidad de la esperanza son producto de las decisiones de seres complicados y ambiguos como nosotros. Tan reaparece el eternauta que pronto habrá una serie en Netflix. Y recientemente Planeta Cómic reeditó las tiras aparecidas en Hora Cero Semanal en un solo volumen. Y con la reaparición del personaje, de sus versiones gráficas y fílmicas, hacen eco las palabras finales del guionista: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”

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Su mente era un hervidero de creatividad. Un hervidero que tapó la dictadura argentina. H. G. Oesterheld fue autor del fenomenal cómic El Eternauta y su trama —lo haya querido él o no— tiene una resonancia siniestra con su propia desaparición, a manos de los militares. Planeta acaba de reeditar la historieta que aquí se reseña.

Héctor Germán Oesterheld desapareció; pero no desaparece. Desapareció no por voluntad propia; fue desaparecido en 1977. De ese modo en el que fueron y siguen siendo desaparecidas personas por fuerzas crueles, insensatas, genocidas. Pero él no desaparece.

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El eternauta aparece. A media madrugada. Con un crujido en una silla vacía en el estudio de un guionista que trabaja en silencio. En la casa con la única ventana iluminada de la cuadra a las tres de la mañana se hace presente, primero transparente y luego corpóreo y total sobre la silla. Y tiene algo que contar.

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Según Oesterheld, El Eternauta, su historieta más famosa, la que subraya su memoria, surgió de un cuento breve que tomaba como punto de partida la historia de Robinson Crusoe. “El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos.” Fue haciendo densa aquella idea, torciéndola y aclimatándola a los tiempos. Porque comenzó a escribirla a finales de los cincuenta. A finales de los cincuenta, Oesterheld había abandonado ya la carrera de geólogo para dedicarse a la escritura en pleno. Nunca no escribió, cuentan los que lo conocieron: si no eran ficciones, eran pequeñas notas de divulgación, acercamientos para infantes a diversos temas científicos. Y para ese momento ya era el guionista de historietas de gran éxito. Sus dos personajes Bull Rocket y el sargento Kirk eran ya presencias establecidas en las boyantes y muy influyentes revistas de cómic argentino. Tanto éxito tenía que había fundado su propia editorial, Frontera, para dedicarse a producir sus propias revistas. Una de tantas que producían él y un grupo de ilustradores notables, Hora Cero Semanal, fue donde apareció El Eternauta.

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Comenzó a escribirla a finales de los años cincuenta, que en Argentina fueron tumultuosos; la división entre peronistas y antiperonistas era cada vez más honda. La violencia y el encono incrementaban. En 1955 un grupo opositor al interior de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con la intención de asesinar al general Perón. Mueren más de trescientas personas. Al poco tiempo el general Aramburu asume el poder. Dos años después, el 4 de septiembre de 1957, aparece en las páginas apaisadas del primer número de la revista, en entregas de tres páginas y tres tiras por página. Lo ilustra el joven Francisco Solano López. Y con el paso de las semanas va instalándose en el imaginario de un grupo de lectores que cada vez se hacen más.

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Juan Salvo es el eternauta: un viajero temporal que aparece una madrugada de 1959 en el estudio de un guionista y cuenta la historia de una invasión extraterrestre. El mundo está bajo ataque, pero el mundo, en este caso, es la capital argentina. La invasión alienígena confronta a los seres humanos con peligros de todo tipo. El primero: una desconcertante nevada en Buenos Aires; una nevada que mata todo lo que sus copos tocan. Así comienza la guerra de conquista, descarnada e inhumana y con ella una serie de desafíos particulares que se desenvuelven en esas más de cien entregas de la tira. El catálogo de enemigos es múltiple: además de la nieve ponzoñosa, los humanos envidiosos y rapaces; un ejército de innumerables “cascarudos” —insectos con garras letales y controlados a distancia—; “hombres-robot” —humanos capturados vueltos títeres de guerra—; “gurbos” —unos monstruos monumentales que derrumban edificios con sus trotes—; “manos” —una raza esclavizada de seres de cabello erizado y manos con más de una docena de dedos que dirigen los movimientos de los otros vía una especie de sintetizador del mal—. Y tras la invasión, hay unos “ellos” que ni los protagonistas ni los lectores vemos. Son nefandos y odiosos, son el mal profundo, el mal totalizante y puro. “Ellos son el odio… el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar”, les cuenta un “mano” que el eternauta y su compinche hacen prisionero.

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El Eternauta es una historia que atendía las urgencias del momento: las detonaciones nucleares, los platillos voladores, la indefensión ante el cosmos desconocido. Y es singular que en estas historietas de aventuras, la heroicidad es una cualidad mutable, más mundana. Ante el terror de la invasión alienígena, cada uno de los personajes encuentra sus respuestas en la acción. En una entrevista de radio, un año antes de ser levantado por los terroríficos grupos de tareas, Oesterheld dice: “Justamente El Eternauta, una de las características que lo distinguen es que no hay un héroe específico”. O como dicen que le gustaba decir a Oesterheld: el único héroe válido es el héroe colectivo.

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Las historias son historias de su contexto: los héroes colectivos, ese grupo memorable, son, notablemente, hombres todos. Las dos mujeres prominentes son esposa e hija, pasivas receptoras de la heroicidad, agentes que de pronto destacan pero no protagonizan: son el pulso que persigue el eternauta (y que en una versión posterior, en la segunda parte, publicada en 1976, encontrarán un final trágico).

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En el número 71 de Hora Cero Semanal, publicado el 7 de enero de 1959, las personas que leían con fervor la tira de Oesterheld y Solano López vieron a página completa el cuartel general de las fuerzas extraterrestres invasoras instalado en la Plaza del Congreso.

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En un programa de televisión conducido por Juan Sasturain y transmitido en 2017, Solano López dice que no recuerda las instrucciones del guionista sobre los dibujos. “La verdad es que no recuerdo las indicaciones de Héctor. No eran muy largas ni eran muy precisas tampoco, pero alcanzaban. Me daban el espacio suficiente para poner lo mío, que no era demasiado tampoco sino un intento de aproximación a la intención de Héctor de comunicar.” Oesterheld le enviaba tres páginas por semana, escritas a mano. “Con una letra ilegible.”

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Antes de ser asesinado por una dictadura cruenta, antes de ser desaparecido, Oesterheld era prolífico como pocos. Escribía guiones de historietas que firmaba con su nombre, y otras tantas que firmaba con pseudónimo. La imaginación suya era un hervidero. Un hervidero que solo frenó la desaparición forzada.

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En algún momento, las cuatro hijas del matrimonio de Héctor Germán y Elsa Sánchez decidieron participar en la lucha política. Lo hicieron con la agrupación guerrillera Montoneros: ese grupo radical de los setenta. Las consecuencias funestas alcanzaron a las hijas y al padre. Desaparecidas. Dos de ellas embarazadas. A él también. Apresado y maltratado. Los relatos cuentan que además de las torturas físicas, vivió la tortura de que sus captores le mostraran las fotografías de sus hijas muertas. Y así se cree que fallece en 1978, pero su cuerpo no ha sido recuperado; él continúa desaparecido.

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En 1983 Félix Saborido hace una ilustración para la revista Feriado Nacional en la que aparecen todos los personajes de Oesterheld al frente de una multitud. Y encima de ellos, una manta que pregunta: “¿Dónde está Oesterheld?”

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El eternauta aparece en el inicio de la tira porque busca a su mujer y a su hija, perdidas en el tiempo. Cuenta la invasión extraterrestre que lo ha llevado hasta ahí. Y ese bucle que se abre en el tiempo provoca una inestabilidad en nuestra cotidianidad. Quizá nuestras angustias no sean las de la invasión extraterrestre (quizá sí), pero la ambigüedad del “ellos” oscuro permite al eternauta aparecer aquí, en esta silla frente a mí, en la que tenga usted cerca, con un crujido, para contarnos de un futuro en el que la heroicidad, la camaradería y la posibilidad de la esperanza son producto de las decisiones de seres complicados y ambiguos como nosotros. Tan reaparece el eternauta que pronto habrá una serie en Netflix. Y recientemente Planeta Cómic reeditó las tiras aparecidas en Hora Cero Semanal en un solo volumen. Y con la reaparición del personaje, de sus versiones gráficas y fílmicas, hacen eco las palabras finales del guionista: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”

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El cómic El Eternauta y la desaparición de su autor

El cómic El Eternauta y la desaparición de su autor

18
.
05
.
23
2023
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ver Videos

Su mente era un hervidero de creatividad. Un hervidero que tapó la dictadura argentina. H. G. Oesterheld fue autor del fenomenal cómic El Eternauta y su trama —lo haya querido él o no— tiene una resonancia siniestra con su propia desaparición, a manos de los militares. Planeta acaba de reeditar la historieta que aquí se reseña.

Héctor Germán Oesterheld desapareció; pero no desaparece. Desapareció no por voluntad propia; fue desaparecido en 1977. De ese modo en el que fueron y siguen siendo desaparecidas personas por fuerzas crueles, insensatas, genocidas. Pero él no desaparece.

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El eternauta aparece. A media madrugada. Con un crujido en una silla vacía en el estudio de un guionista que trabaja en silencio. En la casa con la única ventana iluminada de la cuadra a las tres de la mañana se hace presente, primero transparente y luego corpóreo y total sobre la silla. Y tiene algo que contar.

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Según Oesterheld, El Eternauta, su historieta más famosa, la que subraya su memoria, surgió de un cuento breve que tomaba como punto de partida la historia de Robinson Crusoe. “El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos.” Fue haciendo densa aquella idea, torciéndola y aclimatándola a los tiempos. Porque comenzó a escribirla a finales de los cincuenta. A finales de los cincuenta, Oesterheld había abandonado ya la carrera de geólogo para dedicarse a la escritura en pleno. Nunca no escribió, cuentan los que lo conocieron: si no eran ficciones, eran pequeñas notas de divulgación, acercamientos para infantes a diversos temas científicos. Y para ese momento ya era el guionista de historietas de gran éxito. Sus dos personajes Bull Rocket y el sargento Kirk eran ya presencias establecidas en las boyantes y muy influyentes revistas de cómic argentino. Tanto éxito tenía que había fundado su propia editorial, Frontera, para dedicarse a producir sus propias revistas. Una de tantas que producían él y un grupo de ilustradores notables, Hora Cero Semanal, fue donde apareció El Eternauta.

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Comenzó a escribirla a finales de los años cincuenta, que en Argentina fueron tumultuosos; la división entre peronistas y antiperonistas era cada vez más honda. La violencia y el encono incrementaban. En 1955 un grupo opositor al interior de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con la intención de asesinar al general Perón. Mueren más de trescientas personas. Al poco tiempo el general Aramburu asume el poder. Dos años después, el 4 de septiembre de 1957, aparece en las páginas apaisadas del primer número de la revista, en entregas de tres páginas y tres tiras por página. Lo ilustra el joven Francisco Solano López. Y con el paso de las semanas va instalándose en el imaginario de un grupo de lectores que cada vez se hacen más.

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Juan Salvo es el eternauta: un viajero temporal que aparece una madrugada de 1959 en el estudio de un guionista y cuenta la historia de una invasión extraterrestre. El mundo está bajo ataque, pero el mundo, en este caso, es la capital argentina. La invasión alienígena confronta a los seres humanos con peligros de todo tipo. El primero: una desconcertante nevada en Buenos Aires; una nevada que mata todo lo que sus copos tocan. Así comienza la guerra de conquista, descarnada e inhumana y con ella una serie de desafíos particulares que se desenvuelven en esas más de cien entregas de la tira. El catálogo de enemigos es múltiple: además de la nieve ponzoñosa, los humanos envidiosos y rapaces; un ejército de innumerables “cascarudos” —insectos con garras letales y controlados a distancia—; “hombres-robot” —humanos capturados vueltos títeres de guerra—; “gurbos” —unos monstruos monumentales que derrumban edificios con sus trotes—; “manos” —una raza esclavizada de seres de cabello erizado y manos con más de una docena de dedos que dirigen los movimientos de los otros vía una especie de sintetizador del mal—. Y tras la invasión, hay unos “ellos” que ni los protagonistas ni los lectores vemos. Son nefandos y odiosos, son el mal profundo, el mal totalizante y puro. “Ellos son el odio… el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar”, les cuenta un “mano” que el eternauta y su compinche hacen prisionero.

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El Eternauta es una historia que atendía las urgencias del momento: las detonaciones nucleares, los platillos voladores, la indefensión ante el cosmos desconocido. Y es singular que en estas historietas de aventuras, la heroicidad es una cualidad mutable, más mundana. Ante el terror de la invasión alienígena, cada uno de los personajes encuentra sus respuestas en la acción. En una entrevista de radio, un año antes de ser levantado por los terroríficos grupos de tareas, Oesterheld dice: “Justamente El Eternauta, una de las características que lo distinguen es que no hay un héroe específico”. O como dicen que le gustaba decir a Oesterheld: el único héroe válido es el héroe colectivo.

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Las historias son historias de su contexto: los héroes colectivos, ese grupo memorable, son, notablemente, hombres todos. Las dos mujeres prominentes son esposa e hija, pasivas receptoras de la heroicidad, agentes que de pronto destacan pero no protagonizan: son el pulso que persigue el eternauta (y que en una versión posterior, en la segunda parte, publicada en 1976, encontrarán un final trágico).

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En el número 71 de Hora Cero Semanal, publicado el 7 de enero de 1959, las personas que leían con fervor la tira de Oesterheld y Solano López vieron a página completa el cuartel general de las fuerzas extraterrestres invasoras instalado en la Plaza del Congreso.

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En un programa de televisión conducido por Juan Sasturain y transmitido en 2017, Solano López dice que no recuerda las instrucciones del guionista sobre los dibujos. “La verdad es que no recuerdo las indicaciones de Héctor. No eran muy largas ni eran muy precisas tampoco, pero alcanzaban. Me daban el espacio suficiente para poner lo mío, que no era demasiado tampoco sino un intento de aproximación a la intención de Héctor de comunicar.” Oesterheld le enviaba tres páginas por semana, escritas a mano. “Con una letra ilegible.”

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Antes de ser asesinado por una dictadura cruenta, antes de ser desaparecido, Oesterheld era prolífico como pocos. Escribía guiones de historietas que firmaba con su nombre, y otras tantas que firmaba con pseudónimo. La imaginación suya era un hervidero. Un hervidero que solo frenó la desaparición forzada.

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En algún momento, las cuatro hijas del matrimonio de Héctor Germán y Elsa Sánchez decidieron participar en la lucha política. Lo hicieron con la agrupación guerrillera Montoneros: ese grupo radical de los setenta. Las consecuencias funestas alcanzaron a las hijas y al padre. Desaparecidas. Dos de ellas embarazadas. A él también. Apresado y maltratado. Los relatos cuentan que además de las torturas físicas, vivió la tortura de que sus captores le mostraran las fotografías de sus hijas muertas. Y así se cree que fallece en 1978, pero su cuerpo no ha sido recuperado; él continúa desaparecido.

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En 1983 Félix Saborido hace una ilustración para la revista Feriado Nacional en la que aparecen todos los personajes de Oesterheld al frente de una multitud. Y encima de ellos, una manta que pregunta: “¿Dónde está Oesterheld?”

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El eternauta aparece en el inicio de la tira porque busca a su mujer y a su hija, perdidas en el tiempo. Cuenta la invasión extraterrestre que lo ha llevado hasta ahí. Y ese bucle que se abre en el tiempo provoca una inestabilidad en nuestra cotidianidad. Quizá nuestras angustias no sean las de la invasión extraterrestre (quizá sí), pero la ambigüedad del “ellos” oscuro permite al eternauta aparecer aquí, en esta silla frente a mí, en la que tenga usted cerca, con un crujido, para contarnos de un futuro en el que la heroicidad, la camaradería y la posibilidad de la esperanza son producto de las decisiones de seres complicados y ambiguos como nosotros. Tan reaparece el eternauta que pronto habrá una serie en Netflix. Y recientemente Planeta Cómic reeditó las tiras aparecidas en Hora Cero Semanal en un solo volumen. Y con la reaparición del personaje, de sus versiones gráficas y fílmicas, hacen eco las palabras finales del guionista: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”

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Portada de Francisco Solano López para El Eternauta. Editorial Planeta Cómic.

El cómic El Eternauta y la desaparición de su autor

El cómic El Eternauta y la desaparición de su autor

18
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05
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Su mente era un hervidero de creatividad. Un hervidero que tapó la dictadura argentina. H. G. Oesterheld fue autor del fenomenal cómic El Eternauta y su trama —lo haya querido él o no— tiene una resonancia siniestra con su propia desaparición, a manos de los militares. Planeta acaba de reeditar la historieta que aquí se reseña.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Héctor Germán Oesterheld desapareció; pero no desaparece. Desapareció no por voluntad propia; fue desaparecido en 1977. De ese modo en el que fueron y siguen siendo desaparecidas personas por fuerzas crueles, insensatas, genocidas. Pero él no desaparece.

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El eternauta aparece. A media madrugada. Con un crujido en una silla vacía en el estudio de un guionista que trabaja en silencio. En la casa con la única ventana iluminada de la cuadra a las tres de la mañana se hace presente, primero transparente y luego corpóreo y total sobre la silla. Y tiene algo que contar.

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Según Oesterheld, El Eternauta, su historieta más famosa, la que subraya su memoria, surgió de un cuento breve que tomaba como punto de partida la historia de Robinson Crusoe. “El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos.” Fue haciendo densa aquella idea, torciéndola y aclimatándola a los tiempos. Porque comenzó a escribirla a finales de los cincuenta. A finales de los cincuenta, Oesterheld había abandonado ya la carrera de geólogo para dedicarse a la escritura en pleno. Nunca no escribió, cuentan los que lo conocieron: si no eran ficciones, eran pequeñas notas de divulgación, acercamientos para infantes a diversos temas científicos. Y para ese momento ya era el guionista de historietas de gran éxito. Sus dos personajes Bull Rocket y el sargento Kirk eran ya presencias establecidas en las boyantes y muy influyentes revistas de cómic argentino. Tanto éxito tenía que había fundado su propia editorial, Frontera, para dedicarse a producir sus propias revistas. Una de tantas que producían él y un grupo de ilustradores notables, Hora Cero Semanal, fue donde apareció El Eternauta.

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Comenzó a escribirla a finales de los años cincuenta, que en Argentina fueron tumultuosos; la división entre peronistas y antiperonistas era cada vez más honda. La violencia y el encono incrementaban. En 1955 un grupo opositor al interior de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con la intención de asesinar al general Perón. Mueren más de trescientas personas. Al poco tiempo el general Aramburu asume el poder. Dos años después, el 4 de septiembre de 1957, aparece en las páginas apaisadas del primer número de la revista, en entregas de tres páginas y tres tiras por página. Lo ilustra el joven Francisco Solano López. Y con el paso de las semanas va instalándose en el imaginario de un grupo de lectores que cada vez se hacen más.

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Juan Salvo es el eternauta: un viajero temporal que aparece una madrugada de 1959 en el estudio de un guionista y cuenta la historia de una invasión extraterrestre. El mundo está bajo ataque, pero el mundo, en este caso, es la capital argentina. La invasión alienígena confronta a los seres humanos con peligros de todo tipo. El primero: una desconcertante nevada en Buenos Aires; una nevada que mata todo lo que sus copos tocan. Así comienza la guerra de conquista, descarnada e inhumana y con ella una serie de desafíos particulares que se desenvuelven en esas más de cien entregas de la tira. El catálogo de enemigos es múltiple: además de la nieve ponzoñosa, los humanos envidiosos y rapaces; un ejército de innumerables “cascarudos” —insectos con garras letales y controlados a distancia—; “hombres-robot” —humanos capturados vueltos títeres de guerra—; “gurbos” —unos monstruos monumentales que derrumban edificios con sus trotes—; “manos” —una raza esclavizada de seres de cabello erizado y manos con más de una docena de dedos que dirigen los movimientos de los otros vía una especie de sintetizador del mal—. Y tras la invasión, hay unos “ellos” que ni los protagonistas ni los lectores vemos. Son nefandos y odiosos, son el mal profundo, el mal totalizante y puro. “Ellos son el odio… el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar”, les cuenta un “mano” que el eternauta y su compinche hacen prisionero.

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El Eternauta es una historia que atendía las urgencias del momento: las detonaciones nucleares, los platillos voladores, la indefensión ante el cosmos desconocido. Y es singular que en estas historietas de aventuras, la heroicidad es una cualidad mutable, más mundana. Ante el terror de la invasión alienígena, cada uno de los personajes encuentra sus respuestas en la acción. En una entrevista de radio, un año antes de ser levantado por los terroríficos grupos de tareas, Oesterheld dice: “Justamente El Eternauta, una de las características que lo distinguen es que no hay un héroe específico”. O como dicen que le gustaba decir a Oesterheld: el único héroe válido es el héroe colectivo.

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Las historias son historias de su contexto: los héroes colectivos, ese grupo memorable, son, notablemente, hombres todos. Las dos mujeres prominentes son esposa e hija, pasivas receptoras de la heroicidad, agentes que de pronto destacan pero no protagonizan: son el pulso que persigue el eternauta (y que en una versión posterior, en la segunda parte, publicada en 1976, encontrarán un final trágico).

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En el número 71 de Hora Cero Semanal, publicado el 7 de enero de 1959, las personas que leían con fervor la tira de Oesterheld y Solano López vieron a página completa el cuartel general de las fuerzas extraterrestres invasoras instalado en la Plaza del Congreso.

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En un programa de televisión conducido por Juan Sasturain y transmitido en 2017, Solano López dice que no recuerda las instrucciones del guionista sobre los dibujos. “La verdad es que no recuerdo las indicaciones de Héctor. No eran muy largas ni eran muy precisas tampoco, pero alcanzaban. Me daban el espacio suficiente para poner lo mío, que no era demasiado tampoco sino un intento de aproximación a la intención de Héctor de comunicar.” Oesterheld le enviaba tres páginas por semana, escritas a mano. “Con una letra ilegible.”

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Antes de ser asesinado por una dictadura cruenta, antes de ser desaparecido, Oesterheld era prolífico como pocos. Escribía guiones de historietas que firmaba con su nombre, y otras tantas que firmaba con pseudónimo. La imaginación suya era un hervidero. Un hervidero que solo frenó la desaparición forzada.

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En algún momento, las cuatro hijas del matrimonio de Héctor Germán y Elsa Sánchez decidieron participar en la lucha política. Lo hicieron con la agrupación guerrillera Montoneros: ese grupo radical de los setenta. Las consecuencias funestas alcanzaron a las hijas y al padre. Desaparecidas. Dos de ellas embarazadas. A él también. Apresado y maltratado. Los relatos cuentan que además de las torturas físicas, vivió la tortura de que sus captores le mostraran las fotografías de sus hijas muertas. Y así se cree que fallece en 1978, pero su cuerpo no ha sido recuperado; él continúa desaparecido.

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En 1983 Félix Saborido hace una ilustración para la revista Feriado Nacional en la que aparecen todos los personajes de Oesterheld al frente de una multitud. Y encima de ellos, una manta que pregunta: “¿Dónde está Oesterheld?”

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El eternauta aparece en el inicio de la tira porque busca a su mujer y a su hija, perdidas en el tiempo. Cuenta la invasión extraterrestre que lo ha llevado hasta ahí. Y ese bucle que se abre en el tiempo provoca una inestabilidad en nuestra cotidianidad. Quizá nuestras angustias no sean las de la invasión extraterrestre (quizá sí), pero la ambigüedad del “ellos” oscuro permite al eternauta aparecer aquí, en esta silla frente a mí, en la que tenga usted cerca, con un crujido, para contarnos de un futuro en el que la heroicidad, la camaradería y la posibilidad de la esperanza son producto de las decisiones de seres complicados y ambiguos como nosotros. Tan reaparece el eternauta que pronto habrá una serie en Netflix. Y recientemente Planeta Cómic reeditó las tiras aparecidas en Hora Cero Semanal en un solo volumen. Y con la reaparición del personaje, de sus versiones gráficas y fílmicas, hacen eco las palabras finales del guionista: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”

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