Un testigo en la rebelión
Antonio Turok siguió durante cuarenta años la vida indígena y las guerrillas latinoamericanas.
El cuerpo de Brad Will, fotoperiodista americano, yace en celuloide en una plancha forense. A simple vista parece que su cuerpo está en llamas pero, a mayor inspección, se pueden ver sombras de otros cuerpos yuxtapuestos. Will fue asesinado cuando policías atacaron a balazos una protesta de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en 2006. Antonio Turok tomó la foto de aquel joven de 27 años después de su autopsia. Esta poderosa imagen forma parte del libro La fiesta y la rebelión, que publica Editorial Era, una recopilación de su trabajo fotoperiodístico (entre 1973 y 2010), con el que ha seguido la coyuntura social, la cara de la vida y la muerte, entre México, Centroamérica y Estados Unidos. “Turok no persigue el espectáculo de la violencia: opta por documentar, únicamente armado con la cámara, el intenso drama de la vida”, escribe Eduardo Vázquez Martín en un texto que acompaña las fotografías.
Turok ha visto de todo, como el levantamiento zapatista en Chiapas, el movimiento de la APPO y su lucha por la democratización, el ataque a las Torres Gemelas de 2001, y el ascenso de Donald Trump en 2017. Todos estos momentos son revisitados a través de sus fotografías, que vienen además acompañados por textos de amigos y colegas que comentan su trabajo. “Por lo general, los libros de foto no llevan texto porque se supone que una foto vale más que mil palabras y no es cierto, yo lo que quiero es darle un sentido universal a la expresión y sobre todo hoy, cuando con todos los medios de comunicación los jóvenes creen que hacen multitasking y no se conforman con sólo una fotografía. Tienen hambre por tener más conocimiento; con esta intención se hizo este experimento”, explica Turok, con su imprescindible sombrero de ala ancha.
Su trabajo extrapola la condición humana. Podemos ver fotografías de guerras, escenas de rebelión y la muerte, pero también otras como la de una madre dando a luz, con su bebé aún atado a ella con el cordón umbilical. Turok abarca el espectro completo de la condición humana. La portada del libro —un camión en llamas en Oaxaca—, por ejemplo, es el estandarte de su obra. “Yo me fui a la guerra a cambiar el mundo, quería que el mundo fuera más amable. Yo lo vi, a lo mejor esto es como una especie de diario”, recalca.
Su visión del mundo parece oscilar entre la esperanza en una nueva generación y la resignación de un mundo que sigue como lo retrató hace cuarenta años. “Hubiera pensado que mis fotos tenían o iban a tener un eco en la responsabilidad de ser más incluyentes y no lo he visto hasta la fecha. Las comunidades indígenas ya están adoloridas y destrozadas, es difícil ver hoy a la gente que vestía su huipil y no hablaba español, pero que estaba orgullosa de la comunidad a la que pertenecía. Ahora no sabemos con exactitud quiénes son estos personajes. Ya no los podemos ver, están mimetizados. Y nos genera la pregunta: ¿hacia dónde vamos?, ¿quién va a ganar?, ¿la intolerancia o el respeto?”, reflexiona.
Villoro, Vázquez Martín, Blanche Petrich, David Huerta, María Cortina Icaza, Coral Bracho y Ana Emilia Felker se encargan de guiar al lector a través de las historias de la vida de Turok. Cada uno retrata un momento en la historia. Su libro es una antología de la fiesta y la rebelión, como un péndulo que se balancea entre una y otra, documentando los problemas de una época que no han desaparecido. Por eso, Turok es un antropólogo de la fotografía.
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